Manuela Saenz - Ministerio del Poder Popular del Despacho de la ...

HUGO RAFAEL CHÁVEZ FRÍAS
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA BOLIVARIANA
DE VENEZUELA
HUGO CABEZAS BRACAMONTE
MINISTRO DEL PODER POPULAR
DEL DESPACHO DE LA PRESIDENCIA
JAIRO QUINTANA CASTILLO
DIRECTOR GENERAL DE GESTIÓN COMUNICACIONAL
GLADYS ORTEGA DÁVILA
JEFA DE DIVISIÓN DE PUBLICACIONES
© Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia
Manuela Sáenz, La Libertadora del Libertador (Biografía)
Ediciones de la Presidencia de la República
Caracas - Venezuela, 2007
Depósito Legal: lf5332007900560
ISBN: 980-03-0369-3
Portada: Etten Carvallo y Mahilibeth Ruiz González
Foto de Portada: Oleo de Marco Salas.
Copia de tecla Walker.
Quinta de Bolívar en Bogotá.
Diagramación: Lic. José Alejandro Guzmán S.
Corrección de Textos: Lupe Rumazo, Ing. Solange Alzamora Rumazo

Para Inés Cobo de Rumazo y Lupe Rumazo,
con profundo amor.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Preliminar
(De la primera edición, en 1944)
Ningún estudio serio y amplio se ha publicado antes de ahora sobre
Manuela Sáenz, la hermosa y heroica quiteña que recibió de Bolívar el título
de “Libertadora del Libertador” con que la conoce la historia. Sin embargo,
es fascinante su personalidad, firme su carácter, valiosa su cooperación en la
gesta emancipadora. El amor poderosamente impulsado por la pasión, la sed
de gloria y la ambición de señorío fueron móviles fundamentales de su existencia.
Por consecuencia padeció el dolor de la soledad, de las ingratitudes y de las
persecuciones, que son el tributo de aquellos encumbradísimos empeños. De
este modo, gozó de todos los éxtasis máximos y saboreó la hiel de todas las
tristezas. Fue torturada por el frío, el silencio y el abandono que padecen las
más altas cimas de su propia tierra.
No vienen todo lo abundantes que se quisiera los documentos relativos
a su vida. Pero actuante como fue en la guerra de independencia, casi se deja
tomar la quiteña de la mano, en el intento de recuperarla para la existencia,
puesto que sus merecimientos la colocaron en la inmortalidad.
Su pecado original está lavado ya en los manantiales de la libertad
que ella misma ayudó a descubrir.
EL AUTOR
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Prólogo a la novena edición
Este libro no ha dejado de circular durante más de treinta años. En
el lapso, han aparecido nuevos documentos que han aclarado varios puntos
del ir de Manuela Sáenz. Ya fueron insertados esos textos en la octava edición,
elaborada en Guayaquil; aquí, ahora, se incluyen y explican, de modo que el
yo de la celebérrima quiteña y su circunstancia asuman entera nitidez.
Ninguna vida de mujer, en la historia latinoamericana, con tan
soberbio despliegue de inteligencia, sagacidad y orgullo; valentía, decisión y a
la vez señorío puesto en dignidad; capacidad política, sentido de dominio y de
poder conspirativo; desinterés, además, y generosidad llevados al último límite.
Un carácter, en suma, definidor de un destino. Si se recorre la historia
continental desde antes de la independencia, o en ella y después, ninguna
mujer aparece con tantas preeminencias, manifestadas todas en el hacer público.
Supo realizarse, ascendiendo desde un estrato inferior –hija de
adulterio– hasta el pináculo de “Libertadora del Libertador”, título alcanzado
al salvar a Bolívar, en Bogotá, de los puñales asesinos. Antes, el general San
Martín, en Lima, habíale condecorado como “Caballeresa del Sol”, por sus
servicios conspirativos en favor de la emancipación. Murió, desterrada y pobre,
aunque muy altiva y digna, en el puerto peruano de Paita, a los cincuenta y
nueve años, agobiada por la peste de difteria que asoló esa población en
1856.
Cuando nació, se quiso encomendarla ocultamente a alguna casa de
familia de la ciudad de Quito, para que la criara “hasta el tiempo conveniente”,
según reza el respectivo documento; no fue posible hallar ese proverbial hogar,
y la confiaron a la monja San Buenaventura, del monasterio de la Concepción.
El padre de la niña, Simón Sáenz, dio al convento la suma de mil pesos,
valor de esa atención, para la crianza, no para la educación. Simón Sáenz,
español, estaba casado con Juana María del Campo Larrahondo, de Popayán,
y tenían cuatro hijos: Pedro, José María, Ignacio y Eulalia. La madre de la
niña fue María Joaquina Aispuru, soltera, hija del abogado Mateo Aispuru,
de la Real Audiencia. Resultó la niña, paradójicamente, mal nacida y bien
nacida; esto segundo, en tiempos en que los apellidos contaban más que las
infidelidades.
Después, la educaron en otro monasterio: el de Santa Catalina, en la
misma ciudad (aseveración de Boussingault). Uno y otro conventos tenían
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
nivel moral bajo, según indagaciones documentadas del obispo historiador
Federico González Suárez, también quiteño. Dice el obispo: “Por desgracia
la relajación de la moral en la Colonia era consumada. Las virtudes habían
sido expulsadas de los claustros y los vicios habían invadido el santuario. Los
conventos abrieron de par en par las puertas a los venidos de nacimientos
ilegítimos; así santificaban el escándalo. El número de monjas era muy crecido
en cada convento, y todavía lo era mucho más el de las mujeres seglares que
acompañaban a las monjas como criadas, sirvientas o ahijadas de ellas; en
semejantes conventos, ni el silencio, ni la clausura, ni el recogimiento eran
posibles. Las monjas vivían ocupadas constantemente en servir a los frailes en
todo cuanto éstos necesitaban o querían. Cuando monseñor Romero vino a
Quito (siglo dieciocho) –intentó una reforma– encontró en el convento de la
Concepción ciento cincuenta monjas y quinientas criadas; ninguna clausura se
guardaba en él; la portería se abría al amanecer y no se cerraba hasta las diez
de la noche; por locutorio tenían las monjas una sala espaciosa donde, sin
rejas ni velos, recibían visitas a cualquier hora del día; las tertulias eran
prolongadas y los concurrentes todos cuantos querían. ¡Manuela Sáenz fue
educada en ese ambiente!”. “En punto a la honestidad de las costumbres
–añade el obispo–, se llegó a estimar como timbre de honra para las familias
lo que en cualquiera otra parte del mundo las hubiera infamado
necesariamente”. [Cf. Historia General del Ecuador. T. IV y V, en varias
partes].
A los diecisiete años, Manuela se fugó del monasterio de Santa
Catalina. El científico francés Juan Bautista Boussingault, que conoció y trató
a Manuela en Bogotá, escribe en sus Memorias: “A Manuelita Sáenz se la
raptó del convento un oficial joven, D’Elhuyard, hijo del químico descubridor
del tungsteno. D’Elhuyard padre entró al servicio de España como ingeniero
y fue enviado a América. Manuelita nunca hablaba de su fuga del convento.
¿La abandonó el raptor y se reintegró a su familia? Lo ignoro”. [Boussingault.
Memorias. Caracas: José Agustín Catalá, editor, Ediciones Centauro, 1974].
Esta fuga ha sido impugnada por los purificadores de la historia –el
colombiano Bernardo J. Caicedo, entre ellos–, con la alegación de que ningún
D’Elhuyard estuvo en Quito. Luciano, hijo de Juan José el científico –mayor
que Manuela en cuatro años–, sirvió en el ejército libertador, tanto en la
Nueva Granada como en Venezuela y murió en 1815. Pero el científico tuvo
otro hijo, Fausto o Fausta, inmediatamente después de Luciano; de éste o ésta
no se conoce la trayectoria; recibió el nombre de su tío Fausto, codescubridor
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
del tungsteno con su hermano Juan José. Fausto, el sabio, dejó una sola hija,
Luisa. En el caso de que no se considere suficientemente válida esta explicación,
fundada en un dato oscuro (el segundo hijo o hija de Juan José), queda siempre
en pie la posibilidad de que Boussingault, al anotar el dato, se hubiera
equivocado en el apellido. El eminente científico llevaba diariamente sus
anotaciones; ya en París, fue arracimándolas, para sus Memorias, que publicó
en cinco volúmenes en una primera edición (1860-1874); luego emprendió
una segunda, en ocho tomos, de los cuales alcanzó a ver editados varios, antes
de su muerte en 1887; terminaron de publicarlas sus dos hijas casadas también
con científicos. Boussingault hállase en la línea de los grandes sabios del siglo
diecinueve. Educado y más tarde graduado en La Sorbonne, fue aplaudido en
Europa por Humboldt, Arago, Gay-Lussac, Laplace, Brogniart y otros. Fue
el propio Humboldt quien le recomendó ante Bolívar, y con esa credencial llegó
a Venezuela –“químico y mineralogista muy distinguido”, decía la carta–, de
donde pasó luego a la Nueva Granada y al Ecuador. En Bogotá fue su
conocimiento de Manuela. “Voy a trazar a vuelapluma –expresa en las
Memorias, en las cuales le dedica veinte páginas– lo que me es dado contar
de su vida excéntrica. Lo más extraño de estas informaciones lo sé por ella
misma... Bolívar la adoraba y la celaba extremadamente... A los diecisiete
años entró en un convento como educanda; aprendió labores de aguja, esos
bordados en oro y plata que admiran los extranjeros, y además sabía preparar
helados, sorbetes y postres... Se la raptó del convento un oficial joven... La
volvemos a encontrar en Lima. Se había casado con un médico inglés muy
respetable. Lo abandonó para vivir con el Libertador, entonces en toda su
gloria, en todo su poder dictatorial. Todo el mundo criticó la conducta del
Libertador... Bolívar se decidió a enviar a Manuelita a Bogotá, donde la
conocí... De mañana vestía un negligé que no carecía de atractivo; de día solía
salir vestida de oficial; de noche, se metamorfoseaba”.
La versión de la fuga del convento debió tomarla Boussingault no de
su imaginación, sino de noticia que circulaba en Bogotá y que la conocían
todos. ¿Qué importa, dado el caso, que se equivocara de apellido al escribirlo
en su diario, o que hablara muy probablemente de Fausto D’Elhuyard?
Interesa el hecho, que coincide plenamente, no sólo con el ambiente general de
aquella época, sino con el temperamento mismo de Manuela. El científico,
acostumbrado a los datos veraces, narró lo que oyó. Subraya que Manuela no
quería hablar de eso, conocido por todos; ¿cómo iba a referirse a ese desliz
inicial, si en Bogotá era la amante de Bolívar?
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Podría aducirse, como una prueba más de aquel rapto, el hecho de
que se le hubiese casado luego, para tapar la fuga, con el médico inglés Thorne,
un profesional que le doblaba en edad y con el cual no había la más mínima
compatibilidad. En ese tiempo los matrimonios se arreglaban de familia a
familia, sin que rigiera el amor de por medio sino en casos excepcionales.
Alguien ha supuesto, de entre los expurgadores de la historia, que Manuela
se ligó a Bolívar cuando ya había roto con su marido. Falsa alegación. En
carta a Manuela, Bolívar le dice: “En lo futuro, tú estarás sola, aunque al
lado de tu marido”. Como Thorne insistiera en rescatar definitivamente a su
esposa de manos del Libertador, Manuela se dirigió al inglés en términos
rebosantes de sarcasmo: “¡No, no más, hombre, por Dios! Vamos, ¿qué
adelanta usted sino hacerme pasar por el dolor de decir a usted mil veces no?
¿Me cree usted más honrada por ser él mi amante y no mi esposo? Yo no vivo
de las preocupaciones sociales inventadas para atormentarse mutuamente.
Hagamos otra cosa: en el cielo nos volveremos a casar, pero en la tierra, no”.
Los lapsos en que la quiteña se veía forzada, en el Perú, a pasarse con su
marido, fueron muy difíciles. Ella se quejó a Bolívar, que se hallaba en
Bolivia; el Libertador le contestó: “No sé lo que más me sorprende: si el mal
trato que tú recibes por mí, o la fuerza de tus sentimientos, que a la vez
admiro y compadezco. Te escribí diciéndote que te vinieses a Arequipa, donde
tengo amigos que te protegerán”. Manuela avanzó hasta Bolivia, donde se
quedó un lapso corto, en momentos en que su amante regresaba a la ciudad de
Lima. Desde esta capital, Bolívar le escribió a la quiteña: “Ya digo a Sucre
que te recomiendo nuevamente y no más. Mira que yo me voy a fines de este
para allá sin falta. Espérame a todo trance” [abril de 1826]. También
Simón Rodríguez creyó, en Chuquisaca, que Bolívar volvería pronto a Bolivia.
Los muchos problemas políticos impidiéronle al Libertador realizar ese viaje
prometido. Sucre, Presidente de Bolivia, debió de tener muy especiales cuidados
para con Manuela. Dice Ricardo Palma, en sus Tradiciones peruanas:
“Todos los generales del ejército, sin excluir a Sucre, y los hombres más
prominentes de la época tributaban a Manuela Sáenz las mismas atenciones
que habrían acordado a la esposa legítima del Libertador”.
Tanto como su fuga del convento –o como la calidad de la enseñanza
moral que aprendió de las monjas– ha sido cuestionada su presencia en
Ayacucho. Boussingault sostiene que estuvo Manuela en aquella batalla:
“Muestras de bravura militar las dio en más de una ocasión: lanza en mano
asistió, no sé cómo, junto con el general Sucre, a la última acción que tuvo
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
lugar entre españoles y americanos, a la batalla de Ayacucho: allí recogió como
trofeo aquellos soberbios bigotes con los cuales se hizo preparar unos postizos”.
La hazaña en las mujeres americanas no ha sido rara; la venezolana Luisa
Cáceres de Arismendi, las colombianas Policarpa Salavarrieta y Antonia
Santos, son paradigmáticas. Caso muy significativo fue el de la brasileña
Anita Garibaldi, esposa del almirante Garibaldi, uno de los grandes
plasmadores de la unidad italiana. Alzóse Anita al fervor revolucionario en
los días en que su marido actuaba del lado de los sublevados de Río Grande,
en el Brasil, pretendientes a formar allí una República autónoma (lapso de
1836 a 1845). Esta mujer tenía la reciedumbre retadora de Manuela Sáenz:
“Mi Anita era mi tesoro –escribe Garibaldi en sus Memorias–, tan ferviente
como yo en la sacrosanta causa de los pueblos, que amaba nuestra vida llena
de incidentes. Las batallas le parecían una distracción; las dificultades de la
vida de campaña, un pasatiempo” [págs. 89-90]. Hacia 1840, en el combate
de Forguilhas, cayó muerto el caballo de la heroína y ella fue hecha prisionera.
El comandante de las fuerzas que la apresaron, coronel Alburquerque, relata
en sus Memorias: “Mis oficiales me contaron que en el lugar donde el combate
era más encarnizado, se veía una combatiente que, blandiendo la espada y
con sus hermosos cabellos agitándose al viento, incitaba a los soldados a
persistir, exponiéndose a nuestras balas. Cercada por nuestras tropas y cuando
el número de sus soldados se había reducido casi a cero, Anita tuvo que
rendirse. Fue conducida a mi presencia mal vestida, los cabellos en desorden,
la voz enronquecida por la lucha y por la angustia de encontrarse separada de
su marido. Su comportamiento conquistó la admiración mía y de mis
subordinados. Sentimos con orgullo que esta mujer que mostraba tanto valor
y coraje era nuestra compatriota, brasileña... Dando pruebas de gran valentía
y arriesgándose, Anita consiguió fugarse en una noche tenebrosa”. [Citado
por Iván Boris en su Gli anni de Garibaldi in Sud America. Milano,
1970]. ¿Habrá asombro en que Manuela Sáenz haya estado en Ayacucho
dieciséis años antes?
Nadie ha contado mejor que Boussingault lo ocurrido en Bogotá la
noche del 25 de septiembre de 1828, cuando se intentó asesinar a Bolívar en
el palacio de San Carlos, donde dormía. El asalto se produjo a las doce de la
noche; los doce asesinos, tras matar a la guardia, penetraron al recinto y se
dirigieron al dormitorio. Manuela Sáenz, con entereza e impavidez dignas de
un general, despistó y luego atajó a los asesinos, hasta que su amante se
pusiera a salvo saltando por una ventana. Cuando al amanecer regresó Bolívar,
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
dominada la revolución, le dijo a su amante: “Manuela, tú eres la libertadora
del Libertador”. (La otra narración completa de aquel intento de crimen la
escribió la propia Manuela, algún tiempo después, con destino al edecán general
O’Leary, quien la publicó textual en sus Memorias).
Muerto Bolívar, la gloriosa quiteña fue expulsada oficialmente de la
Nueva Granada por el general Francisco de Paula Santander. Se refugió en
Kingston, donde vivió el año 1834 y parte del siguiente con la venta de las
pocas joyas que le habían quedado. En octubre de 1835 llegó a Guayaquil,
con ánimo de radicarse en Quito; lo impidió el gobierno de Rocafuerte-Flores,
ordenando su destierro a Paita. Allá le enviaba desde Lima remesas de
dinero su marido Thorne; fueron devueltas invariablemente en el siguiente
correo. Cuando el doctor Thorne pereció asesinado, por discusión de propiedad
de tierras, dejóle a Manuela de heredera de sus bienes; ¡la herencia íntegra fue
rechazada! Aun en medio de una gran pobreza –preparaba dulces, bordaba
telas, para sobrevivir–, no amenguaron nunca ni su dignidad ni su orgullo.
Al estudiar una vida trascendente, como la de Manuela Sáenz,
importa la búsqueda de lo medular; las pequeñeces, los detalles, tal cual
episodio, interesan menos. ¿Qué fue lo significativo y definidor en Manuela
Sáenz? Su gran patriotismo activo: Condecorada, por él, como Caballeresa
del Sol, por San Martín; salvadora, por él, de la vida de Bolívar, en los
intentos de asesinato del 10 de agosto y 25 de septiembre de 1828, en Bogotá;
por él, guardiana del archivo secreto del Libertador. Su poder personal le
llevó a hacerse temible en Bogotá, Lima y Quito; las autoridades la vigilaron
y persiguieron. Fue, en síntesis, digna de Bolívar; la conservó a su lado hasta
el final. Henri Pirenne dice que “la cualidad dominante de un historiador es
poder captar lo vital esencial”. Manuela Sáenz es un personaje histórico; por
lo mismo, hay que seguirla punto por punto inmersa en la historia; hay que
verla, además, en su proceso dialéctico y dentro del conocido paralelogramo de
Engels. Manuela, ante una sociedad colonial decadente y corrupta; ante el
proceso de emancipación y de creación de repúblicas; Manuela, en la
trascendencia y definiendo valerosamente su personal libertad. El personaje
histórico es referencial y un efecto superlativo de la realidad. En la indagación
histórica hay dos elementos –tesis de Henri Irénée en su libro Del
conocimiento histórico–: el documento, que es la una parte, y la otra, el
criterio para valorar y relacionar ese documento, que a veces no es aprovechable
sino en parte. El criterio es lo que se añade al dato, al documento. El criterio,
de por sí, es una totalidad, una estructura compleja: psicológica, sociológica,
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
filosófica; mensura las varias estructuras –macro y microestructuras–; ve la
oposición entre infra y superestructuras, y se interesa más por los elementos
diferenciales que por los comunes de la evolución de las estructuras. Así
determinados documentos tendrán prelación sobre otros: tal el caso del documento
Boussingault sobre el documento Caicedo, el documento Boussingault y la
alegación de los beatificadores de la historia; el documento-testimonio de época,
con un espacio temporal que le es propio y al cual se debe lealtad, y el muy
posterior, apenas si expurgador de un dato y dentro de un contexto dimensional
que le es ajeno.
Siguiendo a Marc Bloch, Henri Pirenne, Lucien Febvre y otros, queda
constante que “en todo hecho histórico, sólo la mirada y el pensamiento del
narrador son capaces de significar, de desvelar lo que ha ocurrido en realidad”.
Roland Barthes estatuye esta conclusión: “El signo de la historia es en adelante,
no tanto lo real como lo inteligible”. ¡En lo lógico, así, hay una gran mensura
de autenticidad! Los “acarreadores de datos”, que dijera Benjamín Carrión,
ya no cuentan, si no vierten sobre todo eso las potentes luces de la deducción y
de la comprensión.
Muchos han escrito acerca de este libro. He de citar aquí únicamente
la muy austera autoridad del historiador venezolano Vicente Lecuna, el más
docto y el más severo entre los sapientes profundos del bolivarismo. Suya es
esta opinión: “Profunda impresión me ha causado la obra de usted, Manuela
Sáenz, la Libertadora del Libertador. Es fuerte, realista, animada. Los
personajes se mueven en las escenas. El Libertador y Manuela, como fueron,
y tratados con verdad y cariño. El libro es una obra maestra”.
Caracas, octubre de 1978.
EL AUTOR
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Primera Parte
IMPRESIONES DE LA NIÑEZ
Durante nuestra residencia en Quito, llegó el
tiempo de hacerse Capítulo en la Religión de
San Francisco. Era una diversión el ver los
religiosos que iban llegando a la ciudad con sus
concubinas.
JORGE JUAN Y ANTONIO DE ULLOA.
Noticias secretas de América (siglo XVIII). T. II:
171.
Manuela Sáenz nace en Quito (Ecuador) a principios de
1797. Son ricos y de posición social distinguida tanto el padre como
la madre de esta niña 1 .
Pero nace de adulterio, y en adulterio vivirá ella misma los
mejores años de su juventud. Llega además en tiempos en que el
adulterio y otras concupiscencias son lo normal, lo elegante, lo muy
bien perdonado entre la aristocracia y entre los criollos de todas
clases.
* * *
Estas ciudades principales de América, como Quito, viven
ya por entonces de la influencia francesa. Pocos lustros atrás, los
miembros de una misión geodésica (La Condamine y compañeros)
encuentran en Quito no pocas personas con quienes hablar en lengua
parisiense. Tal influencia, a causa de la distancia, se torna en hechos
abultados de no escasa exageración. Francia es la presumida de
maestra en la Europa entera.
¿Qué gobierna en aquel continente, modelo para la América?
“Se produce una mezcla de amor platónico y sensual. La exageración
sentimental es de buen tono. Carolina de Schelling, al casarse por
1 Cuando Manuela Sáenz, a la muerte de su madre en 1820, reclamó judicialmente la herencia,
los jueces expresaron: “su origen dimana de padres nobles que lograron distinción en Quito”.
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
cuarta vez a los treinta años, escribe a una amiga: “...¡yo que había
nacido para las fidelidades!”. Las ideas morales son en extremo
amplias. Se reconoce como vínculo el amor, no el matrimonio. En
Francia se habla muy formalmente del sacramento del divorcio” 2 .
“Las francesas aducen para pedirlo ‘que así les place’, y la bella
Teresa de Cabarrús cambió de maridos porque la variación le
agradaba. El amor libre no sólo lo preconizan los grandes hombres,
como Schlegel, Armin y Goethe, sino que lo practican. El predicador
Hufnagel, de Francfort, toma los textos de sus sermones de Hermann
y Dorotea. En Berlín el pastor Schultz predica sobre los milagros del
Nuevo Testamento, sentando las siguientes conclusiones: esta
historia no es verdadera; en caso de que lo fuese, no tendría ningún
interés para nosotros. Es la época de las fórmulas. Las damas reciben
acostadas en sus lechos helénicos y adoptan posturas teatrales. El
colmo de lo interesante son los desmayos. Las mujeres viajan siempre
vestidas de hombres, por la inseguridad de los caminos, el mal estado
de ellos y las pésimas posadas” 3 .
En la presidencia de Quito, como en el resto del continente
ibérico, se imita por entonces a Europa, con una natural acentuación
del colorido. Los gobernantes son el ejemplo de los gobernados. El
clero constitúyese en modelo de unos y otros. Clero secular y regular,
frailes y monjas, sacerdotes y legos, párrocos y obispos.
“Asombroso era el número de los religiosos que había en la
Colonia. Por desgracia, la relajación de la moral era consumada. No
sólo no había observancia de las reglas e institutos claustrales, sino
que se echaba de menos hasta la guarda de los preceptos del decálogo
en puntos gravísimos para la moral y las buenas costumbres. Y lo
que es aún más triste, el escándalo, a fuerza de ser público y común,
había perdido el carácter de escándalo y los pueblos estaban
acostumbrados a presenciar la vida licenciosa de los frailes, que ya
ni caían en la cuenta del escándalo. La sociedad estaba, pues,
arruinada. Creció tanto el escándalo que, torcido completamente el
criterio moral en punto a la honestidad de las costumbres, se llegó a
estimar como timbre de honra para las familias lo que en cualquiera
2 En Francia se reconoció la disolución del vínculo matrimonial en 1791.
3 BOEHN, MAX VON. Historia del traje en Europa (estudio preliminar del marqués de Lozoya).
T. V.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
otra parte del mundo las hubiese infamado necesariamente. Las
virtudes habían sido expulsadas de los claustros y los vicios habían
invadido el santuario, la relajación a que habían llegado los religiosos
en tiempos de la Colonia era tan grande que no ha tenido semejante
en los fastos de la Iglesia Católica; solamente nuestros frailes
lograron que el escándalo llegara a tenerse como título de honra...
Los religiosos sacerdotes vivían en casas particulares, y allí comían,
y allí dormían, y allí se enfermaban, y allí morían: moraban de asiento
en el monasterio sólo cuando de muertos les daban sepultura en el
convento. La relajación fue escandalosa hasta el cinismo... El clero
vivía en medio de una sociedad cuyo criterio moral había logrado pervertir.
Los conventos abrieron de par en par las puertas a los venidos de
nacimiento ilegítimo, así santificaban el escándalo... Las comunidades
de religiosas habían caído también en un estado lamentable de
relajación. El número de monjas era muy crecido en cada convento,
y todavía lo era mucho más el de mujeres seglares que acompañaban
a las monjas como criadas, sirvientas y ahijadas de ellas: en
semejantes conventos, ni el silencio, ni la clausura, ni el recogimiento
eran posibles... El fraile capellán entraba al convento muy a menudo
y permanecía dentro de la clausura muchas horas; con pretexto de
auxiliar a bien morir a las monjas, entraban dos frailes, y mientras el
uno estaba en la celda de la enferma, el otro vagaba a su placer de
aposento en aposento... Las monjas vivían ocupadas constantemente
en servir a los frailes en todo cuanto éstos necesitaban o querían,
sin que ni aun a los hermanos legos pudieran rehusarles nunca las
faenas de lavarles la ropa y hacer otras cosas semejantes... Los jesuitas
eran destiladores de aguardiente y compradores de negros para sus
haciendas” 4 .
Quienes vivieron aquella época, cuentan lo siguiente: “Entre
los vicios que reinan en el Perú, el concubinato, como más
escandaloso y más general, deberá tener la primacía. Todos están
comprendidos en él: europeos, criollos, solteros, casados,
eclesiásticos, seculares y regulares. Es tan común el vivir las gentes
de aquellos países en continuo amancebamiento, que en los pueblos
pequeños llega a hacerse punto de honor el estarlo... La libertad
4 GONZÁLEZ SUÁREZ, FEDERICO. Historia General del Ecuador. T. V: 495 y 507; T. IV: 286.
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
con que viven los religiosos en aquellos países es tal que ella misma
abre las puertas del desorden. Los conventos están sin clausura, y
así viven los religiosos en ellos con sus concubinas dentro de las
celdas como aquellos que las mantienen en sus casas particulares,
imitando exactamente a los hombres casados... En los conventos
entran y salen mujeres a todas horas, de modo que las mujeres hacen
oficio de legos... Llevan ventajas a los que verdaderamente están
casados, porque tienen la libertad de mudar mujeres” 5 .
Pero no es sólo eso. “...Se vestían inhonestas, eran
provocativas al mal con sus indecentes ademanes, hasta en los
templos...” 6 . “Estos bailes y festejos (populares) en Quito no son
solamente frecuentísimos, sino llevados a tal grado de licencia que
no puede pensarse en ellos sin detestarlos” 7 . “El traje es indecente...
El aire de Quito está envenenado: no se respiran sino placeres; los
precipicios, los escollos de la virtud se multiplican, y se puede creer
que el templo de Venus se ha trasladado de Chipre a esta ciudad” 8 .
Un caso más: el de un sacerdote. Si el clero, llamado a
ejemplo, era como era, no podían en cierto modo menos que parecer
naturales las corrompidas inclinaciones de los civiles. “En uno de
los pueblos de la jurisdicción de Cuenca, cuyo curato pertenece a
una de las religiones, se hallaba de cura un religioso de ella en ocasión
que el cacique del pueblo tenía una hija doncella, la cual en lo que
cabe en indios sobresalía con mucho a las demás en hermosura. El
cura la había solicitado con grandes instancias, pero su mucha
honradez la había librado de caer... El cura tuvo el atrevimiento de
declararse con el padre, pero éste resistió con desprecios la depravada
propuesta. El cura dispuso un enredo, y fue el pedírsela al cacique
en matrimonio..., que pediría licencia al prelado, con cuya
circunstancia le era lícito desposarse. Dispuso una patente falsa...
Aquella misma noche, el teniente de cura hizo la función de párroco...
y desde entonces quedaron viviendo juntos” 9 .
5 ULLOA, JORGE JUAN DE y ULLOA, ANTONIO DE. Noticias secretas de América. Madrid:
Editorial América. T. II, 1918: 169.
6 SANTA CRUZ Y ESPEJO, EUGENIO DE. El Nuevo Luciano.
7 COLETI. Il Gazzetliere Americano (versión del inglés): 176.
8 Carta de Francisco José de Caldas, el 12 de abril de 1802.
9 ULLOA, JORGE JUAN DE y ULLOA, ANTONIO DE. Op. cit. T. II: 23.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Una monja abadesa 10 le escribe esto al general Sucre: “¿Será
posible, señor, que estando mi corazón lleno de un júbilo y con la
dulzura en el pecho, llegue a tener el acíbar de mis labios, para una
exigente despedida, sin verme? ¡Si es el caso, llenaré con lágrimas
los pavimentos de mis coros!”.
Otro caso: “Mirando en la dirección del Arco (en Bogotá),
observé un bullicio especial y vi que salía un destacamento de
guardia, quizá con el fin de apaciguar el inesperado tumulto que se
estaba formando en la plaza. Me dirigí en dirección del desorden, y
al llegar allí vi que eran sacados de una casa dos frailes y que eran
llevados bajo la custodia de los guardianes. Me acerqué de modo de
poder observar la fisonomía de las dos personas, quienes sin duda
me habían visto en días anteriores cuando visité el convento de su
orden, pues al mirarme le dijo el uno al otro de modo que lo pude
escuchar: ‘El estuvo allí y nos salvará’. No podía considerar el suceso
digno de contarse, porque la casa de donde eran sacados aquellos
frailes era un lupanar. ¡Y el suceso se produjo un día de viernes
santo!” 11 .
Manuela Sáenz, fruto de aquella sociedad que ha traslimitado
los conceptos de moral poco anteriores a la Revolución Francesa,
entrará en la corriente con ese ahínco tan cabal en una mujer bella
y libidinosa.
* * *
En lo demás, Quito es por entonces ciudad de sesenta mil
habitantes, “situada en un lugar algo desigual, pero no tanto como
se ha ponderado –dice Caldas–; las calles, bien empedradas; las
casas, de buen alto, blanqueadas y aseadas”. “En la plaza grande
–cuenta Coleti– hay una fuente de piedra que en lo alto tiene un
ángel dorado, que arroja agua por una trompeta que el ángel tiene
en actitud de tocarla” 12 . El hospital se halla a cargo de la Religión
10 Martina del Corazón de Jesús, carta desde el monasterio de los Remedios, Lima, con fecha 14
de abril de 1825.
11 DUNE, W. C. Bogotá en 1822.
12 Esta pila se conserva, sin el ángel, en la plaza de Calacali, población situada a poca distancia de
Quito.
19

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
de Nuestra Señora de Bethlehem (monjas que han desaparecido
posteriormente). Las construcciones se hacen únicamente de adobe.
La arquitectura de las casas, pobre de estética, no es para admirarla,
pero sí para observarla. Cada edificación había de dar al través con
rateros, ladrones y salteadores: un recio portón, protegido con
cerrojos; en seguida del zaguán, un patio cuadrado y empedrado,
circuido de corredores y habitaciones que se repliegan detrás de
ellos; luego, un pasadizo que da a un segundo patio, también
empedrado y de corredores; y, sobre esta primera construcción, un
segundo piso, en el que viven los “patrones”; abajo, la servidumbre
y esclavos. Abajo, además, son recibidas las bestias que llegan
cargadas de productos alimenticios traídos de la hacienda. Tal tipo
de casas, ahorrado de adornos, viene a ser una plaza fortificada,
hermética, muy difícil de tomarse; adentro, los dueños se sienten
seguros, y seguridad era lo buscado de los tiempos de la conquista
para adelante. Entre tales “patrones”, más que en el pueblo, hay
muchas excepciones ejemplares dentro del libertinaje general.
Aquella plaza grande o del centro está rodeada por cuatro
edificios de importancia: al costado sur, la iglesia catedral; al frente,
el palacio del obispo; en el lado oeste, el palacio de la audiencia,
pobre y mal construido, y en el oriental, el palacio del cabildo. El
terreno de la plaza se halla sembrado de cipreses raquíticos. En
seguida del edificio municipal se levanta la casa del capitán Salinas;
en lo bajo de ambos hay un soportal con el nombre del prócer.
También el palacio del obispo se adorna con amplio pórtico.
Recuéstase Quito en las faldas del volcán Pichincha, a 2.800
metros sobre el mar. “El mencionado cerro, que desde la gentilidad
se ha conceptuado por de mucha riqueza, ha venido a demostrarlo
con vetas de finísima plata que en él se han reconocido” 13 . El
montículo del sur de la ciudad, apellidado por los españoles
Panecillo, no tiene ni un árbol ni una casa. La tradición de que allí,
en lo alto, fue adorado el Sol por los incas, se toma de orín en un
rincón de las narraciones de los cronistas. Lo quebrado de las calles
impide el uso de coches ni ningún otro carruaje. La pompa de los
13 Razón de Juan Pío Montúfar y Frasco (1754) al excelentísimo señor José de Solís, capitán
general del Nuevo Reino de Granada.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
templos, su estilo, las riquezas de su decoración, las valiosísimas
obras de arte que guardan, el derroche de oro y plata en sus altares
y muros, son el más grande orgullo de los quiteños. Allá van los
hombres y las mujeres a sus fiestas, que con ser ortodoxas y bien
llevadas, aparecen en buena paz con las pasiones. Mucho se reza y
mucho se peca.
Tres o cuatro inmensas quebradas, nacidas en las breñas del
Pichincha, atraviesan la ciudad de occidente a oriente y van a caer
en el Machángara, río de pocas aguas pero de grandes profundidades
que pasa cerca del poblado. Dos de aquellas quebradas, las que se
abren paso por el centro, fueron canalizadas y rellenadas en 1615,
año en que también se inició el empedrado de las calles.
En la primera cúspide de la montaña volcánica los españoles
han plantado una cruz de madera, que se ve diminuta desde abajo,
diminuta e inaccesible.
* * *
A este Quito, principal en el Continente –como Lima– por
los templos y por los placeres, por el lujo y por la tolerancia, llega a
fines del siglo dieciocho don Simón Sáenz de Vergara, hijo de Juan
Sáenz de Vergara y de María Cruz de Yedra. Trae ambición,
recomendaciones, el título supervalioso de ser español de
nacimiento y una bella mujer payanesa: Juana María Campo
Larrahondo y Valencia (hija del matrimonio vizcaíno Francisco del
Campo Larrahondo y María Ignacia Valencia Sáenz del Pontón), a
quien hace compañía una hermana del marido, María Josefa, soltera
y bastante joven. Esta se casará más tarde con el Oidor Manzanos.
Los tres han realizado el viaje de Popayán a Quito en quince
días, a caballo. Han vivido en el trayecto toda clase de
acontecimientos y hasta han puesto en peligro, más de una vez, la
existencia. Once hermanos deja doña Juana María en Popayán; con
ellos se encontrará quizá más tarde, en el correr de los sucesos.
A poco de llegado, compra Simón Sáenz una casa en la calle
real y casi en seguida se dedica al comercio. Tiene dinero, astucia,
acierto en los negocios, corazón aventurero. Odia con facilidad,
busca el placer; parece, sin embargo, moralista; posee buen sentido,
21

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
es cruel. Tenaz en el propósito y vehemente en el empeño, descubre
situaciones aprovechables en todos los medios. Orgulloso, déspota,
en apariencia contradictorio, es capaz de parecer arrodillado para
alcanzar una merced; luego, despreciará a quien se la haya concedido.
Adquiere ascendiente con facilidad, impresiona bien, logra éxito a
corto plazo, da la sensación de hidalgo; pero, a la vuelta de poco,
deja en descubierto sus pasiones. Su cuna es noble, sus ambiciones
grandes.
Ha llegado en días de crisis económica. “El estado de pobreza
en que se hallan estas provincias –escribe el presidente don José
García León y Pizarro al ministro Gálvez, en junio de 1779– se ha
originado en su falta de comercio, en su ninguna entrada de caudales,
abandono de las minas y otros motivos, que las tiene en el último
decaimiento, en total ruina de sus habitantes, en grave destrucción
de costumbres y en notable daño de los ramos de la Real Hacienda.
De ahí se ha seguido que, cerrados los más de los obrajes y separados
los indios que se ocupaban en ellos, no tienen éstos con que pagar
sus tributos. Huyendo del apremio, los indios se desertan de los
pueblos, dejan sus mujeres e hijos, mueren de necesidad y se aminora
o acaba una raza tan importante al Estado. De aquí su falta de
instrucción, su consumada barbarie, su horror al nombre español y
sus continuos motines y levantamientos”. “Hace más de cien años
–dice Abel Victorino Brandin en 1824– que comenzó a decaer Quito
sensiblemente y a reducirse a una quinta parte de lo que eran sus
haciendas, obrajes y manufacturas”.
Ante don Antonio Mon y Velarde, presidente de la Real
Audiencia, nada obtiene Simón Sáenz, ni en lo político ni en lo
administrativo, a pesar de que lo anhela y lo busca. No así con el
presidente y capitán don Luis Antonio Muñoz de Guzmán, sucesor
de Mon y Velarde, pues consigue que se le nombre primer alcalde
ordinario. Hace valer para esto sus entronques familiares en Popayán,
toda vez que la Audiencia de Quito pertenece a la jurisdicción del
Virreinato de Santa Fe, e influye al soslayo en cada uno de sus
cabildantes hasta obtener de ellos el voto electoral. Mas procede
incorrectamente; no viene limpia la votación, actúa el fraude; este
español es de cortos escrúpulos 14 . Los Montúfares, de inmediato,
14 MONGE, CELIANO. Relieves: 24.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
azuzan al pueblo para que proteste contra la elección y haga por
desconocerla. Preséntase, en efecto, la multitud con su reclamo,
pero no es escuchada: por apaciguarla, se le pone de presente que el
cargo dura sólo por un año, de enero a enero. La audacia, la habilidad,
el tejemaneje de don Simón alcanzan predominio.
No se detiene en ser simple alcalde o juez de primera
instancia. Deja correr un año más, después del empleo, y obtiene
del Rey nada menos que el nombramiento de regidor, o sea, miembro
principal del cabildo por toda la vida 15 . La suerte va a un paso con
la astuta firmeza en el obrar. ¿Que se pelea, en largo y escabroso
pleito, con el capitán don Juan Salinas, pleito en que éste saca a
relucir su descendencia de la casa solariega del Señorío de Vizcaya?
Nada importa. No está mal pagado de su destino; seguirá adelante.
Tres hijos le da su aristocrática mujer: Pedro, José María e
Ignacio. Los dos últimos recibirán educación esmerada, pues tienen
afición por las armas, sangre noble, posición destacada y riquezas.
Todo le sale al pelo de su intento. Su señora, doña Juana, hace íntima
amistad con doña María Luisa Esterripa, esposa del presidente, algo
entrada en años y sencilla, religiosa, muy culta.
Hay, sin embargo, un puntillo que le impide figurar hasta el
nivel que quisiera: la enemistad con el marqués de Selva Alegre
(Montúfar) y con la larga familia de éste. Por aquellos días se funda
e instala en el colegio de los jesuitas la “Sociedad Patriótica de
Amigos del País de Quito”, presidida por don Luis Muñoz de
Guzmán y dirigida por el obispo Calama. “La ceremonia de la
instalación de la Sociedad fue para Quito un verdadero
acontecimiento que vino a interrumpir agradablemente la monótona
uniformidad de la vida cotidiana; como a una gran fiesta acudieron
las principales matronas de la ciudad y los artesanos, demostrando
entusiasmo y regocijo”. Los socios son los oidores y varios vecinos
notables de la población. El reglamento y los estatutos vienen
trabajados por el secretario Eugenio de Santacruz y Espejo, “el
criollo más ilustrado que, sin duda ninguna, había entonces en la
Colonia”. Busca esta Sociedad un mejoramiento en las ciencias, en
las letras, en las artes útiles y en otros ramos. A pesar del valioso
impulso inicial, la organización tiene un brillo de sólo dos años.
15 MONGE, CELIANO. Op. cit.: 18.
23

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Pero de él no participa Simón Sáenz; su nombre no consta entre tan
generosos iniciadores de progreso. Bien pudo y debió de quererlo;
pero los Montúfares se lo impiden. Ya veremos a este español,
corridos pocos años más, y muy ayudado por su hermana María
Josefa, ejercer venganzas contra sus enemigos; los odiará en su ser,
en sus teorías republicanas, en sus actos revolucionarios. Ni perdona,
ni olvida. Ama a quien ama, pero también odia a quien odia. Su hija
Manuela heredará este temperamento.
Poco después de extinguirse la Sociedad, circula, como
vocero suyo, el primer periódico escrito y publicado en esta ciudad:
Primicias de la Cultura de Quito, que trae consigo aquella fuerza en
cuya razón nadie es dueño, en adelante, de vivir impávido ante el
grande atraso de esos tiempos. En este periódico se le oye de lleno
al mestizo Espejo, mas no se encuentra a don Simón Sáenz, siempre
alejado de las pulcras delicadezas culturales. Se ha dedicado al
comercio. Odia a los criollos.
A poco de aparecido aquel primer periodiquillo, muere
Espejo. Deja sus escritos, la prédica de libertades que ejercitó sin
tregua; pero también deja odios profundos contra su persona, que
es criolla, y criolla en mestizaje. Harta paciencia hubo para que no
se le encerrase de por vida en una mazmorra por haberse tomado la
audacia de pedir: higiene, en cuanto médico; moralidad, en cuanto
teólogo; justicia, en cuanto licenciado en derecho, y libertad, en
cuanto patriota. A los españoles no se podía hablarles en tan alto
tono. Los españoles se tienen –entonces– por suma de cuanto hay
noble, respetable y digno de los mayores encomios. Véase, si no:
“El inquisidor Mañosca dio de golpes a un fraile dominicano. –Se
excomulga usted, le gritó uno de los frailes. –¡Yo excomulgarme
pegándoos a vosotros que sólo sois unos mestizos!, exclamó el
inquisidor” 16 .
Sáenz es de aquellos que nunca perdonarán a Espejo. Años
más tarde será enemigo, hasta la obsesión, de todos los buscadores
de libertad, por concitadores en contra de aquello que es lo más
español: el rey. ¿Y cómo no había de serlo cuando sacerdote como
Miguel Rodríguez, capellán del Carmen Moderno en Quito, es tan
16 GONZÁLEZ SUÁREZ, FEDERICO. Op. cit. T. IV: 146.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
insolente y atrevido que al soberano señor don Fernando VII lo
trata públicamente con el epíteto triscón de “el hijo de la María
Luisa?” 17 . ¿Y cómo no, cuando lo que se leía era mucho para la
época, y en la lectura escondíase la invitación a lograr esa tan
difamada libertad? “Yo no acabo de admirar –escribe Caldas– cómo
ha podido venir tanto libro bueno a esta ciudad (Quito); apenas hay
particular que no los tenga, y libros que no los pude ver en Santa Fe
los he hallado aquí”.
No incurráis en cobardía respecto de vuestros
propios actos. ¡No los repudiéis después de
consumados! Los remordimientos de
conciencia son una asquerosidad.
F. NIETZSCHE. El crepúsculo de los dioses. I-X.
Simón Sáenz, que no tenía de quién aconsejarse sino de sus
propios caprichos, en los días de nacer un cuarto vástago, Eulalia,
traslimita los confines matrimoniales y busca una aventura sexual.
La mujer escogida para el lance adulterino se llama María Joaquina
de Aispuru, bella y linajuda quiteña, hija de españoles. Es seducida,
y concibe 18 .
Nace Manuela y es llevada a un convento de monjas, quizás
por poco tiempo. Lo atestigua el siguiente documento –que consta
en la revista Arnahis, órgano del Archivo Nacional de Historia, de
Quito (agosto 10 de 1970) –:
En Quito, a 5 de septiembre de 1821, compareció
(ante el alcalde segundo de la ciudad) el reverendo
padre Maestro Fray Mariano Ontaneda de la Real y
17 Informe del Procurador general don Ramón Núñez del Arco, 20 de mayo de 1813. Boletín de
la Academia Nacional de Historia (Quito), Vol. XX, Nº 56.
18 Doña Joaquina de Aispuru fue nieta del español don Mateo José de Aispuru, de noble origen
vizcaíno, y de doña Gregoria Sierra y Pampley, de ascendencia de Oscos, obispado de Oviedo.
(Boletín de la Academia Nacional de Historia (Quito), Vol. XXIII, Nº 62. Estudio de don Cristóbal de
Gangotena y Jijón acerca del apellido Bustamante). Doña Joaquina hallábase emparentada con la
familia del Mazo.
Es natural concluir que Manuela Sáenz hubiese heredado, por su madre, aquella porción de
la sangre vizcaína que suele ser tan fanática, tan obsesionada, tan invencible.
25

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
26
Militar Orden de Nuestra Señora de las Mercedes y
dijo que le constaba que la niña doña Manuela Sáenz
era hija de don Simón Sáenz, regidor que fue de este
Ilustre Ayuntamiento y de doña Joaquina Aispuru, ya
difunta, hija legítima del doctor don Mateo Aispuru,
abogado que fue de esta Audiencia, respecto a que el
mismo don Simón y doña María Joaquina le contaron
ser hija de ellos, en tanto grado, que la referida doña
Joaquina, luego que parió y dio a luz a la mencionada
niña, se empeñó con el exponente para que en cierta
casa de esta ciudad se hicieran cargo de criarla hasta el
tiempo conveniente, y como no tuvo efecto dicho
empeño por causas justas que precedieron, tomaron
los padres de la niña el arbitrio de exponerla en el
Monasterio de la Concepción al cuidado y crianza de
la reverenda madre San Buenaventura, que en paz
descanse, por cuya muerte quedó al cuidado de la
reverenda madre Josefa del Santísimo Sacramento, y
que esto mismo, o a lo menos quien era la madre lo
supo con evidencia el padre lector Fray José
Casamayor; que según hace recuerdo el declarante, le
hacían sus asistencias por medio de dicho padre lector;
y que el citado don Simón Sáenz le dio al exponente
un vale de mil pesos, a que lo guarde, otorgado por él
a favor de la misma niña, el que lo entregó según hace
recuerdo a una de dichas madres.
A poco de venida al mundo Manuela, un tremendo terremoto
sacude y desarticula las poblaciones, desde Popayán hasta más allá
de Loja. Es una oscilación subterránea que va de tumbo en tumbo,
de monte a monte, tal si lomos viajantes se escurriesen a todo correr
por debajo de una manta gigantesca. Lo de la superficie tambalea;
lo de adentro brama roncamente. El grito, el gemido, la imploración
de las gentes se mezcla en el aire con el mugir de los bueyes y el
crepitar de los altos árboles retorcidos sobre sus raíces. Son las ocho
de la mañana. El celaje como que empalidece al ascender el polvo
de las grietas que se abren y se cierran por el suelo. Los valles, en
gigantesca purulencia, quedan sembrados de colinas; éstas
húndense, rajadas en mil desgarraduras. La colina de Culca se

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
desploma sobre Riobamba y la sepulta casi en su totalidad. En
hambre de tragedia, cien abismos se tragan casas, árboles, animales,
hombres. Echan llamas y lava a la vez el Tungurahua, el Quilotoa,
el Altar, el Igualata, el Saraurcu, el Putzalahua y tantos más de los
volcanes que se alzan en el Ecuador. Este cataclismo fue, según
sabios investigadores, un inmenso hundimiento de los Andes que
en aquella parte consolidaban sus bases. Muchos ríos se obstruyen,
otros pierden el cauce. En Quito vuelan por los aires las torres de la
catedral, de Santo Domingo, de San Agustín y la Merced; el templo
de El Carmen se reduce a escombros, muchas casas amenazan ruina;
en el monasterio de la Concepción muere una tierna niña 19 ; pero las
víctimas en esta ciudad son pocas, visto que la grande multitud se
halla al norte, en despoblado, en espera de una procesión de la Virgen
de Guápulo, a quien imploran las gentes para que cese la prolongada
sequía anterior al terremoto. La laguna de Colta echa a torrentes su
agua, con la que anega una población en escombros. Guaranda,
Alausí, son sólo ruinas y cadáveres. Más de veinte mil muertos,
muchos miles de heridos y un pánico grande es el resultado de la
formidable conmoción. Los temblores siguen por espacio de cuatro
meses, menos intensos que el primero; se cree que ha llegado el fin
de los tiempos descrito en la Biblia. Los indios, por su parte,
atemorizados y todo, se lanzan al asesinato, al saqueo.
Hay que acudir en socorro de los sobrevivientes. ¡El real
tesoro se niega a dar un centavo porque “el dinero del rey es sagrado”!
El presidente, con sordera igual, se aprovecha del cumplimiento de
su período administrativo y parte para Lima con una bolsa propia
de más de sesenta mil pesos en plata sellada. El presidente, los
tesoreros reales, los oidores eran españoles; ¿a qué, pues, socorro
para los criollos? Aquellos tiempos desconocen u olvidan la moral
católica al par de la caridad. En alas azulinas vuela el placer, y con
él la molicie, la injusticia, la postergación de los deberes
fundamentales. No hay ya voz para hacer la condenación de estas
realidades, muerto Espejo. Pero la insurrección general se acerca.
“¿Dónde cabía ya en América el privilegio de chapetones sobre
criollos?” 20 .
19 Probablemente otra ilegítima, como Manuela.
20 ZALDUMBIDE, GONZALO. “Un prócer quiteño fusilado en Buga”. Boletín de la Academia
Nacional de Historia (Quito), Vol. XX, Nº 56.
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Contados hechos de relieve se suceden en las postrimerías
de la vida colonial en la Audiencia de Quito: la administración del
presidente Carondelet, sucesor de Muñoz; la nueva fundación de
Riobamba; la visita del sabio Humboldt, a quien aguardaba el sabio
Caldas, y la primera exploración a las islas de Galápagos. Humboldt
es atendido por el marqués de Selva Alegre, famoso luego en las
luchas por la independencia y persistente enemigo de Simón Sáenz
de Vergara.
Tiene Manuelita en los primeros años de su vida –años sin
trascendencia ni interés histórico, ya fuera del convento– una
compañera de juegos, sólo tres o cuatro años mayor: Jonatás. Es
negra retinta, esclava, comprada entre las negrerías del Chota. Fiel,
discretísima, inquieta y conversona, caprichosa, inteligente, hace
las delicias de su “patronita” Manuela. Plácele principalmente imitar
a los animales –más tarde remedará a las personas–, y lo hace con
grande acierto: maúlla, gruñe, ladra, hasta canta y silba de cuando
en cuando. Si le mandan a la calle, vuelve llena de noticias; si le
llevan a misa, reza más que todos, puestos los ojos en blanco. Parece
vergonzosa, ríe sonoramente. Detesta el trabajo; ama lo sensacional.
Para Manuelita es un ser íntimo, casi una compañera indispensable.
Juntas se pasan buena parte del día, conversan, discuten, pelean,
juegan, se enojan y vuelven a amistarse. Y así van creciendo, unidas
por el destino. Y unidas se quedarán hasta la hora en que la una le
acompañará a la otra al sepulcro.
Varios hechos impresionan profundamente la conciencia de
la niña. Su padre viene a visitarla pocas veces; la acaricia poco;
prefiere conversar con su mamá. A veces, esta conversación se hace
casi en secreto, y a ella le mandan que salga y juegue con Jonatás.
¿Por qué no viven juntos siempre el papá y la mamá, como sucede
en otras casas que ella conoce? La cocinera no quiere explicárselo;
la negra lo ignora; sus tíos – hermano y hermana de su mamá–
sonríen ante la pregunta.
Un día la lleva el papá a conocer a sus “hermanitos” Pedro,
José María, Ignacio, Eulalia. Tienen otra mamá. Es tratada la niña
con grande frialdad, casi hoscamente; no la llaman a jugar; si le
obsequian un dulce, es sólo por orden expresa del padre. Ocasionada
a la sensibilidad, cuando regresa a casa protesta; afirma que no
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
volverá a esa visita. Pero retorna, con más y más frecuencia, porque
Pedro no la molesta; José María ha comenzado a acercársele, a
intimar sinceramente; Ignacio también juega con ella, pero sin mayor
interés. Eulalia, en cambio, es fría, vanidosa, altanera desde que
nació. Les entusiasma a los varones ponerse de soldados, marchar,
mandar, hacer de guerreros que matan y triunfan. Es casi el único
juego de todas las veces. Las niñas les secundan. Manuela hace
también de generala o capitana; de muerto, en ocasiones. Eulalia se
entusiasma cuando la nombran reina y le rinden honores de tal;
siéntese satisfecha, orgullosa, no quisiera bajar del trono; delante
de ella pasan los cuatro, caballeros en sendos palos largos y delgados
que saltan, relinchan, se encabritan.
El siglo diecinueve comienza sus primeros años, y con ellos
le alcanza a Simón Sáenz el cincuentenario de su nacimiento. Tiene
ya canas abundantes; las arrugas en la frente son hondas, y en
adelante, la ambición, no el placer sexual, será su meta. Siempre
fue ambicioso, lo mismo el día que engendra a Manuela que ahora
que comienza a declinar. Por ambición vino a tierras americanas,
por ambición llegó a radicarse en Quito. En los ambiciosos, el punto
de partida cotidiano suele ser el empleo de todos los medios: de no
utilizarlos por igual, los honestos y los otros, fracasa el propósito.
Este veneno –o riqueza íntima– ha calado muy hondo en el alma de
Manuela, que tiene heredados ya sensualidad, capricho, aventura,
audacia, por parte de su padre. Audaz es también la madre, Joaquina
de Aispuru. Se ha jugado la vida en un lance de adulterio: la vida
del futuro, que no le permitirá casarse. Es mujer de recio temple,
que hará frente a la adversidad con gran valentía, durante varios
años, cuando la primera revolución de los patriotas quiteños sea
sofocada y ahogada en sangre; luego, la libertad le dará nuevas
riquezas con que respaldar al único objeto de su amor: su hija.
Sus relaciones con Simón Sáenz sufren intervalos cada día
mayores. El empieza a perder la plenitud; sus hijos varones han
crecido ya lo suficiente para comenzar a educarles; no piensa sino
en hacer del uno un buen comerciante y de los otros valiosos militares
del rey. Doña Joaquina, por tanto, ve desvanecidas sus ilusiones
sentimentales, hasta que llega un día en que ya no entrega su cuerpo
al español. Ya no le ama, ni tiene simpatías por él; se ha extinguido
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
la llama para siempre. Dentro de poco, de muy poco, antes de 1810,
comenzará a odiarle. De tales sentimientos participa Manuelita por
entero. Dentro de corto plazo se quejará de que se ha quedado sin
padre, de que nunca lo tuvo, y permitirá que se alimente, y brote, y
se agigante el dolor en su corazón para extraer de allí una indomable
voluntad, apasionada pero sin sentimentalismos, enérgica,
imperativa, capaz de hundir en el polvo a quien se le ponga delante,
hombre o mujer. Aún no ha llegado a los doce años y ya ha tenido
impresionantes contrastes. Sus hermanos –los hijos de Juana Campo
Larrahondo– muy poco la visitan; Eulalia padece orgullos vanidosos
insoportables. “Mis hermanos mucho me han hecho sufrir”, escribirá
veinticinco años más tarde.
30
* * *
Antes de entrar a la pubertad le falta una experiencia: la
revolución. Y la revolución se produce. Los criollos se niegan a
obedecer por más tiempo a los españoles, y no paran hasta no dar
en la sabiduría de libertarse. La independencia está madura de caerse
y sólo falta que reviente el incendio de la rebelión.
La aristocracia criolla –grupo de latifundistas– tiene ya ánimo
levantado; estima que gobernar es su derecho; en contraposición,
los españoles poco aptos la dejan para regirse por sí propia. ¿Que
hay varones criollos de cuenta? Pues, a estorbarlos. ¿Que de éste o
del otro son los merecimientos? A impedir un ascenso hasta las
categorías de mando. Criollos que miran con amplios horizontes, a
cuestas con sólo segundos puestos administrativos y políticos, no
pueden ya con el abajamiento. Toda cosa es injusta para ellos: las
leyes de Indias, excelentes en su texto, pero insistentemente burladas;
la organización global monárquica, por lejana, carente de arraigo en
la conciencia popular. En tal conciencia, los chapetones son
forasteros, y amén de forasteros, insolentes. Por su parte, “el
funcionario de la Corona es casta migratoria, que no se siente en
América como en tierra suya, sino en lugar de tránsito. La capa
estable, intermedia entre la administración dominante –pero
temporánea– y el campesinado y el artesanado, no podía permitir
que su América fuese presa de quita y pon de funcionarios mandados

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
por una España que sólo se asomaba en esas autoridades arbitrarias,
urgidas de trashumancia administrativa o de codicia a corto plazo”.
Estudiantes en las aulas descúbrense de precoz ingenio, y les hiere
que los españoles les arrebaten una primacía que, puesto está en
razón, les pertenece. A poco hacer, saldrá el conflicto. “En la profusa
serie de altos títulos, en la graduación superior de la milicia, en la
lista distinguida de los puestos políticos y judiciales y en la elevada
carrera de la iglesia no se hallaban los nombres de los hijos de
ultramar; la rara elección de uno que otro americano se lograba a
fuer de dinero y de influjos poderosos en la corte. Hasta los inferiores
puestos en las audiencias, las gobernaciones y los grados medios de
la milicia eran esquivados a los colonos. A los virreyes, gobernadores
y ministros de las audiencias les era prohibido casarse en América,
y hasta el uso cortesano de visitas se les impedía” 21 .
Desde otro punto de observación, da grima ver cómo el
rendimiento de los impuestos se va a la metrópoli o es enviado para
sostener las cárceles de Cartagena. Escasísimo lo que dejan; más
poco todavía lo que con ello se ejecuta en punto a progreso. Podríanse
destinar, sin duda, esos caudales a beneficio más merecido, puesto
que sea en la propia América. El monto mismo de las contribuciones
debe de ser menor y más justamente obtenido, no solamente para
mayor holgura de los terratenientes, pero también por un principio
de nacionalismo ya bastante definido. Para los criollos, la verdadera
autoridad –la inmediata, cuya eficacia se palpa– reside en el cabildo,
muy más que en el rey, cuando el rey está tan lejano, inaccesible.
Ese organismo va tan adentro de la conciencia colectiva, que un
cabildo abierto significa la soberanía total en las graves emergencias.
El sentimiento patrio, el sentimiento de la tierra propia, sirven de
airón gallardo a las íntimas ambiciones revolucionarias, que presto
dan con el camino de la sublevación a mano armada. Manuela Sáenz,
aún impúber, va a presenciarla en toda su pujanza.
Alguna influencia ejercen los escritos de los enciclopedistas
franceses, pero no tanta. Más que razonado y aprendido, el
movimiento que va a iniciarse es sentimental, demagógico, rico en
codicia. Escasos aparecen los intelectuales de entonces; y a pesar
21 PLAZA, JOSÉ ANTONIO DE. Memorias para la Historia de la Nueva Granada. Bogotá, 1850: 444.
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de que han fatigado sus miembros de tanto propagar secreta y
peligrosamente las doctrinas liberales, pocos llegan a ser quienes
escuchan y aprenden la buena nueva. No con argumentos, antes
con pasiones y ambición se ha de romper la obra de cuatro siglos.
Colaboran los libros, corren de aquí para allá “los derechos del
hombre”; de éstos es la inspiración, de los otros, las ideas que se
quedan pegadas en la mente. Hay campo propicio para los dos; por
esto que prosperan sus enseñanzas en las ciudades, en los villorrios
cuajados de gente, entre los encomenderos y en medio de los
comerciantes. Como que la libertad “se anda donairosa, flechadora
ya con sus rasgados ojos negros”.
El marqués de Selva Alegre, desde 1804, ha roto sus votos
de acatamiento al monarca, para inculcar, en cambio, los ideales de
la emancipación.
Un día, a eso de las dos de la tarde, entran por el sur de
Quito, en medio de numerosos dragones, varios prisioneros tomados
en el obraje de Chillo, al oriente de la ciudad (25 de marzo de 1809).
Han sido denunciados como revolucionarios por tres frailes de la
Merced: Polo, González y Lozada. A ojos de los quiteños quedan
revestidos los prisioneros de una aureola ejemplar: son las víctimas
iniciales del fermento de rebeldía que bulle en todas las entrañas.
Se llaman: Juan Pío Montúfar (marqués de Selva Alegre), el coronel
Nicolás de la Peña, el capitán Salinas, el doctor Rodríguez de
Quiroga, el doctor Juan de Dios Morales, el presbítero Riofrío. Son
encerrados en el mismo convento de la Merced. Manuela los ve
pasar, pues acude con su madre al balcón de su casa al golpe de los
cascos de la caballería contra las piedras en la calle Real. Se
impresiona. Retiene para siempre lo visto. Cortos días dura la prisión
para estos patriotas: teme el presidente Ruiz de Castilla perjudiciales
complicaciones, obra con prudencia y los deja libres al par que más
cautos. El episodio forja en el alma de Manuela aquella admiración
al heroísmo que le quema luego en toda la vida. Qué inmenso iba
ese Montúfar sobre su caballo castaño, erguida la cabeza, fruncido
el ceño, limpia la frente de culpa; hay arrogancia en él, porte gentil,
rasgos de noble y de caballero. Qué imponente aparecía ese Salinas,
de robustos bigotes y barba poblada, señorial bajo su airoso sombrero
de campo. De permitirlo su madre, la niña habría aplaudido. Por
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
secreto instinto, visto que el héroe deslumbra, se entusiasma hasta
el fanatismo, y acosa a preguntas a su mamá: quiénes son todos,
qué hacían, por qué los traen entre dragones, por qué no se defienden,
ni atacan, ni pelean; qué suerte correrán, si habrán de matarlos, si
serán salvados, si tienen hijos, si se les puede visitar... ¿Qué razones
o sentimientos –¡absurdo, imposible!– impulsan a su padre a ser
enemigo de estos hombres gloriosos, a quienes su madre concede
todos los méritos y los pone dignos de ser entallados en mármol?
¡Oh, su padre es un imbécil! ¿Por qué no ha vuelto nunca más a
casa? ¿Puede un padre olvidar así a una hija? ¿Así son los chapetones?
No quedan las cosas en aquel punto de vencimiento, pues
cuatro meses más tarde llegan a culminar en una nueva insurrección,
“la primera y más seria de las tentativas de independencia a que se
atrevieron los americanos”, según M. Jiménez de la Espada 22 .
Después de todo cuanto ha recibido Manuela en herencia y de lo
que ha presenciado en su infancia, esto de la noche del 9 de agosto
de 1809 será para su conciencia suceso de profundísima huella.
Desde este 9 de agosto, Manuela no se libertará ya nunca de cuatro
puntos que informan su existencia: ser libre, libérrima, en cuanto a
moral; amar con delirio u odiar en el mismo grado; ser rebelde,
revolucionaria, belicista, tempestuosa; entender la vida a lo grande
y conformar todos los actos a esta actitud elevada, en la cual, por
otra parte, vienen involucrados todos los desprendimientos y aun
todas las generosidades. “Amable loca” la llamará Bolívar; “mujer
excéntrica”, O’Leary; “parecía una reina”, Garibaldi; “perfecto tipo
de la mujer altiva, mujer superior acostumbrada al mando”, Ricardo
Palma; “un formidable carácter, amiga de mis amigos, y enemiga de
mis enemigos”, ella a sí misma.
No hay rey en España en esos momentos. Es lícito sublevarse.
Pueden entrar en la conspiración españoles y criollos, porque en el
trono madrileño se sienta el usurpador José Bonaparte desde hace
ya más de un año. Es la hora de emprender una guerra civil, en
forma pasiva, expectante, puesto que la activa la llevan ya los
españoles desde el 2 de mayo de 1808 en la propia metrópoli. No
cejarán hasta que no sea libertada su majestad Fernando VII, el
22 Prólogo de la Guerra de Quito, por Cieza de León.
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
“reyezuelo de chusma”, inteligente, retorcido de conciencia, traidor,
cínico y cruel, prisionero de Napoleón después de la vergonzosa
acción de Bayona.
Y si no hay rey legítimo en Madrid, y si habiéndolo en
Londres los norteamericanos han conquistado su independencia,
¿por qué no intentar la aventura, dorada en estos momentos por
visos de legitimidad?
Son las cinco de la tarde. Los diferentes barrios de Quito
han instituido apoderados, quienes nombran personeros encargados
de la formación de la primera Junta Revolucionaria. Nadie se lo ha
estorbado. Españoles y criollos marchan de acuerdo, excepto el
presidente de la Audiencia y unos pocos más.
El punto de reunión de los revoltosos es la casa de doña
Manuela Cañizares, junto al templo de El Sagrario. Desde varios
días antes han conferenciado allí y han encontrado la más franca
colaboración en esta dama bella y singular, generosa, libre en su
pensamiento y en sus costumbres. Es la amante del doctor Manuel
Rodríguez de Quiroga, uno de los asistentes aquella noche 23 ; arrienda
un cuarto contiguo al suyo, con puerta de comunicación, al sacerdote
Antonio Costelo 24 ; detalles éstos que, sabidos más tarde, impresionan
aún más la fantasía de Manuelita Sáenz y que la colocan en el camino
del amor libre, francamente, abiertamente, toda vez que la acogedora
de todos los conspiradores es personaje de resalte, afamada, gloriosa,
envidiable 25 .
A las siete de la noche hay ya bastante pueblo en esa casa; a
las ocho y media llegan el doctor Juan de Dios Morales y otros; los
últimos son don Javier de Ascázubi y don Manuel Angulo. Están
como cincuenta, casi todos en el piso alto, unos pocos en el portón
para las indispensables identificaciones. Hay afuera oscuridad
profunda; los de adentro se alumbran con velas y proceden de
inmediato a leer el Acta escrita previamente en la casa de Ascázubi
23 Oficio del Oidor Fuertes al Virrey Abascal, septiembre 17 de 1809.
24 Consta en la Defensa de Salinas, 10 de junio de 1810.
25 Sobre las costumbres de la época dice Carleton Beals en América ante América (pág. 182 de la
versión de Reyes C.): “Sacerdotes y monjas tenían relaciones sexuales, jugaban en exceso,
comían opíparamente y se embriagaban. Este libertinaje y lujo general eran simplemente un
reflejo de lo que caracterizaba a los círculos de la clase alta de España: lazos sexuales mundanos,
prostitución, cortesanas de alta sociedad”.
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y destinada a ser la primera de independencia en Iberoamérica. La
firman únicamente los diputados del pueblo, que a la vez hacen
varios nombramientos administrativos: presidente de la Junta, con
trato de Alteza Serenísima, al marqués de Selva Alegre, prestigioso
miembro de la masonería, quien no se halla presente, pero ha enviado
seiscientos pesos para distribuirlos luego entre la tropa; ministros,
doctores Juan de Dios Morales, Manuel Rodríguez de Quiroga y
Juan de Larrea; jefe del ejército, capitán Juan Salinas, a quien se le
asciende a coronel. El capitán Salinas llega solo a las diez de la
noche. Hasta entonces ha estado recogido en su casa, de compañero
de su nerviosísima esposa y de platicante con su gran amiga doña
Josefina Tinajero. Viene traído por una delegación, y después de
escuchar la lectura del Acta, “medita en su grave responsabilidad,
entusiasmado en sumo grado”.
Reza la célebre Acta: “Nos, los infrascritos diputados del
pueblo declaramos solemnemente haber cesado en sus funciones
los magistrados actuales de esta capital y sus provincias. Los
antedichos individuos, unidos con los representantes de los cabildos
de las provincias y los que se unieren voluntariamente en lo sucesivo,
compondrán una Junta Suprema que gobernará interinamente y a
nombre y como representante de nuestro legítimo soberano el señor
don Fernando VII y mientras su Majestad recupera la Península o
viene a imperar, etc.”. Es un acta de revolucionarios que obran
tímidamente, prudentemente; para no fracasar y por no lanzarse
directamente contra los chapetones, introducen el sofisma del
cautiverio del rey.
Todos los concurrentes están armados. Como Salinas, hay
varios que llevan sable, puñal y pistolas. En aquello de poner en
grave riesgo la vida no hay timidez. Ni titubeos. Adelántase el
coronel, síguenle todos y mucho pueblo; entra al cuartel en donde
duermen como ciento sesenta soldados, varios ya comprometidos
en la sublevación; tocan alarma; forma la tropa en el patio, léeles el
coronel el Acta firmada en casa de Cañizares, los soldados se exaltan
de entusiasmo y prorrumpen en hurras y en unas cuantas maldiciones
blasfemas. Es la una y media de la mañana. Entran todos los
conjurados, penetra el pueblo, y el doctor Morales pronuncia una
arenga exultativa. Lee luego el “Manifiesto al público” –que ya llevan
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
impreso– en donde está dicho aquello que no se atrevieron a poner
en el Acta: “No se nos ha tenido por hombres sino por bestias de
carga, destinadas a soportar el yugo que se quería imponer... Se ha
hecho por los españoles europeos la más ultrajante desconfianza de
los americanos... Ostentan una vanidad ridícula, no se dignan hacer a
sus esclavos partícipes de sus cuidados y decretan allá en sus nocturnos
conventículos la suerte desgraciada de éstos, soñando conservar el
señorío... A los procesantes (los que apresaron hace cinco meses a
varios patriotas) es preciso calificar de los opresores de los criollos y
usurpadores de sus derechos naturales... Nacen de todo lo expuesto
dos consecuencias evidentes: primero, que el mismo derecho que tiene
ahora Sevilla para formar interinamente Junta Suprema de Gobierno,
tiene para lo mismo cualquiera de los reinos de América; y segundo,
que han cesado sin disputa alguna los magistrados en sus funciones,
quedando por necesidad la soberanía en el pueblo”. La revolución de Quito
está consumada, pero sólo como simple atisbo de independencia total.
El resto es cuestión de meras disposiciones militares: prisión y
destitución del presidente conde Ruiz de Castilla, anciano, inepto;
vigilancia a muchos en sus propias casas, pero de modo especialísimo
a Simón Sáenz, uno de los más petulantes “españoles de Europa”,
furioso enemigo de todos los sublevados. Manuela muy poco entiende
de todo eso, pero al amanecer cuando repican las campanas y
retumban los cañones en salvas prolongadas, halla que una noche así
es una aventura que le emociona intensamente.
Entrado el día, Simón Sáenz es conducido a la cárcel con
varios otros, noticia que pone en el espíritu de Manuela emociones
contradictorias, inquietantes. Es su padre, es el enemigo de los
patriotas, su madre está entre los patriotas, sus hermanos también,
su hermana Eulalia se ha puesto naturalmente de parte de don Simón
porque esos son sus naturales sentimientos. Sus parientes hállanse
divididos pero la mayoría respalda a Montúfar, el nuevo presidente;
hay alborozo general, por tres noches se ponen luminarias en todas
las casas. Manuela, seguramente, no reacciona en el sentido de la
compasión; probablemente de esta primera experiencia arranca aquella
frase amarga que estampará en una carta a Bolívar en marzo de 1828:
“Este es el pensamiento más humano: que mueran diez para salvar
millones”.
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A los siete días se reúnen todos los actuantes del día 10,
más muchos otros, en la sala capitular del convento de San Agustín
para ratificar lo acordado anteriormente. Lo hacen con mucha
solemnidad, presididos por Montúfar. Concurren tres marqueses
más: de Solanda, de Villa Orellana y de Miraflores. El vicepresidente
de la Junta Suprema es el obispo Cuero y Cayzedo, quien al día
siguiente celebra un pomposo Tedeum en la catedral con asistencia
de todas las autoridades, el clero, las damas principales. Una nueva
experiencia honda para Manuela.
En el ser extraordinario es innata la búsqueda
de una suerte extraordinaria. A su naturaleza
superdimensional se conforma el vivir
heroicamente, peligrosamente.
STEFAN ZWEIG. Maria Antonieta (prólogo).
Hay boda en la familia. Eulalia, apenas entrada a la pubertad,
orgullosa y desdeñadora pero muy inteligente, ve con angustia la
división de los suyos: el padre, en la cárcel; los hermanos,
acuartelados y abiertamente en contra del padre; ella, lamentándose
a solas con la madre de tan grave desgracia para la familia. También
están en peligro los bienes del hogar por causa de la maldita
revolución que ella, Eulalia, detesta con toda su alma diminuta.
Unido todo esto a sus temores de que la revuelta tome caracteres
más amenazantes y a su íntimo deseo de definir su existencia, fácil
le parece ceder ante la orden de su madre de que se proceda al
matrimonio con el oidor Muñoz, que le dobla, y algo más, en años.
El novio es rico, español, bien nacido. Hay sospechas de que haya
andado en convivencia con los enemigos de la revolución; pueden
apresarlo. No queda tiempo que perder. Celébrase el ceremonial
religioso de tradición y los esposos parten de inmediato a España,
de donde no volverán nunca. Manuela, sí sufre con esta partida; no
asistió quizás al matrimonio pero sus sentimientos todavía ingenuos
le hacen probablemente derramar lágrimas con el viaje. Le quedan
tres hermanos, Pedro, entregado al comercio; José María e Ignacio,
quienes, al menos, participan por el momento de los propósitos
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
reivindicadores de la generalidad. Ellos, además, la visitan, la
quieren, le hacen obsequios, la acompañan. Con ellos guardará
intimidad, sobre todo con José María, por muchos años, por más
que “le hagan sufrir”. Pedro e Ignacio la explotarán.
Los primeros enemigos del nuevo orden de cosas son el
gobernador y el obispo de Cuenca, Melchor Aymerich –que más
tarde será derrotado por Sucre– y Andrés Quintán; también se opone
el gobernador de Guayaquil, Bartolomé Cucalón 26 . En una y otra
ciudad comienza la persecución para los patriotas; a los que no se
les encierra en prisión en Guayaquil, envíaseles en destierro a Lima.
Don Joaquín Tobar muere en los calabozos cargado de grillos; yacen
en la cárcel el general Francisco Bejarano y don Vicente Rocafuerte
(más tarde persecutor de Manuela Sáenz). Lo más grave está en que
se organizan batallones para marchar sobre los revoltosos de Quito;
el primero en ponerse en camino es uno de quinientos hombres
enviados por Abascal, el virrey de Lima, y comandados por el coronel
Manuel Arredondo. ¡La sangre que derramará luego este trágico
batallón! Otro, de trescientos hombres envía apresuradamente el
virrey Amar y Borbón de Bogotá, al que se juntan numerosos sujetos
de Panamá, Popayán, Cali; los comanda el coronel español José
Duprey. ¿Qué hacer? La Junta Suprema carece de fuerzas y de dinero.
El cabildo de Riobamba inicia la contrarrevolución; prodúcese la
defección de las fuerzas de la Junta encargada de la defensa de
Guaranda y Alausí. Más apremiante parece el peligro por el norte y
se organiza en seguida un cuerpo de infantería en Tulcán, con armas
que les mandan de Quito; pónese a la cabeza el cura Riofrío y se
traba la pelea en el pueblecillo de Funes; caen las primeras víctimas
patriotas y, en la derrota, sucumben los primeros cien prisioneros.
Se ha dado la primera batalla por la independencia de Iberoamérica
(16 de octubre de 1809). Al cabo de sólo dos meses la emancipación
proclamada en Quito y no secundada sino en contadísimas
poblaciones, fracasa. Tras la renuncia de Montúfar viene la
restitución del conde Ruiz de Castilla en la presidencia (25 de
octubre), y a poco de ella llegan los famosos quinientos soldados
26 MUÑOZ VERNAZA, ALBERTO. “Memorias sobre la revolución de Quito”. La Unión
Literaria (Cuenca), (1890).
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limeños (24 de noviembre), que son recibidos en triunfo, bajo arcos
de flores, por orden del gobierno. Se les llama “los pacificadores del
reino de Quito”. Ya están en libertad los apresados el día de la
insurrección, entre ellos Simón Sáenz, alma pequeña que se dispone
a una tremenda venganza, tanto más baja cuanto que en ella puede
incluirse a su antigua amante. ¡Ya con el respaldo de quinientos
soldados es posible ejercitar represalias, y que tiemblen los actores
del 10 de agosto! Todos estos sucesos “penetran por todos los
sentidos ávidos de la niña, y se entretejen con su vida y su persona”.
El sentido heroico la tiene embargada, en la misma intensidad en
que la trae poseída desde la infancia el sentido lúbrico. ¿Quién que
es niño inteligente, vigoroso, no siente el impulso hacia las empresas
grandes, donde brilla el señuelo de algo impreciso pero
deslumbrador?
Diez días han bastado para que descansen los limeños. Ya
se puede proceder. Y se procede el día 4 de diciembre, con mucho
alboroto militar y grande concurrencia de pueblo, a apresar a más
de sesenta ciudadanos; se publica luego un decreto que contiene
este párrafo: “Siempre que sepan de cualquiera de los prófugos, los
denuncien prontamente al gobierno, bajo la pena de muerte a los
que no lo hicieren” 27 . Se habían escondido, según las autoridades
españolas, como ciento cincuenta. Aquel día es de pesadilla para
los quiteños. Ya al anochecer la consternación surge tan grande que
nadie piensa en salir de casa; hasta los presumidos de fieles a Ruiz
de Castilla temen traiciones, puesto que la traición es el
aprovechamiento de la hora.
Largo va a durar el proceso acusatorio. Han nombrado juez
a don Felipe Fuertes Amar, de carácter tortuoso, bastante ignorante;
los patriotas le dieron el cargo de regente, considerándole fiel al
nuevo empeño, y no habían pasado cuarenta días cuando ya informó
al virrey de Lima sobre todos los sucesos de la revolución. Para
fiscal es designado don Tomás Aréchaga, que también hubo de la
Junta Suprema el nombramiento de protector general en lo criminal.
“Está entregado con escándalo público –dice de él el provisor
27 CEVALLOS, PEDRO FERMÍN. Resumen de la historia de Ecuador desde su origen hasta 1845. T. III,
Cap. 1.
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Cayzedo, en nota reservada al virrey de Bogotá– al amor de una
mujer cuyo lujo no puede sostener con sólo la renta de interino;
tiene ya contra sí los rumores que corren de que está llenando las
cárceles de prisioneros, para que éstos le llenen el bolsillo de plata”.
Es hombre inteligente, desalmado, impositivo, lleno de recursos para
las probanzas. Presenta su acusación y pide para los principales
patriotas “la pena ordinaria del último suplicio y confiscación de
todos sus bienes”; además, han de ser pasados por las armas uno de
cada cinco de los soldados que proclamaron la revuelta 28 . Los
acusados obran con sendas defensas jurídicas. Por sí o por medio de
abogados, Salinas redacta la suya porque “su grande pobreza no le
permite nombrar abogado”. Fórmase con todos los documentos,
declaraciones, etc., un legajo de cuatro mil hojas, que es enviado al
virrey de Bogotá el 22 de junio de 1810, por medio de don Víctor
Félix de San Miguel, quien viaja en esta fecha acompañado de
escolta.
Ya es posible visitar a los presos con mayor frecuencia. Están
bien vigilados, pared de por medio con el cuartel de los quinientos
limeños que trajo Arredondo. Llévanles obsequios y consuelo; les
alientan respecto de la sentencia, que debería ser absolutoria. Las
experiencias se acumulan en la niña que está a punto de entrar en la
pubertad. Va muy pronto a comenzar el impulso romántico de la
primera edad humana. Esta niña impaciente, que se dedica a ver,
observar, averiguar y vivir intensamente, escribirá más tarde: “¡Jamás
me harán vacilar, ni temer”.
El preso más visitado es el coronel Salinas. No sólo por los
sucesos que se conocen, sino porque, como declara el mismo militar
en su defensa, “el enemigo capital mío es don Simón Sáenz”. “El
caso es –dice– que el enemigo capital mío, como a V.E. consta, don
Simón Sáenz, abusando de la íntima amistad que él, doña Josefa y
su marido el auditor tienen con el padre Polo, siendo éste compadre
de ambos, y a causa de su sencillez, contándoles de mi plan le
influyeron e hicieron creer era para república, impeliéndole lo
denunciase como tal. El padre Polo dijo lo que dijo en su
28 Los siguientes son los principales acusados: Morales, Rodríguez de Quiroga, Salinas, Ascázubi,
Juan Larrea, Bustamante, los curas Riofrío, Correa y Castelo; Padilla, Ante, Jiménez, Villalobos,
Checa, etc.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
conocimiento porque su idolatrado don Simón Sáenz no estaba de
presidente”.
¿Se puede amar a un padre así, se lo debe odiar?, se pregunta
Manuela, sin acertar a responderse a sí misma. Pero a la vez que se
queda pensativa ante el tremendo contraste, siente en su espíritu
un inmenso vacío: el del amor de un hombre. Para toda niña el
primer amor masculino es el de su padre. El vacío ha de tornarse en
anhelo, en inquietud, en sed que habrá de ser satisfecha
abundantemente, tumultuosamente.
Por su parte, Simón Sáenz conserva otra razón de venganza
contra Salinas y los patriotas: entre los apresados el 10 de agosto
del año anterior se hallaba su propia hermana doña Josefa, la esposa
del oidor Manzanos. Fueron recluidos, él en la cárcel y ella en el
monasterio de la Concepción. También a esta mujer le llegará la
hora de actuar contra sus encarceladores; pero, para que se haga la
compensación que siempre se establece en las acciones humanas,
entregará al Ecuador, ya independizado, un nobilísimo patriota: el
doctor Manuel Angulo, niño entonces de sólo seis años, hijo adoptado
por ella. El niño había nacido de los amores ilegítimos de don Agustín
Angulo y de doña Salvadora Villagómez.
* * *
Un suceso precipita los acontecimientos. El Consejo de
Regencia de España, que se halla en la Isla de León, sabedor de la
insurrección de Quito y de preparativos que se hacían en otras partes,
envía tres comisionados regios encargados de restablecer y mantener
la paz: José de Cos Iberri para el Alto Perú (Bolivia), Antonio
Villavicencio para Nueva Granada (Colombia) y Carlos Montúfar
para la Presidencia de Quito. Este Carlos Montúfar es hijo del
marqués de Selva Alegre, presidente de la Junta Suprema. Fracasada
aquella Junta, puede Montúfar producir trastornos; así lo entiende
Ruiz de Castilla y determina estorbar su llegada, por lo menos hasta
tanto no se defina la situación de los patriotas apresados. El
comisionado regio, con poderes plenos, podría obstaculizar la
sentencia de muerte que está por dictarse contra los prisioneros.
Pero ya se encuentra en Cartagena, ya avanza a Bogotá. Muévese el
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
virrey para detenerlo; el coronel burla toda vigilancia, es astuto,
audaz, escapa a todas las celadas. Se difunde la noticia en Quito y
surge la esperanza en todos. Y se alza también, y se precipita, la
sombra de la tragedia, porque el fiscal del proceso, Tomás
Aréchaga 29 , y el jefe de las tropas limeñas Arredondo encuentra la
manera de terminar el conflicto en forma rápida, sencilla. Simón
Sáenz y Vergara Gaviria ejecutarán el plan con inteligencia y odio 30 .
Los mulatos del Real de Lima hacen un día como que van a saquear
la ciudad (hasta era posible que así lo deseasen y tuvieran resuelto);
alborótase el pueblo; el comandante de la prevención, Fernando
Bassantes, da a voz en cuello la siguiente orden: a la menor novedad,
acábese con los presos 31 . Queda restablecida la normalidad; pero,
entretanto, con repugnante astucia Simón Sáenz y Vergara Gaviria
se acercan a los hombres sencillos del pueblo y les convencen de
que es muy posible y fácil libertar a los prisioneros: bastará que
unos pocos se lleguen armados de puñales, para no hacer ruido,
violenten la guardia de las dos prisiones, la una que queda junto al
Real de Lima (a pocos metros de la plaza grande) y la otra a dos
cuadras de distancia de la misma plaza; una vez adentro, la hora de
la libertad habrá sonado para todos los detenidos. Aceptan unos
cuantos la sugerencia y se encargan de regar el secreto con suma de
cuidados. Con seis o siete para la una prisión, aquella en que están
los más importantes prisioneros, y con cuatro para la otra, decididos
a todo, habrá lo suficiente. Entre los primeros irá uno que está
amaestrado en el ejercicio de la traición como para que ejerza cierto
control de los sucesos y sepa conducir los pasos de los salvadores.
A las dos de la tarde del día 2 de agosto (1810) se presentan
los hombres de la liberación a las puertas de las prisiones; llevan
puñales, sorprenden a las guardias, matan al capitán Galup por gritar
“¡fuego contra los presos!”, asesinan a un soldado y hieren a un
oficial de la otra cárcel –la de los hombres modestos–, se arman
con armas de fuego y se convierten en dueños de la situación. Siete
han sido los asaltantes en la una prisión –la de los patriotas de
29 “Era oriundo de Oruro –dice Stevenson, secretario de Ruiz de Castilla– y era el fruto de un
fraile de San Juan de Dios y una mestiza. Fuertes, Aréchaga y Arredondo fundaban todas sus
esperanzas de ascensos en la ejecución de los prisioneros”.
30 ANDRADE, ROBERTO. Historia del Ecuador. T. I, Cap. VIII.
31 Clamor de Rodríguez de Quiroga al obispo, 1810.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
prestancia–, cuatro en la otra. Los encarcelados se desconciertan,
no saben lo que pasa, no están advertidos; varios reciben en esos
momentos la visita de sus parientes.
De improviso, retumba un tremendo cañonazo, que abre un
boquete en la pared de los del “Real de Lima”, los cuales se
precipitan por allí furiosos, desalados, y se entregan de inmediato a
la obra macabra de exterminar presos. Tocan en seguida a rebato
las campanas de la catedral, suenan disparos, aparecen centenares
de gentes; unas, previamente advertidas; otras, ansiosas de
curiosidad. Los asesinos de los patriotas, para no ser estorbados,
cierran las puertas que dan a la calle y ejecutan el degüello sin
conmiseración. Hay breves momentos de luchas, gritos
desesperados, súplicas, plegarias, maldiciones, blasfemias, lamentos.
A Morales, herido de un disparo, le trituran el cráneo a culatazos.
Salinas, que ha estado enfermo de gravedad, es degollado en la
cama. A Ascázubi traspasan el pecho con bayoneta en momentos
en que se desmaya; a Aguilera le sorprenden dormido. Rodríguez
de Quiroga trata de huir, disparan a la espalda, lo mismo que a una
negra que le visitaba en unión de dos de sus hijas; éstas logran salvar
la vida. Mariano Castillo tiene la valentía de hacerse el muerto;
recibe pinchazos de bayoneta sin moverse. Veintiocho han perecido,
destrozados por bala, sable y hacha; los restantes se han arrojado a
la quebrada que pasa por debajo del edificio y que sirve de
desaguadero.
De la otra cárcel –la de los patriotas modestos– se fugan
todos menos tres que son asesinados. Pero luego sigue la lucha en
la calle, ya en el centro, ya en las afueras. Salen las tropas a perseguir
fugitivos y a despachar patriotas al otro mundo. El capitán Barrantes
grita desaforado: “Maten quiteños, sin excluir al obispo”. Las mujeres
–las audaces cholas quiteñas– actúan con gritos y con piedras. Hay
escenas de todo género, valerosas, ridículas. Una señora Monge
quiere ver sucesos desde el balcón de su casa; un balazo da con ella
en tierra. A la luz de un sol espléndido, los cadáveres en las calles
parecen cubiertos de oro y de grana, ¡la grana de la sangre!
Es un cerrar de puertas y ventanas por toda la ciudad.
Manuela y su madre se ocultan, tal vez, como todos, temblando de
terror. Piensan en los presos, en las gentes de la calle, y cada disparo
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
parece que les diese en el propio corazón. Vuelven a sonar las
campanas de la catedral, y las de la Compañía y las de la Merced,
y las de todas las iglesias. Hay que detener la masacre. El obispo
Cuero y Cayzedo, con un Cristo en las manos, sale por las calles
acompañado de varios clérigos y va imponiendo la paz. Acaba de
pasar por la “plaza grande” cuando un pelotón fuerza las puertas
de la casa de Salinas y se lleva a prisión a su esposa, con un niño
tierno en brazos. No la matan, por suerte, pero le espetan
brutalmente la noticia del asesinato de su marido y luego la
encierran con sus hijos en el monasterio de la Concepción, en
donde el año anterior había estado presa la mujer de Manzanos,
doña Josefa Sáenz, la cruel realista.
En seguida de los asesinatos viene el saqueo. De la casa de
Luis Cifuentes se roban 56.000 pesos; de la de Manuela Bonilla,
50.000; las tiendas de los soportales quedan vacías. Al final de
esta tarde trágica, preparada por los españoles de Ruiz de Castilla
y de Arredondo, hay más de doscientos muertos y más de un millón
de pesos saqueados. ¡Los del “Real de Lima” habían cumplido
escrupulosamente la comisión de uno y otro delito! 32 . Por la noche
se les permite que jueguen a los naipes la ganancia, como en los
tiempos de la conquista.
Al día siguiente, “para poner paz y concordia”, convoca el
gobierno a cabildo abierto, que es presidido por Ruiz de Castilla.
En él se determina, sarcásticamente, que se echen al olvido los
sucesos del día anterior, que las tropas limeñas abandonen Quito
para siempre, pues deben ser sustituidas por soldados quiteños,
que el obispo dirija una circular de paz a los pueblos vecinos, y
que el comisionado regio don Carlos Montúfar sea recibido con
todos los honores.
¿En qué ha quedado aquella ansiada independencia de hace
un año, conseguida con audacia e ingenuidad? En nada. A los
pocos días llegan tropas enviadas por el virrey de Bogotá, y las de
Arredondo se regresan a Lima. Movimientos militares que con
cada paso ponen un dolor más, un mayor resentimiento, en el
espíritu de las familias cubiertas de luto. También Manuela y su
32 CAYCEDO, JOSÉ MANUEL. Viaje imaginario; SALAZAR Y LOZANO, AGUSTÍN. Recuerdo; etc.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
madre lloran por los amigos que no volverán, especialmente por
Salinas y por Morales. Ya ha pasado Manuela, en este período de
absorción, por la experiencia del sacrificio sangriento. Un sacrificio
envuelto en odio, en venganza, en el placer de matar, en la feroz
determinación de ahogar los sentimientos libertarios de todo un
pueblo. De nuevo su padre, Simón Sáenz, se halla convertido en
árbitro de los sucesos.
Doña Joaquina y su hija parten a su hacienda Catahuango, a
poca distancia de Quito, hacia el sur. Allí se ocultan, temblorosas,
vacilantes; lo sucedido con la mujer y las hijas de Salinas les aterra.
Por suerte, la propiedad es bastante extensa y allí podrá Manuela
vivir a plenitud en los precisos días críticos de la pubertad. Sabe
ya montar a caballo con maestría, hace grandes caminatas, se nutre
de aire frío; sus mejillas están que echan sangre, y sus labios,
regordetes, sensuales, parecen pintados con amapolas. Le divierten
las siembras, las cosechas, esa dulce aventura de vivir sin plazo y
sin norma, feliz en la más ancha de las libertades. Al cabo de
tantas situaciones tan violentas y contradictorias, el contraste
aparece más benéfico, más cargado de plenitudes. Jonatás es la
compañera inseparable; ya tiene otra negra, Nathán, un poco menor
que la primera, igualmente fiel, igualmente alegre, atisbadora, llena
de confidencias y de audacia. Doña Joaquina les deja a las tres
chicas disfrutar del sol, del agua helada, de las mañanas
deslumbrantes. A la vez enseña a su hija a rezar, a tejer y a bordar,
a preparar pastelillos y a observar cultura en la vida social: eso es
todo cuanto tiene que saber una señorita en aquellos tiempos.
Todo lo aprende con facilidad; Manuela es muy inteligente, muy
inquieta, de imaginación riquísima. Los cabellos negros caen sobre
la espalda como cascadas de ébano; los ojos negros se profundizan
en oquedades húmedas que resaltan primorosamente de su tez
color de perlas. Cuando le contrarían se enfada y se torna
violentísima; si la madre le castiga, también protesta, pero se calla
por respeto y por amor. Hasta cuando vivió doña Joaquina, su hija
tuvo para ella por entero las ternuras de su corazón. Sus tíos
maternos la quieren, la adulan quizás.
Mientras discurre toda esta serenidad campesina, cargada
de las nostalgias de la serranía e impregnada de románticas noches
45

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
de luna, ocurren varios sucesos que acaban por imponer la
revolución en todo el Continente.
46
* * *
El acto de la emancipación hispanoamericana no es hecho
venido a surgir en un mismo momento en distintas partes del
hemisferio por sólo el anhelo de libertad de estos pueblos. Un anhelo
no puede producir realidades conexas, armónicas, interdependientes
y actuantes en colaboración. Hay por debajo una fuerza que todo lo
mueve y organiza. De ella han hablado todos los bien informados.
El jesuita Juan C. Zorrilla de San Martín dice: “Francisco de Miranda
se retiró a Londres, donde fundó la Logia Americana, en la que
tomaron parte un gran número de los futuros directores de la
revolución, como Bolívar, San Martín, O’Higgins y Carrera, Nariño,
Alvear, Moreno, Valle, etcétera” 33 .
Uno de los que conciben el proyecto de realizar esta colosal
obra de libertad a todo un continente es Francisco de Miranda,
venezolano de nacimiento. Quiere valerse, como medio, de la fuerza
influyente y de la discreción masónicas.
Aún no ha terminado el siglo dieciocho –1798– y ya Miranda
expone sus planes respecto de América a un valioso masón, Adams,
presidente de los Estados Unidos, en carta memorable. El mismo
año abre correspondencia con Hamilton, miembro también de la
francmasonería. Nuevas conexiones directas y por correspondencia
le permiten pronto contar con el respaldo de dos importantes centros
masónicos: Londres y Washington.
Crea en Londres una asociación secreta denominada
“Sociedad Lautaro”, con miembros ingleses y norteamericanos
pertenecientes a varias logias. Se establece de seguido, a base de
éstos mismos, un Gran Oriente que ha de mover, patrocinar,
organizar y dirigir la independencia hispanoamericana; mientras en
Cádiz, admirable punto de conexión, queda fundada una Gran Logia.
33 ZORRILLA DE SAN MARTÍN, JUAN C. Historia de América: 290. También pueden consultarse
las investigaciones del doctor Emilio Gouchon, gran Comendador del Gran Oriente Argentino;
las de la Gran Logia del Perú; la correspondencia de Mitre; ROCAFUERTE, VICENTE. A la
nación. Nº IX; PACHECO QUINTERO, J. La Masonería en la emancipación de América. Bogotá, 1943;
etc., etc.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Los llegados de América a España, al ser admitidos en Logia, juran,
en el primer grado, con vida y bienes, luchar por la independencia
americana; en el segundo, no reconocer por gobierno legítimo en
las Américas sino a aquel que fuere elegido por la libre voluntad de
los pueblos, dentro del sistema republicano; en el tercero y siguientes,
trabajar por la realización de tales ideales, influir en la administración
pública de cada sector en favor de la causa, inclinar a los funcionarios
a que secunden la obra, preocuparse con la organización militar de
la revolución, según los planes que se les hace saber. La reserva es
absoluta, hasta el punto de que los inferiores desconocen a los de
grados altos. La masonería hállase prohibida por la Inquisición con
pena de muerte.
La “Sociedad Lautaro” de Londres considera indispensable
propagar en América las obras de los enciclopedistas franceses, base
entonces de toda liberación del espíritu. Ya algunas de estas obras
circulan, traducidas o en francés, en varias capitales americanas. El
criollo Espejo –a quien llama Pereyra 34 uno de los más valientes
agitadores americanos– se ocupa en difundirlas y comentarlas desde
Quito. Nariño las pasa de mano a mano en Nueva Granada. Mejía
las inculca en elocuentísimos discursos. ¿Cómo seguir introduciendo
estos libros fundamentales en los dominios de Carlos IV? Por medio
del clero. Al clero no se le registra en las aduanas cuando se trata de
ornamentos sagrados y otros artículos del culto religioso. El clero
está profundamente resentido con los reyes católicos a causa de la
expulsión de los jesuitas de todo el imperio español, decretada por
Carlos III. Los jesuitas azuzan por todos los medios aquel
resentimiento y ocultamente atizan la hoguera de la insurrección.
El lego jesuita peruano Juan Pablo Viscardo y Guzmán escribe este
Manifiesto: “¡Hermanos y compatriotas! ¡Generosos americanos del
Nuevo Reino de Granada! El valor con que las colonias inglesas de
la América han combatido por la libertad, de que ahora gozan
gloriosamente, cubre de vergüenza nuestra indolencia. Nuestra
historia de tres siglos acá se podría reducir a estas cuatro palabras:
ingratitud, injusticia, servidumbre y desolación. Un continente más
grande que la España, más rico, más poderoso, más poblado, no
34 PEREYRA, CARLOS. Breve historia de América. Zig-Zag, 1938: 404.
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debe depender más de aquel reyno, y menos aún cuando está
reducido a la más dura servidumbre. ¡Que valga ahora el estímulo
de nuestro honor, provocado con ultrajes que han durado trescientos
años!” 35 .
Mientras más se persigue la difusión de tales obras, más se
propagan, puesto que las impulsa un secreto aliciente de curiosidad.
Los virreyes, presidentes de las Reales Audiencias, capitanes
generales y oidores vuélvense desesperados, pero no dan en el hito
de la astucia. Hasta parten límites con la crueldad, sin resultado
valioso. Vienen a dar las persecuciones en las brasas de la libertad,
y ésta tiene gran cuenta con devorarlas.
Miranda, personalmente, fracasa en sus intentos por la
independencia y para en una mazmorra, en Cádiz, de donde sólo
sacan su cadáver. Pero su siembra fructificará. Alcanza a dejar
establecida la Logia de Venezuela, con la colaboración de otro masón
joven y ardiente: Simón Bolívar, iniciado en la Logia “Lautaro” de
Cádiz y luego admitido en el grado tercero en una Logia de París.
Bolívar está en conexión con los miembros de la Logia “Lautaro”
de Buenos Aires, cuyo triángulo fundador lo componen San Martín,
Alvear y Zapiola. Está en relaciones también con los francmasones
de Chile, iniciados en Londres: Bernardo O’Higgins, Villegas, el
irlandés Mackena, Enríquez, Infante, etc. Conoce a los “hermanos”
del Perú: Langosta, Arguíbel, Lezica, Riva, Agüero, López Aldana
y Quirós. Se relaciona con Artigas del Uruguay, mientras en México
reciben la encomienda de actuar el cura Hidalgo y el cura Morelos,
francmasones ambos y valerosos mártires de la libertad.
A poco de fundada la Logia de Buenos Aires se organiza
una similar y de igual nombre en Mendoza, otra en Santiago de
Chile y una en Lima, bajo la dirección de Las Heras. En esta última
trabajan Álvarez de Arenales, Guido, Monteagudo, Alvarado,
Necochea, Santiago Sánchez, Borgoño, el sabio Unánue y varios
más. En Quito actúa un triángulo encomendado a Juan Pío
Montúfar, cuya destacadísima actuación queda escrita y cuyo
sacrificio se verá más adelante. Este patriota recibe mensajes
secretos despachados desde Buenos Aires por Castelli y transmitidos
35 PEREYRA, CARLOS. Op. cit.: 392.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
personalmente por Alvarez Jonte, de la Logia de Santiago de Chile.
Llevan las comunicaciones una O a la cabeza o al pie de la página,
como signo de entendimiento y reconocimiento 36 .
Los grandes agitadores desde Londres son el dominico
Servando Teresa Mier y otros, que en 1812 envían a Buenos Aires
un grupo de masones valerosos, llamados José de San Martín, Alvear,
Vera, Chilabert, Zapiola, Walonas, Arellano, luego secundados en
su esfuerzo por Guido, Murguiondo, Zifriátegui y Anchoris.
Por su parte, Bolívar se rodea de francmasones, que por la
unidad de pensamiento y acción, al par que por la pericia y las
virtudes militares, hacen el éxito de la campaña: Santander, Urdaneta,
Flores, Obando, Mosquera, el fraile dominicano Marino, Zea, Salom,
Páez. Los planes, combinados dentro del más riguroso secreto, dan
los resultados apetecidos. Los ejércitos españoles, atacados a la vez
por todas partes, de México a la Argentina, no hallan reducto pacífico
donde reponerse; es un acosamiento simultáneo, perfectamente
regularizado y combinado, imposible de realizarse de no haber
subterráneamente una fuerza de unión.
* * *
No ha pasado todavía un mes desde el asesinato de los
patriotas en Quito y ya los autores del crimen comienzan a temblar.
La noticia de la sublevación en Bogotá (20 de julio de 1810) llega
con el retraso consiguiente; Ruiz de Castilla se apresura a pedir
tropas a Guayaquil y a Cuenca, convoca una junta de regidores,
luego otra. A ambas asiste el odiado padre de Manuela Sáenz, acólito
del trágicamente célebre Aréchaga. No se toma más determinación
que reunir abundante tropa y esperar al comisionado regio Carlos
Montúfar, a quien se amedrentaría con ostentoso despliegue de
fuerzas.
Llega, en efecto, Carlos Montúfar el día 12 de septiembre; le
reciben pomposamente. Fuerza es aparentar sometimiento; ya
hallarán más tarde –muy poco más tarde– la manera de eliminarlo.
36 La letra O que escribió el sabio Caldas, atravesada con una línea, poco antes de ser asesinado
por los españoles, era el signo convenido para el caso de muerte.
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Organiza de inmediato una Junta de Gobierno, similar a las de
España, mantenedoras del legalismo realista contra el bonapartismo
invasor. Los dignatarios de la Junta son Ruiz de Castilla, Carlos
Montúfar y el obispo Cuero. Se declara a la Presidencia de Quito
Capitanía General, con vida política y administrativa autónoma,
libre de sometimiento al virreinato de Bogotá. Organízase un cuerpo
de ejército exclusivamente con quiteños, con el sargento mayor
Francisco Calderón como jefe (nacido en La Habana), y son
restituidas a sus patrias las fuerzas extranjeras.
El virrey Abascal, de Lima, halla excesivas las reformas
introducidas por Montúfar y ordena al célebre Arredondo, jefe de
los quinientos limeños del 2 de agosto, que se detenga en Guayaquil.
Dos sucesos inesperados complican la situación: está ya en
Guayaquil don Joaquín de Molina y Zuleta, nombrado en reemplazo
de Ruiz de Castilla, y, al mismo tiempo, las tropas realistas
expulsadas de Popayán, por haberse esta ciudad declarado
independiente como Bogotá, amenazan al Gobierno “independiente”
de Quito.
Molina es desconocido y sale Montúfar a combatirlo
militarmente en Guaranda, a donde ha llegado Arredondo con sus
limeños para respaldar la autoridad de Molina. Al norte es enviado
un tío de Montúfar, el coronel don Pedro, para que haga frente a la
amenaza de los realistas de Popayán. Queda, por tanto, Ruiz de
Castilla sin defensa militar en Quito; en igual situación están sus
amigos, los asesinos de los patriotas el día 2 de agosto. Renuncia
entonces la Presidencia y se recoge al convento de El Tejar, de los
frailes mercenarios, con el propósito de llevar vida monástica.
Aréchaga y don Simón Sáenz huyen hacia España por la vía de
Guayaquil, con tan mala suerte para Sáenz que las tropas de Montúfar
por poco le apresan en Guaranda, de donde acababa de huir
Arredondo con sus limeños, abandonando artillería, municiones y
equipaje. Sáenz pierde en esta capital el dinero que llevaba: cuarenta
mil pesos. Dinero de comerciante y de realista 37 . Fuertes Amar y
Vergara Gaviria, los otros dos personajes de confianza de Ruiz de
Castilla, se fugan hacia el Amazonas, con intención de alcanzar el
37 ANDRADE, ROBERTO. Historia del Ecuador. T. I: 360.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Atlántico, pero son apresados en el camino y luego asesinados,
probablemente para robarles los miles de pesos que portaban. En
esos días Manuela Sáenz, en su corazoncillo de niña, sufre
intensamente, se inquieta por la suerte del autor de sus días. Se
angustia también, con su madre, por los sucesos en desarrollo, que
son sucesos de guerra y que pueden alcanzar a todos con sus
consecuencias. Doña Joaquina contempla el derrumbamiento
paulatino de la obra libertaria; sin embargo, todavía le quedan
esperanzas, pues don Carlos Montúfar va camino del triunfo.
En efecto, el joven coronel obliga a retroceder a las fuerzas
de Arredondo y Aymerich unidos; pero sucede lo imprevisto: sus
tropas están divididas en dos fracciones políticas, las partidarias
del apellido Montúfar y las que prefieren el apellido Sánchez del
marqués de Villa Orellana. El jefe de las tropas de Quito, sargento
mayor Calderón, por ejemplo, no es montufarista, sino sanchista.
De este modo el avance, al no ser reafirmado, conviértese en derrota,
al mismo tiempo que llegan a Quito triunfantes los que partieron al
norte a combatir contra los realistas de Popayán. No queda a
Montúfar otro recurso que retornar también a Quito, en donde
encuentra novedades de importancia. Ejerce ahora la Presidencia
el obispo Cuero y Cayzedo, a causa de la enclaustración de Ruiz de
Castilla. Por iniciativa y mandato de este ilustre hijo de Cali se ha
instalado el primer Congreso el día 11 de diciembre de 1811, con la
concurrencia de personajes importantes 38 , los cuales han discutido,
aprobado y expedido una Constitución, la primera en la historia de
aquellas regiones. La única corporación que se niega categóricamente
a reconocer al Congreso es el Cabildo Eclesiástico, presidido por el
clérigo Joaquín Sotomayor y Unda 39 . El canónigo Francisco
38 He aquí los nombres de los que integraron la sesión inaugural: José Cuero y Caycedo,
presidente; marqués de Selva Alegre, vicepresidente; Manuel Zambrano, Calixto Miranda,
Francisco Soto, clérigo; Prudencio Báscones, clérigo; Álvaro Guerrero, fraile; marqués de Villa
Orellana; Mariano Guillermo Valdivieso; Manuel Larrea, Manuel Matheu, Mariano Merizalde,
Miguel Antonio Rodríguez, José Manuel Flores, de Latacunga; Francisco Aguilar, de Riobamba;
Miguel Suárez, de Ambato; José Antonio Pontón, de Alausí; Antonio Ante, de Guaranda; Luis
Quijano, secretario de Estado y Guerra; Salvador Murgueitio, secretario de Justicia y Hacienda.
El juramento obligado de los altos empleados decía así: “¿Juran reconocer la legítima
representación y autoridad de todas las provincias libres que actualmente constituyen el Reyno
de Quito, la cual reside en este supremo Congreso que se halla instalado?”.
39 MONGE, CELIANO. Relieves: 243.
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Rodríguez Soto, por haberse apartado de la actitud de los demás
eclesiásticos, será más tarde desterrado y confiscados sus bienes.
El Congreso termina con la disensión de los sanchistas, quienes
abandonan el recinto y se trasladan a Latacunga. Los montúfares,
pues, continúan de dueños de la situación. Así se lo cuentan quizás
a doña Joaquina parientes y amigas que le escriben de Quito por
medio de los indígenas de la hacienda enviados a vender y comprar
productos.
Un día circulan en Quito rumores de que Ruiz de Castilla
será repuesto en la Presidencia. Inquiétase el pueblo, se congrega y
parte en motín hacia El Tejar. Violan el recogimiento del convento
y sacan al español a la plaza, en donde le dan de bofetadas y
puñetazos hasta dejarle gravemente herido; las tropas le salvan, pero
llevado nuevamente al claustro se niega a tomar medicinas y a que
se le curen las heridas. Muere a los pocos días, sin haber dejado de
sí más que ingrata memoria. Otro suceso complica seriamente la
situación. Llega a Guayaquil el teniente general Toribio Montes,
nombrado presidente en reemplazo de Molina; viene con un
hombrecillo sanguinario y cobarde: Juan Sámano; a ambos respalda
buen número de tropas y suficiente dinero para una campaña de
“pacificación” de Quito. Salen, a poco, a su encuentro como mil
quinientos soldados voluntarios, acompañados de sus mujeres,
madres, hermanas, amantes e hijos y unos cuantos frailes y clérigos.
Es empresa tomada a lo grande, una especie de cruzada. “Esta
campaña fue la menos arreglada, sin embargo, porque jefes, oficiales,
clérigos y frailes, ocupados solamente en juegos y en todo género
de orgías, no hacían caso ninguno de la moral, de su deber y, lo que
en semejantes circunstancias era más, ni del enemigo, que ya le
tenían encima” 40 . Es un éxodo de locura.
Cuanto más avanzan más se ahonda en las filas del ejército
la división política de montufaristas y sanchistas. El jefe de las tropas
es el coronel Francisco Calderón, sanchista. Muy cerca de Cuenca,
en Verdeloma, se traba la batalla; triunfan los patriotas, pero los
montufaristas aíslan a Calderón, quien, sin respaldo, no puede
consolidar la victoria y se ve obligado a retornar a Riobamba, en
40 CEVALLOS, PEDRO FERMÍN. Resumen de la historia del Ecuador. T. III, Cap. II.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
donde le reemplazan, vencedor y todo, con el comandante Feliciano
Checa. Montes, Sámano y Aymerich comprenden la situación de
los patriotas y se encaminan directamente a Riobamba. Entre los
españoles vienen don Simón Sáenz, que no pudo partir a España
por falta de dinero, y su hermana doña Josefa de Manzanos. El
combate, efectuado en Mocha (al norte de Riobamba) el 2 de
septiembre (1812), termina con la derrota completa de Checa y con
la aparición de una nueva heroína, que lucha como bravo capitán,
que enardece a los soldados, que desafía la muerte, pero del lado de
los hispanos: doña Josefa de Manzanos, la tía de Manuela, por cuyo
cuerpo corre la misma sangre valerosa de toda esa familia. El rey la
condecora, pocos meses más tarde, con un Escudo.
Acude Carlos Montúfar para salvar los restos del ejército y
poner en sitio defendible toda la inmensa comitiva que marcha con
éste, pero es tarde. De Mocha a Latacunga, de aquí a Tambillo,
Montes sigue y sigue, valido de traiciones y de estrategias, y ya está
a las puertas, de Quito. Todos se han encerrado en la ciudad y se
aprestan a defenderla. Los de los campos –hacendados y sirvientes–
han acudido también a la ciudad; entre ellos, doña Joaquina y su
hija, que colaboran enérgicamente en los preparativos de resistencia.
Son los primeros encuentros directos de Manuela con la realidad de
la guerra, cuando ya sus facultades están plenamente vigentes, a los
quince años de la vida. A su edad, ya otras amigas y parientes se
habían casado. ¡Y qué bella se ha puesto! Los ojazos negros son
vivísimos, centelleantes; tiene brazos perfectos, cuerpo
armoniosamente curvado, en formas sensualmente prometedoras;
no se podría poner pero ni en sus manos ni en la angosta pequeñez
de sus pies. Constantemente inquieta, sutilísima en el pensamiento,
ha aprendido algo que le proporcionaron los contrastes de la niñez:
sabe reírse finamente, delicadamente, de todo, con sinceridad y
agudeza. La burla discreta, pero hiriente, es uno de sus distintivos.
Crecida en un ambiente de mimo y condescendencia, ha alcanzado
también otra característica de su personalidad: el sentido de mando.
Es el alma de la casa: su madre, sus tíos, sus parientes, la negra
Jonatás, le obedecen ciegamente. No se excede en el imperio, pero
casi nunca cede. Inflexible y perseverante, tenaz y libérrima, halla
inmenso placer en la aventura que se le presenta con encerrarse en
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Quito en son de batalla. No parece sino que hubiera nacido para
eso, para estar entre soldados y armas. Cuando su madre se angustia
y ve perspectivas trágicas, después de la lección del año diez,
Manuela le da ánimos y energía.
La vanguardia de Montes está en “El Calzado”, donde trata
de detenerla Montúfar el mayor tiempo posible. Un día, dos traidores
son descubiertos, camino del norte. Son Pedro y Nicolás Calisto,
padre e hijo, que huyen con cuarenta mulas cargadas de oro y
municiones; les acompañan sesenta hombres armados. Llevan el
proyecto de unirse con los realistas de Pasto. Tráenlos amarrados a
Quito, y con toda la ostentación de entonces para estos casos, se
les fusila en un cadalso levantado en plaza pública. Vestidos están
de túnica blanca con cruces rojas; llevan cadenas en los brazos y en
los pies, y un Cristo en la mano izquierda. El fusilamiento se efectúa
a las doce del día, después de largo doblar de campanas y al cabo de
trágico redoblar de tambores. La multitud, que llena la plaza,
presencia el espectáculo asombrada y se esconde después en sus
casas, en sepulcral silencio.
No hay piedras de chispa para los fusiles; pero tampoco hay
hombre o mujer que no trabaje intensamente en redondear guijarros
para balas, que no entregue gustoso sus haberes, que no despedace
los objetos de metal, hasta las campanas, para las fundiciones. Se
celebran varios cabildos abiertos, a donde acuden las mujeres para
entregar sus alhajas. En uno de ellos renuncia el presidente Cuero y
Cayzedo, a causa de su calidad de eclesiástico, y se nombra en su
reemplazo a don Guillermo Valdivieso. Por todas partes flamea la
bandera de los patriotas –amarillo y negro–, hasta que el 8 de
noviembre dan los españoles el asalto general a la ciudad. Tres horas
solamente dura el combate; los patriotas, fácilmente derrotados,
deciden trasladarse en masa, hombres, mujeres y niños, a la ciudad
de Ibarra, en donde se encuentra el coronel Francisco Calderón bien
provisto de tropas y municiones. La caravana es impresionante. Una
parte de los hombres va a caballo; la mayoría a pie; las señoras son
llevadas por indígenas en silla de mano; la gente de pueblo –cholos–
viaja a pie, en interminable y fatigante procesión. ¿Cuántos hombres
componen el éxodo? No se sabe. Cinco mil, diez mil tal vez. Estos
refugiados emplean varios días en alcanzar su objetivo; días que
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
son terriblemente penosos para doña Joaquina de Aispuru y para
Manuelita Sáenz, que es cuidada por su madre con sumo celo, dadas
su edad y sus grandes inquietudes. Van con ellas las fieles Jonatás y
Nathán, más inquietas que Manuela. También hay que cuidarlas;
las tropas y los vecinos las cortejan. Además, se cuenta con lo
quebrado, difícil, hasta peligroso de los caminos de entonces. ¡A
qué extremo llegarán estas vías, por donde las mulas pasan como
en equilibrio, que hay familias que antes de ponerse en marcha hacen
su testamento! En vías así la aventura es fácil, la caricia se halla al
alcance del deseo.
Mientras estas familias, asediadas por el pánico, salvan
sufridamente las distancias, durmiendo mal, comiendo peor, Montes
entra en Quito y sus tropas se entregan a las violaciones y al saqueo.
Esto era lo que temían las familias; por eso huyeron. Tras el saqueo
viene la orden de que el coronel Sámano salga con quinientos
soldados en persecución de los fugitivos; los alcanza y entra en
Ibarra, donde a los tres días fusila al “valiente y testarudo
Calderón” 41 . Montúfar sufre en la huida una grave lesión que le salva
por el momento de la cárcel. El obispo Cuero, apenas llegado Montes
a la capital, se ha escondido en un caserío de montaña, en
Malbucho 42 , en donde resiste hasta donde le es posible la presión
del presidente para que retorne al episcopado. Las gentes todas que
huyeron de Quito, urgidas de pánico, vuelven a sus casas
aterrorizadas más que antes, aunque el nuevo gobernante anuncia
una política de pacificación general. Para eso le han mandado. Es,
en efecto, astuto y hábil. Regordete, de temperamento linfático,
inflexible en el fondo, a pesar de una apariencia de condescendiente.
Pronto logra imponer la paz en todas las zonas sublevadas
correspondientes a la Presidencia de Quito. La racha de disturbios
es ahogada ahora en unos cuantos actos enérgicos y en una serie de
medidas benignas, complacientes, extraordinariamente calculadas.
Queda, sin embargo y por lógica, un sedimento de profundísima ira
y soberbio encono que se aplaca temporalmente, pero que habrá de
resurgir abultado.
41 ZALDUMBIDE, GONZALO. Op. cit.
42 BARRERA, ISAAC J. “El obispo José Cuero y Caycedo”. Boletín de la Academia Nacional de
Historia (Quito), Vol. XIV, Nº 40.
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Manuela y doña Joaquina, acompañadas de su servidumbre
y probablemente de muchos íntimos, retornan a la capital y se
encierran nuevamente en su hacienda.
Según noticias que llegan, ya todo el continente está envuelto
en llamas de liberación: Venezuela, el Virreinato de Bogotá, las
provincias de Chile, Buenos Aires, las provincias orientales del
Uruguay, México. La guerra “santa” ha comenzado y no cesará en
diez o quince años. Hasta España –aún no salvada del dominio
bonapartista– formula en las Cortes de Cádiz, ese mismo año de
1812, con la presencia de delegados americanos, una Constitución
bastante liberal, inspirada en los principios de la revolución francesa.
Prueba es de que en la propia “madre patria” comienzan a entreverse
más acertadas y justicieras orientaciones. Si la miopía y la estupidez
de Fernando VII, restituido a su trono un poco más tarde (marzo de
1814), no hubiesen sido tan herméticas, probablemente en otro
sentido, mucho más conveniente, menos cargado de sacrificio,
habríase resuelto la independencia de los virreinatos y provincias
americanos. El rey por una parte y sus enviados por la otra son los
causantes de este apresuramiento de los patriotas por libertarse.
Fueron aquéllos gentes mediocres, en extremo inferiores a la hora
que vivían.
La vida sencilla y monótona del campo comienza a
impacientar a Manuela. Cabalgar, tejer, condimentar deliciosos
pastelillos, leer unos cuantos libros “buenos”, tratar con indios de
la mañana a la noche, son un montón de cuestiones insípidas si se
las compara con lo interesante de las visitas que con frecuencia
recibe su madre de parientes y amigos. Hay abundancia en casa;
existe relativa tranquilidad en el ambiente; pero falta algo que
desasosiega a la jovencita, algo que ella misma no encuentra, ni
sabría entender si lo tuviera a mano; es indefinible. Uno de esos
nostálgicos atardeceres de la serranía, el ulular del viento en la noche
le impresiona con facilidad. Cada día se pone más altanera con todos,
se burla de cuanto se le presenta; no piensa sino en ir con frecuencia
a Quito, cabalgando en uno de sus varios y bellísimos caballos. Es
hábil jinete, pero detesta montar a la usanza española, de lado, en
silla para señora. En su hacienda cabalga a horcajadas, a pesar de
las protestas de su mamá y del escándalo de la servidumbre.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Doña Joaquina no se confía de las inquietudes de su hija. El
gran día es el domingo. Todos van a misa al pueblo vecino, Chillogallo;
los patrones y sirvientes, a caballo; los demás, a pie, pero vestidos
con lo mejor. La llegada de la cabalgata a la plaza, en donde está la
única iglesia, trátase de que sea resonante, bullanguera: es una forma
de exhibicionismo que contemplan los cholos y los indios con una
mezcla de admiración, orgullo gregario y envidia. Manuela sueña
durante toda la semana con el domingo: llevará vestido anchísimo,
sin escote y con manga larga, una preciosa mantilla, guantes en sus
lindas manos y gran sombrero alón, a cuya sombra revoloteará la
rica cabellera negra, ensortijada, brilladora. Al salir de la misa hay
conversación con los dueños de las haciendas vecinas, comidilla
social, chismes, enredos, relato de aventuras, noticias de noviazgos
y amoríos; es también la hora de los enamoramientos. Manuela
deslumbra entre todas, fascinante; se le acercan tal vez los
jovenzuelos para cortejarla, con casi todos usa de coquetería, pero
luego se toma el garbo de reírse de ellos, de volverlos locos y
atormentarlos con su desparpajo y sus desdenes. No los rechaza;
los atrae y juega con ellos, los entretiene. La táctica no ha sido
estudiada; en su edad casi todo viene espontáneo y sincero. Unos
resisten la burla algún tiempo; otros se alejan decepcionados. La
encantadora quiteña subyuga a corto plazo; luego hay que retirarse,
porque ella misma se encarga de rechazar, de abandonar. En el fondo,
esta manera de ser trae intranquila a la niña, la impacienta a veces;
pero hay suficiente fondo de alegría y juventud como para un amplio
derroche de lo uno y de lo otro. No le urgen prisas de amor. Vale
más la satisfacción de la sed de emociones y aventuras. Hay que
vivir a gusto, en lozanía de exaltaciones. Si no lo consigue, protesta;
si lo alcanza, quiere más y más; nació insaciable.
Hay un detalle, al parecer insignificante, que encierra gran
parte de su psicología: le fascina exhibirse. Por la noche, antes de
acostarse, ella es quien preside el rezo del rosario, al que asiste toda
la servidumbre; ella quien ordena los platos de su predilección, ella
la de las iniciativas en invitaciones y paseos; ella la que posee
preciosos perros. Ama también los gatos, los ama con morbosa
predilección. Uno de sus placeres mayores es adornarse, vestir
elegantemente, lujosamente. Le entusiasman los perfumes.
57

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Conserva, sin embargo, muy poco en orden sus cosas, la madre
debe reprenderle con frecuencia porque no practica aquello de “cada
cosa en su sitio”.
A tal punto llega la intimidad que ha tomado con las negras
Jonatás y Nathán, que, con ser esclavas, sumisas, modestamente
serviciales, se permiten muchas franquezas, a condición de que “en
sociedad”, o sea en presencia de extraños, no dejen de aparecer
esclavas. La confianza de Manuela se funda en chismecillos y
secretos mantenidos desde la infancia y preguntas y averiguaciones
de origen sexual que corren ahora entre ellas con sobrada frecuencia.
Las negras, en contacto con sirvientes y peones, oyen muchas cosas
obscenas, son acariciadas, asediadas, casi asaltadas por unos cuantos
mozos mestizos que ven en aquellas formas armónicas, espléndidas
y provocativas una insistente tentación. Al caminar, las negras
mueven sus curvas armónicamente, con movimientos redondos,
de serpiente. Sus ojos despiden inquietud y lascivia. Para una mujer
de esta raza, los diecisiete años, en otras circunstancias, significan
la maternidad. Pero Jonatás y Nathán son infecundas.
Probablemente cayeron en la seducción cualquier día. Estas
experiencias íntimas son las reveladas a la patrona Manuelita, quien,
a espaldas de la madre, se informa de todo, se inquieta con todo,
comienza a padecer ya la tortura del deseo.
Transcurría la existencia de la familia de Aispuru en
Catahuango dentro de una gran placidez, cuando un suceso
espeluznante, increíble, vino a sembrar terror entre todos. Llega el
correo de Esmeraldas, en dos mulas jadeantes y lastimadas. Va
directamente a casa del administrador Antonio Erdoiza Mayorga,
ambateño y realista. Se abren los fardos; adentro hay dos cajones
pequeños que contienen dos cabezas humanas, putrefactas,
prendidas todavía al rictus de la muerte. La remisoria del coronel
Fábrega, en Tumaco, dice: “El 17 del presente (17 de julio de 1813)
fue ejecutada la sentencia, como lo acredita la adjunta certificación.
Siguen las dos cabezas en dos cajones bien acomodados, y es el
único modo que puedan llegar en mejor estado, y en el instante las
he puesto en vía con oficio a los jueces de La Tola y Esmeraldas
para que con reserva y a la mayor brevedad posible sigan a Quito”.
Hace doce días –los días de viaje del correo– que fueron arrancadas
58

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
de los cuerpos de don Nicolás de la Peña y de doña Rosa Zárate, su
esposa. ¡Es una prueba de la humanidad con que procede el
pacificador Montes! Ambos mártires son de los que huyeron a Ibarra
cuando la entrada de éste en Quito; huyeron como doña Joaquina
de Aispuru y Manuela Sáenz, pero sobre ellos pesan estigmas que
les convierten en especialmente perseguidos. Don Nicolás, en efecto,
fue de los más entusiastas en la proclamación del 10 de agosto de
1809; su esposa participó en los actos sustanciales de ese día; y al
hijo de ambos, el teniente coronel don Francisco Antonio, le
apresaron y victimaron en la cárcel el trágico 2 de agosto. Ya Sámano
ha entrado en Ibarra; huyen, pues, a través de las montañas, don
Nicolás y doña Rosa, en angustioso esfuerzo por salvar la vida de la
voracidad de los españoles y de los peligros de la selva. Llegan al
fin a Barbacoas; se creen libres de enemigos, pero las guarniciones
chapetonas enviadas de Panamá dan con ellos en la cárcel. De allí
son llevados a Tumaco, fusilados y decapitados. ¡Qué impresión,
qué recuerdo para toda la vida de Manuela, qué reconcentración de
odio contra los españoles; españoles como su desnaturalizado padre,
españoles como su tía Josefa, la sanguinaria vengadora del combate
de Mocha! Que no le hablen ya en adelante, por toda la vida de
españoles. Los detesta con honda ira; sería capaz de mucho contra
ellos. ¿No está mofándose por las calles de Quito su propio padre
de haber ahogado en sangre la “insolencia de los criollos”? ¿No
acaban de comunicar que en Pasto han fusilado al doctor Cayzedo,
presidente de la Junta del Cauca, al norteamericano Macaulay y a
dieciséis individuos más por orden del español Montes? Ninguno
ha cometido otra falta grave que haber buscado libertad, autonomía
administrativa, un poco de derechos. Ya tiene edad para profundizar
en todo esto y para sentir que le hierve la sangre en las venas; con
placer sumo hincaría sus bellísimas uñas en el rostro de los
pacificadores. Y los haría fusilar también. Es lo que se merecen.
Así se lo ha dicho su madre; así piensa ella; así creen todos los de la
familia, todos los amigos, todos los de Quito y todos los de América.
Hay que sublevarse nuevamente, hay que matar, hay que luchar
para obtener el triunfo. Vibra su cabecita de entusiasmo cuando
piensa en estas cosas; la negra Jonatás, al escucharla, tiembla de
emoción; sería capaz de hacer todo cuanto realizara “la niña”, pero
59

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
se asusta, se acurruca, mientras abre desmesuradamente los ojos de
fondo blanco, tan blanco.
No se atreve Montes a exhibir las dos cabezas llegadas por
correo. Las entierran, por la noche, en el cementerio de El Tejar.
Debieron de venir tres, con la de la esposa del teniente coronel don
Antonio, doña Rosaura Alava; pero esta desconsolada viuda murió
en el camino, en la selva, vencida de cansancio e inanición, en un
sitio denominado San Pedro 43 .
Hay más víctimas de Montes. El marqués de Selva Alegre,
de tan alta figuración en la independencia, acaba de partir a Loja,
desterrado y perdidos sus cuantiosos bienes, de que se han apoderado
los dominadores. Sigue conspirando el marqués; continúan
persiguiéndole, y en secreto se abre de nuevo un proceso judicial
contra su persona. Cinco años más tarde, el desterrado sale en medio
de guardias rumbo a España –Cádiz– en donde le aguardan
penalidades, miseria y muerte. Así se traza la curva de la vida de
este noble amigo de Manuela 44 .
Su hijo, don Carlos Montúfar, también ha caído prisionero;
se fuga empero de la cárcel de Panamá, para ponerse a las órdenes
de Bolívar –el genio que actúa ya a plenitud de ímpetu–. Entra con
él en Bogotá; sale al Cauca a guerrear con los españoles, es derrotado
en Cuchilla del Tambo y, apresado por desgracia, le fusilan en la
plaza principal de Buga (junio de 1816). Ha caído otro gran amigo
de Manuela y de su familia. ¡Apenas había llegado el héroe a los
treinta y seis años!
Y caen más y más amigos, más y más conocidos, en plena
“pacificación” 45 , en la presidencia de Quito, en la Nueva Granada,
en muchas partes. Las noticias de México son alarmantes; las de la
Argentina desconciertan porque la guerra se hace larga, cruenta.
43 Carta de Celiano Monge a Isaac J. Barrera. Quito, octubre 9 de 1919.
44 W. B. Stevenson (véase ENRÍQUEZ, ELIÉCER. Quito a través de los siglos. T. II: 108) describe así
el marqués de Selva Alegre, a quien trató personalmente: “Era sumamente afable y cortés y tenía
el aire distinguido de un hombre de Corte. En sus casas de la ciudad y del campo desplegaba
un esplendor y un gusto exquisitos; sin embargo, no podía compararse con Miraflores y
Solanda, ni por la fortuna ni por la popularidad. Como hombre público, Selva Alegre era
indeciso y tímido, buscaba cómo conciliar los dos partidos en lugar de sostener el uno y el otro;
le agradaban la ostentación y la magnificencia, y se asustaba con gran facilidad”.
45 El mismo Stevenson (Op. cit. T. II: 121) dice: “Montes hizo morir a muchas personas de las más
notables de Quito”.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Doña Rosa Montúfar, hermana del marqués de Selva Alegre, y su
esposo, don Vicente Aguirre, proporcionan noticias a doña Joaquina
constantemente. El patriotismo y la obsesión por la libertad se
mantienen incólumes en todos ellos a pesar de la dura opresión
reinante.
Montes tiene un concepto propio sui generis de la realidad
americana. Se lo da a conocer a su compañero de “pacificación”, el
general Morillo –más sanguinario y feroz, pero de gran habilidad y
de talento–, cuando dice: “Tampoco convengo en el plan de que
los pueblos hayan de mantener las tropas expedicionarias, componer
caminos, entregar al servicio las acémilas y llevar por entero la carga.
La América es como un vaso de agua turbia; si se le deja y da tiempo,
por medio de medidas prudentes, depurará sus heces, irán al fondo
y quedará al fin clara y tranquila; si no, siempre se conservará
alterada, y manteniendo su fermentación vendremos al punto o de
destruirla o de perderla” 46 . La América no dio tiempo; tampoco los
“pacificadores” lograron destruirla. Hubieron, simplemente, de
perderla. El dilema de Montes alcanzó cumplimiento.
46 Carta fechada en Quito el 21 de diciembre de 1816.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Segunda Parte
UNA CABALLERESA DEL SOL
Respondedme: ¿hay alguno de vosotros que no
esté lastimado en honra y vida?
LOPE DE VEGA. Fuente Ovejuna.
Ha llegado el tiempo de que Manuela se eduque. Ya casi es
tarde, por más que las costumbres de la época hacen que siempre se
llegue tarde a todo. No hay prisa en el vivir; no existe, por tanto,
abundancia de beneficio, ni fecundidad, en el obrar. Un día la llevan
al convento de las monjas de Santa Catalina, en donde
probablemente había alguna religiosa de la familia, y la dejan de
interna. ¿Qué va a aprender? “Esas labores de aguja, esos bordados
en oro y plata que son motivo de asombro para los extranjeros; la
preparación de helados, sorbetes y confituras. Las religiosas enseñan,
a la vez, a leer y a escribir. Es todo lo que sabe una joven de buena
familia. Las damas suramericanas, respecto a la instrucción, están
absolutamente privadas de ella. No leen ni malos ni buenos libros;
sin duda, hay raras excepciones” 47 .
El convento de monjas de Santa Catalina –convento de
clausura– es uno de los más escandalosos del siglo dieciocho en
Quito, con todo y haberse fundado dos siglos atrás. Las religiosas
mantienen en el interior del claustro numerosas sirvientas, y cada
monja ampara y educa a una o más doncellas seglares. Los dominicos
son los amos absolutos de esta comunidad –amos de mandato
espiritual (jamás se permitía a las monjas confesarse con sacerdote
que no fuese dominico) y amos de la concupiscencia–, y llegan en
sus preferencias por las religiosas hasta este extremo, relatado por
el obispo González Suárez: “Acercábase el año en que las monjas
debían hacer la elección de priora del convento, y el provincial de
47 BOUSSINGAULT, JUAN BAUTISTA. Memoires. París: Chamerot y Renouard, 1903. La parte
referente a Manuela Sáenz la tradujo Jorge Bayley Lembeck para el “Suplemento Literario
Ilustrado” de El Espectador, de Bogotá, número 5.504-118 (marzo de 1927). Boussingault fue
coronel del Estado Mayor de Bolívar.
63

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Santo Domingo determinó anticipadamente la religiosa que había de
ser elegida. Dividióse la comunidad; unas condescendieron con el
provincial; otras, se opusieron; como era mayor el número de éstas que
el de aquéllas, el provincial dio instrucciones oportunas a los confesores
para que a las resistentes les impusieran en penitencia sacramental la
obligación de dar el voto por la monja que él había designado. Semejante
medida exasperó a las religiosas; la división de los partidos cada día fue
más profunda. Las monjas no estaban desamparadas, y además de los
individuos de familia de cada una de ellas, tenían de su parte a lo más
noble y sano de la ciudad: Quito estaba descompuesto en dos bandos.
Un día, el escribano, entre las dos rejas del claustro dio lectura al auto
de la Audiencia que ordenaba obedecer al provincial. Requeridas las
monjas por el escribano, contestaron a una voz, con energía y resolución:
¡no obedecemos! Levántanse al pinito todas las de este bando, y se
precipitan al coro bajo para salir por ahí; unos cuantos frailes acuden al
coro y se lanzan contra las monjas, las cuales, a pesar de las bofetadas
y garrotazos con que las hieren, no se retiran ni acobardan; los frailes
dan de puntapiés a las caídas; apalean a unas, rasgan el velo de otras;
dos frailes violan la clausura del claustro y las persiguen; poseídos de
furor, insultan e injurian a sus víctimas con palabras deshonestas,
obscenas y soeces. Una criada pide auxilio; acude gente; unas cuantas
religiosas logran escaparse y una en pos de otra se echan a la calle; con
los vestidos empapados por la lluvia se encaminan a la casa del obispo.
Los frailes de Santo Domingo están apaleando a las monjas de Santa
Catalina, era la voz que cundía por doquiera. Uno de los primeros en
llegar es el canónigo Morejón, acompañado de seis clérigos ceñidos de
espadas, y favorece la entrada de algunos individuos que iban a defender
a las monjas. Llega el presidente, quien, airado, reprende con aspereza
al provincial y a los frailes y les ordena salir inmediatamente del recinto.
Restablecida la calma, las monjas salieron de la iglesia; iban en
comunidad escoltadas por el doctor Morejón y sus clérigos que, con la
espada al hombro, marchaban junto a ellas. Se dirigieron al palacio del
obispo, en donde estuvieron hasta las ocho de la noche; a esa hora
regresaron al convento acompañadas de muchos eclesiásticos” 48 .
48 GONZÁLEZ SUÁREZ, FEDERICO. Op. cit. T. IV: 284. Según el mismo historiador, las monjas
de la Concepción, donde estuvo Manuela de muy niña, no eran menos escandalosas que las de
Santa Catalina.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Por más que estos sucesos se produjeron mucho tiempo antes,
quedaba la tradición en este colegio en cuyos claustros encierran a
Manuelita, a la edad de diecisiete años (dato suministrado por
Boussingault). Claro aparece que la educanda aprenderá mucho que
todavía ignora. Va a quedar suficientemente documentada para el resto
de la vida. Debe de revolucionar suficientemente el colegio, pero
también debe de sentirse revolucionada. Oblíganla a rezar mucho, a
confesarse, a cantar, a comuniones periódicas. Accede, pero a poco
está que se subleva de hastío. Siente el impulso de la vida libre que late
por todo su cuerpo en vibración permanente. A hurtadillas se ejercita
en el baile; a hurtadillas también aprende a fumar. Y si hay algo que le
obsesiona preferentemente es estar siempre muy arreglada y elegante.
Por suerte, su madre tiene dinero en abundancia, y su padre también.
Don Simón ha entrado en una era de prosperidad, pues se ha dedicado
al comercio en grande escala con el Perú. Propiamente, no hay indicios
de una reconciliación entre este español y doña Joaquina de Aispuru.
José María e Ignacio Sáenz siguen en el ejército, al servicio del rey,
mandante de nuevo en estos territorios. Llegan cartas de Doña Eulalia,
casada con el oidor Muñoz, residente en Madrid. También se reciben
comunicaciones de la familia Campo Larrahondo, de Popayán, casi toda
–o toda– consagrada por entero a las luchas en favor de la libertad. El
más entusiasta es el hermano menor de doña Juana, el doctor Mariano
del Campo Larrahondo, graduado en la universidad de Quito 49 . Anuncia
en una carta que va a llegar a la Nueva Granada un “pacificador”,
resguardado por cuarenta mil soldados: el general Morillo. (Fueron diez
mil).
* * *
Mientras Manuelita pasa su tiempo en el convento de las
catalinas, entre inquietudes, alegrías, protestas o desbordamientos, el
hombre que ha de cambiar radicalmente su existencia y que la ha de
conducir a la cima de la gloria –llevado a la vez a la misma cima él por
ella– está en peligro de muerte. Gravísimo peligro, fatal seguramente,
de no haber intervenido la mano del destino. El general Bolívar, en
49 OSPINA, JOAQUÍN. Diccionario biográfico y bibliográfico de Colombia. T. I: 438.
65

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
efecto, ha renunciado voluntariamente la jefatura del ejército libertador
de Venezuela y se ha refugiado en Kingston. Viene derrotado por las
omnipotentes fuerzas militares del español Morillo, acabado de llegar
y constituido de inmediato en amo absoluto de la situación. Venezuela,
ya libertada, ha caído de nuevo sojuzgada por los “godos” (nombre
dado en aquellos tiempos a los españoles, lo mismo que el de
“chapetones”). Una noche, el caraqueño como lo hace con frecuencia,
para endulzar el destierro se queda más tiempo de la cuenta en casa
de la dominicana Julia Cobier. Esa misma noche, su esclavo el negro
Pío, contratado por un catalán a quien a la vez había comprometido
Morillo por la suma de cinco mil pesos, penetra sigilosamente en la
habitación de Bolívar. Hay oscuridad profunda. El negro conoce la
hamaca en que duerme su amo, y, sin titubeos, hunde el puñal en el
pecho de la persona allí dormida. A la mañana siguiente, las gentes se
agolpan en la casa de huéspedes de Rafael Poisce (en la esquina que
forman ahora las calles Prince y White), pues las autoridades
investigan el asesinato de don Félix Amestoy, ex habilitado del general
Bolívar y su leal amigo. Se había acostado en la hamaca del caraqueño
para descansar mejor 50 . Esta pesadilla en Jamaica (10 de diciembre
de 1815) pudo acabar con el propósito que mantenía el general de
proseguir en la lucha; se siente abatido, pero no tanto como para
retroceder. Más de treinta veces intentarán matarle, sin lograr ni herirle
nunca. Este suceso en Kingston estuvo a punto de impedir que la
quiteña entrase en la historia.
Manuela es extraordinariamente feliz cuando mensualmente
le dejan salir a la casa por todo un domingo, después de la misa. Se
rodea de amigas, es visitada por sus parientes. Renace, así sea por
breves horas, la vida social intensa que corresponde a su riqueza y a
sus apellidos, cosas que cuentan mucho en esos años. Las diversiones
preferidas son hablar del prójimo con los mayores detalles y las más
ingeniosas suspicacias, conversar de amores, ejercitarse en los
complicados pasos del minuet, preparar unos cuantos dulces y
asomarse el mayor tiempo posible al balcón para recibir el saludo y la
50 En las Memorias de Level de Goda, ministro general de Real Hacienda en esos días, se añade que
el catalán comprometido exigió a Morillo los cinco mil pesos convenidos; éste le dio tres mil,
que luego reclamó al real tesoro, pero los ministros (entre ellos Level) le negaron.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
admiración de los amigos que pasan por la calle. Las quiteñas aman
profundamente su balcón, porque es un testigo, un confidente, un
centro propicio para el enmadejamiento de hermosas ilusiones. En la
mayoría de los balcones hay bellas plantas crecidas y florecidas en
tiestos rojos y verdes. Para los hombres, pasar por frente al balcón de
la novia es una dicha grande; los vestidos femeninos, alargados hasta
el suelo, impiden indiscreciones y permiten un más confiado
acercamiento. El amor, de la calle a la ventana, tiene un profundo
sentido romántico y ayuda a disimular bien los rubores, es acosado
por la inquietud de ser sorprendido, implica un esfuerzo y una audacia
de conquista en quien lo hace desde abajo. La mujer queda situada en
la altura, dominadora, precavida, soberana. Esto favorece y pule mejor
aún la exquisita cultura social de Quito, en donde se practica el
aforismo persa de no herir a la mujer ni con una flor. De tan pulido
refinamiento participa Manuelita; siempre será una mujer de salón
que sabe tratar, distraer y halagar a todos, que los escucha y atiende,
que da con el gusto de cada cual; que se presenta, en suma,
elegantemente interesante. El “ceceo” de su hablar, como en todas
las quiteñas, se trueca en encanto nuevo, ya en Lima, ya en Guayaquil,
ya en Bogotá y otros sitios. Esos domingos de vacaciones son los días
de coqueteo intrascendente; la época no permite mayores exultaciones
visibles y hay que contentarse con sonrisillas, postura de ojos en blanco,
mano en la mejilla en actitud nostálgica o el distraído aparentar que
no se mira. Si la simpatía por el transeúnte llega a tomar importancia,
se deja caer inadvertidamente una flor para que la recoja él y la
conserve en recuerdo innominado. Sólo un noviazgo oficial permite
a los jóvenes entrar a la casa de las damitas para visitarlas
(naturalmente, con la presencia de toda la familia). El verdadero lugar
de visita es, por tanto, el escenario entre balcón y calle. Cuando
comienzan a apagarse las luces en el horizonte, los mozos aprovechan
para decir a sus damas las más encendidas galanterías y para fijar
citas que generalmente alcanzan realización en los templos o en casa
de parientes. Estas citas culminan en la aventura pasional sobradas
ocasiones, ya que tan difícilmente se puede llegar a la mujer; si se lo
alcanza, ha de ser a plenitud de desbordamiento. Nunca ha habido
tantos hijos ilegítimos como entonces, ni nunca los pecados de amor
fueron más gentilmente perdonados y olvidados.
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Quito no tiene todavía ni faroles en las esquinas, y por las calles
que van de occidente a oriente ruedan a toda hora, por el centro y en
descubierto, acequias de agua del Pichincha. Para el consumo doméstico
hay pilas como la de la Plaza Grande, adonde acuden a todas las horas
del día los indígenas aguadores, cargados de inmensas tinajas rojas.
La negra Jonatás, de visita al claustro, se acerca discretamente
al oído de su “niña” y le dice que hay alguien que la corteja con interés,
desde el último día de vacaciones. Gratísima es la noticia para Manuela,
que tiene infinita sed de amor. Se trata del joven oficial Fausto D’Elhuyar
–siempre la preferencia obsesionante por los uniformes militares– que
actúa en el ejército en servicio del rey. Es hijo del célebre químico
español del mismo nombre y apellido, a quien se debe el aislamiento
del tungsteno, y quien sirve también ahora en el ejército del rey, en
México, en calidad de ingeniero. Es, además, sin duda, amigo de José
María e Ignacio, los hermanos de Manuela. Y, por último, une a su
arrogante presencia un corazón ardiente, una inteligencia clara y una
palabra de gran seducción 51 .
Se encienden los amores con mucha rapidez, primero a través
de cartas llevadas y traídas por la negra; luego, por conversaciones
sumamente bien disimuladas en la misma casa de doña Joaquina, en
los días de asueto de la estudiante. Y, por último, en cualquier sitio de
la ciudad, adonde sale Manuela con mil pretextos y gracias a su
extraordinario talento para crear situaciones intrincadas. Pasan varios
meses, y el amor llega ya a un gran encumbramiento. Se ha convertido
en pasión. El joven oficial ama a Manuelita y la desea; ve en ella un
apetitoso manjar, dentro de la natural tendencia de las gentes de cuartel
de entonces, empeñadas más que todo en la aventura. Para D’Elhuyar
esta niña Sáenz constituye el objeto de un máximo arrebato pasional,
por el que bien vale jugarse lo que fuere.
Llega por esos días una noticia que deja consternada a la ciudad.
En la Nueva Granada –ciudad de Cartagena– habían sido fusilados
por Morillo nueve patriotas valiosos 52 . Casi de seguido, el sanguinario
Sámano, enviado por Montes, ocupó la ciudad de Popayán, en donde
sus tropas habían cometido todo género de tropelías. El 6 de mayo del
51 Se ha alegado que no estuvo en Quito ningún oficial de este apellido. En el prólogo de la
presente edición queda explicado el caso.
52 Manuel del Castillo, Manuel Angiano, Martín Amador, Germán Ribón, Santiago Stuar, J.
Portocarrero, J. García T., Díaz Granados y José de Ayos.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
mismo año quedó consumada la reconquista española en la Nueva
Granada, con la captura de su capital por el coronel Latorre y la
ocupación de todas sus provincias. Morillo –el militar feroz y vengativo–
había establecido en Santa Fe un consejo de guerra permanente,
encargado de llenar inmediatamente las cárceles de centenares de
patriotas. A quienes pedían clemencia, el “pacificador” contestaba:
“Vuestros padres, vuestros hijos, hermanos o esposos, han sido traidores
al rey, y por tanto deben perder sus bienes y sus vidas” 53 . En las plazas
de Santa Fe fueron fusilados el general Antonio Villavicencio, José María
Carbonell, Jorge Tadeo Lozano, García Hevia, todos personajes de
altísima significación en los primeros seis años de libertad efímera, y
con ellos otros más, igualmente ilustres: Camilo Torres, el sabio Francisco
José de Caldas, que por varios años vivió en Quito, Joaquín Camacho,
Manuel de Bernardo Álvarez, Antonio Ulloa, Custodio García Rovira,
etc. En total, unos ciento veinte. Se habían repetido, pues, a distancia
de sólo seis años, las horripilantes escenas del 2 de agosto en Quito.
Esta vez Santa Fe y toda la Nueva Granada estaban de duelo. Más y
más iba extinguiéndose la esperanza de liberación.
Cierto terror, cierto pánico se apodera nuevamente de los
moradores de Quito. Montes y Morillo son buenos amigos, y nadie
puede dejar de temer nuevas crueldades en el futuro.
Los amores de Manuela continúan cada día más apasionados;
son ya fuego que consume, que desorbita el espíritu, que tortura el
cuerpo. ¿A qué esperar más? ¿A qué padecer? Una mañana, Manuela
obtiene permiso para salir del claustro, con cualquier pretexto, y no
vuelve. La preciosa quiteña se había dejado raptar por D’Elhuyar. Había
comenzado a vivir peligrosamente, en busca de una suerte
extraordinaria.
El tiempo me justificará.
MANUELA SÁENZ. Carta al general Flores, 6
de mayo de 1834.
¿Cuánto tiempo y en dónde estuvo Manuela con su apuesto
oficial, realizada la fuga? Se ignora: “¿Fue abandonada por su raptor
53 HENAO, J. M. y ARRUBLA, GERARDO. Historia de Colombia. T. II: 424.
69

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
y restituida a su familia? Es lo que no sé”, dice Boussingault.
Probablemente es restituida al convento, de donde la sacarán para
llevarla al altar, adornada con velos nupciales.
Esta aventura inicial de su existencia –muy explicable y muy
de esperar– no le deja placentero recuerdo en el espíritu: “Manuelita
no hablaba nunca de su fuga del convento”. Pero le proporciona
una experiencia fundamental y le advierte de algo que ella ignoraba
todavía: es infecunda. El doctor Cheyne, médico suyo por algún
tiempo, dirá más tarde: “era mujer de singular conformación”.
Ninguna comidilla mejor para la habladuría quiteña que esta
primera aventura de la hija de Simón Sáenz. El mismo D’Elhuyar
se ufana de ello, con muy poca caballerosidad. La madre debe de
sufrir horriblemente. Pero hay una solución al problema. En esos
tiempos, por suerte, el matrimonio es cosa que no atañe a las solteras,
sino a sus padres; las bodas se conciertan sin contar para nada con
la novia y para muy poco con el novio; la autoridad paterna se
encarga, por tradición, de juntar parejas de acuerdo con los apellidos
y las conveniencias. Nada importa que mañana no sean felices; para
eso están las libertades que discretamente se toman los unos y las
otras por sobre la unión declarada indisoluble por los eclesiásticos.
A la mujer, en el hogar, le corresponden la sumisión, la actitud
humillada, el ahogo permanente de sus mejores aspiraciones. El
amor es, por esto, más que todo un anhelo, una insatisfecha
esperanza; surge romántico, o sea lloroso por imposibilidad de
llevarlo a la realidad plenamente.
Don Simón y doña Joaquina hallan en Quito un hombre que
carece de prejuicios; como médico goza de amplio prestigio; como
sajón es caballeroso, recto, sincero. Sus riquezas le permiten llevar
una vida muy holgada y de amplias relaciones sociales. Su edad
–cuarenta años–, para su raza significa juventud; su catolicismo
frío, indiferente, no es óbice para una estimación sincera. Conoció
a Manuela, probablemente, en alguna ocasión en que fue a recetar
en casa de su madre, o en la calle, en cualquier parte. Es el doctor
Jaime Thorne.
Queda concertada la boda para mediados de 1817;
entretanto, el novio visitará a su prometida una vez por mes en casa
de doña Joaquina, nunca a solas, mientras las mismas monjas, los
70

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
parientes y la madre preparan el ajuar ricamente bordado, todo en
lino y seda, con grandes monogramas en cada una de las piezas. La
noticia circula rápidamente por la ciudad, y todas las amigas y
parientes comienzan a trabajar en tejidos y bordados para el obsequio
de bodas.
Manuela recibe la noticia con extraordinaria frialdad; no se
sonríe, por respeto a su madre, pero la cosa le parece supremamente
ridícula; sobre todo a ella, que ya sabe lo que es unirse con intenso
amor. Pero, después de todo, está bien la combinación. Casada ya,
cesarán las habladurías respecto de su aventura con D’Elhuyar, y
será una mujer respetada en el mundo social; podrá divertirse, llevar
una vida placentera, tornarse en eje y centro de interesantes fiestas,
de paseos. Si le place, viajará; si le provoca, irá al campo o se quedará
en la ciudad, coqueteará discretamente cuando quiera. En habiendo
un hombre con suficiente dinero, suficiente edad y suficiente flema
para soportar todo eso, ¡que venga el matrimonio! Los negocios de
comercio que proyectan su padre y él le proporcionarán suficiente
libertad para “conservar la dicha y el reposo”, las dos cosas que por
el momento le preocupan.
Cosa curiosa, pero natural en el fondo: el inglés comienza a
enamorarse perdidamente de su novia, con pasión, con frenesí, con
celos. Le ha cautivado tanto, que ya por ella es capaz de todo. Un
hombre amartelado así, y de cuarenta años, se convierte de hecho
en ficha que la mujer mueve arbitrariamente. Dice O’Leary: “Él,
cada día la amaba más; tuvo para ella una inextinguible pasión, que
ni el tiempo pudo destruir”. Su locura llega a admitir una exigencia
eclesiástica: la ceremonia ha de celebrarse –y se celebra– con misa,
a la que asiste gran número de invitados. Son las presiones de la
época, además. Después de la misa sigue la fiesta en casa de doña
Joaquina, con danzas y licores, al compás de una orquesta de
bandolines y guitarras; luego, al amanecer del día siguiente, en casa
de Simón Sáenz; y, por último, al tercer día, en casa del padrino
principal o de la madrina más destacada, puesto que son varios los
unos y las otras. Sólo al cabo de tres días y tres noches se permite
que los novios se entreguen al secreto de su amor, en la hacienda
Catahuango, adonde van a bailar la última “contradanza” todos los
asistentes, medio agotados ya, medio incapacitados para cabalgar.
71

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Una hacienda vecina se encarga de proporcionarles la continuación
de la fiesta –ya sin los recién casados– por dos o tres días más. ¡De
alguna manera tenían que divertirse en aquellos tiempos sin luz, sin
teatro permanente, sin clubes, sin deportes, restringidos a
festividades religiosas!
Si se hubiese buscado cuidadosamente una mejor antítesis
que el doctor Thorne para el temperamento de la quiteña, no se
habría dado con ella. Manuela lo describió más tarde en pocas
palabras: “Como hombre, usted es pesado; la vida monótona está
reservada a su nación. El amor les acomoda sin placeres; la
conversación, sin gracia, y el caminado, despacio; el saludar, con
reverencia, el levantarse y sentarse con cuidado; la chanza, sin risa.
Yo me río de mí misma, de usted y de estas seriedades inglesas. Los
ingleses me deben el concepto de tiranos con las mujeres, aunque
usted no lo ha sido conmigo, pero sí más celoso que un portugués” 54 .
Con una realidad semejante, no podía producirse sino una
violenta crisis en el nuevo hogar. De ordinario, el mejor matrimonio
es aquel en donde hay dos temperamentos diferentes: se completan
entre sí y alcanzan aquella relativa paz que es posible en una unión
de tipo carnal. Sólo una compensación mutua puede aminorar y
hasta eliminar el rechazo y olvido posteriores a la posesión. Sólo un
equilibrio proveniente de la marcha de dos tendencias diferentes
que se aprovechan de la afinidad logra salvar la crisis que surge
inevitablemente el momento en que la realidad se alza inferior al
ensueño. Por paradójico que parezca, más impresiona el mito, lo
fantástico, que lo real, cuando hay en el fondo del espíritu una
imaginación poderosa, una curiosidad grande o un anhelo con anclaje
en timideces. La fuerza de las religiones se fundamenta en el
omnipoderío del mito; es, por esto, permanente; la razón poco o
nada puede contra ellas; y cuando han sido extirpadas las creencias
religiosas de un hombre o de todo un pueblo, tienen que ser
reemplazadas por otros mitos: los sociales, los económicos, los
bélicos o cualesquiera otros que infundan fanatismo.
El temperamento de Manuela no es contrario al de su marido,
sino parecido. Uno y otro son nerviosos, pero el de ella está mezclado
54 Carta de Manuela Sáenz a Jaime Thorne. Tomo III de las Narraciones de O’Leary.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
con sanguíneo. La semejanza nerviosa produce entre los dos el
choque; la diferencia sanguínea –vehemencia e inconstancia–
constituye para él una fascinación invencible, un comienzo de
entendimiento –por contraste–; pero como lo sanguíneo aquí sólo
es suplementario y no fundamental, de parte de ella no da sino
guerra, resistencia, rosario de reacciones en contrario, que Thorne
no comprende. Un nervioso y otro nervioso se repelen; en un
matrimonio de dos nerviosos puros se producen, corrido el tiempo,
la indiferencia, la frialdad; y, con frecuencia, el ejercicio sexual se
convierte en costumbre o vicio. Pero una nervio-sanguínea no puede
permanecer unida a un nervioso puro; a cada minuto actúa contra
él, se siente superior a él, lo domina; del dominio nace el desprecio,
de éste la traición, de la traición –real o imaginativa– no brota,
dentro de los convencionalismos de la época, sino la soledad.
Manuela con el matrimonio ha comenzado una existencia de
reacciones violentas y, tras de ellas, por la traición sexual, ha sido
impelida, sin saberlo, a una gran soledad. En los primeros años de
matrimonio tratará de ahogarlo en el bullicio de una vida social de
emociones, generosas en excesos, en la galante Lima. Pero no
desaparecerá. Manuela y la soledad son, en adelante, uno mismo.
Nada importante se hace en la vida que no quede impune. La ley de
las compensaciones surge a cada paso. La amargura de la existencia
de Manuela será la soledad, aparecida discretamente cuando la niña
nacía fruto de amores adúlteros; acentuada al entrometerse el suceso
político en la vida de su madre; definida luego por un matrimonio
absurdo. Sólo el dolor es fecundo, con fecundidad espiritual. Sólo
el dolor puede forjar grandeza. Los actos que se destacan de los
comunes, las realizaciones de importancia, sólo pueden efectuarse
mediante el dolor. El secreto de la vida de Manuela, para haber
llegado ella a ser tan grande, trascendente, perdurable en la historia,
está en que sufrió mucho, con dolor de soledad. “Tú estás sola,
aunque al lado de tu marido”, le escribe un día Bolívar, y añade:
“Yo también estoy solo en el mundo” (Ica, 20 de abril de 1825). La
auténtica grandeza y la soledad perfecta suelen ser inseparables.
Los choques entre Manuela y su marido comienzan a raíz
mismo de la luna de miel. El no ama el placer; ella lo busca
ansiosamente, quizá por un comienzo de turgencia debida a
73

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
excepcional aporte sanguíneo. La diferencia de edad entre los dos
pone aún más frialdad en las relaciones íntimas. El es amigo de
protocolos constantes, faltos de espontaneidad; ella, elegantemente
culta, por natural ejercicio, sin afectación “sin reverencias”, sin
meticulosidades que exasperan en el secreto del hogar. El inglés,
por raza y por edad, está anquilosado en pensamiento, costumbres
y modales; carece de la vivacidad de su mujer, de la agudeza de
ingenio, de la sátira fina, de la gracia y el buen gusto de la quiteña.
Parece ante ella como inferior, desprovisto de las cualidades que
hacen de la vida del hogar una atracción y no una monotonía.
Rechazo, desprecio, es lo que tiene Manuela para su marido desde
el primer día hasta el último, y un noble orgullo a la vez de sentirse
infinitamente mejor en todo sentido. Nada le debe a él, como no
sea un apellido que salva apariencias y le proporciona ciertas
ventajas sociales. En cambio, con haberse casado con un mediocre,
ha perdido su libertad, no ha ganado en fortuna, se halla en grave
peligro de volver torpe su existencia.
De estos días data el despertar de dos características
interesantes en Manuela: saber reírse de sí misma y acertar a reírse
de los demás con inteligencia y gracia. Quien se ríe de sí mismo ha
logrado desterrar la vanidad. Quien se ríe inteligentemente de los
demás da prueba de una superioridad bien cimentada. Reír es el
distintivo del hombre; saber reírse es más difícil que saber pensar.
La risa es una sutilísima cita de la razón y del sentimiento, fugados
ambos de su original seriedad. Nunca nadie pudo sobreponerse a la
risa de Manuela, ni Bolívar. Hasta del genio se rió la quiteña, y en el
recuerdo de uno de los momentos más patéticos de su existencia.
El de haberlo salvado de manos de los asesinos. “Nada tan divertido
como su relato de la fuga del general –dice Boussingault–. Figúrense
ustedes, decía ella, que él quería defenderse; cuán gracioso estaba,
en camisa y espada en mano: don Quijote en persona” 55 .
La manera como se ríe de su marido no exaspera al inglés.
Flemático y perdidamente amartelado, toma las actitudes y
expresiones ofensivas de su mujer como realidades que la hacen
más atractiva. Lo perdona todo, a todo se resigna, en todo obedece.
55 BOUSSINGAULT, JUAN BAUTISTA. Op. cit.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Y esta falta de reacción exaspera con frecuencia a Manuela. Ella es
exaltada, fogosa, de impetuosidad incontenible; sólo un
temperamento de impulso más poderoso y violento podría
dominarla; la resistencia pasiva le causa desesperación.
Busca entonces una fuga adecuada para no desequilibrar su
espíritu por completo: acepta los galanteos de su primer amante,
D’Elhuyar. Vuelve a los amoríos pecadores con él, muy ocultamente,
muy ayudada por la negra Jonatás, hasta con cierta tolerancia de su
madre que advierte desde los primeros días lo absurdo del
matrimonio de su hija. Algo sospecha Thorne, pero su mentalidad
opaca no consigue descubrir nada en concreto. No recuerda o no
sabe el engañado aquel caso típico escrito por Montalvo con
referencia a aquellos tiempos: “Una jovencita honesta, fresca,
rozagante, que a torrentes esparcía donaire y donosura, respondió
en el tono más sincero y natural del mundo a uno que le requería de
amores: cuando me case es otra cosa... ¿no ve usted que todavía
soy soltera?” 56 .
Pero mantener relaciones ocultamente con un amante
significa para una mujer casada un extraordinario dominio de sí
misma, un gran control de todos los actos, una fuerte dosis de
simulación, hasta el punto que la sinceridad parezca eliminada y de
ingenuidad nada quede, absolutamente nada. Hay que comenzar a
ser mujer de gran mundo. Manuela alcanza éxito en esto, con
facilidad. Para sorpresa de Thorne, casi insensiblemente su mujer
se muestra condescendiente. Poco protesta, poco se queja; prefiere
que los sucesos se desarrollen con espontaneidad. ¿Que el inglés es
fríó? Nada importa; el fuego anda por otra parte. ¿Que es lento,
“pesado”, de cortesías ficticias? Tampoco hace al caso; con pensar
que nada de eso tiene trascendencia ante un amor en pleno incendio,
todo se puede soportar. Preferible y oportuno multiplicar las fiestas,
ampliar los placeres, dar gusto al gusto en grande escala. Los
escenarios son el mismo Quito, o la hacienda, o fincas vecinas, o
las casas de parientes y amigos. A todas partes va, invitado, el
capitán; entre copa y copa, riendo, gozando, se fijan las citas, se
deja que corra el amor por ancho cauce. En las reuniones hay señoras
56 MONTALVO, JUAN. El Cosmopolita. T. II: 32.
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
respetabilísimas, auténticas matronas que tienen en mucho el honor,
que lo hacen valer con sus actos, que seguramente se dan cuenta de los
deslices de Manuela; pero, discretamente, los disimulan, porque la época
es de grandes tolerancias.
Manuela tiene predilección por los perros y los gatos, por los
caballos y las flores, a todos los cuales trata con verdadera ternura. Los
perros le hacen compañía en sus paseos a pie o a caballo en la hacienda;
los gatos son orgulloso adorno en los salones de su casa en Quito.
Llenos están los balcones de macetas con primorosas flores; igual los
corredores interiores; todo lo cual pone alegría, espíritu juvenil, hasta
cierta coquetería.
Diariamente llega, muy temprano, el indio “huasicama” con
una o dos mulas cargadas de víveres. En casa hay siempre dos o tres
indias “servicias” encargadas del aseo y otros menesteres, aparte de
una cocinera, pajes y las infatigables Jonatás y Nathán, cuya confianza
llega al punto de ocupar un sitio en la familia.
Lo elegante es recibir o ser recibido en visita de once a una del
día o después de las cinco de la tarde. La alimentación se toma así:
desayuno, a las seis de la mañana, después de haber asistido a la misa;
almuerzo, a las nueve y media; “entredía” a la hora de visita; comida
por la tarde, a las tres y media; cena –de ordinario chocolate con
numerosos y exquisitos manjares– a las siete de la noche, porque a las
ocho todos deben acostarse para ponerse en pie entre las cuatro y cinco
de la mañana. Rige, pues, la célebre norma de los tres “tempranos”:
levantarse temprano, comer temprano, acostarse temprano. Creen que
allí se esconde el secreto de una vida larga.
La mayor riqueza de las mujeres está en sus carísimos vestidos,
numerosos además, y en las joyas: juegos de diamantes, esmeraldas,
perlas. Con ello aumentan su seducción. “Las señoras llevan vestidos
de gran costo, licencia e inmodestia. Pasan la vida cosiendo, recibiendo
visitas o haciendo novenas en los templos” 57 . “Las casadas estaban
distantes del recato y pudor que debían observar” 58 . Desde comienzos
del siglo desaparecieron los peinados altos y el miriñaque que ensanchaba
las caderas. En cambio se procuró abultar exageradamente los senos
que aparecían descubiertos hasta cerca del pezón. Las faldas continuaron
57 COLETI (según ENRÍQUEZ, ELIÉCER. Quito a través de los siglos. T. I: 108).
58 SANTA CRUZ Y ESPEJO, EUGENIO DE. El nuevo Luciano.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
anchas, largas, con muchos pliegues y arrastradas por el suelo. Hubo
unos años en que quedaron suprimidas las enaguas y la camisa interior.
Era la época de las fórmulas. La afectación, general. Las damas
guardaban bellas actitudes y adoptaban posturas teatrales. El colmo de
lo interesante eran los desmayos y las crisis nerviosas. El estudio de su
vida consiste en vestir y en bailar. Dominaba la galantería 59 .
En estos días –1818– ya los hombres en general prefieren el
pantalón largo o bien el pantalón con botas. Para las quiteñas una mantilla
española y la alta peineta de carey constituyen un lujo obligado en las
fiestas mundanas, en las cuales “las comidas son por tandas; tandas de
pescado, tandas de aves, tandas de asado, tandas de ensaladas, de dulces;
siete y ocho platos en cada tanda”, servidos por varios pajes negros,
esclavos. Una de las riquezas de familia es el número de esclavos. Doña
Joaquina y sus hermanos tienen numerosos, de uno y otro sexo, con
residencia fija en la hacienda de Catahuango 60 .
* * *
Los celos del doctor Thorne van en aumento. Hay días en que
sus reticencias se vuelven acritud. En ellos también Manuela está a
punto de estallar; es poco, muy poco tolerante, aunque sí sufrida 61 . La
bella quiteña tiene siempre una misma táctica, reírse, despreciar,
59 BOEHN, MAX VON. Op. cit. El siguiente soneto de la época describe exactamente los gustos
y vanidades masculinos:
“Mucha hebilla, poquísimo zapato,
media blanca, bruñida y sin calceta;
calzón que con rigor el muslo aprieta,
vestido verde inglés, mas no barato.
Magníficos botones de retrato,
chupa blanca, bordada a cadeneta,
bien rizado erizón, poca coleta,
talle estrecho a las corvas inmediato.
Con esto y vueltas de ántolas muy finas,
felpudo sombrerón y una corbata
que cubra el cuello, mucha muselina.
Aguas de olor, rapé, capa de grana,
trampa adelante y bolsa no mezquina,
es elegante quien le da la gana”.
60 Un esclavo, sin diferencia de sexo, varía entre trescientos y cuatrocientos pesos.
61 MÁXIMO SOTO HALL, en su obra Monteagudo, describe a la quiteña como de temperamento
parecido al de Monteagudo y dice: “La atingencia en materia religiosa, la afición a determinados
autores, el despejo intelectual y la virilidad de carácter, eran puntos de contacto llamados a
vincularlos”. Y añade: “El sentimiento irónico, la viveza espiritual, un cierto satanismo, lleno de
ingenio, constituían los lazos que estrechaban moralmente a estas dos personalidades”.
77

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
imponer su superioridad. Con ello triunfa en todas las ocasiones y
sigue a placer con sus amoríos. El inglés, entonces, acude a su
espíritu práctico. Arregla negocios comerciales con Simón Sáenz,
vende las pocas cosas que le quedan y resuelve ir a instalarse en
Lima. Allá no habrá ningún D’Elhuyar y el cambio de medio serenará
a su mujer. Así piensa, equivocadamente, el médico. Fíjase el mes
de enero siguiente para la partida.
Acepta Manuela con alegría el viaje. En el fondo de su
espíritu hay sed de aventura, ansia de emociones nuevas. Confía en
su belleza, en su tacto social y en su inteligencia para imponerse en
la capital peruana. Además, ¿qué perspectivas le aguardan en Quito,
en donde la monotonía y lo patriarcal no alcanzan a proporcionar
sino una aventurilla amorosa como máximo don? ¡Así no vale la
pena haber nacido con alma grande y con corazón capaz de
conquistar un mundo! Ella, que nunca ha temido, que jamás ha
vacilado, no puede menos que encontrar en el viaje una ocasión de
practicar las audacias de que está pleno su temperamento.
Pesadísimo y peligroso es por entonces el camino de Quito
a Guayaquil. Hay que recorrerlo en varios días, íntegramente a
caballo. Manuela, por suerte, es diestra en cabalgar a horcajadas.
“Era cosa corriente que las mujeres viajasen siempre vestidas de
hombre por la inseguridad de los caminos, el mal estado de ellos y
las pésimas posadas”. La ruta pasa por las ciudades de Machachi,
Latacunga, Ambato, Riobamba, Cuenca y Naranjal. Los correos
emplean únicamente seis días en recorrerla; los viajeros, de ordinario
el doble a causa de los indispensables descansos. Tres o cuatro veces
hay que subir hasta los páramos de los Andes, en donde la sangre
parece que se congela; muchas más es preciso descender hasta
abismos profundísimos, para atravesar numerosos ríos. En la
cordillera llueve casi todos los días; en los valles la naturaleza pródiga
sirve de recreo a la mirada. Ya en la costa el calor asfixia; basta un
tropiezo del caballo para precipitarse a simas de mil y más metros.
Hay caminos pedregosos, hay otros llenos de fango. Si se desata la
tempestad, cien rayos caen casi sobre la cabeza del viajero; los
árboles son desgarrados; el viento azota sobre el rostro con furia y
el agua de los ríos sube tan alto que va besando con furia el lomo de
los puentes primitivos, a veces llenos de agujeros. En muchos ríos
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
ni existen puentes y el pasarlos es igual que ponerse a punto de caer
en la celada. En horas el sol cae perpendicularmente, hasta urgir a
todos los poros y convertir la atmósfera en asfixiante; en otras horas
los mosquitos pican allí donde descubren un pedazo de piel. Por
esto las mujeres llevan sombreros de ancha ala, atado al cuello y
provisto de un velo que cae por delante del rostro, de modo de
protegerlo íntegramente. Como si no bastara con la inclemencia de
la naturaleza, en las posadas resulta casi imposible dormir en unas
camas de madera, muy duras, muy desaseadas. En contraste, para
la comida no hay precio: la sirven abundantemente, sin cobrarla,
puesto que el dueño de la casa se contenta con el valor del forraje
para los caballos, más tal cual obsequio.
De Guayaquil a Lima son varios días de navegación en
barquichuelos llevados por el viento. No se alcanzan comodidades
de ninguna especie; no hay habitaciones especiales para pasajeros.
Lo que interesa es transportar artículos de comercio, nada más. ¡Son
tan pocos los que viajan!
Ya están en Lima los cinco viajeros: Manuela, su marido, las
negras Jonatás y Nathán y un paje de Thorne. Llegan como a casa
propia, sin pasaportes, sin que nadie les considerara extraños ni por
un momento. Traen todo un cargamento de baúles repletos de
vestidos, adornos de casa, cortinajes, vajilla de plata martillada y
mil cosas con que la quiteña piensa exhibirse en lo que es, rica y
bella, inteligente y aristocrática, audaz al par que discreta.
A los pocos días el doctor Thorne compra una bellísima casa,
amplia, bien adornada, rodeada de jardines, y algo más tarde una
hacienda. Todo indica la determinación de radicarse en la capital
peruana definitivamente.
Instalados lujosamente, comienza la vida de sociedad, en
que es Lima tan pródiga. Visitas, fiestas, paseos, invitaciones, bailes,
recepciones en esta fastuosa corte de virreyes; ostentación de riqueza
y de alegría, complicaciones galantes, derroche de todo: de
refinamientos, de placeres, de holgura; esto que se llama vivir la
vida. He aquí el mundo que se le abre a Manuela, mientras su marido
atiende diversos asuntos.
Muy pronto domina esta deliciosa mujer en los salones
limeños: por la propia hermosura, por el mucho dinero, pero en
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
especial por su talento vivaz, penetrante. La humedad de sus ojos
profundísimos, que no se aquietan un instante; el calculado sentido
de sus palabras, pronunciadas dentro del nimbo de una sonrisa; la
suprema elegancia de maneras, el desparpajo –“no se ruborizó
nunca”–, la firmeza en el pensar y el ir y venir, con una inquietud
intrigante, de un lado a otro de las atracciones y de los rechazos, la
sitúan de hecho en elevadísimo sitial a ojos de hombres y de mujeres.
Es generosa, derrochadora, condescendiente. Se le ve siempre noble,
magnánima, de espíritu superior –“jamás cometió una bajeza”– y
su alegría nunca decae; introduce animación en todos los ángulos
donde se encuentra, como si llegase cargada de fuegos excitantes;
nunca se inmuta. Y, ante todo, “baila con gran éxito”, sobre sus pies
menudos, al vuelo alado de sus manecitas blancas, bajo el dombo
de su negrísima cabellera, que cae en aladares pomposamente. ¡Qué
poder de seducción! ¡Qué diabólica sonrisa ante los incautos y qué
suerte a toda hora para ser amada y admirada, para ganar en el juego,
para desafiar cualesquiera peligros en fruición de sibarita!
80
* * *
Hay una mujer que domina también en los salones de esta
capital, al par de varias limeñas relucientemente hermosas,
fascinantes, ricas en juventud, en millones y en vanidades. Es la
encantadora Rosita Campuzano, ampliamente prometedora en sus
seducciones, pero menos audaz que la quiteña. Nació en Guayaquil
y triunfó en Lima a fuerza de talento, belleza y lujo. Muy pronto se
hace amiga de Manuela, amiga íntima. Donde está la una acude la
otra, donde se da una fiesta espléndida no puede faltar ninguna de
las dos, así como no pueden dejar de asistir tampoco los oficiales
del ejército español, porque ambas se sienten irresistiblemente
atraídas por el uniforme militar. Esta comunidad de gustos femeninos
ahonda notablemente la amistad. Y mientras el médico inglés se
ocupa con sus negocios y sus enfermos, las dos lindas mujeres se
divierten a plenitud. “El clima limeño es sensual y acaricia la piel
con tibio ademán de cortesana. Todo aquí convida al amor como
un serrallo oriental: la temperatura grata, los fulgores diáfanos
estivales, los follajes y las fragancias de arboledas y jardines, la sonata

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
de los surtidores, el ambiente yodado del cercano mar, la piel tibia
de una tierra seca y táctil y un sol grávido de fecundidades y
cantáridas”. El virrey organiza sus fiestas, los cortesanos las suyas,
la sociedad de marqueses y condes, la aristocracia, todos compiten
en derroche y buen gusto, con alegría, en el placer de tomar la vida
entre las manos, en copas multicolores, para escanciarlas como vino
generoso, unas veces en labios voluptuosos, otras en ingenuidades
románticas –como las serenatas– y otras en el inofensivo amor del
arte, de la belleza.
No hay problemas políticos en el Perú, ni intentos de
independencia. Llegan noticias y detalles de lo sucedido en la
Argentina, que ya ha conquistado su libertad; en Chile, que también
es libre ya; en México, que combate por alcanzarla, y en Venezuela,
en donde las armas del general Bolívar triunfan y derrotan,
alternativamente, en fiera lucha con los diez mil veteranos del
general Morillo. Los virreyes han enviado sus tropas a los países
vecinos, pues están seguros de que el habitante peruano está
contento con el régimen realista; se quedan de este modo medio
indiferentes, medio confiados. La corona, además, ha cometido el
error de reemplazar en el mando del virreinato a don José Fernando
Abascal, marqués de la Concordia, hombre enérgico, progresista,
prudente, por un ayudante suyo.
Un día circula en la ciudad la nueva de que está para llegar
un batallón procedente de Bogotá. Los virreyes se han puesto de
acuerdo para proteger al Perú, medio desguarnecido, ya que son
muy posibles también allí los brotes revolucionarios. Tal suceso
alteró la paz cortesana de Lima y todos se dispusieron a recibir a los
soldados que venían de tan lejos. En no pocos corazones se prendió
la llama de esperanza de conquistas galantes. Se trata del batallón
Numancia, compuesto en su mayor parte de soldados españoles, con
oficialidad española en los grados altos. Salió de Bogotá en febrero
de ese año (1819) y ha viajado por la vía de Popayán, Quito, Cuenca
y Piura; más de dos mil kilómetros a pie, por pésimos caminos, a sol
y a lluvia, a viento y a nieve, entre lodo y polvo. Los pocos caballos
que requisan al paso sólo sirven para los más débiles o para
reemplazar los de la oficialidad. Han desaparecido 325 hombres en
el camino, unos muertos, otros heridos y abandonados, algunos por
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
deserción. Llegan a Lima, por esto, sólo 671 y hacen la entrada triunfal,
desde el puerto de El Callao, un día de julio, con mucho sol y mucha
alegría de las gentes, que se agolpan en la calle para vitorearlos a su
llegada 62 .
Entre los oficiales hállase el capitán José María Sáenz, hermano
de Manuela. El abrazo fraternal es emocionante; lo primero sin duda
que el gallardo oficial entrega a su hermana es una carta de la madre, de
doña Joaquina; luego, algunas más de parientes, amigos, amigas. Por
aquellos tiempos las cartas son –lo mismo que ahora– el mejor medio
de contarse intimidades; sólo que entonces, por ser el único, se multiplica
de forma notable. Se apodera de la quiteña la nostalgia, pero desaparece
pronto en medio de las fiestas en honor de los oficiales del Numancia.
Ella está orgullosa de su hermano, lo exhibe en los salones y en las
calles. El futuro general, distinguidísimo y muy culto, pundonoroso,
discreto, altivo, muestra que tiene el talento social de quien siempre
estuvo entre damas y caballeros. Pero no ha venido por propia voluntad.
Cuando el referido batallón pasaba por Quito, se le notificó al capitán
que tenía que partir incorporado a sus filas; él no sólo no contestó la
notificación, sino que se ocultó. Pero fue apresado y obligado a cumplir
la orden. ¿Por qué huyó? Porque siempre, desde 1809, fue patriota,
convencido antiespañol 63 , a pesar del pensamiento y los actos de don
Simón, su padre, pero muy de acuerdo con la mayoría de la aristocracia
quiteña y hasta con su misma madre, doña Juana del Campo Larrahondo,
tan identificada con el pensar de sus hermanos de Popayán, tan generosa
en padecer serenamente estas hondas contradicciones en el propio seno
de su hogar.
Entretanto, los Andes son testigos de un suceso extraordinario.
El general Bolívar decide poner en práctica la teoría militar de que para
libertar a Venezuela hay que llevar la guerra al exterior. En mayo de
este año, con los ya célebres batallones Rifles, Barcelona, Bravos de Páez
y los escuadrones Húsares, Guías y Llano Arriba, sale del pueblecillo
Mantecal. Le acompañan los soldados de la Legión Británica, batallón
de veteranos ingleses, acabados de llegar y que por sí solos forman un
grupo de valía extraordinaria. Son tres mil ochocientos hombres en
total que han determinado lanzarse a través de los llanos de Apure,
62 VILLAMIZAR, RAFAEL. Crítica de historia colombiana. T. II: 613.
63 SCARPETTA Y VERGARA. Diccionario biográfico. 1879: 559.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Arauca y Casanare. La abundancia de esteros, de pantanos, cruzados
por cien ríos salidos de madre a causa de la estación invernal, el calor
insufrible, las nubes de mosquitos venenosos, no son óbice para una
travesía de setecientos kilómetros. Se emprende luego el ascenso de la
cordillera, hasta lo alto del páramo de Pisba. Las abras de la mole andina
están vigiladas por los soldados de Morillo. Toma entonces el gran
general, con insuperable audacia, la determinación de seguir un atajo
intransitable en esa época. Mueren los caballos rodados al abismo,
mueren los soldados de frío, de mareo, de desnudez, de pulmonía
fulminante, de hambre; los cañones y parque son arrastrados en
constante acción heroica. Pero al fin es doblada la cuchilla, y se cae de
improviso sobre el grueso del enemigo. Casi la mitad del ejército
venezolano ha perecido en la marcha. Con los restos comienza una
interminable lucha de posiciones que dura sesenta días. El jefe de los
españoles, general Barreiro, valeroso, asedia, ataca, retrocede, trata de
realizar movimientos envolventes. El general Bolívar es más astuto y
más audaz; logra obligarle a una batalla decisiva en el puente de Boyacá,
a poquísima distancia de la ciudad de Tunja. En pocas horas el enemigo
queda desbaratado, su jefe prisionero y el caraqueño entra en Bogotá el
día 10 de agosto, con lo cual queda libertado definitivamente el inmenso
territorio de la Nueva Granada 64 . Sin este triunfo Simón Bolívar no
habría llegado a Quito, y el derrotero de la vida de Manuela Sáenz
habría sido diverso, quizás insustancial, opaco.
Vuela en seguida el Libertador a Venezuela 65 , y reúne en la
ciudad de Angostura un congreso, ante el cual crea la Gran Colombia
(Venezuela, Nueva Granada, Panamá y Ecuador) el día 17 de
64 LECUNA, VICENTE. Las campañas de Bolívar desde 1818 hasta 1821. En las Memorias de Florentino
González (Buenos Aires: José Camacho Carreño, 1933: 65) se lee lo siguiente: “A las cuatro de la
tarde del 10 de agosto de 1819 –a los diez años justos del primer grito de independencia en
Quito– estábamos varios habitantes de Bogotá en la plaza de la Recoleta de San Diego, cuando
vimos acercarse como una docena de militares a caballo, en cuyos morriones se leían en chapas
de cobre las palabras `Libertad o Muerte’. Bolívar fue reconocido entre ellos. Durmió Bolívar
aquella noche en el mismo palacio y en la misma cama en que tres días antes descansaba el virrey.
El ejército libertador llegó desnudo y desprovisto de todo. Mi tío, que era capitán, tenía por
todo vestido un pantalón, una camisa y capisayo; su calzado eran alpargatas”. El Libertador no se
había cambiado de vestido en un año.
65 Morillo escribe al ministro de la guerra en Madrid: “Bolívar en un solo día acaba con el fruto
de cinco años de campaña, y en una sola batalla reconquista lo que las tropas del rey ganaron en
muchos combates”. A los dos días de llegado el Libertador a Bogotá, el general Paris ya puede
anotar lo siguiente en su diario: “Bolívar es muy popular entre las damas; pero él sólo le hace
sus fiestas a Bernardina Ibáñez”.
83

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
diciembre. En esa misma fecha, y en viernes también, se extinguirá
la vida del genio once años más tarde. ¿Qué faltaba por hacer?
Limpiar de enemigos todos estos territorios, obra menos lucida pero
sumamente difícil. Bolívar y sus generales se encargan de cumplirla
gloriosamente.
Todos estos éxitos intranquilizan al monarca Fernando VII,
quien resuelve organizar en la ciudad de Cádiz una expedición militar
punitiva con tan adversa suerte que las tropas, a punto de partir, se
sublevan, encabezadas por Riego y Quiroga, y obligan al soberano
a jurar la constitución liberal de 1812. Se salva por este medio –el
mismo medio de la conexión secreta de Londres con Cádiz y de
Cádiz con América (véase la historia de los “comuneros” españoles)–
la lucha de independencia americana, que aún no ha alcanzado el
ápice.
En Lima recibe informes de todo esto el virrey Pezuela. Pero
llegan también otras noticias, más importantes sin duda. El general
José de San Martín, libertador de la Argentina y de Chile, ha salido
de Valparaíso el día 20 de agosto de ese año (1820) con cuatro mil
hombres, repartidos en buques comandados por lord Cochrane. Se
dirige a libertar al Perú, y envía desde el puerto peruano de Pisco al
general Arenales con mil hombres a crear insurrección en la sierra;
él sigue hasta Ancón y Huaura, para cortar las comunicaciones del
ejército español con el norte.
Hay otra noticia, tanto o más alarmante: el importantísimo
puerto de Guayaquil, el día 9 de octubre de ese mismo año, se ha
proclamado independiente de la dominación realista. Los patriotas
se reúnen en casa de don José Villamil, el día 8 a las cuatro de la
tarde, aprovechándose de que se efectuaba en esos momentos una
procesión religiosa, salida del templo de Santo Domingo. Tres
oficiales venezolanos, pertenecientes al batallón Numancia, recién
llegado a Lima, están de paso por Guayaquil, y seguramente traen
instrucciones secretas que luego ponen en práctica, porque ellos
son el alma de esta conspiración: el mayor Miguel Letamendi y los
capitanes León de Febres Cordero y Luis Urdaneta. Les secundan
numerosos y distinguidísimos guayaquileños. A la una y media de la
madrugada del día 9 se pone en ejecución el plan: Febres Cordero
penetra al cuartel de artillería y lo domina, sin resistencia; Urdaneta
84

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
entra al del escuadrón “Daule”, ahoga en sangre la resistencia de su
comandante Magallar y de unos cuantos soldados y se instituye en
su jefe. Aún no amanece y ya ha sido designada una Junta de Guerra,
y luego encargan de la jefatura militar al coronel José Gregorio
Escobedo, quien, como jefe del Granaderos, ha hecho posibles los
asaltos a los otros cuarteles, y de la jefatura civil al doctor José
Joaquín de Olmedo, el extraordinario poeta, que hará en verso el
mejor elogio del Libertador. Emisarios especiales parten a Quito y
Cuenca, portadores de la sorprendente nueva. La corbeta Alcance es
despachada al día siguiente para que lleve la noticia al general San
Martín y al almirante Cochrane; mientras sale en volandas a la Nueva
Granada el capitán Lavayen con encargo parecido para el general
Simón Bolívar 66 .
Todos estos detalles circulan en Lima. El virrey se
impacienta, pero no halla recursos de defensa. Sabe bien que la
pérdida de Guayaquil significa para los realistas la desaparición del
único arsenal existente en el Pacífico, la conversión de mil quinientos
hombres en enemigos, con todas sus armas; la falta de seis grandes
lanchas cañoneras, y la interrupción de la vía para las
comunicaciones oficiales con los gobiernos realistas de Quito y
Pasto. Y sabe, asimismo, que estos movimientos no pueden venir
aislados, que la insurrección cunde incontenible, aquí y allá,
subterránea o franca, violenta o diplomática. A poco se subleva la
ciudad peruana de Trujillo (29 de diciembre); también Huaylas,
Cerro de Pasco, Nazca, en donde Arenales ha desplegado decisiva
actividad.
En estos mismos momentos huye, para siempre, de América
uno de los hombres más peligrosos, fruto de la saña del rey Fernando:
el general Morillo. Ha sido vencido por el General Bolívar, y no le
queda otro recurso que retornar a su patria. Pero la despedida de
los dos generales se hace hidalgamente, después de firmarse un
tratado de regularización de la guerra, para eliminar definitivamente
la monstruosa “guerra a muerte”, y luego de haber almorzado juntos
los dos indomables enemigos de tantas campañas. Un estrecho
abrazo selló la memorable escena (27 de noviembre).
66 CEVALLOS, PEDRO FERMÍN. Op. cit; CALLE, MANUEL J. Leyendas del tiempo heroico;
MATAMOROS JARA, C. Alrededor de la independencia de Guayaquil.
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Lima se convulsiona en sus más profundas raíces. La Lima
patriota, la Lima que también ambiciona ser independiente.
Políticos y militares, nobles y plebeyos, conspiran contra el virrey.
Las mujeres se organizan para favorecer la conspiración. Manuela
está de nuevo en su elemento. Revive su niñez con vívidos efluvios
emocionales y grande impulso. Ya no es espectadora, sino actuante.
Su casa se hace centro de conspiración, como la de su amiga
guayaquileña Rosita Campuzano. Va y viene, trama pormenores
con habilidad, es portadora de comunicaciones secretas; se sirve
de sus dos negras para burlar la vigilancia desesperada del virrey y
sus sabuesos; organiza fiestas con pocas personas para mover más
astutamente la revuelta, y a ellas son siempre invitados unos
cuantos miembros del gobierno con el propósito de alejar
sospechas.
Un día cualquiera, en que las noticias son más alarmantes
y se hace más visible la ineptitud de Pezuela, salta al virreinato un
español mejor preparado, de mayor audacia, amplio en el
conocimiento, enérgico e inteligente, sabio además en la milicia:
el teniente general don José de la Serna. El otro había sido depuesto
por los oficiales de la corona. Con el nuevo virrey han de enfrentarse
en adelante San Martín y Arenales; contra él han de luchar los
conspiradores de Lima.
Ya llegan los hombres libertadores; ya se acercan a la capital.
¿Habrá lucha? La inquietud de los moradores se exacerba. Para
Manuela la expectativa es una dicha; le bulle en el alma un
sentimiento heroico, de militar. Si fuera hombre estaría con San
Martín, junto a su hermano José María, que, con el Numancia íntegro,
se incorporó a las fuerzas libertadoras desde diciembre (1820);
combatiría, conquistaría la victoria como valiente. Viene ya su
hermano condecorado con la medalla de “Fiel a la Patria”. Es
evidente que Manuela influyó con habilidad en el viraje del
Numancia; por ello fue condecorada más tarde, como se verá.
La Serna es hábil en grado máximo, y en ello funda el éxito
de su propia debilidad. “Hábilmente abandona la plaza de Lima,
dejándosela a San Martín. El virrey toma el camino de la sierra,
para no ser ya sino general en campaña, y dejar al enemigo el
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
cuidado de conservar una plaza, a cambio de la cual él se hace
dueño de todos los recursos del país. Su cálculo es irreprochable” 67 .
Ya se anuncia la entrada de las tropas libertadoras del Perú
a la capital de los virreyes. Grandes arcos de triunfo, grandes
aglomeraciones de gentes habrá quizás por calles y plazas. En el
grupo más entusiasta de damas están Manuela Sáenz y su
inseparable amiga Rosita Campuzano.
Singularísima la conjunción de estas dos mujeres tan
diferentes, tan seductoras, tan llenas de aventura y sensualismo.
Dulcemente femenina la guayaquileña, funda todos sus éxitos en
la delicadeza, en el llanto, en los desmayos, en las joyas de alto
valor, en el canto, en tocar con sus lindas manos el clavecín y la
vihuela, en sentir las singulares emociones de la conspiración contra
el virrey. La quiteña, en contrario, no llora casi nunca; prefiere
encolerizarse; detesta las joyas, y sólo lleva –eso sí, todos los días–
un grande aro de oro o de coral pendiente de sus orejas pequeñitas;
no canta, manda; no se acerca a las guitarras, prefiere acariciar los
galones militares y las espadas; conspira también, pero
impositivamente; habla con interés, en palabra fácil y nada
presuntuosa. Mientras Rosita se desvive por hacerse recibir y
atender por las damas limeñas, en natural reacción contra la
modestia de su cuna, Manuela desdeña a las mujeres, le satisface
que le atiendan los hombres. La primera es devota, muy sensible;
la segunda, librepensadora. Cuando van juntas, desconciertan por
la belleza, la elegancia, la inmensa atracción sentimental y sexual
que poseen. En la guayaquileña brillan unos ojillos azules de cielo
transparente; en la quiteña, unos ojos negros inquietísimos, que
despiden luz. La boca de la costeña es diminuta, de labios muy
finos; en los de Manuela hay una constante invitación al beso.
Casi tienen la misma edad, pero Rosita es soltera. Cuando llegó a
Lima, en 1817, le hacía compañía un acaudalado español bastante
entrado en años. “En breve, los elegantes salones de la
Campuzano, en la calle de San Marcelo, fueron el centro de la
juventud dorada. Los condes de la Vega del Ren (en cuya casa se
conspiraba activamente contra los españoles) y de San Juan de
67 PEREYRA, CARLOS. Breve historia de América. Zig-Zag: 465.
87

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Luringancho, el marqués de Villafuerte, el vizconde de San Donas
y otros títulos partidarios de la revolución; Boqui, el caraqueño
Cortínez, Sánchez Carrión, Mariátegui y muchos caracterizados
conspiradores en favor de la causa de la independencia formaban
la tertulia de Rosita, que, con el mismo entusiasmo febril con que
las mujeres se apasionan de toda idea grandiosa, se hizo ardiente
partidaria de la patria” 68 .
Este contacto directo con los revolucionarios enciende en
ambas la predilección por los militares. “Cuando San Martín
desembarcó en Pisca, doña Rosa tenía por amante oficial al general
Domingo Tristán. El general La Mar era otro de los apasionados de
la gentil dama”. Manuela no se atreve todavía a lanzarse a ninguna
aventura galante, pero el ejemplo que recibe es elocuente. Sus
ambiciones son tan grandes o mayores que las de Rosita Campuzano,
quien se cartea ya con el general San Martín, aun antes de la llegada
de este a Lima. Y son anhelos de éxito, de gloria, de triunfos, como
los que se alcanzan en el comando del ejército.
El día 10 de julio a las siete y media de la noche, sin que
nadie lo advirtiese, llega el general triunfador a Lima, acompañado
de sólo su ayudante, y penetra en el palacio de los virreyes. Los
frailes, naturalmente, son los primeros en descubrir al triunfador.
Aparecen, de inmediato, los curiosos, las mujeres, los notables de
la ciudad, y se reúne apresuradamente el cabildo para presentar el
saludo protocolario al libertador. Rosita Campuzano, entre las
primeras, se hace presente e impresiona hasta muy hondo al
argentino, cuyo exterior austero, reservado, casi silente, no revela la
menor emoción. Acepta los apresurados homenajes y retorna a su
campamento, en las afueras de la ciudad, en donde da las órdenes
conducentes a la preparación de la ocupación de Lima por sus
batallones.
Manuela no pudo ir esa noche al palacio de los virreyes; se
lo impidió su marido el doctor Thorne. Ya hacía largo tiempo que
las relaciones entre los dos habían pasado de frías a hostiles. El es
extremadamente celoso; ella, despreciativa, displicente; él tiene
exacerbada pasión por ella, pero en correspondencia no halla sino
68 PALMA, RICARDO. Tradiciones peruanas. Cap. “La protectora y la libertadora”.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
ceño adusto, voz imperiosa. A veces, la increíble flema británica
del médico pierde el control y, urgida por el licor, suscita escenas
desagradables, hasta borrascosas. No le place la compañía de Rosita
Campuzano, tildada de mujer excesivamente libre; por la noche no
tolera que su mujer salga, como no sea acompañada de él. Ella
cede, en tales casos, pero con altivez desconcertante.
Entran al fin a la ciudad las tropas libertadoras, pero sin
ceremonia espectacular, casi en son de guerra, y ocupan los lugares
que se les ha preparado especialmente. En esos mismos momentos
se sella la independencia de Venezuela con la gran victoria de
Carabobo, obtenida por el general Bolívar (24 de junio) al cabo de
grandes luchas y de innumerables sacrificios. Sólo quedan por
libertarse el departamento del Ecuador y una parte del Perú, adonde
se han dirigido las más importantes fuerzas españolas. Tanto el
general caraqueño como el general argentino proceden en absoluta
unidad de acción. “Jamás se realizó en tan vasta escala, en tan largo
espacio de tiempo y con tanta precisión matemática una empresa
que obedecía a una idea preconcebida con unidad de acción,
compacta y persistente en las fuerzas concurrentes” 69 .
El 28 del mismo mes ha sido señalado para el desfile solemne
y la solemne proclamación de la independencia del Perú. La ciudad
toda se viste de flores, arcos, festones y colgaduras en las barandillas
de los balcones. Bandas de músicos, cohetes, fuegos artificiales para
la noche, cabalgatas, todo ha sido previsto y preparado con alegría
e imaginación. Manuela, con riquísimo vestido de seda azul –uno
de sus colores preferidos–, amplio desde las caderas hasta el suelo,
exhibe su pecho color de ámbar, de donde emergen turgentes los
senos “donosísimos” que incitan al placer; los brazos están
descubiertos íntegramente, como de costumbre, porque sus líneas
redondeadas son perfectas; en una de las manos –manos que nunca
llevaron joyas– se mueve suavemente un abanico, mientras la otra,
enguantada también, se entretiene con los cabellos alborotados por
la brisa que de cuando en cuando llega del Pacífico. Desconcierta y
deslumbra su extraordinaria belleza: qué ojos tan grandes, qué
cabellos tan de ébano, echados sobre la blancura de la frente en
69 MITRE, BARTOLOMÉ. Obras completas. Vol. III: 454.
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
preciosos rizos, qué labios tan lindamente pintados con pétalos de
rosas rojas. Está nerviosa, a todas partes mira con evidente
curiosidad. El marido, las amigas, no le interesan. Le sorprende el
desfile, que ya parte de las puertas mismas del palacio de los virreyes.
Una gran cabalgata viene adelante, luego la universidad con sus
cuatro colegios, las comunidades religiosas de uno y otro sexo, la
alta oficialidad militar, los oidores, los miembros del ayuntamiento
y una representación de la nobleza indígena. Allí pasa San Martín.
Le aplauden, le gritan vivas; las mujeres, en galante homenaje,
arrojan sobre él las más delicadas flores, deshojadas o en ramilletes
diminutos, cariñosamente atados con cintas de seda; algunas, las
más entusiastas, le obsequian desde los balcones sus pañuelitos
bordados, recién embebidos en riquísimo perfume. Junto al libertador
va la elegantísima guardia cívica; luego los alabarderos y la escolta
de húsares. El heroico batallón 8 de los Andes, que triunfó en Maipú,
cierra la marcha, como si empujase aquel cortejo de victoria. En la
plaza de armas hay un tablado. San Martín sube, saluda a la inmensa
multitud y despliega en seguida la bandera que ha inventado para el
Perú independiente. El clamor llena los espacios. Manuela,
electrizada, siente que su espíritu le pide escenas de esta grandiosidad
para hallarse satisfecho. Hay una secreta voz interior que le llama
imperiosamente por este camino, apenas vislumbrado desde la
infancia cuando el grito de independencia de Quito, apenas
presentido en las mil peripecias vividas ya, pero nunca palpado como
ahora. Nada hay a sus ojos que pueda compararse a la gloria; en la
gloria está para ella la suprema grandeza. Si siempre tendió en sus
acciones y anhelos hacia los hechos de magnitud dentro de lo limitado
de la vida social que vivía, en donde lo más destacado que se lograba
conquistar era convertirse en la reina de un salón o de una fiesta, si
sus ambiciones se señalaron insistentemente por dominar –cómo
dominaba a los caballos en el campo y a los hombres en todas partes–
pero en forma omnipotente, brillante, a los ojos deslumbrados de
todos, cuánto más excelso le parecía convertirse en centro de las
miradas de todo un pueblo colmado de delirio.
Este día fue para Manuela decisivo. De esta fecha partió el
cambio sustancial de sus determinaciones, sin que se alterase el
propio temperamento. En esta ocasión escuchó claramente la voz
90

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
de su “vocación”, y determinó lanzarse por los derroteros que le
correspondían, así hubiera que alcanzarlos con lágrimas.
La alegría general sube de punto cuando habla el general
para declarar al Perú libre de la dominación española. A su corta
arenga responde el tronar de las salvas de artillería. No han cesado
todavía las bocas de fuego, cuando San Martín abre los brazos y
estrecha contra su corazón al compañero de luchas y de triunfos: al
almirante Cochrane. Esta vez la multitud no aplaude, llora. Manuela
no deja correr las lágrimas, pero muerde imperceptiblemente sus
propios labios y desbarata los guantes entre los dedos. Si alguien la
hubiera observado, habría visto cómo de los ojos de la quiteña salía
luz como fuego; son una hoguera cuyas llamas se alzan ritmo a
ritmo según las palpitaciones aceleradas del corazón. La que sí llora
desbordadamente es Rosita Campuzano, cuyos ojos azules parecen
un cielo serraniego después de la tormenta.
Cuando comienza a disolverse la multitud, se reparten entre
las gentes distinguidas unas medallas conmemorativas. El anverso
tiene grabado un sol y trae esta leyenda: “Lima libre juró su
independencia el 25 de julio de 1821”. En el reverso se lee: “Bajo
la protección del ejército libertador del Perú, mandado por San
Martín”.
Quizás al día siguiente, quizá más tarde, comienzan las
relaciones entre el general triunfador y Rosita Campuzano.
“Relaciones de tapadillo, pues San Martín no quería dar en Lima
escándalo por aventuras mujeriegas. Jamás se le vio en público con
su amante” 70 . Manuela Sáenz no habría tolerado escondrijos nunca.
No podía ser el simple placer sexual o la ingenua satisfacción de ser
la preferida del hombre supremo lo que le satisficiese. ¿De qué sirve
alcanzar alturas, si los demás no han de conocerlas? Esta es su lógica,
lógica inflexible, de extraordinario egoísmo.
El primer pensamiento de San Martín es continuar con la
guerra, hasta desalojar a los españoles del Perú, pero sin encargarse
de la dirección de los destinos políticos y administrativos de él.
Duda varios días; pide que elijan otro para la presidencia del país;
torna a inclinarse hacia el mando, mientras los generales ibéricos La
70 PALMA, RICARDO. Op. cit.
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Serna y Canterac efectúan movimientos militares significativos, y en
tanto que el puerto de El Callao se mantiene firme y decidido contra
los independientes. Interviene entonces, con todo su poder, la Logia
Lautaro, la que “le exige ponerse a la cabeza de la administración del
Perú” 71 . Acepta San Martín, y asume el mando político y militar, con el
título de “Protector”. En adelante, Rosita Campuzano se llamará
simplemente “la protectora”.
Se multiplican las fiestas en honor del Protector y sus altos
oficiales. Cada una es motivo de serios disgustos entre Manuela y su
marido.
Aparte de los celos, hay otra circunstancia íntima que provoca
distanciamiento entre los dos: la falta de hijos. De ello se quejó ya
varias veces Thorne, con grande discreción, y allá en la intimidad de
sus ilusiones vino almacenándose poco a poco cierta amargura a causa
de la infecundidad de su mujer. Por aquellos tiempos, la obra económica
del hombre, dentro del hogar, se considera como una obligación movida
hacia una única finalidad: dejar herencia a los hijos. Ni fundaciones, ni
donaciones de carácter profano se acostumbran. ¿Con quién quedarían
los bienes cuantiosos del marido? ¿Con Manuela, que quizás los
aprovecharía para ventajosas segundas nupcias?
Sin embargo, todas estas realidades disimula pronto el inglés.
Fiel a su norma de tratar de comprender para luego perdonar, estudia
cada uno de los actos de su consorte. “El amor le acomoda sin
entusiasmo”, pero le obsesiona la observación. Obtiene en todos los
casos un mismo resultado: amar más y más a su mujer, amarla con una
constancia a prueba de todas las contrariedades. Considera que las
pequeñas discusiones, los delicados reproches son indispensables para
frenar un tanto las desviaciones del apasionadísimo temperamento de
Manuela; pero aquello mismo como que le une más estrechamente a
ella. A cambio de no perderla, sería capaz de todas las indulgencias.
92
* * *
Entre los homenajes especiales dedicados al Protector están
las representaciones teatrales. Una noche –el 4 de septiembre–, en el
71 MITRE, BARTOLOMÉ. Op. cit. Vol. III: 470.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
palco de honor, muy cerca de aquel en que se encuentra Manuela con
su marido y amigas, se acerca al oído del general un ordenanza, y le
dice: “Canterac, a las puertas de Lima”. Ordena suspender la
representación el Protector, y personalmente anuncia la agresión
española que se prepara contra la ciudad en esos mismos momentos.
Nada o casi nada hay preparado; las tropas se han mantenido en la
inacción, entregadas al enervante placer del triunfo en un ambiente en
donde se aman y prodigan este y los demás placeres. Hácese, sin embargo,
inmediatamente la unidad en torno a San Martín, cuyo ejército se
compone de dos mil ciento veinticinco argentinos, mil quinientos
noventa y cinco chilenos y mil cuatrocientos diez peruanos. Sabedor
Canterac de los preparativos del Protector, resuelve no acercarse; pero
las tropas libertadoras son utilizadas para atacar El Callao, en donde se
rinde quince días más tarde el general cuencano La Mar, hasta entonces
al servicio de los virreyes.
Después de este breve episodio de actividad militar, continúa
el enervamiento. Abrense otra vez las puertas de los placeres para los
vencedores, coronados nuevamente de gloria. Se ejercen algunas
represiones contra el clero y contra los españoles de mayor relieve; se
decreta la emancipación de los esclavos, que toman las armas por la
causa de la independencia; pero nada más. El Protector, entusiasmado
con sus aventuras secretas y absorbido por los éxitos, parece olvidar
que aún el ejército ibérico se halla intacto en la serranía. Se ocupa en
proyectar la forma de gobierno que le convendría al Perú, una vez
independizado; y cree, por desgracia, que lo más adecuado seria
imponerle un monarca americano. ¿Cuál? ¿Por qué no el mismo San
Martín, hoy en el clímax del triunfo? Para preparar el terreno hay que
dar muestras de energía y de radicalismo. Se expiden decretos contra
los españoles y sus familias; se hace algo de persecución religiosa. El
arzobispo de Lima, monseñor Las Heras, a pesar de su ancianidad
(ochenta y cuatro años), recibe un pasaporte para salir del Perú en el
plazo de veinticuatro horas. Es preciso dar con largueza a los
espectadores la apariencia de majestad real: en los salones del palacio
de los virreyes su propio retrato reemplaza al de Fernando VII; se
ensancha el lujo en todos los sitios por donde pasa el Protector. Una
carroza de seis caballos, con cocheros de librea, lleva al general de una
parte a otra. Las gentes salen de sus casas para verlo pasar y admiran su
93

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
vistosísimo uniforme nuevo de granadero con palmas de oro reluciente.
Es creada la guardia regia; a pie, para palacio; a caballo, para la calle;
todos los nobles brutos de la guardia regia guardan color uniforme.
El congreso le asigna treinta mil pesos anuales de renta personal.
Ha entrado la vanidad en el grande hombre.
Comienza el año 1822, y los generales, lo mismo que las
damas principalísimas de Lima, son advertidos oficialmente de que
van a ser galardonados por el gobierno en atención a los servicios
que han prestado a la patria. Naturalmente, entre las damas constan
Manuela Sáenz y Rosita Campuzano. Tanto en palacio como en los
salones de la aristocracia se preparan apresuradamente grandes
festejos, que van a prolongar, en cierto modo, los regocijos propios
del nuevo año. Al fin, el día 21 de enero se expide, por bando, un
decreto antidemocrático, de origen realista, que instituye 1a “Orden
del Sol” para hombres y mujeres, con los correspondientes grados,
insignias y prerrogativas 72 . Por lo que hace a las mujeres, son creadas
ciento dos caballeresas seglares y treinta y dos caballeresas monjas,
“escogidas entre las más notables de los tres monasterios de Lima”.
“Entre las primeras se encontraron las condesas de San Isidro y de
la Vega y las marquesas de Torre Tagle, Casa Boza, Castellón y
Casa Muñoz”. Entre las primeras, por sus servicios de importancia
en la conspiración libertaria, Manuela Sáenz y la favorita del
Protector también son acreedoras al galardón con derecho propio.
El decreto, en la parte que atañe a las damas, dice así: “Las patriotas
que se hubiesen distinguido por su adhesión a la causa de la
independencia del Perú, usarán el distintivo de una banda bicolor,
blanco y encarnado, con una medalla de oro con las armas nacionales
al anverso, y en el reverso la inscripción: ‘Al patriotismo de las más
sensibles’”.
Si el día en que San Martín fue aclamado por todos los
habitantes de Lima se produjo la primera violenta reacción emocional
en Manuela, tan intensa como un despertar, tan honda como un
espolazo; el momento en que recibe la condecoración de caballeresa
del sol se advierte en su conciencia un trastorno decisivo. Ha dado,
al fin, tras tanto anhelar y buscar, con el punto exacto de sus
72 Gaceta del Gobierno, decreto Nº 4, T. 2.
94

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
ambiciones. Lo que le satisface, evidentemente, no es el reinado en
los salones, ni los placeres, ni la adoración de muchos, ni su
deslumbradora belleza, ni los chispazos de su inteligencia vivacísima,
sino la gloria, esa gloria que hace que todos la admiren por lo que
ella ha conquistado por propio impulso y por propio riesgo. A tanto
llega su júbilo en ese día, que olvida a su marido, a los que la envidian;
estaría dispuesta a concederlo todo porque le parece que todo lo ha
alcanzado. Llueven sobre ella los homenajes sociales; regalos van y
vienen de casa a casa; las invitaciones se multiplican, a los salones
de las marquesas, de las condesas, de todo lo más encopetado de la
voluptuosa sociedad cortesana. Su hermano José María es partícipe
entusiasta de tanta grandeza. Su padre..., ¿quién puede pensar ahora
en un padre desnaturalizado, enemigo de todas estas excelsitudes?
Para el futuro, la vida de Manuela encuéntrase ya definida, sin
mutaciones posibles. ¿Valdría la pena acercarse con intimidades a
San Martín? Pero, ¿y la Campuzano? Y, más que todo, esa su frialdad
exterior, ese su hermetismo, esa falta de fuego del jefe de la
Argentina... No. Por allí no hay camino. Pero urge encontrarlo. La
gloria ha tocado a las puertas de su espíritu, y cuando tal sucede no
hay manera de retroceder.
Es entonces profunda, desconcertante, su situación frente a
su marido. Con ese elemento dentro de casa y junto al alma no es
posible ambicionar nada. Ya todo se ha alcanzado: dinero, fiestas,
lujos, viajes, hastío, indiferencia sexual, desprecio. Nada queda hacia
adelante. Absolutamente nada. La vida se torna imposible por
incompatibilidad de todo: pensamiento, costumbres, tendencias,
aspiraciones. La ruptura vendrá.
Entretanto, los españoles han practicado algunos
movimientos militares. El virrey La Serna se instala con lo mejor de
sus tropas en el Cuzco; el general Canterac ocupa Jauja con el grueso
del ejército. De esta manera, ninguno de los dos, ni el Protector ni
los españoles, puede contar con suficiente poderío para destruir al
otro. La guerra ha entrado en un estado crónico. Los independientes
son dueños del norte del país; los realistas ocupan toda la sierra y el
litoral sur.
Las fiestas y la molicie continúan en Lima. Por todas partes
hay síntomas de descomposición en el ejército libertador. En la Logia
95

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Lautaro no se habla de San Martín sino con el mote de “el rey José”,
quien, para congraciarse mejor con sus oficiales, les reparte medio
millón de pesos, a razón de veinticinco mil a cada uno. El derroche
se acentúa, mientras el comercio yace en la inacción, porque la guerra
impide que viajen barcos entre España y América. En el pueblo
hay miseria y descontento. Los jefecillos se dedican a intrigas. Y,
como si todo esto no bastase para minar la obra emancipadora, se
produce el rompimiento entre el Protector y su valeroso ayudante
Cochrane, sin cuya colaboración desde el sitio de jefe de la escuadra
habría sido imposible llegar hasta Lima. Cochrane retorna a Chile,
ofendido, casi dispuesto a tomar venganza. San Martín no le ha
tomado en cuenta como se merecía, ni concedido todos los honores
a que aspiraba; temió quizás ver opacada su figura de primer jefe de
la campaña.
Todos estos sucesos y los que están por desarrollarse son la
valiosa escuela en que la bella quiteña escudriña los escondrijos de
la trama política hasta hilar lo más delgado posible. Cuando le
corresponda actuar en primera línea, poseerá ya una envidiable
experiencia.
Probablemente por aquellos días llega su padre, don Simón,
en viaje de negocios. Naturalmente, se hospeda en casa del doctor
Thorne. Trae cartas, saludos, historias de la lejana Quito. Se pasan
horas y horas en conversación. No lo molestan, por ser español,
gracias a los servicios de su hijo José María. Pero los demás
españoles, con sus familias, han comenzado a padecer un grave vía
crucis. Una parte de sus bienes es confiscada; a muchos se les expulsa
del Perú; a otros se les encarcela o prohíbe toda suerte de negocios.
No es solamente Lima la zona en donde asoman síntomas
de descomposición. En los campos, por reinar el hambre, aparecen
cuadrillas de salteadores que se tornan en amenaza creciente. El
Protector, ante todo esto, toma la determinación de reiniciar la
guerra. Delega el mando civil en el marqués de Torre Tagle para el
caso de que tenga que ausentarse y despacha con importantes
fuerzas a los generales Tristán y Gamarra a Ica, para enfrentarse
con los españoles. A la vez, convoca al congreso constituyente, que
dictará la carta fundamental peruana. Torre Tagle, muy poco querido
96

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
e inepto para el mando, nombra como ministro suyo a Monteagudo,
“sistemático por temperamento y terrorista por adaptación”.
Los dos generales que partieron a Ica regresan cubiertos de
ignominia. Canterac y La Serna les han infligido tal derrota, que el
Protector se siente desconcertado. Monteagudo aprovecha la ocasión
para tomar venganza con los españoles, a los que hostiliza “hasta la
barbarie”. San Martín dirige cartas, entre humilladas y complacientes,
a los jefes realistas, proponiéndoles un armisticio. Y así quedan las
cosas cuando don Simón Sáenz anuncia su viaje de regreso a Quito.
Sus negocios han seguido el desarrollo previsto; ha vendido lo que
trajo; con las ganancias se lleva más mercancía, que venderá en
precio duplicado en Guayaquil e intermedios hasta la capital de la
presidencia.
Por esos días obtiene Manuela, con habilidad magistral, el
primer triunfo sobre su marido, pues consigue que le permita un
viaje de visita a su madre, aprovechándose de la compañía de su
padre. La ocasión es magnífica; ya retornará en el próximo viaje de
don Simón. Y parten los dos, Manuela y su padre, rumbo a Quito, a
mediados de abril de ese año 1822, después de que la quiteña ha
alcanzado inolvidables plenitudes durante tres años de
ininterrumpido placer. Este viaje cambió para siempre el derrotero
de la vida de esta mujer excepcional y le dio su verdadera orientación.
97

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Tercera Parte
DE PICHINCHA A AYACUCHO
Y comenzó un amor que para Manuela Sáenz
fue el único, y para Simón Bolívar, la pasión
más importante de su vida.
EMIL LUDWIG. Bolívar.
Cuando los viajeros llegaron a Guayaquil, ya el general Sucre,
enviado oportunamente por Bolívar, se ocupa en tomar posesión
de Riobamba, a trescientos kilómetros al sur de Quito. Va, de batalla
en batalla, rumbo a esta última ciudad, en donde los españoles se
han encastillado con gruesas tropas del presidente Aymerich. Le
acompañan en la empresa las tropas enviadas como refuerzo por el
general San Martín, comandadas por el coronel Andrés de Santa
Cruz, en cambio del célebre batallón Numancia, de colombianos,
que es retenido en el Perú. Suman los auxiliares unos mil hombres;
los colombianos son mil quinientos.
Sigue Sucre a Latacunga 73 y el día 16 de mayo se halla en las
proximidades orientales de Quito. Manuela, lejos de detenerse hasta
aguardar el resultado de los sucesos, deja a su padre en Guayaquil y
sigue adelante, a escasa distancia de las tropas libertadoras. Conoce
por instinto y por tendencia la vida de campaña; le place en extremo;
va hacia ella. Si no entra de lleno en las actividades es porque no se
lo consienten. Mientras el enviado de Bolívar anda por los lados
orientales, llega ella a su casa por el camino ordinario, que casi se
pega a la cordillera occidental de los Andes. Sin embargo, la alegría
se mezcla con gravísimos temores: probablemente van a trabarse
nuevas batallas y no existe inconveniente para que no se luche en el
interior de la población misma, o en sus proximidades inmediatas.
Hay pánico general, como en 1810. Manuela revive escenas de terror,
esta vez imaginativo; todos se apresuran a llenar sus despensas y a
asegurar las puertas de las casas. Los españoles patrullan la ciudad
y no han olvidado los nombres de quienes contribuyeron hace trece
73 Aquí conoce Sucre a doña Mariana Carcelén y Larrea, su futura esposa. Tenía entonces esta
marquesa diecisiete años.
99

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
años para la primera insurrección. Evidentemente, el viaje ha sido
inoportuno.
Bolívar también se dirige a Quito. Está en la plena realización
de sus propósitos antiguos. Ocho años antes había escrito ya: “Crea
usted que si deseo que se me autorice de un modo amplio en lo
relativo a la guerra es porque estoy determinado a tomar a Santa
Marta, Maracaibo y volver por Cúcuta para libertar el sur hasta Lima,
si es posible” 74 . Acaba de obtener una nueva victoria en Bomboná,
cerca de Pasto (7 de abril) y se halla para ocupar esta capital en
donde todavía presenta resistencia el general español Basilio García.
El mayor azuzador contra los independientes ha sido el obispo de
Popayán a quien llama Bolívar “criminal autor de toda la sangre
que ha corrido en Cauca y en Pasto” 75 .
En la mañana del día 24 de mayo, a eso de las ocho, comienza
extraordinaria agitación en Quito. ¿Qué ha sucedido? El general
Sucre, con sus tropas, ha escalado el volcán Pichincha, a cuyas faldas
se extiende la ciudad, y trata de llevar a cabo su propósito de situarse
al norte, en donde hay llanuras propicias para una batalla. Los
españoles descubren el movimiento y se lanzan a escalar también
ellos las escarpadas estribaciones para detener el avance enemigo.
Se inicia la batalla a las nueve y media, bajo un sol reverberante.
Puede presenciarse el espectáculo desde las calles y casas. Los
cañones realistas disparan desde la loma de enfrente; con grande
dificultad se mueve la caballería, mientras el batallón Paya se traba
con los españoles a la bayoneta. En un momento de vacilación
interviene el coronel Córdoba y obliga a los restos de los vencidos
a encerrarse en el fuerte del Panecillo. Esta batalla librada a tres mil
quinientos metros sobre el nivel del mar se termina a las doce del
día, hora en que los patriotas enarbolan su bandera triunfadora en
la torrecilla de la iglesia de El Tejar. Se rinde, en consecuencia, el
general Aymerich con todas sus tropas y armas restantes; se le
permite embarcarse para España, rodeado de todas las
consideraciones.
74 Carta a Custodio García Rovira, diciembre 24 de 1814; citada por JESÚS MARÍA HENAO en
La grandeza de Bolívar.
75 SAÑUDO, JOSÉ RAFAEL. Estudios sobre la vida de Bolívar. 2ª ed.: 122.
100

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Al día siguiente, por la tarde, entran pomposamente a Quito
los vencedores. Hay murgas que recorren las calles, cohetes, algarabía
en todos los puntos, excepto en los hogares en donde el duelo y la
tristeza han sido las únicas consecuencias de la lucha. Manuela
participa de ese regocijo, acude a los hospitales de heridos con sus
dádivas; entrega varias mulas de su hacienda para reponer las
muertas, envía víveres para las tropas. Siente en su intimidad un
regocijo extraordinario, como si ella misma fuese la gananciosa.
Cuando se celebra un solemne Tedeum en la catedral, presidido por
Sucre y su Estado Mayor, la quiteña asiste tal vez entre las primeras
y aunque no es devota, manda flores en abundancia para el mejor
adorno del templo. Pronto halla la ocasión de conocer personalmente
a Sucre, cuya amiga íntima, sincera, invariable, será por el resto de
la vida. Nunca dudará de la lealtad y caballerosidad de este
admirable cumanés; nunca tendrá quejas de él. Por su parte, el joven
general –apenas tiene veintiocho años– hallará en Manuela una
confidente, una intercesora ante Bolívar, una amiga dispuesta a
prestar servicios benéficos a la causa de la independencia en todo
momento, una mujer, en fin, a quien llamará con respeto, la “esposa”
del Libertador. Por trágica coincidencia, este nuevo amigo y su futuro
genial amante perecerán el mismo año, con lo que una soledad
indefinible se apoderará de su espíritu hasta la muerte.
Los grandes festejos oficiales se reservan para cuando llegue
Bolívar, que entra triunfante a Pasto el 6 de junio, “recibido por la
clerecía, bajo palio hasta el altar, donde se cantó el Tedeum”. “La
presencia de Sucre en Quito y la de Bolívar en Pasto trajo por
resultado la rendición de muchos cuerpos de tropas realistas” 76 . Parte
en seguida el Libertador hacia Quito, para entrevistarse con su mejor
general y para dirigirse luego a Guayaquil, cuya adhesión a la Gran
Colombia le es indispensable.
“Ya vienen, ya llega...”, son las voces que discurren por toda
la ciudad, capital ahora del Ecuador, el día 16 de junio. Los
aristócratas, el clero, la plebe han preparado al general caraqueño
grandes arcos con ramas de olivo y flores naturales en las calles por
donde ha de pasar; han buscado bandas de músicos en más de un
76 SHERWELL, GUILLERMO A. Simón Bolívar: 200.
101

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
lugar (¡bandas tan primitivas, pero tan bulliciosas!), y los balcones
de las casas han sido adornados con colgaduras, festones y
banderolas.
Son las ocho y media de la mañana. Las campanas de los
templos son echadas a vuelo, los fuegos artificiales alborotan en el
espacio. Precedido de su banda de guerra llega por los ejidos del
norte el general Bolívar, a quien ha salido a recibir Sucre, en compañía
de varios oficiales. Viene jinete en un caballo blanco; viste uniforme
de gala que brilla con el sol –uno de esos soles quemantes de junio
en aquella región– y le siguen trescientos oficiales y setecientos
jinetes portadores de lanza con gallardete. A su paso por las calles
empedradas, en donde resuenan los cascos de los caballos, lluvias
de flores, millones de aplausos y vivas, delirio, frenesí, son arrojados
a los rostros de los vencedores, con un fervor que nunca presenciaron
esas calles ya casi tricentenarias. El pueblo se apretuja en las aceras,
en el cruce de las vías, en los zaguanes, en donde puede, para
vitorear también hasta la plenitud, a pesar de que seguramente no
tenía cabal conciencia del suceso mismo. Rendía tributo en esos
momentos a los héroes; y nada más excelso que éstos para la masa.
“No sólo la gente visible de los pueblos, sino hasta el más miserable
labrador ha salido a su encuentro, o a coronarlo, o a regalarle rosas.
El que menos lo llamaba Moisés y no hubo quien no vertiese lágrimas
al verlo” 77 . Marcha a paso lento; trae el sombrero a la mano como
buen caballero y saluda cortésmente, con discretísima sonrisa, a las
damas de los balcones. “Es bajo de cuerpo –un metro con sesenta y
siete centímetros–; hombros angostos, piernas y brazos delgados.
Rostro feo, largo y moreno; usa bigote un tanto recortado al filo del
labio. Cejas espesas y ojos negros, románticos en la meditación y
vivaces en la acción. Pelo negro también, cortado casi al rape, con
crespos menudos. (Las patillas y los bigotes se los quitó tres años
más tarde.) El labio inferior protuberante y desdeñoso. Larga nariz,
que cuelga de una frente alta y angosta, casi sin formar ángulo. Es
todo menudo y nervioso. Tiene la voz delgada pero vibrante. Y se
mueve de un lado para otro con la cabeza siempre alzada y alerta
las grandes orejas” 78 .
77 Carta de Vicente González a Santander. Quito, junio 17 de 1822.
78 Según descripción del general Páez.
102

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Así lo ve el pueblo. Así lo contempla Manuela Sáenz que,
en compañía de su madre, tíos y amigas, aguarda al vencedor en
uno de los balcones de la plaza principal, en la esquina diagonal del
palacio del obispo. En el preciso momento en que pasa el héroe,
Manuela arroja una corona de ramas de laurel. Alza la vista el general
y se encuentra con los ojos chispeantes de la quiteña, con su
maravillosa sonrisa y con sus brazos blanquísimos, redondos, que
parten de los hombros desnudos como dos llamaradas de amor.
Sonríe más acentuadamente Bolívar, clava en ella su mirada de fuego
y agradece el homenaje con una reverencia muy acentuada.
Aquel momento fue definitivo para la vida sentimental de
ambos; desde ese punto se amaron para siempre.
A menos de cien metros está el palacio municipal a cuyas
puertas, sobre la plaza, se alza un tablado en donde aguardan al
Libertador doce bellísimas quiteñas, vestidas de ninfas. Le coronan
e invítanle a escuchar los discursos de autoridades y eclesiásticos.
Llévanle luego a la catedral, en donde “le cantaron un larguísimo
Tedeum”.
Por la noche se realiza el gran baile en honor del héroe y de
sus generales. El asiento del caraqueño está situado al fondo del
salón, bajo un dosel con rico tricolor de seda. Don Juan Larrea lleva
del brazo a Manuela Sáenz y la presenta al Libertador: “La señora
Manuela Sáenz de Thorne”. Los minués, la contradanza, el valse
fueron bailados por varias horas; en el intermedio fue servido un
magnífico ambigú. “Ha debido parecerle a Bolívar el símbolo viviente
de sus sueños; el orgullo en su forma más graciosa, la gloria junto
con la sonrisa más mundana, la habilidad, el ingenio personificados
en una mujer de extremada belleza, la frescura, la sonrisa, la audacia;
la primera mujer capaz de montar a caballo como él, hábil en el
manejo de las armas y versada en Tácito y Plutarco... Este encuentro,
ocurrido cuando Bolívar se halla en el apogeo de sus victorias, no
puede sino proporcionarle ánimo para acometer nuevas y más
temerarias empresas. Coincide con sus resueltos pasos para alejarse
de su patria por un gran camino extranjero y con el trastorno que
produce en su corazón la vista de la mujer más hermosa de su
existencia. Así, como si fuera una intensa novela, las fuerzas de
vida, de amor y de combate del héroe alcanzan su culminación en
103

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
un mismo momento y levantan hasta el ápice a un hombre de
cuarenta años” 79 . Manuela tiene veinticuatro, y ostenta en el pecho
blanquísimo, de admirables turgencias, la banda de Caballeresa del
Sol.
Menos de veinte días duran las relaciones secretas, pero
ígneas, de los dos nuevos amantes. Las fiestas se multiplican, las
invitaciones son como para todos los días. Nacen murmuraciones;
ninguno de los dos se da por aludido. El general tiene costumbre de
lances tales; ella está gobernada por su temperamento voluntarioso,
audaz, despreciativo y sensual, con sensualismo que busca en el
placer la gloria. En estos temperamentos la lucha es una necesidad
y el marchar contra corriente una dicha. ¿Qué daño pueden causarle,
además, a ella, la mujer hermosísima, rica, aristócrata, valiente para
todos los desafíos, feliz además por haberse separado del que le
servía de marido? En cambio, ¡qué gloria amar intensamente y ser
amada del hombre más grande de América en esos momentos!
Probablemente hubo también fiestas en la hacienda Catahuango; con
seguridad la negra Jonatás cooperó en más de una cita clandestina.
La ciudad se hallaba ebria, desbordada de júbilos; acababa de hacerle
al Libertador el obsequio que siempre apreció más: un caballo blanco,
magnífico, de nombre Pastor, adquirido en mil pesos.
Las tropas se entregan a un merecidísimo descanso, tanto
más indispensable, cuanto que debían partir muy pronto a nuevos
lugares en donde les aguardaban nuevas victorias. Todas las gentes
ensalzan el heroísmo del teniente Abdón Calderón que, a pesar de
sus cuatro heridas, se negó a retirarse de la batalla, muriendo varias
horas más tarde a consecuencia del desangre. Los honores
concedidos por Bolívar a su memoria (ascenso a capitán y vacancia
de la plaza) eran la mejor prueba de cómo el vencedor apreciaba el
mérito de los héroes. Todos o casi todos están satisfechos; no hay
represalias; los sacrificios impuestos para la continuación de la
campaña no son exagerados, y los españoles han quedado
completamente destrozados. Ya no quedan militares realistas sino
en el Perú.
Por el momento se trata quizás de una simple aventura galante
entre estos dos célebres personajes. Hay de por medio un marido
79 LUDWIG, EMIL. Bolívar. 1ª ed. castellana: 224.
104

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
con derechos legales y sociales. Tampoco puede desconocerse que
en el general existe un inveterado espíritu donjuanesco, dispuesto a
encontrar en estos episodios el incidente fugaz, ilusorio. Sin embargo,
en la mujer aparece siempre la intuición de que el suceso es
transitorio o perdurable. Manuela debió de darse cuenta desde los
comienzos de que había en el fondo una cuestión emocional
indestructible. No solamente se comprendieron desde el encuentro
inicial, sino que llegaron a la unión, por necesidad, por
compenetración de tendencias y por enérgica imposición por parte
de ella. “Era Manuela demasiado fuerte y orgullosa. Se hallaba,
además, absolutamente desprendida de cuanto significaba
matrimonio, marido, seguridad; temperamento de Amazona en el
cual se aúnan el abandono femenino y el orgullo viril, el ingenio y la
ironía con la perdurabilidad de los sentimientos”.
“Quien sepa –dice Ludwig– cuán poco frecuente es ese tipo
de mujer, no se sorprenderá de que Bolívar jamás conociese otra de
tan asombrosas cualidades. Pero, en realidad, Bolívar tampoco había
encontrado un hombre comparable a ella, y, como en medio de un
verdadero torbellino, llevaba una vida solitaria y sin amigos –tan
solitaria como la de la misma Manuela– halló también en esta mujer
un amigo de espíritu superior. Esto último lo supo y lo reconoció en
el transcurso de los años”.
No fue indudablemente la emoción corporal lo que juntó
definitivamente a estos dos seres excepcionales, sino la potencia
espiritual de ambos. Los mismos anhelos de gloria, las mismas
ambiciones desmesuradas de libertad, una misma fe en la obra, un
mismo sentido del sacrificio integral, una misma desconfianza de
todos a pesar de la urgencia de contar con todos, y la misma triste
experiencia sentimental. Ni María Teresa, su esposa fallecida; ni
Fanny du Villars, la adorada prima envuelta en las galantes
encrucijadas de Versalles; ni Josefina Machado, la famosa “señorita
Pepa” que decían los soldados venezolanos; ni Manuelita Madroño,
en la sierra peruana, pudieron nunca conquistar el corazón y el
pensamiento y todas las facultades del Libertador. Sólo Manuela
Sáenz, por la excelsitud de su mente, de su sentimiento, de su
preparación y por el vigor de su carácter pudo llegar a tan
encumbrada cima. Como podrá advertirse, se impuso a todo y a
105

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
todos y fue la compañera fidelísima, inteligente, digna del grande
hombre; pero una compañera de felicidades y hondísimas tristezas,
en los intentos autoritarios y en los renunciamientos, a través de las
horas solemnes en que su amante es el hombre más poderoso y
dentro de las horas sombrías en que la traición o la enfermedad
tratan de arrastrar a la tumba al genio.
La existencia de un marido que sólo le ha proporcionado
decepciones, frigidez, desengaño profundo respecto de la vida
hogareña, no le preocupa. Ya le escribirá: “Yo sé muy bien que
nada puede unirme a Bolívar bajo los auspicios de lo que usted
llama honor. ¿Me cree usted menos o más honrada por ser él mi
amante y no mi esposo? ¡Ah! Yo no vivo de las preocupaciones
sociales inventadas para atormentarse mutuamente”. No le asustan,
por esto, los chismecillos de los salones quiteños. Los conoce en su
origen y en sus alcances, puesto que ha vivido en esos ambientes a
plenitud. Sabe que desempeñan el papel de la carcoma, pero sabe
igualmente que una dosis de veneno despreciativo mata las carcomas
en muy reducido tiempo. Está decidida a seguir junto al personaje
que ha elegido su corazón, y lo hará a costa de todo. Nunca ha
habido razón más poderosa ni firmeza más inconmovible que una
determinación en alma femenina. Ni nunca ha existido fuerza mayor
que una mujer convencida de que ama y de que es correspondida.
Hasta la muerte las respeta.
Un asunto grave traía preocupado al Libertador: la situación
de Guayaquil que aún no se había decidido ni por Colombia, ni por
el Perú. Dentro de la ciudad había partidarios de las dos posibilidades
y unos terceros pretendían que la provincia, junto con los territorios
de Manabí, permaneciese independiente a pesar de su pequeñez.
Ya se había anticipado el caraqueño con seis meses, con la siguiente
intimidación dirigida al presidente de la Junta de Gobierno de esa
ciudad: “V.E. debe saber que Guayaquil es completamente del
territorio de Colombia; que una provincia no tiene derecho a
separarse de la asociación a que pertenece, y que sería faltar a las
leyes de la naturaleza y de la política permitir que un pueblo
intermedio viniera a ser campo de batalla entre dos fuertes Estados.
Yo creo que Colombia no permitirá jamás que ningún poder de
106

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
América mutile su territorio” 80 . ¿Quién pretendía disputarle a
Colombia esta posesión? El general San Martín, en su calidad de
gobernante del Perú. Cuando supo de la intimidación de Bolívar a
Olmedo “convocó un consejo de estado, para consultarle si
declararía la guerra a Colombia. El consejo opinó que sí, con
excepción del ministro Monteagudo y el general Alvarado” 81 . Fracasó
en consecuencia el propósito. Pero quedó en pie la muy seria
desavenencia entre los dos grandes generales.
No aguarda, por tanto, el Libertador sino proclamar en Quito
la constitución de Colombia y parte en volandas a Guayaquil, en
donde le espera Sucre, encargado de ejecutar planes
extraordinariamente hábiles. En la tarde del 2 de julio llega a la
ciudad. “Vestía su gran uniforme militar: casaca bordada en oro,
con los entorchados y chatarreras de general; una rica espada del
mismo metal con sus correspondientes tiros bordados; pantalón muy
ancho de paño grana, de idéntica labor al costado; grandes botas de
montar, con espuelas sobrepuestas; sombrero elástico, muy alto,
festonado de franjas de oro por la orilla exterior y orlado de pluma
blanca al interior y tres grandes plumas derechas, del tricolor de la
bandera, azul, amarillo y encarnado. Una faja y banda de seda,
igualmente tricolor, con bellotas y rapacejos de oro, bajando del
hombro derecho al costado izquierdo, terminaba ciñéndole la
cintura. Completaban su uniforme tres condecoraciones, colocadas
al lado izquierdo del peto de la casaca”. Querría, indudablemente,
impresionar a los guayaquileños, resuelto como iba a hacer la anexión
de aquella provincia a Colombia. Fue recibido triunfalmente.
Sólo un suceso se presentaba de por medio: la proximidad
de la visita del general San Martín, anunciada para esos días. Este
general, interesadísimo también en dicha anexión, había ordenado
que las fuerzas auxiliares del Perú que combatieron a las órdenes de
Sucre en Pichincha retornasen a Guayaquil, al mismo tiempo que
entraba al puerto la escuadra peruana al mando del almirante Blanco
Encalada. Con lo uno y lo otro habrá lo suficiente –pensaba el
argentino– para intimidar la región y para expresarle a Bolívar
claramente la determinación peruana.
80 Carta del 2 de enero de 1822.
81 Larrazábal.
107

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Diez días más tarde, en forma enérgica y decidida, el
Libertador “acoge bajo la protección de la república de Colombia al
pueblo de Guayaquil, encargándose S.E. del mando político y militar
de esta ciudad y de su provincia”.
La anunciada visita de San Martín se presenta el 26, a las
nueve de la mañana. Bolívar le saluda a bordo del buque en que
llegaba y lo conduce a la casa en donde se desarrollarán las
conferencias. Luego de los discursos, el Protector es coronado de
laureles por la fascinadora guayaquileña Carmen Garaicoa y Llaguno.
El pueblo se desborda de entusiasmo, no tanto por la llegada del
Protector cuanto por la intensísima emoción que brota del encuentro
de los dos generales más eminentes de América en aquellos años. Son
dos colosos que se sitúan frente a frente, que con la mayor cortesía y
diplomacia van a definir la superioridad del uno sobre el otro. “Les es
común el valor personal, el orgullo decidido, la consagración total a
su causa, el perfecto desinterés, la fe inquebrantable en la justicia de
su propósito y el significado de su misión. Pero, puesto todo ello
aparte, basta verlos para comprender que un mundo los separa. Al
continente del caballero elegante de Bolívar se opone el porte grande
y macizo de San Martín. El uno jamás está en reposo; esgrimista,
jinete, apasionado por el baile, nada le cansa tanto como la quietud.
El otro, aplomado, musculoso, con el sentimiento de la responsabilidad
siempre por delante, sombrío a menudo y rara vez sonriente. Al lado
de un espíritu radioso, vivaz, siempre capaz de conquistar a los mejores,
se coloca un pensador taciturno, lento para hablar y escribir, la mirada
escrutadora y voz opaca, que más inspira respeto que entusiasmo. El
uno es poeta sobre todo; el otro, soldado. Ambos son afiliados a la
masonería, pero San Martín con mucha mayor convicción íntima que
Bolívar. Al primero le da grandes resistencias la vida metódica; al
segundo le devora el fuego interno. Mientras el uno juega ajedrez en
las horas de la noche, el otro las emplea en bailar. Ya que el destino
logra reunir a dos hombres tan fundamentalmente distintos, para
decidir el resultado de un conflicto, este encuentro no puede producir
sino una guerra o un desistimiento. La posición de los caracteres
permite prever el desenlace” 82 . Los guayaquileños lo saben. El ejército
también. La expectativa es extraordinaria.
82 LUDWIG, EMIL. Op. cit.: 227.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Por la tarde de aquel día conferencian en secreto. Al
anochecer, se sirve un banquete, en que reinan la alegría y la
franqueza. Terminado éste, nueva conferencia secreta. A la una de
la mañana, San Martín llama a su edecán y le dice: “Vámonos, no
puedo soportar este bullicio”. Sin que nadie lo advirtiese, un
ayudante de servicio le hace salir por una puerta excusada –según
lo convenido con Bolívar, de quien se había despedido para siempre–
y lo conduce a la goleta Macedonia.
¿Qué se resolvió en aquel memorable encuentro? Que
Guayaquil y su provincia quedarían anexionados a Colombia. Que
la forma republicana sería adoptada para estos países americanos,
en contra de la monarquía patrocinada por el Protector. Que la
guerra la terminaría Bolívar, pues San Martín había decidido
renunciar a todo y exiliarse voluntariamente a Europa 83 . O sea, que
“en Guayaquil vio eclipsarse San Martín su gloria de guerrero, pero
no su gloria de libertador”. Bolívar había eliminado al último de sus
rivales. No tuvo sino dos en su fúlgida carrera: éste y Miranda. Los
demás no lo fueron porque ninguno alcanzaba a su excelsitud. Sucre
fue su mejor amigo. Los otros, sus enemigos, en gran parte.
La inmortalidad no sabe nada de moral o
inmoral, del bien y del mal; sólo necesita obras
y pujanza, reclama del hombre unidad, forma,
y no pureza. Para ella, lo moral no es nada; la
intensidad todo.
STEFAN ZWEIG. Casanova.
Después del éxito tan prodigioso, tiene derecho el Libertador
a consagrar unos cuantos días a los grandes placeres de su corazón.
Manuela le aguarda muy cerca de Babahoyo, a donde se llega
navegando por el Guayas. El escenario de los amores locos,
vibrantes, de este experto seductor es la hacienda El Garzal, donde
la exuberancia tropical se derrocha abundosa, en prodigio de
83 Los detalles de esta entrevista pueden verse en el texto del oficio reservado que dirigió el
secretario del Libertador al general Sucre, Revista del Archivo de la Biblioteca Nacional, Quito, 1939.
Ver también: RUMAZO GONZÁLEZ, ALFONSO. El General San Martín, su vida y su acción
continental en relación con la historia de Bolívar. Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación, 1982.
109

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
fecundidad. Las palmeras cenceñas, elegantes, de dedos esmeralda
que juegan con el viento; los mangos coposos y embozados; los
naranjales de fruta de oro, y un aire soñoliento, cargado de aromas
y de canciones de grillo real, crean el ambiente propicio para la
fruición desbordada del amor. Las garzas viajan por esos horizontes,
llevadas por dos manos blancas que saludan a la naturaleza pródiga
y hacen de alas a los cuerpos menudamente aristocráticos; también
las libélulas, de colas sensuales y traviesas, perforan ágilmente las
distancias y caen de bruces sobre las lagunas, con ansia de clavarse
en su frente arrugada y nacarina.
Jamás hubo en aquellos parajes ardientes una pasión de dos
amantes más locamente desbordada. Nunca hubo tampoco un fervor
más profundo y conmovido. En la mayor parte de las horas del día,
Bolívar hace trabajar intensamente a su secretario. Hay que escribir
cartas y más cartas: a Bogotá, a Quito, a Lima, a Buenos Aires, a
Guayaquil, a Panamá, a Cali, a todas partes, porque todo este mundo,
casi tan grande como la tierra de Europa, se mueve en su cerebro,
descansa en sus manos y está íntegramente sometido a su palabra.
Ha de despachar emisarios en todas direcciones para las misiones
reservadas, que son muchas; es fuerza hacer política, forjar planes
militares, hallar los medios necesarios para la próxima campana del
Perú; acordarse de todos los parientes y amigos, defenderse de los
enemigos, crear ejércitos y aprovisionarlos, alistar barcos, encontrar
armas y pertrechos y mil y mil cosas que están supeditadas a sus
designios. En esta tarea agobiante, que sólo puede ser atendida por
un general que no conoce la fatiga ni descuida nada en su memoria,
tiene desde entonces una extraordinaria ayudante que le enseña a
ser más desconfiado, que muestra claramente la doblez de los
espíritus y que le informa en los más nimios detalles de ese pozo de
intrigas, grandezas y miserias que es Lima, la Lima virreinal, en
donde el Protector y sus soldados han sido poco menos que
devorados por la molicie. Con más devoción que el secretario Pérez,
se entiende con el despacho oportuno de todo, vigila el archivo,
entra a convivir plenamente con el genio, a quien ama con amor de
la carne y con amor del espíritu, de todo el espíritu. Desde estos
días la bella quiteña será la retadora de toda murmuración, porque
se ha convertido en la colaboradora de la independencia. Lo demás,
110

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
¿qué importa? ¿A qué conduce? Le habría bastado un divorcio para
justificarse. Pero ni los divorcios han entrado todavía del todo en
las costumbres sociales de la época, ni su marido podía ser solicitado
para concederlo, por propia dignidad de Manuela, ofendida en lo
que más podía ella apreciar en su existencia: el amor, un amor de
grandes emociones, apasionado, destruido por la incomprensión, la
indiferencia, la rígida frialdad.
Todo lo más que hacen los moradores de Babahoyo cuando
la bella amazona sale a caballo, junto a su general, es emocionarse
vivamente y comentar aquella felicidad, la felicidad de dos almas
dignas la una de la otra. Respetan la aventura, la aplauden
sinceramente, porque son gentes mucho más amplias que las de la
serranía. Además, varias de ellas viven de idéntica manera, guiadas
y unidas sólo por las leyes eternas de la pasión.
Ya han partido las primeras divisiones colombianas al Perú,
al mando del general Juan Paz del Castillo, y del coronel José María
Córdoba (30 de julio de 1822), y sólo resta visitar las regiones del
sur para que todo eso quede definitivamente incorporado a
Colombia.
El día primero de septiembre sale el Libertador hacia Cuenca.
A principios del mes siguiente visita a Loja y retorna luego a
Guayaquil, satisfecho de haber hallado en las regiones mencionadas
sólo entusiasmo, agradecimiento por la libertad conquistada.
Manuela, rica de ventura, cargada de ensueños, parte a Quito. El
viaje de seis días a caballo no se le hace pesado. En adelante va a
entrar en una actividad nueva en su vida: las cartas de amor a su
hombre, a su grande hombre. Ha hallado, a los veinticinco años, el
verdadero derrotero de su existencia.
No puede detenerse en Guayaquil el Libertador. La presencia
de las tropas patriotas ha sido urgente en la realista Pasto, que el día
28 de octubre ha proclamado nuevamente a Fernando VII. Los
insurrectos están acaudillados por Benito Boves, sobrino del famoso
guerrillero español muerto en Venezuela. Sucre es el primero en
llegar, espada en mano, a la ciudad sublevada, que somete en brava
lucha. Son los momentos de la Navidad. Aquella noche en Pasto
no hay sino cadáveres y desolación. A las tropas vencedoras se les
permiten ciertos desmanes, y por vez primera en su carrera militar,
111

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Sucre emplea mano dura, muy dura, para castigar a los insurrectos.
Pero no para allí el suceso. Bolívar en persona llega con nuevas
tropas al siguiente día de haber comenzado el nuevo año y dicta
providencia de excepcional energía: confiscación de bienes a todos
cuantos tomaron parte en la revuelta; impuesto a la ciudad de treinta
mil pesos, de tres mil reses y de dos mil quinientos caballos. Son
reclutados además mil trescientos adultos que, instruidos en la
milicia, serán despachados a la campaña del Perú 84 .
He aquí la primera carta conocida de Manuela a su amante
(que ya se hallaba en Pasto):
112
En la apreciable de usted, fecha 22 del presente, me
hace ver el interés que ha tomado en las cargas de mi
pertenencia. Yo le doy a usted las gracias por esto,
aunque más las merece usted porque considera mi
situación presente. Si esto sucedía antes que estaba más
inmediata, ¿qué será ahora que está a más de sesenta
leguas de aquí? Bien caro me ha costado el triunfo de
Yacuanquer. Ahora me dirá usted que no soy patriota
por todo lo que voy a decir. Mejor hubiera querido
yo triunfar de él y que no haya diez triunfos en Pasto.
Demasiado considero a usted lo aburrido que debe
estar usted en ese pueblo; pero, por desesperado que
usted se halle, no ha de estar tanto como lo está la
mejor de sus amigas, que es
MANUELA
Esta carta revela que la valerosa y apasionada quiteña
marchó al Norte con Bolívar y que se regresó a Quito únicamente
cuando su amante iba ya por las proximidades de Pasto. Su gran
preocupación es que él se halle aburrido, puesto que ella lo está
también. Juntos los dos no puede haber, no ha habido ni habrá nunca
tedio, parece decirle con una natural delicadeza femenina. Sabía ya
ella muy bien que el lado débil de Bolívar, en la vida íntima, era
eso: que se aburría cuando no encontraba un corazón sincero ni un
84 SAÑUDO, JOSÉ RAFAEL. Op. cit.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
ser que le proporcionara alegría, placer. Esta carta, en realidad, es
un ofrecimiento de nuevas caricias.
Sólo ocho días se queda el caraqueño en Quito, disfrutando
–y con grande discreción– del amor, sin dejar por eso de atender a
los centenares de asuntos graves que le obligan a seguir viaje a
Guayaquil. En el Perú ha habido sucesos de trascendencia. A poco
de llegadas las divisiones colombianas (6 de septiembre de 1822),
el Protector San Martín se ha embarcado en el bergantín Belgrano y
ha abandonado para siempre el Perú, después de haberle dicho al
general Guido estas gráficas palabras: “Bolívar y yo no cabemos en
el Perú”. El Congreso constituyente peruano habíale aceptado la
renuncia del poder. Vinieron luego las pugnas políticas, en las cuales
aparece englobado un marcadísimo sentimiento anticolombiano que
tiene eco en el ejército. “Desde el principio experimentaron los jefes
colombianos los efectos de intrigas, procedimientos ingratos y de
una política contraria a los ideales del momento. El Gobierno del
Perú los mantiene en estado de abandono, se niega a reemplazar las
bajas y al racionamiento puntual; hasta que Paz del Castillo recibe
órdenes del Gobierno peruano de retirarse con su división a
Colombia. A mediados de enero siguiente la división arriba a
Guayaquil” 85 . No parece sino que las aspiraciones del Libertador de
lanzarse contra los españoles en el Perú están en camino de fracaso.
No dispone de las suficientes autorizaciones legales, ni los peruanos,
movidos por rencillas políticas, toman en serio, con la urgencia del
caso, la presencia de las tropas realistas, que amenazan la reconquista
de las posiciones perdidas.
En marzo, sin embargo, el embajador Portocarrero llega a
Guayaquil y pide, suplica a Bolívar que acuda en defensa del Perú.
El caraqueño ve renacer sus sueños y contesta: “Colombia hará su
deber con el Perú. Llevará sus soldados hasta el Potosí, y estos
bravos volverán a sus hogares con la sola recompensa de haber
contribuido a destruir los últimos tiranos del Nuevo Mundo.
Colombia no pretende un grano de terreno del Perú, porque su gloria,
su dicha y su seguridad se fijan en conservar la libertad para sí y en
dejar independientes a sus hermanos”. Casi de inmediato son
85 VIVANCO, CARLOS A. El Ecuador en la independencia de América: 33.
113

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
enviados unos tres mil hombres para corresponder a lo solicitado, y
en los dos meses posteriores otros tres mil.
Mientras permanece el Libertador en Guayaquil, ocupado
en la organización eficiente de la próxima campaña, se comunica
con su amante por cartas que son llevadas y traídas con suma
frecuencia. En las etapas cortas en que las necesidades de la guerra
u otros sucesos obligan a estos dos seres a estar separados, se
escribieron tantas cartas que en 1846 contaba el general O’Leary
(edecán de Bolívar) a un amigo que le había pedido autógrafos de
personas ilustres: “A propósito de autógrafos, usted no ha oído hablar
sin duda de doña Manuela Sáenz, la excéntrica cara amiga del general
Bolívar. Hace pocos días me mandó una orden para que me
entregaran en Bogotá un cofrecito que contiene algunos centenares
de cartas que le había dirigido su ilustre amante, y todas de su puño
y letra. Apenas he tenido tiempo de recorrerlas muy a la ligera. Nunca
ha habido amante más ardiente ni más apasionado”.
De cuando en cuando va el Libertador a la hacienda El
Garzal, en donde alcanzaron la primera plenitud sus amoríos. Lo
hace por atender a insistentes invitaciones de sus grandes amigos
los dueños y porque desde allí puede manejar y controlar su
correspondencia con mayor consagración y exactitud. Un día llega,
en esa hacienda, la nueva de que los moradores de Pasto se han
alzado de nuevo en armas (12 de junio), capitaneados por Agustín
Agualongo y Melchor Cano. A la cabeza de ochocientos rebeldes se
han apoderado de Pasto y organizan la marcha hacia el Sur con el
propósito de tomarse la misma Quito, toda vez que lo más valioso
y valeroso de los ejércitos libertadores había sido despachado al
Perú a órdenes del general Sucre. El coronel Juan José Flores ha
sido derrotado por los insurrectos, que proclaman a voz en cuello el
nombre del rey como el del legítimo soberano. El indio Agualongo
es audaz; mientras Flores se retira a Popayán, avanza con sus tropas
hasta los pueblos de Ibarra y Otavalo, a los que rinde fácilmente.
Bolívar decide, entonces, acabar para siempre con ese foco
de sublevaciones y dirige la campaña en persona. Más aún: tomará
la espada en la mano y entrará personalmente en la batalla, cosa
que ninguno de los grandes generales conocidos ha hecho en la
historia a la edad del Libertador en ese momento. El plan es astuto:
114

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
dejar que Agualongo avance imprudentemente, dar la impresión de
debilidad y luego aniquilarlo. Entre los centenares de voluntarios
que se presentan en Quito para esta memorable campaña aparece
el hermano de Manuela, el coronel Ignacio Sáenz, quien parte a la
lucha pleno de entusiasmo, puesto que ha formado entre los patriotas
desde hace tiempo y con gran decisión. Seguramente Manuela
contribuyó en esta ocasión con mucho de la hacienda de su madre
y aun con dinero. Al igual que Bolívar, siempre estuvo dispuesta a
entregarlo todo por la causa de la libertad, y lo entregó con
generosidad. “Ella era –dice O’Leary– el ser más desinteresado que
he conocido”.
Agualongo y sus mil seiscientos hombres son desbaratados,
parte en Ibarra, parte en el río Tahuando. La mitad queda muerta en
los campos de lucha; los fugitivos son perseguidos por la caballería
y muy pocos se salvan entre las breñas de la cordillera. Las represalias
son tremendas: entre las instrucciones dadas por Bolívar al general
Salom consta la siguiente: “Sexta: los hombres que no se presenten
para ser expulsados del territorio serán fusilados”.
De regreso a Quito efectúa el Libertador los preparativos
para salir rumbo al Perú, de donde le reclaman urgidamente por
medio de una y otra delegación, por cartas, por intermediarios. Ya
se halla tranquilo por haber dominado plenamente en la región de
Pasto y recibido del Congreso colombiano todas las autorizaciones
y poderes que le hacían falta. ¿Qué le resta? Entregarse unos pocos,
poquísimos días, a Manuela, en cuyas manos encuentra dos o más
cartas del doctor Thorne, que le exige un inmediato retorno a Lima.
Probablemente han llegado a sus oídos ya los chismes de Quito. El
caraqueño siente remordimientos. Plantea por vez primera el tema
de una separación definitiva, que la quiteña rechaza indignadísima.
Dos años más tarde todavía se conservarán esos remordimientos,
pero serán los últimos. La carta de entonces a Manuela dice así:
Mi buena y bella Manuelita: Cada momento estoy
pensando en ti y en la suerte que te ha tocado. Yo veo
que nada en el mundo puede unirnos bajo los auspicios
de la inocencia y del honor. Lo veo bien y gimo de tan
horrible situación; por ti, porque te debes reconciliar
115

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
116
con quien no amas, y yo, porque debo separarme de
quien idolatro. Sí, te idolatro hoy más que nunca jamás.
Al arrancarme de tu amor y de tu posesión se me ha
multiplicado el sentimiento de todos los encantos de
tu alma y de tu corazón sin modelo. Cuando tú eras
mía yo te amaba más por tu genio encantador que
por tus atractivos deliciosos. Pero ahora ya me parece
que una eternidad nos separa, porque por mi propia
determinación me veo obligado a decirte que un
destino cruel, pero justo, nos separa de nosotros
mismos. Sí, de nosotros mismos, puesto que nos
arrancamos el alma que nos da existencia, dándonos
el placer de vivir. En lo futuro tú estarás sola, aunque
al lado de tu marido; yo estaré solo en medio del
mundo. Sólo la gloria de habernos vencido será nuestro
consuelo.
Pero por sobre estos remordimientos, que no alentaban en
modo alguno en Manuela, condenada por la suerte, por sus parientes,
por las costumbres de la época a un matrimonio absurdo, había una
fuerza interior que los unía estrechísima, indisolublemente. Se
amaban, se comprendían, se habían elegido el uno al otro con la
más grande libertad, guiados por los sentimientos más nobles y de
mayor impulso que pudieran imaginarse: la sed de gloria, la ambición
de grandeza, la determinación de entrar en la historia con más
atributos que nadie, luego de poner en ejecución una obra grandiosa.
¿Iba eso a ser destruido? ¿Iba a interponerse un pobre inglés, sin
ambiciones, sin anhelos grandiosos, una mediocridad llena de dinero
y de ciego apasionamiento? Las voluntades firmes como la de la
extraordinaria quiteña no ceden nunca una vez que han tomado
una determinación.
En aquellos breves días, en que el Libertador alterna
probablemente entre la ciudad y la hacienda Catahuango, queda
determinado que Manuela partirá también para el Perú, y muy poco
después de la salida de su amante. La despedida es, pues, un sencillo
“hasta luego”.
Antes de viajar, deja Bolívar lo siguiente para Santander:
“Usted me repite que debemos cuidar de preferencia nuestra casa

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
antes que la ajena. Esto no merece respuesta, porque el enemigo no
es casa ajena, sino muy propia”.
A nadie amo, a nadie amaré. El altar que tú
habitas no será profanado por otro ídolo ni
otra imagen, aunque fuera la de Dios mismo.
Tú me has hecho idólatra de la humanidad
hermosa: de ti, Manuela.
BOLÍVAR
“Manuela Sáenz se quedó en Quito, entregada por completo
a la política. Fue entonces cuando, lanza en ristre y a la cabeza de
un batallón de caballería, sofocó un motín en la plaza y calles de
Quito” 86 .
¿De qué motines se trataba? Dice el historiador: “Apenas
partió Sucre al Perú, se enseñoreó de este departamento una
burocracia neogranadina o venezolana. Bullían, sobre todo, militares
agresivos, violentos y ásperos, de esos que el propio general Sucre
tuviera que someter frecuentemente con ruda energía. Parecían no
libertadores, sino más bien conquistadores. Causaron disgustos muy
profundos. Vinieron en seguida las cargas tributarias. Más pesadas,
naturalmente, que las de la colonia, pues había que sostener una
administración más costosa y un ejército que, para pueblos pequeños
y pobres, parecieron una carga imponderable. El descontento por
el régimen del vicepresidente de Colombia y un desengaño grande
sucedieron a los entusiasmos iniciales” 87 .
En un motín de esos, bullicioso, antibolivariano, intervino
Manuela, para disolverlo, para restaurar el imperio del orden
preconizado por el Libertador y encomendado al general Salom.
“Jinete en un potro color jaspeado, con montura de hombre,
pistoleras al arzón y gualdrapa de marciales adornos; vestida a lo
turco, con el pecho levantado sobre un dormán finísimo, meciéndose
sus bucles bajo un morrión de pieles, garbeada la cabeza por cucarda
y plumajes militares, y sus pies por diminutas botas de campaña,
86 PALMA, RICARDO. Op. cit.
87 REYES, OSCAR EFRÉN. Brevísima historia general del Ecuador. Sexta parte: 172.
117

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
con espolines de oro” 88 , parecía la generala del regimiento actuante.
El regalo de su amante era perfecto. Por vez primera las calles de
Quito vieron lo que tenían que presenciar más tarde otros lugares:
el formidable y valeroso impulso de una mujer nacida para la
intrepidez, la superioridad, el cumplimiento de un destino excelso.
Aquel día salía a la luz el alma heroica de la quiteña; aparece su
auténtica personalidad, hasta entonces embozada en alegrías, en
exaltaciones, en anhelos, hasta en delirios, como cuando la triunfal
apoteosis de San Martín en Lima.
Poco a poco van apareciendo en este admirable
temperamento las grandes llamaradas y nobilísimas elevaciones que
atesora. De esta escena en Quito, que escandalizó a toda la
mojigatería femenina o masculina, que provocó anatemas de un
clero corrompido y arrancó los más férvidos elogios a las tropas,
que la contemplaron entusiasmadas, a las de Bogotá, Lima,
Ayacucho, no hay ninguna distancia: son la obra de un soberano
impulso que no podía ser detenido ni por prejuicios, ni por
costumbres patriarcales, ni por el absurdo de un matrimonio
equivocadísimo.
Probablemente este salto a la arena pública, y luego la
camaradería con el ejército y el contacto con los políticos para
conocer a fondo sus verdaderas intenciones y el manejo atinado,
astuto, de las relaciones sociales, levantaron la montaña del
escándalo que obligó a Manuela a no demorar el viaje a Lima más
de cinco semanas a partir de la salida de su amante. A principios de
octubre ya se encontraba en la ciudad de los virreyes y cuidaba del
archivo del Libertador 89 .
Pero lleva, a la vez, el dolor de haber perdido a su padre.
Parece que en uno de esos motines don Simón Sáenz se extralimitó
en audacia y cayó herido de muerte. No se conocen detalles.
Posiblemente debió de influir en el espíritu de Manuela este suceso
para el apresuramiento de la partida. Al fin y al cabo era el autor de
sus días, aunque a la vez el preconizador de un antirrevolucionarismo
que le iba muy a lo hondo a la patriota quiteña.
88 PRÓSPERO PEREIRA GAMBA.
89 LECUNA, VICENTE. Cartas del Libertador.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Llega a El Callao, y produce muy mala impresión entre los
militares. El general Jacinto Lara le dijo al propio Bolívar estas
palabras: “Mi general, estamos para salir a sablear a los godos y está
usted cargando con mujeres. La señora Sáenz ha llegado ayer tarde,
procedente de Quito, en unión del doctor Bernardo Monteagudo” 90 .
Este doctor andaba por Quito, fugitivo a causa de la caída política
de San Martín.
¿Qué le aguarda en Lima? La gloria de haber entrado a formar
parte, en primera línea, en las huestes libertadoras, y la tortura de
caer de nuevo en brazos de su despreciado marido, el inglés. Lo
primero, unido al infinito amor que se le había prendido en el alma,
tenía todas las fascinaciones juntas. Pero lo segundo... Ella era
demasiado inteligente para él; éste, demasiado mediocre para ella.
Volver a su lado, hacerse víctima de sus apasionamientos metódicos,
por períodos, era algo que superaba todas las desgracias. Sin embargo,
había que soportarlo.
Bolívar llega a Lima en forma espectacular (2 de
septiembre) 91 . El presidente del Perú, Torre Tagle, viaja hasta El
Callao para el recibimiento en compañía de varios miembros del
gobierno, de autoridades, de funcionarios. Las tropas han sido
colocadas en dos alas para que pase el héroe. Se reviven los días de
la entrada gloriosa de San Martín. La ciudad se encuentra
embanderada, se disparan cañonazos, se arrojan flores a su paso,
“las persianas moriscas, de los balcones están abiertas, y las lujosas
bellezas de Lima se disputan a porfía una mirada del hijo de
Caracas” 92 . Una comisión del congreso le saluda, y les responde lo
siguiente: “Los soldados libertadores no volverán a su patria sino
cubiertos de laureles, pasando por arcos triunfales. Vencerán y
dejarán libre al Perú o todos morirán. Yo lo prometo”. Era la
declaración de una ruptura de hostilidades y de un desafío a muerte,
a que nunca se atrevió el Protector.
¿Estaba el Protector en condiciones de lanzarse con brío a
tamaña empresa? No. Todo lo contrario. “Cuando Bolívar llegó al
Perú, la revolución estaba agonizante. Anonadada en los campos
90 CAMINO CALDERÓN, CARLOS. Anecdotario de los Libertadores.
91 LECUNA, VICENTE. Op. cit. T. V: 267.
92 BULNES, GONZALO. Bolívar en el Perú. T. I: 323.
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
de batalla, hallábase desprestigiada en la opinión pública” 93 . Los
sucesos posteriores a la salida de San Martín habían postrado a la
nación en una serie de males tan grandes, que el mismo Sucre hubo
de confesar a tiempo que no veía más salvación posible que la
presencia de Bolívar. Para lo político había quedado de presidente
Riva Agüero, y para lo militar, el general Santa Cruz. El primero,
miope y petulante, pensó que lo oportuno era desatar una campaña
nacionalista contra los colombianos, y se convirtió en el enemigo
de Sucre desde el primer día. El segundo, contra todas las opiniones
sensatas y por sobre la autoridad de Sucre, se lanzó a una desastrosa
campaña por el sur, con dirección al Alto Perú, cuyo final fue la
pérdida de más de cuatro mil hombres. ¡Regresó derrotado, sin haber
combatido y con sólo setecientos soldados!
El general español Canterac, amo y señor de su voluntad
omnímoda, respaldada por más de nueve mil soldados veteranos,
se movilizaba de un punto a otro como le placía. Poco antes de la
llegada de Bolívar había ocupado la ciudad de Lima, mientras los
patriotas se encastillaban en El Callao, y sólo la abandonó para
desarrollar operaciones en el sur, adonde había partido Santa Cruz.
Sucre mismo, por causa de las disensiones peruanas, tanto
políticas como militares, se encontró reducido a la impotencia.
Marchó al sur, para cumplir las órdenes dadas por el Libertador en
diversas cartas, pero nada pudo realizar de provecho, pues tenía la
consigna de no empeñarse en una batalla que pudiera significarle
derrota. Había que salvar de todos modos el prestigio inicial de los
soldados de Colombia. Pero si no obtuvo ventajas militares, sí las
consiguió políticas, que era lo que interesaba. Con habilidad de
consumado diplomático, obtuvo la destitución de Riva Agüero del
poder y el nombramiento de Torre Tagle, adicto a los nuevos
libertadores. Riva Agüero, pleno de despecho, intentó el último paso
indigno que le quedaba: pactar con los españoles contra Bolívar. La
llegada de éste y la defección de sus principales secuaces lo impidió
oportunamente.
Pocos días después de aclamado, el caraqueño recibe del
congreso la plenitud de los poderes, y comienza a solucionar todos
93 BULNES, GONZALO. Op. cit. T. I: 323.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
los graves problemas que se le presentaban. “El gran problema fue
organizar y mandar a argentinos, chilenos, peruanos y colombianos de
diversas regiones, en que había metidos muchos a la fuerza, como los
pastusos y varios acostumbrados a voltearse y que ya se habían volteado
más de una vez. Bolívar no conocía el terreno, ni las costumbres, ni la
realidad de hombres y armas que allí había” 94 . A la verdad, es obra
magna la que tenemos entre manos –escribía al coronel Heres–, y sólo
vemos un campo inmenso de dificultades, porque reina un desconcierto
que desalienta al más determinado. Nuestros enemigos son todas las
cosas, y nuestros hombres son los soldados de todos los partidos y de
todos los países, que cada uno tiene su lengua, su color, su ley y sus
intereses aparte.
Grande es, pues, el contraste que halla Manuela entre la Lima
de los días de las Caballeresas del Sol y la de los que se le ofrecen a la
vista, llenos de peligros, de complicaciones, de intrigas inquietantes.
Sin duda por esto se constituyó casi en seguida, y a pesar de las protestas
del marido, en la secretaria de su amante. Había que defenderlo, que
comunicarle minuciosamente cuanto se decía en los salones
aristocráticos de Lima y cuanto se cuchicheaba por las calles y en los
grupos populares. En esto último le ayudaban dos negras, muy fieles y
muy astutas: la famosa Jonatás y Nathán, traídas de Quito. También
colaboraba, de modo eficientísimo, su antigua amiga Rosita Campuzano,
para quien las glorias habían terminado y también las riquezas; el viaje
definitivo de San Martín fue para ella fatal.
Pero este nuevo género de vida tenía que producir en Manuela
modificaciones sustanciales respecto de quienes la rodeaban. Tanto
por lo que hace al ejército, que estaba acostumbrado a los amoríos del
Libertador como por lo que toca con la sociedad limeña, para quien
eran nuevas estas realidades, los cambios se produjeron a la vuelta de
pocos días. “Todos los generales del ejército, sin excluir a Sucre, y los
hombres más prominentes de la época tributaban a Manuela Sáenz las
mismas atenciones que habrían acordado a la esposa legítima del
Libertador. Las señoras únicamente eran esquivas para con ella; y ésta,
por su parte, nada hacía para conquistarse simpática benevolencia entre
los seres de su sexo” 95 . La decisión había sido tomada, y nadie será
94 MONSALVE, J. D. Estudios sobre el Libertador.
95 PALMA, RICARDO. Op. cit.
121

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
capaz de modificarla en el resto de la vida de la quiteña. Ni su
marido, ni el medio, ni sus conveniencias. En adelante, se considerará
miembro del ejército libertador, su más entusiasta cooperadora, su
generala dispuesta a servir y salvar la obra y la vida de su amante.
Será “una de las más exaltadas patriotas”.
Sin embargo, falta todavía algún tiempo para el rompimiento
definitivo entre Manuela y el inglés. Este hombre, precisamente
por ser frío, parece comprensivo. Examina prudentemente la
situación, estudia el temperamento volcánico de su mujer, y le da la
razón al considerar, como considera, que sus relaciones con Bolívar
son sólo emocionales, por obra de entusiasmo y admiración. Quizás
se imaginó alguna vez que su mujer le traicionaba. Pero también se
encuentra dispuesto a perdonar este exceso, a cambio de conservar
a Manuela consigo. Más tarde lo declarará enfáticamente.
“Era generalmente en la noche (afirma Boussingault) cuando
Manuelita visitaba al general. Llegó allí una vez que no era esperada.
Hete aquí que encontró en el lecho de Bolívar un magnífico arete
de diamantes. Hubo entonces una escena indescriptible: Manuelita,
furiosa, quería absolutamente arrancarle los ojos al Libertador. Era
entonces una vigorosa mujer; apresaba tan bien a su infiel, que el
pobre gran hombre se vio obligado a pedir socorro. Dos edecanes
lograron con mucho trabajo librarlo de la tigresa, mientras Bolívar
no cesaba de decirle: ‘Manuela, tú te pierdes’. Las uñas –muy bonitas
uñas– habían hecho tales arañazos en la cara del infortunado, que
durante varios días no dejó el cuarto a causa de un resfriado, como
se decía en el Estado Mayor. Pero durante esos mismos días recibió
los cuidados más solícitos, más tiernos, de su querida gata”.
Este incidente revela que el Libertador tuvo en Lima, desde
las primeras semanas, unos cuantos enredos galantes y que Manuela
disfrutaba de una muy amplia libertad, tolerada por su marido, y
llevada hasta los extremos de celo que quedan relatados.
Probablemente de este mismo tiempo data la famosa
declaración amorosa –posterior a la entrega– de una importante
dama limeña, a quien Bolívar hubo de contestar lo siguiente: “Señora:
Anoche encontré la carta que usted ha tenido la bondad de
escribirme y que tanto me ha dado en qué pensar. Desde luego que
mi deseo ha sido el de complacer a usted en oír cuanto usted tiene
122

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
que decirme. Pero, ¿de qué me servirá todo esto? De nada
absolutamente. En la situación de usted, en la mía, yo no encuentro
otro recurso digno de usted, de su honor, de su reputación y de su
familia que el de olvidar cuanto ha pasado, que, aunque de ninguna
consecuencia, al fin podría serle a usted funesto y a mí deshonroso.
Medite usted un solo instante los resultados que podría tener un
mal paso dado por usted o por mí. Medite usted un momento si a
mí me fuera permitido tener otro objeto respecto a usted que el de
obtener su mano y medite si esto podría suceder. No, mi señora, no
podría suceder, por razones que usted no dejará de penetrar”. Fue
muy difícil –no se realizó nunca– que ninguna mujer llegase a
convencer plenamente a este glorioso general, iniciado en el amor
en los refinadísimos salones de París. Sólo Manuela Sáenz, la “criatura
excepcional”, pudo proporcionar a este temperamento genial todo
lo que sus anhelos ambicionaban. Desde aquel junio de 1822 hasta
el día de su muerte, muchas preciosas mujeres cayeron, sin duda,
en sus brazos, pero ninguna dejó huella, ni la de la carta transcrita.
La quiteña, en cambio, arraigó en su corazón para siempre desde la
hora del primer encuentro. Las infidelidades del amante sólo
producían un mayor acercamiento, después de los inevitables
choques. “Estas dos nobles criaturas son demasiado indómitas para
vivir juntas en ininterrumpida tranquilidad” (Ludwig).
Estas primeras semanas en Lima son, para Bolívar, de
prodigiosa actividad, en la aventura, en la diplomacia, en la milicia.
“Creó parques, organizó maestranzas, formó ambulancias, instruyó
al ejército, organizó las tropas del Perú, agrupó, bajo las banderas
independientes, a los restos de los ejércitos de la Argentina y Chile,
levantando constantemente la moral de estas tropas” 96 . Y amó
mucho, mucho, a Manuela, con quien las relaciones se hacían cada
día más hondas y frecuentes. El demonio del amor y el de la guerra
lo poseían por completo. “Confío –decía– en que el genio de la
América y el de mi destino se han metido en mi cabeza, y así la
victoria será de mis tropas sin remedio y sin dilación alguna”.
Renunció al sueldo de cincuenta mil pesos que le asignó el congreso;
pero, en cambio, aceptó de él la doble tarea de reducir a Riva Agüero,
96 CHIRIBOGA N., A. I. Fuerzas morales en el Ejército: 178.
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ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
encastillado en su rebelión y en su entrega al enemigo desde la ciudad
de Trujillo, y la de derrotar a un ejército inmensamente superior en
todo sentido y adueñado de una extensísima zona medio
inexpugnable. Contaba en total con cinco mil soldados colombianos
y cuatro mil peruanos y argentinos. “Canterac, en cambio, al finalizar
ese año de 1823, dominaba desde Guancayo seiscientas leguas al
norte y al sur, desde Chincha y Tarma hasta Tupiza y Tarija, con
ocho mil veteranos. El virrey La Serna tenía en el Cuzco mil hombres.
El general Valdés, en Arequipa, tres mil. El general Olañeta, en el
sur y en el Alto Perú, cuatro mil. A todo lo cual había que añadir
dos mil hombres en columnas móviles que se situaban libremente
donde les placía”. La situación, para el caraqueño, parecía
desesperada.
Había algo más grave todavía. Riva Agüero pactaba
secretamente con los españoles, en condiciones como la siguiente:
“Quinta.– Se convendrá el gobierno del Perú en despedir a las tropas
auxiliares, y en caso de resistencia obrarán de concierto los españoles
y los peruanos”. Los cuatro días que siguen a la entrega por el
congreso de los poderes dictatoriales, casi omnímodos, a Bolívar,
cuatro días destinados a endiosar al Libertador, en medio de salvas
de artillería, de banderas, de iluminación general, de tedeums, no
consiguen producir entusiasmo bélico. A lo sumo, crece la aureola
del héroe. “Dondequiera que un jefe colombiano tenía necesidad
de tomar medidas enérgicas, se alzaba contra él una grita de
nacionalismo que minaba la unión indispensable para la causa
común. La animosidad se había convertido en suspicacia contra
Bolívar, y en el pueblo se hacía camino la idea de que el ejército
auxiliar era tan enemigo del Perú como el español 97 .
¿Qué hacer? Lo primero que se resuelve, pesadas todas estas
realidades, es –probablemente por sugerencia de la astucia femenina
de Manuela– intensificar la vida social, multiplicar las reuniones en
los salones, en donde será posible descubrir, entre licores y alegría,
a los verdaderos enemigos de la independencia. Manuela vuelve así
a la intensa, agitadísima existencia que vivió en los gloriosos días
del Protector. Pero esta vez en calidad de descubridora y
97 BULNES, GONZALO. Op. cit. T. II: 111.
124

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
colaboradora. Su tino le impide desbordarse. Aquí y en todas las
ciudades en donde le tocó actuar hasta 1830, su habilidad para la
intriga y su perspicacia para conocer a los hombres adquirirá fama
hasta el punto de convertirse en personaje temible, precisamente
por las consecuencias que de sus descubrimientos se derivaban,
toda vez que su influencia en el ánimo de su amante fue siempre
muy grande, casi de omnipotencia. Si no hubiera estado poseída de
los anhelos de independencia y su espíritu no hubiera vivido
permanentemente en medio del más grande desprendimiento y de
un desinterés sin límites, su papel se habría reducido al mediocre de
las favoritas de monarcas. He aquí una prueba de su influencia: don
Ildefonso Antonio Bermejo –Historia del Reinado de Isabel II– cuenta
que en 1824 cayó preso en Arequipa el general Baldomero Espartero,
futuro regente de España. “Trasladóse a un hospital por haber caído
gravemente enfermo por causa de la insalubridad del calabozo
–dice el autor–, hasta que una señora que tenía con Bolívar íntimas
relaciones se interesó en favor del preso en un baile que se dio para
festejarle, logrando para su favorecido el permiso de regresar a
España”.
Despacha el Libertador emisarios que llevan el propósito de
reducir a Riva Agüero por el convencimiento. Pero el ex presidente
peruano, a la vez que se manifiesta complaciente con los enviados,
conferencia secretamente con los españoles, según quedó dicho.
Por dar tiempo a las negociaciones de traición a Colombia, el peruano
sugiere que las proposiciones de arreglo traigan la firma autógrafa
de Bolívar. El retorno de los comisionados coincide con el arribo a
Lima del general Sucre, quien ha abandonado el sur y llega a
entrevistarse con su jefe, a fin de planear la próxima campaña.. Muy
poco se demora el cumanés en la ciudad de los virreyes; apenas lo
indispensable para recibir órdenes y para saludar a sus amigos, entre
quienes está de modo preferentísimo Manuela Sáenz.
Es extraordinaria la comprensión que hubo entre Sucre y la
quiteña. Jamás se presentó entre los dos el más pequeño
desavenimiento. El general la respetó como a la legítima esposa del
Libertador, la trató como a tal, exigió de todos aquella consideración
y su alma gallarda, caballerosa, hizo de la bella amante del caraqueño
una amiga sincerísima, una confidente, una compañera de campañas
125

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
militares y de días de grave responsabilidad civil, precisamente
cuando había que hurtar ese hermoso cuerpo y ese extraordinario
espíritu femenino de las insistencias de Thorne. Ella y Sucre serán
–ya lo son– los únicos amigos, los únicos que le entendieron al
Libertador plenamente, le secundaron y le salvaron hasta donde les
fue posible. Los únicos capacitados para situarse a la altura del genio.
“Comprender es igualar”.
Esta entrevista de Sucre y la quiteña tiene especial
importancia, porque aquí, sin duda, debió de revelarle Manuela que
estaba decidida a abandonar para siempre a su marido y que
ambicionaba más que todo tomar parte directa en la lucha por la
emancipación. Tenía corazón de hombre y temple de héroe. A través
de un amor intensísimo y de una voluntad invencible, todo sería
realizable. Que Sucre aprobó todos los propósitos de la quiteña
queda claramente comprobado con los sucesos de los dos años
siguientes.
Parte el cumanés hacia el norte, a establecer su cuartel general
en el pueblecillo cordillerano de Huaylas, y logra interceptar las
comunicaciones secretas entre los españoles y Riva Agüero, con lo
que queda plenamente descubierta la traición. Actúa de inmediato
Bolívar, y exige a los delegados del ex presidente, La Fuente y
Castilla, una actitud de acuerdo con lo conocido. Estos van a Trujillo,
apresan al traidor y a sus ministros y los destierran a Guayaquil, de
donde serán posteriormente expulsados a México. El Libertador
también viaja al norte, decidido a actuar con máxima energía para
impedir la traición de Riva Agüero por todos los medios. Solucionado
este problema, se ocupa en dictar algunas disposiciones de carácter
militar y vuelve a Lima cuando apenas ha comenzado el año 1824
(enero 3). El congreso lo felicita con extraordinario alborozo, pues
ha impedido a la vez la guerra civil y la entrega de lo que quedaba,
a los realistas. Pero declara, sin ambages, que ve muy seriamente
comprometida la causa del Perú. Las fuerzas del enemigo son
poderosas, bien disciplinadas. Los ejércitos peruanos y argentinos
están acusados de faltos de disciplina, porque no se les paga a los
primeros y porque son reclutas los segundos. “Parecían montoneras”.
¿Por qué no se corregían estas peligrosas irregularidades? Porque
126

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Torre Tagle también conspiraba desde la presidencia contra los
colombianos y preparaba una traición semejante a la de Riva Agüero.
Ofrecía la entrega de El Callao a Canterac por medio de su ministro
de guerra, el tristemente afamado Juan Berindoaga. Canterac sonreía
de placer. La Serna aprobaba y favorecía con astucia estas realidades,
en las que no podía alimentarse sino el restablecimiento pleno del
poderío realista.
Bolívar pide urgentemente auxilios a Colombia; sin ellos será
imposible la lucha. Habrá que aguardar cinco o seis meses hasta
que lleguen, pero vendrán tropas acostumbradas a creer ciegamente
en él y avezadas a la victoria. Entretanto, a preparar la campaña;
mas bien, a salir en campaña, para distraer al enemigo, para
entretenerlo en forma de suma habilidad. Previamente despacha a
Berindoaga como comisionado especial con el encargo de obtener
de los españoles una tregua de seis meses. Berindoaga lleva a la vez
instrucciones secretas de Torre Tagle para pactar la entrega con
Canterac, en contra de Bolívar. Retorna el emisario sin haber
obtenido la tregua y sí después de haber combinado estipulaciones
de traición a la causa de la libertad. El Libertador, sin más espera,
sigue hacia el norte y se detiene en el pueblecillo de Pativilca, en
donde cae gravemente enfermo. Manuela se ha quedado en Lima,
ardiendo en el deseo de volar al lado de su amante; pero está detenida
todavía por la fuerza de las convenciones sociales. Además, debe
vigilar la retaguardia para comunicar minuciosamente cuanto sepa
y descubra. ¿En quién puede confiar Bolívar más que en ella?
La enfermedad del caraqueño en Pativilca –tabardillo
(insolación)– se agrava con la noticia que le llega el 7 de febrero de
que la división argentina traída por San Martín se ha sublevado en
El Callao y ha entregado la ciudad a los españoles. Tres días más
tarde los sublevados pedían Lima, mediante un ultimátum que
produce la más grande consternación en la ciudad. Procede,
entonces, el congreso a dar a Bolívar los poderes totales; desconoce
la presidencia de Torre Tagle y se confía completamente al genio
del único que podía hallar una solución al gigantesco problema. Y
el día 28 del mismo mes las tropas patriotas evacuan Lima, en donde
entran los españoles al día siguiente. Son recibidos por Torre Tagle,
127

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
sus ministros, doscientos cuatro oficiales y seiscientos voluntarios
que se pasan a los realistas, consumando así la traición que se había
preparado de antemano.
Aún no había salido el Libertador de Pativilca. Ha
reaccionado ya de su enfermedad que lo redujo a triste situación:
“Encontré a Bolívar (dice Joaquín Mosquera, en carta a J. M.
Restrepo) ya sin riesgo de muerte del tabardillo que había hecho
crisis, pero tan flaco y extenuado que me causó su aspecto una muy
acerba pena. Estaba sentado en una pobre silla de vaqueta, recostado
contra la pared de un pequeño huerto, atada la cabeza con un pañuelo
blanco, y sus pantalones de jin que me dejaban ver sus dos rodillas
puntiagudas, sus piernas descarnadas, su voz hueca y débil y su
semblante cadavérico. ¿Y qué piensa usted hacer ahora?, le pregunté.
Entonces, avivando los ojos huecos, y con tono decidido, contestó:
¡triunfar!” 98 .
Allí lo encontró Manuela, que había salido con las fuerzas
de evacuación de Lima, en compañía del general Necochea. No
podía la gran patriota tolerar la presencia de los españoles
nuevamente en la capital virreinal. Partió, violentando todas las
situaciones, rechazando súplicas, quejas, imposiciones, amenazas
de su marido y quizás también de amigos. Ya hacía tiempo que la
suerte estaba echada para ella. ¿A qué detenerse? Cuando se enteró
del peligro que había corrido la vida de su amante, más justificada
halló la determinación de seguirlo. Se iniciaba así una vida de
aventura para ella. Pero, ¿no era eso lo que había ambicionado
siempre? La vida del campo en la niñez, el contacto con el ejército
más tarde, las mil peripecias de su existencia toda, no eran en el
fondo sino una preparación para esta vida de esfuerzo, de sacrificio
y de amor. Ya no abandonará su elegante uniforme de oficial, en
cuya calidad se sentirá vinculada a la tropa misma. Enérgica en
extremo y esforzada, valiente hasta la temeridad, con una sangre
fría sin par ante los peligros, gran jinete, hábil manejadora de pistola
y lanza, alegre siempre y cargada de fuego en los ojos que no lloraron
casi nunca, ¿qué se le podía pedir? Era seguramente uno de los
oficiales más atractivos entre todos esos bravos que lo sacrificaban
todo en una empresa más que heroica, quijotesca.
98 CARBONELL, DIEGO. Sobre el tablado: 112.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Si Manuela se hubiera quedado en Lima la habrían
perseguido, apresado, condenado, pues sus relaciones íntimas y
políticas con el Libertador eran públicas y muy tenidas en cuenta.
No hay documento que atestigüe esta salida suya, pero un poco
más tarde aparece en Huamachuco, pueblo convertido en cuartel
de los ejércitos libertadores. El éxodo, muy oportunamente
aprovechado, debió de realizarse en compañía de numerosas
familias.
Apenas llegaron las tropas evacuadas de Lima, Bolívar
determinó convertir a Trujillo en base de las operaciones militares.
Y allí se mantuvo hasta el 11 de abril, en actividad prodigiosa que
implicaba la preparación de la campaña en forma decididamente
dispuesta a no perder un solo día y a no dar respiro al enemigo. Una
vez que todo pudo considerarse preparado, marchó a Huamachuco,
y allí, y a la vista de la mole andina, aguardó el momento preciso
para tramontar una vez más la cordillera y arrojarse sobre los
españoles, como lo hizo tan gloriosamente en Boyacá. Esa era su
táctica favorita, esa su experiencia. Sabía que los vientos helados
de la puna ponían en los pulmones vida; en el corazón, coraje y en
el alma la ambición de las alturas. Sucre fue designado general en
jefe y al general La Mar se le confiaron las tropas peruanas. Manuela
seguía, sin duda, con el archivo del Libertador, cosa que tomó a su
cargo en octubre del año anterior, y le secundaba al genio en todas
sus actividades.
Pero hay que aumentar el número de soldados, hay que
allegar provisiones y vestidos; sobre todo es urgente levantar al
máximum el nivel moral de los pueblos vecinos para que secunden
en el empeño y cale hondo el sentimiento de la libertad. Bolívar
determina recorrerlos, con la exigencia de que se le reciba bajo arcos
triunfales y de que se reconozca previamente su autoridad máxima.
Al fin y al cabo es el jefe supremo del Perú y el Libertador de la
Gran Colombia.
* * *
A principios de mayo hace su entrada en Huaylas. Manuela
no le acompaña en la correría; pero el caraqueño encuentra otra
129

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
mujer interesante por el contraste: Manolita Madroño. “Era una
chica de dieciocho años, de lo más guapo que Dios creara en el
género femenino del departamento de Ancahs. Era un fresquísimo
y lindo pimpollo, muy codiciado. Una mañana del mes de mayo de
aquel año hizo Bolívar su entrada oficial en Huaylas. El cabildo,
que pródigo estuvo en fiestas y agasajos, decidió ofrecer al Libertador
una corona de flores, la cual le sería presentada por la muchacha
más bella y distinguida del pueblo: Manolita. No pasaron cuarenta
y ocho horas sin que los enamorados –ella y el general– ofrendasen
a la diosa Venus” 99 .
Este es uno de aquellos amores efímeros de Bolívar, de
arraigo exclusivamente voluptuoso. Manuela Sáenz, con tacto
extraordinario, deja que corra esa pasión poco duradera. Pero le
mortifica la infidelidad del caraqueño. La siguiente carta, dirigida al
capitán Santana, es en extremo elocuente:
130
Huamachuco, 28 de mayo de 1824.
Mi amigo: Las desgracias están conmigo, todas las
cosas tienen su término, el general no piensa ya en mí,
apenas me ha escrito dos cartas en diecinueve días.
¿Qué será esto? Usted que siempre me ha dicho que
es mi amigo, ¿me podrá decir la causa? Yo creo que
no, porque usted peca de callado. ¡Y que yo se lo
pregunte a usted! Pero, ¿a quién le preguntaré? A nadie;
a mi mismo corazón que será el mejor y el único amigo
que tenga. Estoy dispuesta a cometer un absurdo;
después le diré cuál, y usted me dará la razón si no es
injusto. No será usted temerario; se acordará usted en
mi ausencia de la que es muy amiga de usted,
MANUELA.
La muerden los celos, le devora la impaciencia. Prefiere dar
la sensación de conformidad. No lucha. Como que huye y se refugia
en la propia intimidad. En Santana busca sólo una confidencia; bien
sabe ella que la causa es una mujer, otra mujer, para que el general
99 PALMA, RICARDO. Op. cit.

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ya no piense en la quiteña. Por vez primera aparece en sus
confesiones un claro deseo de suicidio; más tarde reaparecerá, y
llegará el día en que, desvanecida toda la gloria, de hecho se arrojará
en él, sin alcanzar, sin embargo, la muerte. Este dulce consuelo de
los que sufren hasta sentir una agonía desesperante, sólo llegará a la
hermosa Manuela muchísimos años más tarde. No parece en ella el
suicidio una cosa extraña, sino un sentimiento natural, espontáneo.
Ha vivido acostumbrada a realizar su propio querer, pero no por
caprichos, con facilidad, sino con violencia e imposición. Si se siente
alguna vez impotente, cuando le parece inútil e imposible pelear,
lógico resulta que busque el desenlace trágico. La lucha, en el fondo,
no es sino una dramática escena en donde una idea o un hecho se
imponen con la muerte de los vencidos. Ella, vencida, derrotada,
eliminada, evidentemente ha de asomarse a la muerte. La quiteña
no es, a pesar de su diplomática habilidad, de su astucia, de sus
refinamientos sociales, temperamento que se satisfaga con términos
medios. Tan vital, por otra parte, es el amor que ha escogido, que
no alcanza a resignarse a perderlo. Prefiere “cometer un absurdo”.
La carta trae una posdata que dice: “Tenga la bondad de
decirme si allá se halla el señor comisario Romero, que me precisa
saberlo”. Manuela, pues, se raciona ya, toma el dinero necesario de
los fondos del ejército; forma parte de él y anda ahora en necesidades.
Pregunta por el comisario que viaja seguramente con Bolívar.
En España, entretanto, ha habido novedades de importancia
que favorecen a los patriotas, los cuales cuentan ya, aparte del
reconocimiento diplomático de los Estados Unidos y del respaldo
permanente de la Gran Bretaña, con los beneficios de la doctrina
Monroe, sentada el año anterior y de tan honda repercusión en el
continente, que seguirá influyendo en él por más de un siglo.
Fernando VII, apoyado por los franceses, ha desconocido la
constitución que jurara obedecer y ha declarado el despotismo
absoluto. Parece resuelto a ahogar en sangre la revolución en
América y, en efecto, envía refuerzos al Perú y destituye al virrey La
Serna, a quien cree culpabsle de las derrotas experimentadas hasta
entonces. Nombra en su reemplazo al vizcaíno general Olañeta,
quien trata de hacer valer su autoridad de inmediato. La Serna le
declara la guerra. Se dividen las fuerzas realistas en dos bandos,
131

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
circunstancia que es aprovechada por Bolívar sin pérdida de tiempo.
Cuenta ya con los primeros refuerzos que le llegan de Guayaquil,
más los generales Córdoba y Figueredo. Pasa revista a sus tropas en
Huaraz y Caras y ordena a todos los cuerpos que levanten sus
campamentos e inicien el paso de la cordillera de los Andes por
varios puntos. Eran los momentos en que cinco mil españoles
constitucionalistas marchaban hacia el Alto Perú (hoy Bolivia) para
combatir contra el nuevo virrey Olañeta. Detrás de la cordillera, en
los valles de Jauja, aguardaban las poderosas formaciones realistas
del general Canterac.
132
Cuya voz no suena como la de los mortales.
VIRGILIO. Eneida. VI: 50.
Lento, fatigosísimo, lleno de padecimientos es el ascenso a
la cordillera. Los oficiales cabalgan mulas acostumbradas a tales
remedos de repechos, y Manuela Sáenz va entre ellos, junto a
Bolívar. La tropa marcha toda a pie, en caravana interminable,
porque los senderos obligan a caminar la mayor parte del tiempo
unos tras otros. Parecen una anillada serpiente que se ciñe a la
montaña estrechamente para no deslizarse al abismo. Soplan silbando
los vientos de la puna y se llevan las palabras de estos hombres
jadeantes, cargados de mochila que lleva frazadas, alimentos y
panela para combatir el soroche. Una llovizna muy menuda y muy
persistente hiela el sudor, o una neblina densa cala hasta los huesos
con su cruel frigidez. En grandes trechos es preciso caminar en
lodazales en donde se resbalan los cascos de los animales y los pies
de los hombres con mortificante peligro.
El grupo de mulas cargadas de parque y cañones desarmados
se retrasa con frecuencia, porque el paso es más lento, las dificultades
mayores. Más de una mula, por un tropezón, por un golpe cualquiera,
ha ido a parar al abismo, dando volteretas en el aire que hielan de
espanto. Los caballos van sin nada, porque habrán de llegar al otro
lado de la montaña lo más frescos posible, para que en ellos pueda
actuar la caballería, que es el arma más importante en esos tiempos.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Sólo uno que otro se utilizan para transportar a alguno que ya no
puede más, que se desmaya, que se asfixia por la altura. Entretanto,
las avanzadas de espionaje observan por todas partes, escudriñan
todo lo imaginable, porque el enemigo puede haberse dado cuenta
de la marcha. El Libertador va casi silencioso. Medita en los planes.
La quiteña se adelanta, se atrasa, distribuye alegría siempre que
puede, e impide, sobre todo, la deserción de algunos que desisten
de la empresa y se ocultan en cualquier recodo para abandonar la
campaña. La quieren todos, por la bondad, por la generosidad, por
la suma valentía. No parece que para ella existieran peligros ni que
los padecimientos de cada jornada tuviesen significación. “Era una
mujer-hombre”, dice Ricardo Palma. Las tropas le llaman la generala;
conversan con ella, les escucha a su vez los relatos largos que le
hacen de sus amores, de sus historias militares, de sus recuerdos y
esperanzas. Duerme en tienda de campaña, luego de haber curado
a los enfermos y de haber repartido palabras de aliento. Sus preciosas
manos padecen tanto frío que apenas si las siente su dueña; como si
hubieran muerto, se esconden entre las mantas, mientras un vago
dolor de cabeza, por causa de la altura, le impide quedarse dormida
en seguida. Y sigue lloviendo, y soplando el viento helado, y
quejándose los pajonales, sobre ella y sobre esos nueve mil hombres
que se sienten capaces de dominar la naturaleza y el destino. Palabras
groseras, cuentos obscenos, grandes carcajadas, maldiciones,
blasfemias, quejas y cantos, todo se oye sobre la majestad de la
cordillera. Nadie más habla; todos cierran los párpados y tratan de
conciliar el sueño. Obedecen ciegamente, hállanse disciplinados;
nada les costará, por lo mismo, lanzarse a la victoria cuando reciban
esta orden.
Y así discurren un día, dos, tres, cinco. A unos se les han
despedazado los vestidos; otros están heridos de caídas; unos,
enfermos del estómago por causa del agua helada; otros,
excesivamente rendidos de cansancio. Bolívar, Sucre, Córdoba,
Necochea, Manuela, todos hablan a la tropa a la hora del almuerzo
y antes de dormir, para reconfortarle el ánimo y para obligarla a
soñar en los delirios de los triunfos que se conquistarán sobre los
españoles, a quienes ha de vencerse para siempre. Mientras más se
aproxima la cima más intenso es el frío y más violenta la presión. A
133

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
algunos soldados les sobreviene el soroche, empiezan a sonreír y la
sonrisa es un síntoma de agonía. No hay más que emplear con ellos
el remedio supremo: darles enérgicamente con un látigo para que
reaccionen. Si fracasa ese recurso, abandonado queda el cadáver
para alimento de los buitres de los Andes. Varios mueren así, con
una mueca de sarcasmo que parece gesto de alegría. Todo esto para
un hombre es mucho. ¿Qué podría decirse, en tratándose de una
mujer, y mujer bella, acostumbrada a la molicie de los ricos salones
y a la comodidad de .las ciudades capitales, refinada además y
elegante? Muchos admiraban el amor de la quiteña hacia el
Libertador, pero más de uno, sin duda, calificó todo esto de locura.
Especialmente, Córdoba, que nunca tuvo simpatías para tan valerosa
capitana.
Ya comienza el descenso; ya quedan atrás los frailejones y
los tupidos pajonales crecidos en tierra negruzca. Después de subir
y bajar, de atravesar abismos tenebrosos, aparece, al fin, Pasco, un
pueblecillo señalado como primera meta del esfuerzo. “Sucre, para
hacer menos penosa la situación de las tropas, con una admirable
actividad había organizado, en donde le fue posible, secretos
depósitos de víveres y de forraje, ocultándolos en las cavernas,
dejando también de trecho en trecho depósitos de leña, de turba,
de sal, de carne curada, de patatas y de cebada y organizando,
algunas veces, ranchos grandes para que las tropas descansaran en
su larga marcha y para que repusieran las fuerzas perdidas en las
penosas jornadas en que, careciendo de mucho, habían tenido que
vencer obstáculos y dificultades, en el más áspero y montañoso
sector del Perú” 100 .
Era el día 2 de agosto (1824). En la planicie de aquella
población, todo el ejército formó en línea de batalla para escuchar
la proclama de Bolívar: “¡Soldados! ¡El Perú y la América toda
aguardan de vosotros la paz, hija de la victoria, y aun la Europa
liberal os contempla con admiración, porque la libertad del Nuevo
Mundo es la esperanza del universo! ¿La burlaréis? ¡No, no y no!
¡Vosotros sois invencibles!”. Entre desertores y muertos faltaban
ya setecientos hombres; continuaba presente la mujer a quien
llamaban el talismán de las divisiones patriotas.
100 CHIRIBOGA N., A. I. Op. cit.: 180.
134

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
El general español Canterac se encontraba con su cuartel en
la pequeña población de Jauja, a cuarenta leguas al sureste. Apenas
es informado de la llegada de Bolívar, reúne sus ocho mil hombres,
los robustece con batallones dispersos, e inicia de inmediato la
marcha contra los libertadores. Controla personalmente su caballería,
que es el arma suprema, y marcha hacia Pasco. Cinco días más tarde
se halla sólo a cinco leguas del enemigo. Las ambiciones de Manuela
de presenciar directamente la lucha en el campo de batalla están a
punto de cumplirse y se le hincha el espíritu de coraje, como si algo
supremo se acercara a su valerosa existencia. Se le ve nerviosa,
vehemente; quería correr, violentar la marcha de la infantería, en
ánimo de cumplir la etapa anterior a la lucha en el menor plazo
posible. Ella, que de ordinario habla poco –en comparación con lo
que habla diariamente una mujer cualquiera–, está locuaz, dialoga
con los generales, con la oficialidad, inquiere a su amante respecto
de los planes. El caraqueño sólo le contesta, irrevocablemente:
“¡Vamos en busca del enemigo y le presentaremos batalla donde
esté! A eso hemos venido”.
Las gentes de esos campos son hostiles a los colombianos.
Nada les proporcionan de buena voluntad; hay que tomarlo a la
fuerza; hállanse acostumbradas a la omnipotencia española –en
cuyas filas militan numerosos peruanos– y la respaldan, la sirven
con sincera buena voluntad. Para esas gentes no existe la teoría ni
la esperanza de la independencia. Saben que ha llegado la guerra, y
la temen, la detestan. Corren peligro sus sembradíos, los animales,
ellas mismas que serán obligadas a transportar cargas, a cuidarse de
los enfermos y posiblemente a padecer en sus propias casas el
estallido de las armas. Y para la mujer que ven pasar en medio de la
caballería sólo maldiciones tienen y denuestos. ¡Cómo puede caber
en su mentalidad primitiva que exista en el mundo una mujer capaz
de entrometerse en esos asuntos propios exclusivamente de hombres!
¡A menos que se trate de un marimacho o de una perdida! Al paso
por los caminos se lo dicen o se lo dan a entender, en el gesto, en las
miradas, en las palabras pronunciadas entre dientes. Ladran los
perros, relinchan los caballos y el río humano sigue serpenteando
por los valles quebradizos, siempre en busca del enemigo. A un
lado está el lago de Junín; al otro, los farallones de la cordillera;
135

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
hacia atrás, el recuerdo de las fatigosas jornadas de ascenso; hacia
adelante, la ambición de la victoria.
Corren veloces y circunspectos los grupos destinados al
espionaje. Van y vienen, con el mensaje oportuno, con la nueva
inquietante. Al levantarse el sol canta la tropa esos cantos de Colombia,
mezcla de alegría y sensualismo, o recuerdo de serranías melancólicas;
al mediodía el sol les penetra perpendicularmente por los poros,
mientras los caballos, esos novecientos caballos, jadean cabalgados
ya por los bravos de Pichincha y Boyacá. En cualquier momento
puede presentarse la batalla; fuerza es marchar muy prevenidos. Todos
los avisos del espionaje y de las avanzadas llegan directamente a oídos
de Bolívar, quien reparte órdenes y sigue, gallardo en su caballo blanco,
acompañado de la linda quiteña cuyo rostro se quedan mirando los
campesinos, entre absortos y maliciosos. Nunca han visto una
hermosura tan perfecta, ni una sonrisa más subyugante, ni unos ojos
más encendidos. Detrás de la pierna izquierda cuelga una espada y la
mano derecha se encuentra siempre dispuesta a empuñar la lanza o
las pistolas. Juega la cabellera libremente con el viento, esa cabellera
negra, brillante, ondulada, voluminosa.
Es el día 6 de agosto. Han almorzado todos y han reanudado
la marcha. Mas, a las dos de la tarde, al tramontar una colina, la
vanguardia dio un grito sonoro, unánime: ¡Los godos! El enemigo
había sido descubierto a menos de diez kilómetros de distancia. Bolívar
y su Estado Mayor se sitúan de inmediato en lo alto y observan con
sus anteojos de campaña. Canterac no se detiene, sigue la marcha.
Viene entonces la orden fulminante del Libertador: ¡La caballería al
trote, contra el enemigo! Manuela recibe la de quedarse con la infantería
y obedece, como buen soldado. No hay ningún documento que pruebe
que estuvo en el sitio mismo de la batalla que va a desarrollarse. Los
españoles son más numerosos; su caballería tiene mil trescientos
jinetes. Pero la orden está dada.
Al advertirlo, Canterac manda que sigan la infantería y artillería
a paso lento, y despliega a su caballería en líneas de combate. El
espectáculo va a ser sorprendente, maravilloso.
Los primeros en atacar son los españoles. Lanza en ristre,
cargan al galope por el frente y por el flanco izquierdo; el choque es
terrible; comienzan a acuchillarse mutuamente. Son las cinco de la
136

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
tarde. Al tiempo que cede un tanto el centro patriota, el ala derecha
rompe las filas enemigas. Ordena entonces Bolívar la carga por el
centro con refuerzos y también por allí son destruidos los españoles.
A los cuarenta y cinco minutos la caballería realista se desbandaba
por todas partes en derrota, acosada terriblemente, en momentos en
que era recogido del campo el general Necochea gravemente herido.
“En ese instante –dice Canterac en su parte de guerra al virrey–, sin
poder imaginarme cuál fue la causa, volvió grupas nuestra caballería
y se dio a una fuga vergonzosa, dando al enemigo una victoria que
era nuestra y que decidía en nuestro favor la campaña. Parecía
imposible que con tanta vergüenza huyese de un enemigo sumamente
inferior bajo todos respectos y que ya estaba casi batido por los mismos
que han echado un borrón a su reputación antigua y puesto en
compromiso al Perú todo”.
Manuela pudo comprobar, al fin, cómo se luchaba por la
libertad. Con su anteojo debió de observar desde lejos todos los
movimientos militares en los precisos momentos en que el sol tocaba
ya con la cumbre de los montes. También pudo advertir que el desastre
en cuanto a víctimas no fue mayor: los españoles perdieron 340
muertos, cerca de cien prisioneros y numerosos heridos; los patriotas,
45 muertos, cien heridos y unos cuantos prisioneros. En cambio, los
españoles quedaron gravemente aniquilados desde el punto de vista
moral, no tanto por la derrota en sí, cuando por el efecto que se
produjo; la caballería goda se dispersó completamente hasta llegar
casi a extinguirse, y entre jinetes y tropa de infantería, Canterac perdió
unos dos mil hombres que se le desertaron. La victoria fue, en
consecuencia, de resultados brillantísimos. Mientras por la noche, a
orillas del lago de Junín, se atendía a muertos y heridos y se vigilaba a
los prisioneros, debió de advertir Manuela el rudo contraste entre los
ayes lastimeros, el abatimiento profundo de los vencidos y el alborozo
que hervía en el alma de los vencedores. Había paz en el campamento;
las avanzadas informaron que el enemigo había continuado a marchas
forzadas, y el general Bolívar ordenó el toque de silencio más temprano
que antes. Al día siguiente sería preciso seguir con prisa para alcanzar
a los españoles, con el objeto de presentarles una gran batalla. Junín
había sido sólo la base para una acción posterior.
137

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Hubo de producirse, sin duda, una tremenda reacción en el
ánimo de Manuela aquella tarde, al sentirse impedida para combatir.
Mucho esfuerzo le significó seguramente contenerse dentro de la
disciplina militar y de las órdenes terminantes del caraqueño. Ya en
Quito había dado pruebas de ánimo esforzado y resuelto. ¿Por qué
no hubiera podido luchar también junto a los oficiales de caballería?
Pero la impresión se le quedó hondamente grabada. Ya vendrá
Ayacucho, y los sucesos de Lima le presentarán más de una ocasión,
y en Bogotá sabrá alcanzar la cúspide de la fama y de la gloria. Junín
le alimentó para todo aquello en forma intensa.
Canterac y su ejército no paran hasta no alcanzar, tras dura
y precipitada marcha, la ciudad del Cuzco, donde está el virrey La
Serna. ¡Han caminado, con cortos descansos, desde aquella noche
del 6 de agosto hasta mediados de septiembre! La súplica de Canterac
al virrey ha sido supremamente elocuente: “Es indispensable que
V.E. realice lo que le propuse en mi último oficio reservado, esto
es, que de una vez vengan del sur cinco o seis mil hombres a toda
diligencia, para que con su ejemplo se reanimen esos soldados de
caballería y puedan con el tiempo y el ejemplo sernos útiles en lugar
que ahora me parecen embarazosos. Reitero que la necesidad nos
obliga a dejar al insubordinado Olañeta que haga lo que le parezca,
ínterin la principal atención esté ocupada hacia esta parte” 101 .
Por su parte, las tropas libertadoras avanzan también, pero
con mayor serenidad y seguridad. Saben dónde está el enemigo, y es
preferible alcanzarlo contando con las mayores probabilidades de
éxito. Para ello, es punto principalísimo llevar al ejército
metódicamente, de modo que no se fatigue y agote en las marchas.
Así llegan a Jauja el 11 del mismo mes, y a Huamanga, el 24, donde
se determina un descanso de treinta días, al cabo de los cuales siguen
a Cancayo, Andahuaylas, Abancay y Aimaraes, hasta que queda
establecido el cuartel general de Chalhuanca. Termina septiembre,
y el período de las lluvias se aproxima con rapidez; con ello serán
estorbadas las operaciones.
Nada interesante en todos estos días, excepto la persistente
hostilidad de los campesinos peruanos contra las tropas comandadas
101 Parte de Canterac, en Huayucachi, el 8 de agosto (1824).
138

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
por el Libertador. En especial, en este tiempo, por causa del descanso,
la agresividad sube de punto, porque a la tropa se le permite cierta
libertad en el abuso del amor efímero. Las campesinas se resisten;
los varones del campo odian, pero se hallan impotentes. El caraqueño
sonríe ante los desmanes de sus hombres, pero sabe bien que ése es
un premio muy ambicionado por los guerreros en todas partes. Al
fin y al cabo él es el único que tiene mujer en esta sensacional
campaña, y una mujer que comprende, con amplitud de criterio,
todos estos detalles propios de la guerra. No se ruboriza ella con
ellos; le basta con ser plenamente leal a su amante, el general que
acababa de dar pruebas de su genio en la marcha y en los campos
de Junín.
Pueblos indígenas todos aquellos en que el ejército libertador
aguardará la oportunidad de seguir en la campaña. Por doquiera
hállanse sitios con restos de construcciones incaicas de poco valor.
El espíritu de los tiempos precoloniales vive y se confunde con un
paisaje serraniego de tierras generosas, sanas, cuidadas por los indios
con cierto cariño sentimental. No está lejos el gran valle del río
Apurimac, por donde realiza Bolívar varias inspecciones de
importancia que le permiten conocer a fondo el terreno. Debió de
acompañarle el general Sucre y posiblemente también Manuela y
otros oficiales, puesto que aquello formaba parte principalísima de
la campaña. No quedó ni río, ni montaña, ni planicie, sin
inspeccionarse cuidadosamente. Los artículos alimenticios y lo
necesario para los vestidos de los soldados hubieron de conseguirse
en lugares enteramente rudimentarios en materia de comercio.
En los primeros días de octubre se presenta una desavenencia
entre el Libertador y Sucre 102 . Era que quería Bolívar que este general,
acompañado de La Mar, partiese a Lima para solucionar el problema
urgentísimo de los refuerzos militares, toda vez que los españoles
habían concentrado todas sus tropas y se disponían a batir a los
patriotas en forma aplastante; deseaba a la vez que se atendiesen
problemas políticos de significación. E intervinieron otras
circunstancias ya examinadas por los historiadores. La resistencia
de Sucre y de La Mar a este viaje fue completa. En consecuencia, y
102 Sucre recibió orden de recoger en retaguardia los elementos dispersos, lo cual parecía una
degradación. Bolívar salvó la situación con explicaciones convincentes.
139

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
una vez restablecida la armonía, el caraqueño decide partir
personalmente y encarga del mando general de los ejércitos a Sucre,
quien deberá proceder según instrucciones que recibirá de Lima
constantemente. ¿Qué ha de hacer Manuela en tales circunstancias?
¿Partir con su amante? ¿Quedarse? Lo determina el mismo Bolívar:
que se quede, en espera de su retorno.
Hubo un gran fondo de previsión en los generales Sucre y La
Mar al negarse a partir a Lima. Sabían perfectamente que en los meses
próximos las batallas que aguardaban podrían ser decisivas. El ejército
independiente era mucho menos poderoso que el realista. Si venía una
derrota, todo se habría perdido: el prestigio, los soldados, las armas, la
independencia y, principalmente, el nombre de Bolívar. Hacía falta que
el gran caraqueño estuviese en Lima, libre de esta tremenda
contingencia, para que la salvara caso de presentarse 103 .
Manuela era la guardadora del archivo de su amante; conocía
todos los secretos íntimos del ejército; era la confidente del gran general.
Su presencia entre los batallones serviría para que el Libertador se hallase
informado minuciosamente de los pormenores que seguramente le
ocultarían o disfrazarían los generales por motivos de carácter personal.
Quién sabe si Manuela fue en esos momentos de grande significación
quien solucionó el problema, ofreciéndose a mantener a Bolívar
perfectamente al corriente de todo. El hecho es que se quedó y que su
amante emprendió el camino de Lima con unos cuantos compañeros.
A pesar de que el invierno regular no se había presentado
todavía, las lluvias eran incesantes y los caminos intransitables. “Esta
circunstancia, unida a las anotadas, hicieron creer que la campaña no
podría continuarse sino hasta fines de enero o principios de febrero del
año siguiente. Así, pues, con sobra de razón creyó el Libertador que
podía seguir a la costa a ventilar negocios muy urgentes, a impulsar las
operaciones sobre El Callao y a recibir las nuevas expediciones que
debían venir de Guayaquil. Otro asunto capital que atraía al Libertador
hacia la costa era la percepción e inversión de los fondos del empréstito
de Londres, que estaba para llegar al país” 104 .
Apenas había recorrido escaso trecho el viajero cuando le llega
una carta oficial de Bogotá que no solamente le produce la más violenta
103 ANDRÉ, MARIUS. Bolívar y la democracia: 199.
104 CORTÉS VARGAS, CARLOS. Participación de la Colombia en la libertad del Perú. T. II: 160.
140

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
indignación, por su contenido y consecuencias, sino que le pone en el
caso de apresurar la marcha. La carta la recibe en Huancayo. Contiene
el texto de una ley –la del 28 de julio de ese año– por la cual se le quitan
al Libertador todas las facultades extraordinarias de que se halla investido
y se las traspasa a Santander, como encargado del poder ejecutivo 105 .
Desde ese día quedaron rotas las relaciones personales entre
Bolívar y Santander. Manuela comenzó desde entonces a odiar
sinceramente al vicepresidente de Colombia; lo detestará por todo el
resto de la existencia; se lo hará saber de todas maneras y no parará
hasta no fusilar su efigie en Bogotá. La quiteña detesta, a pesar de su
temperamento hábil y astuto, los términos medios. Ama u odia,
desconoce la indiferencia, ignora la frialdad sentimental. Probablemente
nunca tuvo simpatías por el hombre que sarcásticamente fue llamado
por su amante “hombre de leyes”. Aquella malhadada ley de julio que
despojaba al Libertador del poder era sólo el comienzo de una serie de
sucesos en que el genio y sus íntimos –Sucre y Manuela– habrán de
caer al fin victimados. La quiteña, con la intuición propia de la mujer,
comprendió el hecho en todo su alcance. Su amante, más confiado,
increíblemente confiado –según apreciación de Péroux de Lacroix–,
creyó por mucho tiempo todavía en la sinceridad de sus subalternos.
Cuando Sucre dio a conocer a todos los generales (y a Manuela)
la determinación del congreso y a la vez la resolución de Bolívar de
dejar el mando inmediato del ejército de Colombia, se produjo una
gran exaltación, que motivó de hecho una representación colectiva
ante el Libertador, para que volviese antes a la cabeza del ejército. La
representación le fue enviada el día 10 de noviembre, desde el cuartel
general de Pichirgua, y en ella se calificó, con la firma de todos los
generales y oficiales, de insulto la referida ley, con todos sus
considerandos. “Hemos visto la atroz injuria del poder ejecutivo
–decían–; este insulto lo hemos sofocado en nuestro dolor” 106 . Sin
embargo, contra lo que quizás se esperó en Bogotá, no se produjo gran
trastorno en las operaciones militares.
Llega Bolívar a la costa –a Chancay– sin detenerse en el
camino, organiza un ejército de tres mil hombres y se lanza con él
sobre Lima, en donde entra triunfalmente el día 8 de diciembre, en
105 O’LEARY, DANIEL FLORENCIO. Documentos. T. XXII: 527.
106 O’LEARY, DANIEL FLORENCIO. Op. cit. T. XXII: 542.
141

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
hombros de la multitud. ¿Qué encontró en ella? “La hierba crecía
en las calles de mayor concurrencia por falta de transeúntes. El
brigadier Ramírez, a quien llamaron el Robespierre del Perú, ejercía
un despotismo intolerable. Sentado en un convento de la Merced,
se divertía en hacer subir a los pocos jóvenes elegantes que
atravesaban la plazuela y les hacía rapar la cabeza, pretextando que
llevaban el cabello a la republicana. Por otra parte, de tiempo en
tiempo, eran castigados los vecinos por las incursiones de los
guerrilleros patriotas” 107 . Allí se instala el Libertador con el propósito
de no abandonar nunca más la bella capital a las volubilidades
imperialistas de los virreyes. Eran los precisos momentos en que
Sucre disponía sus ejércitos para la última batalla por la
independencia, suceso que se produciría al día siguiente.
Después de la partida de Bolívar hacia la costa, se recibió
en el cuartel general en campaña una carta del gran venezolano en
que hacía por disculpar a Santander respecto de la ley de 28 de
julio, dictada en mala hora en Bogotá. El comentario a esa carta fue
excepcionalmente apasionado. La inmensa mayoría –Manuela en
especial– condenaba al vicepresidente. El general Sucre, con
franqueza y sencillez, escribió lo siguiente al Libertador, en carta
que hizo conocer a todos: “Hablando francamente, encuentro menos
culpa en el congreso que en el ejecutivo. Yo soy amigo del general
Santander, pero le hallo, contra mi deseo, más culpable; quisiera
encontrarlo más excusable, porque por lo mismo que lo aprecio me
es molesto encontrarlo ingrato. Algunos jefes aquí lo han acusado
de mezquino y dicen que yo soy la causa del mal que van ellos a
sufrir por estas disposiciones, pues creen que el general Santander,
sospechando que estando yo en campaña pudiera recibir un ascenso
antes que él, haya puesto tales trabas” 108 .
“Por desgracia, los acontecimientos que surgieron años
después no fueron los más propicios para relevar al general Santander
de tales sospechas” 109 . Y de hecho quedaron agrupados desde
entonces, por un lado, Sucre, Manuela, algunos generales; por el
107 LORENTE. Historia del Perú. T. I: 265.
108 O’LEARY, DANIEL FLORENCIO. Op. cit. T. I: 194.
109 CORTÉS VARGAS, CARLOS. Op. cit. T. II: 184.
142

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
otro, Santander, Córdoba y varios más. Hecho que desembocará
más tarde en algo que muy poco ha honrado a la historia de América.
Los soldados de Sucre se hallan instalados a una y otra orilla
del río Pachachaca, afluente del Apurimac, cuyas vegas generosas
dan abundantes víveres y pasto para la caballería. Allí podrán
aguardar el paso del invierno debidamente resguardados. Sin
embargo, no hay reposo. Los españoles han salido del Cuzco, situado
al noroeste, y avanzan rápidamente hacia el sur, con el propósito
evidente de atacar a los patriotas por retaguardia. Vienen comandados
por el virrey en persona y por todos sus valiosos generales, que han
resuelto lanzarse en una ofensiva de magnitud en que quedará
resuelta probablemente la suerte de la campaña. Inmediatamente
Sucre concentra todas sus tropas y, arrancadas del valle, las sitúa en
lo alto de las ramas cordilleranas, en el triángulo formado por los
pueblos de Pichirgua y Challhuani y la hacienda Casinchigua. Con
tan sencillo movimiento frustra los planes realistas, pues el lugar
escogido tiene una situación topográfica excepcionalmente
ventajosa. Estos, a pesar de haber llegado a una distancia de sólo
diez leguas, no se atreven a atacar al adversario y prefieren dirigirse
hacia el norte; en vista de lo cual –y por cumplir órdenes de Bolívar–
los ejércitos libertadores abandonan a su vez el triángulo de refugio
y parten también hacia el norte y se instalan en los pueblos de
Andahuaylas y Talavera. Pero la marcha es lenta, lentísima; en tanto
que los realistas viajan a marchas forzadas, porque suponen
equivocadamente que Sucre trataría de cortarles el avance. Llegan
así éstos hasta los campos de Ayacucho, de donde se regresan al
advertir que los patriotas no han seguido adelante.
Parte Sucre hacia el río Pampas, en descenso prudente; al
otro lado, en el pueblecillo de Concepción, a cuatro leguas de
distancia, está el enemigo con todos sus contingentes. Son,
evidentemente, dos fuerzas que se persiguen, que se buscan, que se
evitan, que se provocan, en un acosamiento en donde se trata de
aprovechar el menor accidente geográfico, toda vez que hay
determinación de combatir. Como máximum, cada dos días se le
informa al Libertador de la marcha de las operaciones, en cartas
que llevan emisarios especiales. Estos mismos son los portadores
de la correspondencia minuciosa, vehemente, apasionada, de muy
143

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
intensa añoranza de Manuela, cuya constancia y esfuerzo en la
campaña servían a todos de admiración y ejemplo. No parecía mujer
sino en sus atractivos; en lo demás, era una auténtica capitana que
estuviese acostumbrada a las penalidades de la guerra: pésimos o
ningunos alojamientos, comida mala, a destiempo, rigores de la lluvia
y del sol, y la torturante fatiga de andar a caballo, siempre a caballo,
paso entre paso. También se escribe quizás con amigos, residentes
en Lima, con su hermano José María, destacado en las guarniciones
de la costa. A su marido, Thorne, no le contesta nunca; no es que lo
haya olvidado, es que ni piensa en él, sino en Bolívar, y siente el
nobilísimo orgullo de participar en una campaña en que con el
padecimiento y la sangre se trata de conquistar la libertad. Para
ella, una mujer, el suceso adquiere trascendencia sin igual: será la
única en la historia del continente. ¡Su ambición está colmándose!
Prosigue Sucre su marcha, una vez atravesado el Pampas, y
avanza en dirección de Huamanga (Ayacucho). A la cabeza va la
primera división, comandada por Córdoba; luego la segunda, a
órdenes del general La Mar, a quien acompañan el mismo Sucre,
Manuela y los jefes de Estado Mayor. Por último, cierra la marcha el
general Lara con la tercera división. Es preciso atravesar la profunda
quebrada de Colpahuaico y se da la orden de pasarla el día 3 de
diciembre. El descenso al abismo es penosísimo, en un verdadero
desfiladero en que hasta los jinetes se ven forzados a llevar de las
bridas a sus caballos. Descenso y ascensión, en extremo fatigosos,
debilitan a las tropas, perturban la marcha regular. Y cuando tal
sucede, y cuando han pasado ya las dos primeras divisiones, las
tropas españolas, que se han escondido entre la maleza, cargan
sorpresivamente contra la tercera, o sea, los batallones Vargas,
Vencedores de Boyacá y Rifles. Los dos primeros siguen rápidamente
para tratar de alcanzar la altura; el último, con su acostumbrada
bizarría y abandonando las cargas de pertrechos, ataca a los realistas
con violencia, mientras se repliega al amparo de los fuegos de los
compañeros que han alcanzado la cima. Sucre no retrocede ordena
seguir la marcha y deja que la suerte se decida con la sola
intervención de la tercera división. Salva de este modo al grueso de
sus tropas y la estratagema realista fracasa, luego de infligir a los del
Rifles 47 bajas. La noche la sobrellevan los rivales con la quebrada
144

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
de Colpahuaico de por medio; pasan luego, siempre hacia el norte,
el uno cerca del otro. Se acechan con astucia y furia indescriptibles.
Llega en esos momentos correspondencia del Libertador. Es lástima
que las cartas dirigidas a Manuela no existan, fueron a parar a manos
del general O’Leary, por orden de la misma quiteña. Sólo se sabe
que fueron centenares y que dicho general las retuvo por lo menos
hasta 1846, según propia confesión.
Entre las de ese día llegó una, dirigida a Sucre, que decía:
“Obre usted con absoluta libertad y como convenga; pero tome
usted en cuenta las siguientes consideraciones: que de la suerte del
cuerpo que usted manda depende la suerte del Perú tal vez para
siempre, y la de la América entera tal vez por algunos años; y que
las circunstancias prescriben una extrema circunspección y un gran
tino en las operaciones. No divida usted nunca su ejército. Procure
conservarlo a todo trance” 110 . Los acontecimientos se precipitaron.
Y se complican porque viene a sumarse a todo un serio disgusto
entre el general Sucre y el general La Mar, por cuestiones militares.
En adelante no se hablarán, y más tarde, corridos unos cuantos
años, luchará el uno contra el otro, en los campos de Tarqui, con la
derrota del segundo. Hay testimonios de que Manuela Sáenz tuvo
muy escasa o ninguna simpatía por La Mar, a quien puso bien pronto
en el número de los enemigos de Bolívar. Su instinto femenino no
se equivocaba. Por otra parte, “todo el ejército libertador sabía muy
bien la diferencia que había entre aquellos dos jefes; todos miraban
al general La Mar como a un ilustre anciano, mientras que el joven
general Sucre era, en toda la extensión de la palabra, el lujo del
ejército libertador” 111 .
Llegan los patriotas al pueblecillo de Quinua, y de allí no se
mueven, mientras el virrey se moviliza rápidamente en varias
direcciones, tratando de conservar siempre la iniciativa, pero a la
vez fatigando innecesariamente a sus tropas y caballos. La táctica
de estar siempre alerta, pero con las tropas frescas, coloca en
situación muy ventajosa al general Sucre. Este genio de la guerra
apenas si ha cumplido los veintinueve años, y es mayor que Manuela
sólo en dos.
110 BULNES, GONZALO. Independencia del Perú: 562.
111 O’CONNOR. Recuerdos: 144.
145

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Y el día 9, a las once de la mañana, se rompen al fin los
fuegos. El ejército realista desciende por las faldas un tanto
escarpadas del cerro de Condorcunca, se coloca en línea de batalla
y escucha las arengas de sus jefes. Igual cosa ejecutan los patriotas:
les habla Sucre con encendidas frases, y va de un sitio a otro en su
brioso caballo tordillo, el mismo en que cabalgó durante la batalla
de Pichincha. Son cinco mil setecientos ochenta libertadores contra
nueve mil trescientos diez realistas. Como la desigualdad es grande,
Sucre ordena aguardar el ataque sin moverse. Se lanzan, en
consecuencia, los españoles violentamente, al mando del general
Valdez, contra el ala izquierda patriota, a cargo de la división
peruana. Resiste el general La Mar, pero poco a poco es arrollado y
pierde terreno. Entusiasmado, el coronel Rubín de Celis se arroja
temerariamente con sus españoles contra el ala derecha, defendida
por el general Córdoba; lanza entonces éste su célebre grito de
“¡Armas a discreción, paso de vencedores!”, y se precipita sobre el
enemigo, a quien fulmina en toda esa ala en sólo treinta minutos, y
carga de inmediato contra el centro español, ocupado por la división
de Monet. Hasta tanto, Sucre ha acudido con dos batallones de
refuerzo y ha salvado de angustia a la división peruana. Este es el
momento en que hay que definir la lucha con golpe certero. De ello
se encarga el general Miller, que arroja a sus hombres a la carga,
lanza en mano. La primera en trabarse en lucha fiera es la caballería
colombiana, dirigida por el coronel Silva, quien cae herido a
lanzadas; pero la caballería enemiga, si resiste, cede lentamente el
terreno ante el pertinaz empuje. Manuela no puede detener sus
ímpetus. Ha aguardado mucho; quizás ha recibido orden de no
moverse. Ella y su caballo, sin embargo, no pueden soportar el
estacionamiento. Se precipitan; combate en la caballería de Silva,
lucha lanza en mano, con denuedo y bizarría, como veterano capitán,
y como trofeo recoge unos soberbios bigotes de un enemigo muerto
tal vez por ella misma; con este trofeo se hizo unos bigotes postizos,
que los exhibía en los bailes de disfraces o en las tertulias
santafereñas 112 . Entonces, combatir era obra de valientes; había que
112 BOUSSINGAULT. Op. cit. Dice textualmente: “De bravura militar había dado más de una prueba:
ella asistió lanza en mano, con el general Sucre, a la batalla de Ayacucho. Recogió como trofeo
unos soberbios bigotes con los cuales se hizo hacer postizos”. Sin embargo, de este aserto,
investigaciones posteriores han puesto en duda la presencia de Manuela en Ayacucho.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
enfrentarse cuerpo a cuerpo, encenderse con proclamas, realizar
interminables marchas a pie y a base de pésimos alimentos, con
sólo suelas de cuero de res en los pies. Las lanzas eran largas y muy
pesadas. No se podía actuar sino dentro de las voces de mando. “El
fusil se cargaba por la boca con un cartucho confeccionado con
papel, donde estaba la carga de proyección y en su extremidad
superior la bala, que era redonda y de una onza de peso en plomo
común. El soldado tenía que romper con los dientes la parte posterior
del cartucho, a fin de que la pólvora que por allí saliese formara el
cebo o mina que debía quedar en el oído del arma; para cargar era
menester tapar la cazoleta, y luego con una agujeta se establecía la
comunicación con el cebo. Esa carga se ajustaba en el cañón con la
baqueta, en dos o tres golpes. En el gatillo estaba ajustada una piedra
de chispa, la que debía golpearse contra un rallado de acero de la
cazoleta para producir la chispa que, al inflamar el cebo, producía
el disparo. La carga del arma era cuestión de dos minutos, durante
los cuales el soldado estaba expuesto al fuego del enemigo. De allí
que el arma de caballería fuese tan apreciada y decisiva, y tan temida
a la vez por los bisoños de la infantería”.
Entra el general Canterac, en persona, en la batalla para
atacar a la división de Córdoba, pero sin éxito. Desesperado,
interviene el propio virrey La Serna, con todo su Estado Mayor y
sus reservas; nada consigue; le obligan a retroceder, a escalar el
Condorcunca. Hasta que el general Lara, que tiene las tropas de
reserva frescas, recibe de Sucre la orden de dar el golpe de gracia.
Noventa minutos fueron suficientes para sellar la libertad de la
América del Sur. La persecución a los derrotados dura toda la tarde.
Entre los prisioneros está el virrey, herido de siete heridas de bala y
arma blanca. Los que se rinden luego son Canterac, Valdez, Monet
y otros dieciséis coroneles, más de quinientos oficiales, más de dos
mil prisioneros, mientras yacen en el campo mil ochocientos muertos
y unos setecientos heridos. Los demás desertaron. Del flamante
ejército español no quedaba ya sino el recuerdo.
147

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Cuarta Parte
LA REINA DE LA MAGDALENA
Cada individuo debe ser apreciado según
representa la línea ascendente o la línea
descendente. Si representa la línea ascendente,
su valor es efectivamente extraordinario.
F. NIETZSCHE. El crepúsculo de los Dioses.
XXXIII.
El capitán Alarcón fue despachado en misión especial para
comunicar al Libertador la extraordinaria nueva de la victoria final.
Probablemente con él y alguien más partió también Manuela, pues
aparece al cabo de corto plazo en la capital de los virreyes, donde le
aguardaban su amante Bolívar, su marido y un anchísimo círculo de
amistades, sin dejar de contar entre éstas a Rosita Campuzano y sin
olvidar a las fidelísimas negras Nathán y Jonatás.
¿Hubo, otras mujeres en aquella hazañosa marcha que
comenzó en el éxodo de Lima y terminó en Ayacucho? Quizás no.
Había batallones que se hacían seguir de mujeres –esposas o
amantes–, cosa que fue tolerada por algún tiempo en el ejército
libertador. Sin embargo, no hay documento que lo atestigüe, al menos
en esta campaña final.
Los festejos y regocijos de Lima son extraordinarios. La obra
de la libertad está cumplida, y a los espíritus retorna la paz, con una
confianza grande en el futuro. “El triunfo de Ayacucho se celebró
oficialmente y con manifestaciones populares, espontáneas y
unánimes en América entera, comprendiendo los Estados Unidos.
Hecho único en la historia universal: un solo hombre, el vencedor
Bolívar, encarna en este momento la alegría, la voluntad y las
aspiraciones de todo un continente” 113 . De esta grandeza participa
plenamente la quiteña, para quien son, en su calidad de heroína,
todas las admiraciones, todos los elogios, la exultación de quienes
pueden comprender esta clase de acciones femeninas. En el ejército
113 ANDRÉ, MARIUS. Op. cit.: 200.
149

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
la adoran; en los corrillos se cuentan mil anécdotas que se refieren
a su valentía y sacrificio, a su permanente alegría, a la humorada de
haberle quitado los bigotes a un godo muerto en la batalla. Pero hay
también muchos, especialmente entre las señoras, que condenan su
acción. La habrían preferido mujer recatada, hogareña, rezandera,
como ellas y ellos, para salvar al menos las apariencias de una moral
muy discutible. Pero este encono habrá de ahogarse más tarde, al
año siguiente, cuando esta capitana se convierta en la reina de los
salones de La Magdalena. Los tiempos son como para perdonarlo
todo, y más si discurre por el ambiente el soplo glorioso de la victoria.
En realidad, por entonces, las exigencias morales tienen la manga
muy ancha; tanto dentro del matrimonio como fuera de él. El acto
mismo del casamiento conserva muy poco del ritualismo religioso
y de sus exigencias de indisolubilidad. “Entonces, en la América
española, el matrimonio era un acto puramente trivial. Bastaba que
en presencia del sacerdote los futuros desposados declarasen que
deseaban estar unidos; recibían una bendición, y la cosa estaba
terminada. Se casaban en cualquier parte: en la calle, en un baile.
Varios de mis camaradas fueron casados así, entre dos vasos de
ponche; entre otros, el coronel Demarquet, que se mordió los dedos,
aunque su mujer era hermosa, encantadora y de una familia muy
honorable” 114 .
El 8 de febrero se instala solemnemente la primera asamblea
nacional peruana, ante la cual renuncia el Libertador, a quien se
apellida oficialmente “padre y salvador de la patria”. Negada la
renuncia, continúa el famoso caraqueño en el mando, más que todo
por cumplir los designios que los demás ignoran. En esos precisos
momentos, el congreso de la Gran Colombia ordena para Bolívar
una medalla de platino y para Sucre una espada de oro; mientras el
del Perú manda una estatua ecuestre en la Plaza de la Constitución
y un millón de pesos, cantidad que rechaza el gran general y que, a
pesar de las tenaces insistencias, nunca llegó a tomarlo.
Manuela ha retornado a la deprimente quietud de su hogar.
El marido, que ha atesorado abundantemente en todos estos meses
y que se ha lamentado todos los días por la descabellada empresa
114 BOUSSINGAULT. Op. cit.
150

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
de su mujer, siéntese ahora feliz y se dispone a impedir por todos
los medios una nueva separación. Se cree más unido a ella; el mismo
imperio que ejerce la quiteña, en ademán despreciativo, sobre su
personalidad, influye directamente para que se encienda más la
pasión morbosa por ella, una pasión que se torna terrible, celosa,
suspicaz, perdonadora por desconfianza. Nunca como ahora, sin
embargo, Manuela ha medido la distancia entre su esposo y su amante
con mayor exactitud. Como si una grave maldición pesara sobre su
existencia, cree que para un final tan insípido ni valía la pena de
haber vuelto. Y si se distrae con las atenciones sociales y con las
entrevistas de nuevo discretas, forzadas, con su amante, no halla
manera de dar pábulo a su ambición, aún más exacerbada por los
últimos acontecimientos. Cada día se fija más hondamente en su
espíritu la determinación de cortar para siempre sus relaciones con
Thorne, así haya que sacrificarlo todo.
En tales cavilaciones y luchas íntimas se encuentra, cuando
llega la noticia de que el mariscal Sucre ha acabado con el resto de
españoles que se encastillaba en las provincias del Alto Perú. Este
suceso permite al Libertador salir casi inmediatamente de Lima. Va
a juntarse con Sucre, y lleva el propósito de crear una nueva nación,
en la cual podrán realizarse sus pensamientos de estadista y político,
lejos de trayectorias perjudiciales y libre de prejuicios
obstruccionistas. Se embarca, en efecto, en el mes de abril, con su
Estado Mayor y con su maestro Simón Rodríguez, que ha regresado
de Europa para colaborar con su discípulo, y llega al puerto de Pisco,
de donde alcanza la población de Ica. No le acompaña Manuela. Va
sólo, pues mucho trabajo ha de realizar y mucha grandeza ha de
conseguir; pero en su alma viaja la imagen de la quiteña,
hermosísima, causante de una lucha interior que se sitúa entre los
deberes y el amor, que trata de congraciarse con las apariencias
sociales y que no se lanza, sin embargo, a cortar de raíz aquello que
más ansía su corazón. Invoca esta vez uno de sus recursos usados
con numerosas mujeres: el de la persuasión, a base de un honor en
que él mismo no cree y sobre el cual ha danzado elegantemente a lo
largo de muchos años, como sobre una alfombra aterciopelada. Presa
de agudas luchas interiores, escribe a la quiteña esta carta:
151

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
152
Mi buena y bella Manuelita: Cada momento estoy
pensando en ti y en la suerte que te ha tocado. Yo veo
que nada en el mundo puede unirnos bajo los auspicios
de la inocencia y del honor. Lo veo bien y gimo de tan
horrible situación; por ti, porque te debes reconciliar
con quien no amabas, y yo, porque debo separarme
de quien idolatro. Sí, te idolatro hoy más que nunca
jamás.
Al arrancarme de tu amor y de tu posesión, se me ha
multiplicado el sentimiento de todos los encantos de
tu alma y de tu corazón sin modelo. Cuando tú eras
mía, yo te amaba más por tu genio encantador que
por tus atractivos deliciosos. Pero ahora ya me parece
que una eternidad nos separa, porque por mi propia
determinación me veo obligado a decirte que un
destino cruel, pero justo, nos separa de nosotros
mismos. Sí, de nosotros mismos, puesto que nos
arrancamos el alma que nos da existencia, dándonos
el placer de vivir. En lo futuro, tú estarás sola, aunque
al lado de tu marido, yo estaré solo en medio del
mundo. Sólo la gloria de habernos vencido será nuestro
consuelo. El deber nos dice que no seamos más
culpables. No, no lo seremos más.
BOLÍVAR.
Manuela debió de sonreír ante esta carta de un amante
vencido, que entre reacciones mal disimuladas, se lamenta
profundamente de la separación, que no puede tolerar. Se queja de
la ausencia como si fuese obra del destino, de un destino tan sumiso
en manos del gran general. Se siente “obligado por propia
determinación” a abandonarla en brazos del frigidísimo inglés. Pero,
¿quién podía imponer nada a Bolívar, convertido ya en el personaje
más famoso de todo el continente iberoamericano? ¿Qué subterfugio
tan ingenuo era éste de suponer una obligación en el propio carácter
de quien ordena imperiosamente en la forma que le place? El
Libertador no era hombre que se anduviese con remordimientos de
conciencia ni menos un conquistador que se detuviera ante una
mujer casada. Lo único verdaderamente significativo de esa carta

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
era aquello de “cada momento estoy pensando en ti... se me ha
multiplicado el sentimiento de todos los encantos de tu alma y de
tu corazón..., sí, te idolatro hoy más que nunca jamás”.
Evidentemente, no pasará mucho hasta que no vuelvan a juntarse
estos dos ausentes voluntariosos, estos dos enamorados de todas
las glorias y de la gloria suprema de amarse hasta lo infinito.
La carta le llegó a Manuela cuando más glaciales se hacían
sus relaciones con el doctor Thorne, cuando Lima para ella carecía
de atractivos sentimentales. Y si en algo se entretuvo, fue en escribir
muchas, muchísimas cartas que, por desgracia, se perdieron, y en
atisbar todos los enredos políticos, mientras de todas partes venían
noticias de los sensacionales homenajes que se rendían a su amante.
Esta fiebre de éxito le alimentaba y le resarcía, en cierto modo, de
las tristezas de su hogar absurdo y de esta ausencia que le mortificaba
sin entristecerla. Era demasiado orgullosa para permitir que las
lágrimas le asaltasen a ninguna hora ni por ningún motivo.
La carrera de éxitos que lleva el Libertador es espectacular.
En Arequipa le reciben bajo arcos triunfales. Allí se detiene para
remitir a los del Alto Perú, constituidos ya en república
independiente, por decreto de esos días de mediados de mayo, su
famoso proyecto de constitución política, señalada por él mismo
“como un término medio entre el federalismo y la monarquía”.
Ludwig, al examinarla ahora, exclama: “La constitución boliviana
tiene tanta sabiduría, que hay que pensar en seguida en los más
altos espíritus de Europa” 115 .
El nacimiento de esta nueva nación es, en realidad, la obra
más querida del caraqueño. Quedó constituida por las cuatro
provincias de Chuquisaca –La Plata o Charcas–, La Paz, Potosí y
Cochabamba. “Fue un capricho de Bolívar, para que no formara
parte de la comunidad argentina, a cuyo virreinato pertenecía cuando
se operó el pronunciamiento del año 10, ni de la peruana, a cuyo
virreinato también perteneció” 116 .
En el Cuzco, al mes siguiente, las mujeres más bellas le ponen
en las sienes una corona de perlas y brillantes. La acepta, pero la
115 LUDWIG, EMIL. Op. cit.: 291.
116 SOSA ESCALADA, J. M. El Paraguay Occidental: 225.
153

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
remite de obsequio a Sucre. Sigue luego hacia La Paz. Una delegación
de la asamblea constituyente, creadora legal de la nueva república,
viene a saludarle y a poner en sus manos la resolución en cuya virtud
el nuevo país ha dejado de llamarse Alto Perú, para tomar el de
República Bolívar. El héroe, a la sazón de sólo cuarenta y dos años
de edad, se infla en delirio, y escribe estas nerviosas palabras a
Santander: “Mi derecha estará en las bocas del Orinoco, y mi
izquierda llegará hasta las márgenes del río de la Plata. Mil leguas
ocuparán mis brazos. Si usted se desagradó por la Ciudad Bolívar,
¿qué hará usted ahora con la Nación Bolívar?”.
Ya no hay enemigos militares a su paso, todo es gloria, triunfo,
grandiosidad. Pero su espíritu se conmueve más profundamente al
recibir una carta de Manuela, fechada el 2 de septiembre, a la que
contesta en los siguientes términos:
154
Estoy en la cama y leo tu carta del 2 de septiembre.
No sé lo que más me sorprende: si el mal trato que tú
recibes por mí o la fuerza de tus sentimientos, que a la
vez admiro y compadezco.
En camino a esta villa te escribí diciéndote que si querías
huir de los males que temes, te vinieses a Arequipa,
donde tengo amigos que te protegerán. Ahora te lo
vuelvo a decir.
Dispénsame que no te escriba de mi letra; tú conoces
ésta. Soy tuyo de corazón,
BOLÍVAR.
Se encontraba, pues, la bella quiteña en graves dificultades
que no podían provenir sino de los celos y de la incomprensión del
doctor Thorne, su marido. Hasta ahora ella había dominado
completamente en el espíritu del inglés, pero se había iniciado,
probablemente por ostensible intransigencia de Manuela, un período
de malos tratos que ella no podía tolerar. Es presumible que por
entonces haya comenzado la afición de Thorne a la bebida alcohólica,
en cuya excitante lubricidad morirá años más tarde, tristemente
asesinado.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Al leer esta contestación, la quiteña debió de quedarse en
extremo cavilosa. Allí no había la pasión de siempre; sólo unas
cuantas frases medio protocolarias y una proposición insípida de
que se trasladara a Arequipa para esquivar la persecución del marido
y huir de otros males que Bolívar califica de simples posibilidades,
o de apreciaciones subjetivas sin importancia. Ni siquiera la llama
con ahínco. Apenas ha estampado un si quieres..., o, más bien, lo ha
hecho estampar por otro, por el amanuense. ¡Y qué final tan insípido:
soy tuyo de corazón! Frase banalísima, que no se pone ni a quienes
menos se quiere entre los parientes.
La reacción se impone sin demora. Manuela no contesta a
esta carta. No volverá a quejarse ni a dar señales de vida hasta que
su amante no torne a escribirle, y en otro tono. Le corresponde
exigir las prerrogativas femeninas que siempre ha mantenido. Prefiere
enterrar sus dificultades hogareñas en un marco de frígida
benevolencia, hasta que llegue la hora de las decisiones.
El Libertador, alejado así de su mujer, se marcha a Potosí,
donde le visita una comisión especial del gobierno de Buenos Aires
con el objeto de felicitarlo por los triunfos obtenidos y de agradecerle
por haber asegurado para siempre la independencia de América.
Pasa luego a Chuquisaca, en donde se quedará más tiempo para
presidir personalmente la organización del nuevo Estado. Y allí le
asalta el recuerdo de Manuela de una manera presionante. Escríbele
en seguida con pasión, como antes, y le exige que salga de Lima,
que viaje hasta él. Ella nada le contesta. Pero cuando se percata de
que el Libertador ha tomado la misma táctica del silencio, reacciona
con habilidad muy femenina y le escribe así el 27 de noviembre:
Estoy muy brava y muy enferma. Cuán cierto es que
las grandes ausencias matan el amor y aumentan las
grandes pasiones. Usted que me tendría un poco de
amor, por la gran separación lo acabó. Yo que por
usted tuve pasión, y ésta la he conservado por
conservar mi reposo y mi dicha, que ella existe y existirá
mientras viva Manuela.
El general Sandes llegó y nada me trajo de usted.
¿Tanto le cuesta el escribirme? Si tiene usted que hacerse
violencia, no lo haga nunca.
155

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
156
Yo salgo el primero de diciembre (y voy porque usted
me llama), pero después no me dirá que vuelva a Quito,
pues más bien quiero morir que pasar por sinvergüenza.
Estoy con un gran dolor de cabeza, y en cama me vio
el general Sandes.
En el fondo de esta carta hay una queja que se torna en acto
impositivo. Verdaderamente esta mujer dominaba en el espíritu de
Bolívar. Le avisa, con gran sencillez, que sale hacia él, porque ha
sido llamada, y hasta señala la fecha. Pero hubo de demorarse unos
cuantos días más. Salió de Lima después del día 15 de ese diciembre,
pues en esta fecha Heres habla de la quiteña en carta dirigida al
Libertador:
Incluyo a V.E. el número 8 de El Peruano, en el cual
encontrará V.E. la villanía con que Canterac ha negado
ser suya la carta que se publicó aquí y lo que yo he
escrito a este respecto, ciertamente con poca razón,
porque estaba ciego de ira cuando tomé la pluma.
Para que se publicara el facsímile, he pedido la carta a
Manuelita, que, en virtud de las órdenes de V.E., ha
tenido dificultad en dármela. Si al fin la venzo, y recibo
la carta, dejaré una copia legalizada por tres escribanos
y remitiré el original a los señores Obando y Paredes
para que publiquen cuatro o cinco mil ejemplares de
ella, procurando que algunos vayan a manos del rey
de España. Si V.E. lo tiene a bien, podría dar orden a
Manuelita para que me proporcionara siempre cuantos
documentos le pidiese en lo sucesivo, porque es muy
regular que con el tiempo tenga que recurrir a ellos
para dar algunas contestaciones...
TOMÁS DE HERES.
Si hubo, pues, cierto distanciamiento sentimental en estas
semanas, ni un solo instante dejó Manuela de prestar sus servicios
irreemplazables de guardadora del archivo bolivariano, en donde
había documentos tan valiosos como la carta de Canterac citada
por Heres. Nunca abandonó Manuela este archivo, sino cuando hubo

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
de pasarlo, por orden de su amante al edecán O’Leary. Retuvo, sin
embargo, mucho y muy valioso, parte en Bogotá, donde lo dejó
debidamente asegurado cuando la expulsaron de Colombia, y parte
que se llevó consigo hasta la ciudad en donde había de morir. Los
que la acompañaron en esas últimas horas quemaron todo eso.
Tras viaje largo y penoso llega al fin a Chuquisaca, donde
encuentran al Libertador entregado a su obra de forjar una nación
de acuerdo con su propio pensamiento político y administrativo.
Manuela debió de entregarse en estos días únicamente a la
admiración de su hombre; mayor grandeza no cabía ya. En adelante,
el gran general va a proceder solo, pues Sucre se queda como
presidente de Bolivia por dos años, por voluntad de la asamblea
constituyente. En el terreno militar, ya casi nada resta por hacerse;
la obra gigantesca ha tocado a término.
Cuando Bolívar pasa por las calles de Chuquisaca, las gentes
salen a admirarlo. Le han visto muchas veces, pero cada día les
parece más excelsamente glorioso. Si le ven acompañado de una
gentil dama, cuyo permanente vestido de capitana desconcierta y
atrae a la vez, se entusiasman: “Es la señora...”, murmuran, sumidos
en un cúmulo de conjeturas. Desconocen la verdad, y sólo saben
que todos la llaman lo mismo: “la señora del Libertador”; todos,
además, guardan para ella absolutos miramientos. Y si no... Bolívar
fue siempre el caballero que exigió total respeto para las damas. ¿A
quién había que respetar más que a esta noble quiteña, heroica,
inteligentísima, dueña por completo del corazón del caraqueño?
Automáticamente se convierte Manuela en la primera dama de la
ciudad, y su imperioso pensamiento se vuelve norma para todas las
señoras, que le atisban el último gusto, el último capricho, para
seguirlos en ademán de cuidadísimo refinamiento.
Nada hubo de singular durante el tiempo de permanencia
de Manuela en Bolivia. Probablemente trabajó con intensidad para
ordenar los papeles del general y para archivar su correspondencia.
Muchos documentos se le entregaron y entró de inmediato en
posesión de todos los secretos. Y con ellos se quedó, custodiándolos,
porque el Libertador hubo de partir en la segunda mitad de enero
hacia Lima, urgido como se hallaba de obtener que el congreso
peruano aceptase su constitución, admitida ya y vigente en Bolivia.
157

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
En el camino le dieron la grata nueva de que el último reducto
español, El Callao, se había rendido el día 23; apresuró la marcha
y entró, también en triunfo, a Lima el día 7 de febrero. De seguido
se instaló en la quinta de La Magdalena.
Dos meses más tarde, como contestación a una o varias
cartas, el Libertador le escribe a Manuela:
158
Me complacen mucho tus amables cartas y la
expresión de tus cariños son mi placer en medio de
la ausencia. Ya digo a Sucre que te recomiendo
nuevamente y no más; mira que yo me voy a fines
de éste para allá sin falta. Espérame en todo trance.
¿Has oído? ¿Has entendido? Si no, eres una ingrata,
pérfida y aún más que todo esto, eres una enemiga.
Tu amante,
* * *
BOLÍVAR.
La espera fue más larga de lo creíble. El Libertador se
entregó a la felicidad en la quinta de La Magdalena, con la misma
fruición y galantería que si hubiese estado en los salones mundanos
de París. Todavía el 2 de julio Manuela se encuentra en Bolivia,
pero ya presa de desesperación amatoria. Debió de escribirle quizás
muchas cartas a su amante. La siguiente de éste para ella fue la
última. Está fechada en La Magdalena, y dice:
Mi adorada:
¿Con que tú no me contestas claramente sobre tu
terrible viaje a Londres? ¿Es posible, mi amiga?
¡Vamos! No te vengas con enigmas misteriosos. Diga
usted la verdad y no se vaya usted a ninguna parte.
Yo lo quiero resueltamente.
Responde a lo que te escribí el otro día de un modo
que yo pueda saber con certeza tu determinación.
Tú quieres verme siquiera con los ojos. Yo también
quiero verte, y reverte, y tocarte, y sentirte, y

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
saborearte, y unirte a mí por todos los contactos. ¿A
que tú no quieres tanto como yo? Pues bien, ésta es
la más pura y la más cordial verdad. Aprende a amar
y no te vayas ni aun con Dios mismo.
A la mujer única, como tú me llamas a mí. Tuyo,
BOLÍVAR.
La respuesta de Manuela a esta carta fue el viaje inmediato
hacia Lima, pero sin el maestro Simón Rodríguez, encargado ya
por enero de la educación pública, como su jefe, en toda Bolivia.
Las ficciones de la linda quiteña respecto de su propia ida
a Londres habían acabado por convencer al grande hombre,
solazado ahora por las limeñas, que desfilaban por la quinta como
en una procesión de amor.
Cuando llega Manuela a La Magdalena, postergado ya
definitivamente su marido el inglés y rotos ya, definitivamente
también, todos los convencionalismos, se constituye de hecho en
la reina de esa lujosa casa. El secretario de Bolívar escribía por
aquellos días: “Estamos en una Babilonia, donde, al parecer, todas
las bellas mujeres se han conjurado para hacernos perder la cabeza.
¡Qué cuadro de tipos, bellezas y coqueterías!”. El mismo héroe
estampaba lo siguiente en una carta: “Las damas me quieren; esto
es muy agradable; tienen muchos placeres”.
En esta mansión de La Magdalena todo convida al sabroso
vivir y nada al dolido meditar. Todo convida al amor como un
serrallo oriental: la temperatura grata, los fulgores diáfanos del
cielo, los follajes y las fragancias de arboledas y jardines, la sonata
de los surtidores, el ambiente yodado del cercano mar, la piel tibia
de una tierra seca y táctil, y el pabellón militar de un sol grávido
de vitaminas y de cantáridas. La Magdalena o La Voluptuosidad
debe ser el nombre y el subnombre de la castiza mansión que Lima
dio en reconocimiento a San Martín y luego a Bolívar.
“¿Cuántas mujeres le amaron aquí? Nadie podría saberlo.
Lo cierto es que en Lima las hembras y los vinos se le sirvieron en
bandejas de plata para que el héroe las bebiera hasta las más
159

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
exquisitas embriagueces. Y él, nada corto, apuró ávidamente ambos
licores hasta extenuarse de voluptuosidad” 117 .
“Podemos ver –exclama Ludwig– la naturaleza de Manuela
Sáenz si consideramos que en aquella época el general y su Estado
Mayor disfrutaban de los dones de la vida en medio de una existencia
totalmente aventurera”.
El intenso capítulo de la vida en La Magdalena, en donde el
triunfador recibió, en unión de sus generales, el homenaje más
caluroso que podía tributarse a nadie; homenaje que el mismo
Napoleón coronado habría querido para sí, de haber sido capaz de
saborear tan inefables placeres, se pierde en un cúmulo de aventuras
galantes que sólo en perfumes le costaron al héroe más de diez mil
pesos. El lo presidía todo; ella lo hermoseaba todo, aureolada
también de heroísmo, participante también en las campañas, bella
cual ninguna, imperiosa y alegre, de frases bellamente mordaces,
audaz por sobre todas. Tuvo la inteligencia suprema en esos días de
no estorbar los placeres de su amante. Se contentó con la total
satisfacción de su orgullo femenino. Las mujeres tal vez le
envidiaban; los hombres la cortejan entusiasmados; su nombre y
sus éxitos iban de boca en boca hasta el punto que su misma
condición de infiel al marido parecía apreciada de la generalidad.
¿Cómo podía concebirse un temperamento desbordado, uncido a
una frigidez inglesa? Era la quiteña, sin duda, el eje de una heroica
aventura de amor. Las horas correspondían exactamente a las
plenitudes del Tabor. Entre las danzas y el banquete, ya en los
salones, ya en los jardines, junto a los balcones floridos o en los
patios castellanísimos, o en los múltiples rincones confidenciales
se habían regado las miradas de arrobo, las máximas exultaciones,
la plena aventura que puede dar de sí la vida. Una vida pecadora,
como la de la pecadora Magdalena.
Sin embargo, en estos mismos instantes se forjaba algo muy
grande para el futuro de los pueblos americanos. El 22 de junio se
reunía en Panamá por vez primera un congreso internacional, para
corresponder a lo preconizado por Bolívar en su carta de Jamaica,
escrita en 1815. “Sería hermoso –había dicho entonces– que el istmo
117 ARIAS TRUJILLO, BERNARDO. Retablos bolivarianos. III, Sonata de Estío.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
de Panamá llegara a ser para nosotros lo que el istmo de Corinto
para los griegos. Es una idea grandiosa la que pretende formar de
todo el Nuevo Mundo una sola nación, con un solo lazo que una las
partes entre sí y con el todo: el origen, la lengua, las costumbres, la
religión son las mismas. Debería haber, por consiguiente, un gobierno
único, confederando los distintos Estados que lo formen”. Y tres
años más tarde, en ampliación de ese mismo grandioso plan que ha
venido a cumplirse en parte al cabo de más de un siglo, había escrito
lo siguiente, en carta al gobierno de Buenos Aires: “Tan pronto
como las armas de Venezuela hayan completado la obra de su
independencia, o circunstancias más propicias nos permitan
comunicarnos con frecuencia y establecer relaciones más estrechas,
nos apresuraremos, con el mayor interés posible, a preparar el pacto
americano que, formando de todas las repúblicas un solo cuerpo
político, presente al mundo la América con un aspecto de majestad
y grandeza sin ejemplo entre las naciones de la antigüedad. América
así unida, si el cielo nos permite realizar nuestros votos, podrá ser
llamada la reina de las naciones”.
Sólo Colombia, América Central, Perú, México y Bolivia
concurrieron al congreso que se clausuró el día 15 de julio. Los
Estados Unidos asistieron por medio de una representación que
presentó previamente un pliego de reservas propias de las
circunstancias del momento. Los demás Estados se excusaron o no
respondieron. Sólo los nombrados tuvieron entonces la visión del
futuro.
Por desgracia, desde el lugar mismo de este congreso recibió
el Libertador una carta que le reveló el verdadero fondo de los
políticos y militares peruanos. “Sepa usted (le decía Briceño
Méndez), que si esos señores (los delegados peruanos al congreso
de Panamá) no son sus enemigos, por lo menos no son sus amigos.
En un convite que dieron aquí, por el aniversario de Ayacucho,
hubo brindis por cuanto hay en el mundo, menos por usted, y llevaron
el descaro hasta presentar uno en que se atribuía toda la gloria de
aquella batalla a los generales La Mar y Miller. Sin el menor respeto
se lamentaron de la suerte del Perú. Nos acusan de miras interesadas
en la ocupación militar de su país”.
161

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Esta carta reverberaba en manos del destinatario
precisamente cuando se ceñía al cinto la espada de mil cuatrocientos
treinta y tres diamantes obsequiada por el mismo Perú y en las horas
en que las mujeres más bellas y refinadas acudían a sus brazos en
demanda de un efímero amor.
No decae el remolino de pasión de La Magdalena, pero
aumenta por momentos el descontento en el Perú. Se resienten con
los postulados de la constitución boliviana, sufren el peso de varios
miles de soldados colombianos. El concepto primitivista de
“extranjeros” sale a flor de labios por todas partes. Y al mismo tiempo
desde Bogotá le exigen perentoriamente a Bolívar que regrese para
que solucione los problemas surgidos por la actitud del general Páez
en Venezuela, quien se ha negado a obedecer las disposiciones
emanadas de Bogotá y comienza a actuar por su propia cuenta,
encastillado en Valencia, armas en mano, en actitud de franca
rebeldía y en intento evidente de independizarse de la Gran Colombia.
Y ruedan las olas en las playas vecinas a la quinta, como comienza
a rodar la tormenta, suave al principio, casi discreta, pero insistente,
tenaz. Manuela siente el soplo del vendaval, atisba, se informa, en
medio de los salones, en las calles de Lima, en las vecindades; es
una admirable observadora que defiende a su hombre con solicitud,
con orgullo, con pasión. En sus manos están todas las cartas.
También las publicaciones de prensa que critican la constitución
boliviana y que sirven de base para acusar al Libertador de
pretensiones dictatoriales. Creen que el genio aspira a una dictadura
vitalicia; no le comprenden, le combaten quienes se sienten pigmeos.
Cuando la quiteña se recoge a la soledad de su residencia,
luego de haber pasado horas de vértigo en la quinta, piensa en que
a los triunfos van a suceder las guerras de carácter moral, las
campañas de tipo político, mucho más complicadas y difíciles de
vencerse. Hasta cierto punto se siente más poderosa que su amante,
con la intuición, con la decisión; en nadie tiene confianza. Por
desgracia su hombre cree en varios, es un soñador, y habrá de pagar
cara su caballerosidad. La reacción profunda que siente esta mujer
ante todo eso, siempre reacción vehemente, se mezcla con aquella
sátira mordaz que ha aparecido también contra ella, por su calidad
de mujer que traiciona pública e insistentemente a su marido y
162

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
porque es una “foránea”. También contra ella se dirige aquel
remolino subterráneo de resistencia, que el Libertador quiere ahogar
en fiestas, en placeres, en derroche espléndido. El dinero se vierte
abundantemente, como el amor.
Ya no es posible esperar más. Todo habrá de sacrificarlo el
genio, a cambio de realizar supremos esfuerzos para impedir que
perezca su obra. Manuela misma le exige que parta. Ella se quedará
sola; cuidará de los archivos, de la reputación del caraqueño, de
que las tropas le guarden fidelidad, de que los amigos y favorecidos
no le traicionen. Estará en todas partes, fuerte como siempre, por
más que se le despedace el corazón. Ella no sabe llorar; prefiere la
lucha, el dominio, el imperio audaz. Vive peligrosamente; vive
ascensionalmente.
La noche del 3 de septiembre, noche luminosa, espléndida,
tibia, acariciada por una tenue brisa marina, se bailó en La Magdalena
con desacostumbrado ardor. La música y los licores no cesaban de
urgir a los asistentes hacia la plenitud de las exultaciones. Sólo
Manuela y quizás alguno de los generales sabían que esa noche era
la última de permanencia de Bolívar en el Perú. No volvería jamás.
Su obra había terminado y era preciso abandonarla a su suerte, a la
suerte de la ingratitud. Ya no se quejarían más con su presencia; ya
no le dirían nunca más “el zambo”, como solían hacerlo en los
salones, en las calles y en los campos. Había pasado ya la medianoche
y comenzaba casi a anunciarse la aurora, cuando informó a todos
que iba a partir en esos mismos momentos. El bergantín Congreso
le aguardaba para conducirlo a Guayaquil. Las damas le rodearon
para exigirle que no se marchase. El, ya caballero en su tradicional
caballo blanco, les dijo: “Cuando la beldad habla, qué pecho puede
resistir. Yo he sido el soldado de la beldad, porque he combatido
por la libertad que es bella hechicera y lleva la dicha al seno de la
hermosura donde se abrigan las flores de la vida. Pero, mi patria...
¡ah, señoras...!”. No pudo continuar; una de esas lágrimas que en
más de una ocasión se le subieron hasta los párpados, sin caer al
exterior, le impidieron seguir las frases de despedida que,
elegantemente, había comenzado. Los cascos del bruto sonaron en
el patio, al golpe de los espolines; le acompañaron los edecanes.
Manuela se quedó temblando, sola con su soledad, con una
163

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
admirable serenidad exterior que exigía que se continuara atendiendo
a las señoras hasta que se marcharan. Y se marchó también ella,
para no volver a la famosa quinta sino a recoger los documentos y
objetos que había de custodiar.
¡Qué vida tan oscura, triste, insípida la que le aguardaba,
lejos de los sucesos grandes, lejos hasta de interesantes incidentes
menudos como aquella sublevación pasajera de dos batallones en
Lima, pocas semanas antes de la partida del héroe!
164
Resignarse es conocer la verdadera soberanía
de la razón, el verdadero triunfo del alma. El
peso me abruma, pero no me vence.
NAPOLEÓN, en Santa Elena.
En Guayaquil y Quito el Libertador es recibido
triunfalmente. El texto íntegro de la constitución boliviana adóptase
con alborozo, casi sin resistencia. Apresura, por esto, el viaje. Antes
de salir de Quito recibe una carta de Manuela. Por la contestación,
enviada desde Ibarra el 8 de octubre, puede colegirse todo el
extraordinario apasionamiento que había expresado la quiteña.
Bolívar le escribió lo siguiente:
Mi encantadora Manuela:
Tu carta del 12 de septiembre me ha encantado: todo
es amor en ti. Yo también me ocupo de esta ardiente
fiebre que nos devora como a dos niños. Yo, viejo,
sufro el mal que ya debía haber olvidado. Tú sola me
tienes en este estado. Tú me pides que te diga que no
quiero a nadie. ¡Oh, no! A nadie amo; a nadie amaré.
El altar que tú habitas no será profanado por otro
ídolo ni otra imagen, aunque fuera la de Dios mismo.
Tú me has hecho idólatra de la humanidad hermosa,
o de Manuela. Créeme: te amo y te amaré sola y no
más. ¡No te mates! Vive para mí, y para ti; vive para
que consueles a los infelices y a tu amante que suspira
por verte. Estoy tan cansado del viaje y de todas las
quejas de tu tierra que no tengo tiempo para escribirte

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
con letras chiquiticas y cartas grandotas como tú quieres.
Pero en recompensa, si no rezo estoy todo el día y la
noche entera haciendo meditaciones eternas sobre tus
gracias y sobre lo que te amo, sobre mi vuelta y lo que
harás y lo que haré cuando nos veamos otra vez. No
puedo más con la mano. No sé escribir.
La inteligentísima Manuela acude a la ternura para hallar
asimismo hondísima ternura en el corazón de su amante. Le pide
juramento de fidelidad, a pesar de que sabía que Bolívar jamás había
sido fiel a ninguna mujer. Le mima, le acaricia, se le recuesta en el
pecho, a través de la distancia, con un acento, tan indefinible, que
debió de penetrar hasta lo íntimo del amargado corazón del
caraqueño. La separación le hace sentir a éste con mayor exactitud
la clase de mujer que ha dejado, a quien ha prometido volver, a
quien quisiera tener junto a sí para todas las plenitudes del amor y
de la pasión. Ninguno de los dos sabe que el destino los va a separar
un año íntegro; un año de intensísima nostalgia para ambos, de
donde parte sordamente la tragedia que les aguarda a los dos, de la
que no podrán sustraerse, a pesar del genio del uno y de la indomable
voluntad de la otra.
Mientras más se acerca el Libertador a Bogotá, por la vía de
Popayán y Neiva, mayores resistencias halla. La sagacidad del
edecán O’Leary, que se había anticipado en el viaje, le escribe al
general las siguientes observaciones: “En todo el Cauca observé
mucho descontento... Si Quito y Guayaquil se separan algún día de
Colombia, Mérida debe ser la capital de Venezuela y Nueva
Granada... El coronel Carabaño y el general Mariño, ambos
manifiestan los mejores deseos de conservar la paz, mas no me han
ocultado su disgusto contra el gobierno de Bogotá” 118 .
En estos días, el señor Cayetano Freyre, en carta dirigida
desde Lima al comandante Juan José Santana, hace esta referencia:
“Recibe memorias de Manuelita; te dice por mi conducto que si tú
haces recuerdos de ella, ella te tiene presente de continuo”. Esta
es, en realidad, la vida de Manuela en Lima: recordar, engolfarse en
118 O’LEARY, DANIEL FLORENCIO. Memorias. T. Apéndice: 25.
165

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
el pasado, llevar vida social intensa, ya que lo exige su elevada
posición social y lo solicita su gran belleza. Pero en lo hondo de su
espíritu hay una infinita tristeza. Le faltan la acción y la gloria, carece
de dicha, no puede brillar y encumbrarse, no tiene dónde emplear
las excelencias de su carácter. Si al menos le quedara un hijo, un
hijo del Libertador... También allí se tortura, como toda mujer estéril,
por infecundidad de sus entrañas por más que la obra del espíritu
sea prodigiosa.
Santander salió al encuentro de Bolívar hasta Tocaima, a
dieciocho leguas de la capital. ¡Quién sabe lo que hablaron! En
Fontibón, a dos leguas de Bogotá, pronunció un discurso el
intendente del departamento, coronel Ortega, saludándole como al
restaurador del orden legal y constitucional. El Libertador no le
permitió terminar y en respuesta le dio una reprimenda pública 119 .
Tal era el ánimo con que llegaba el caraqueño y tal la opinión de
quienes lo recibían. Cundió la alarma. “Santander temió que al
recibirlo en el palacio y entregarle el mando repitiese Bolívar la
misma respuesta de Fontibón. Resuelto a no tolerar tal ofensa, lo
aguardó con la resolución decidida de repeler con firmeza el ultraje,
si se le hacía, y para estar prevenido contra todas las eventualidades,
un gran número de patriotas asistimos a la ceremonia con nuestras
pistolas cargadas. Más tarde he sabido por Santander mismo que
estaba resuelto a correr todos los azares, hasta el de desconocer a
Bolívar” 120 . ¿Qué de raro, por tanto, que más tarde se atentara contra
la vida del grande hombre? ¿Qué de raro que éste se desesperara al
hallar su obra moralmente destruida? La grandeza conquistada a
fuerza de los más inauditos sacrificios comenzaba a convertirse en
acíbar. En el Perú, como por obra de magia, se sabían estas noticias
en el término de la distancia. Cuán intenso debió ser el padecimiento
de Manuela, impedida para viajar, porque era designio de Bolívar
regresar a Lima, cuando ya todos los países por él liberados
obedeciesen a una misma constitución: la suya.
Apenas a los diez días de llegado, el Libertador se hace dar
facultades extraordinarias y parte en seguida hacia Venezuela para
entenderse con el rebelde Páez.
119 GONZÁLEZ, FLORENTINO. Memorias: 104.
120 GONZÁLEZ, FLORENTINO. Op. cit.: 105.
166

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Comienza el año de 1827 con el arribo de Bolívar a Caracas
el día 10 y con la acentuación del descontento en el Perú por la
presencia de las tropas colombianas, a la vez que por la vigencia de
la constitución boliviana. Era la última ocasión que el caraqueño
visitaba su ciudad natal. Como seis días antes se había reconciliado
con Páez, fue recibido con extraordinario regocijo y excepcionales
honores; entró a su terruño bajo palio y en medio de arcos triunfales.
Se quedará seis largos meses, entregado por completo a organizar
en todo sentido a Venezuela, en lo administrativo, en lo civil, en lo
militar, en lo hacendario.
Se produjo entonces algo muy grave que torció nuevamente
la ruta de la vida de Manuela Sáenz. La desvió de la soledad moral
que traía, hacia una serie de sucesos hoy recordados de manera
sobresaliente por la historia. El día 26 de enero la tercera División
de Colombia, capitaneada por el coronel José Bustamante, se
sublevó en Lima y negó obediencia a la constitución boliviana; eran
dos mil cuatrocientos hombres que se alzaban contra los mandatos
legales vigentes y contra la autoridad de Bolívar; que apresaron a
sus jefes, entre ellos el general Heres, y los expulsaron del país.
Heres, poco antes de salir –según consta de sus declaraciones en
Guayaquil 121 – recibió el anuncio de la visita de Manuela Sáenz; pero
Bustamante se lo impidió. Momentos más tarde llevó a un amigo
de Heres un pliego muy abultado, pero éste, temeroso de que le
sorprendiesen, no se atrevió a entregar la encomienda al general.
Era al día siguiente de una nueva y formidable hazaña de la quiteña.
“Disfrazada de hombre y pistola en mano, penetró a caballo en uno
de los cuarteles insurrectos, con el fin de reaccionar en favor de
Bolívar” 122 . Fracasó el intento y pocas horas después del suceso fue
apresada y mantenida durante varios días incomunicada totalmente
en un monasterio, hasta que se le dio la orden de destierro, con
veinticuatro horas de término. Varias veces burló la vigilancia y se
puso en contacto con quienes permanecían fieles al Libertador;
repartió dinero en abundancia para sobornar a la tropa; se burló de
las monjas hasta el extremo que hubo de ponérsele centinela de
vista. La astucia y la audacia con que procedía estuvieron a punto
121 CUERVO, LUIS AUGUSTO. Apuntes historiales: 195.
122 CUERVO, LUIS AUGUSTO. Op. cit.: 195.
167

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
de ser coronadas. Vidaurre, el sucesor de Heres, temía
constantemente la contrarrevolución, y llega a declarar lo siguiente:
“El cónsul Armero y Manuela Sáenz no han dejado de seducir,
prometer y aun gastar, la segunda, cantidades muy crecidas. Con
noticias exactas que tuve de cuanto se imaginaba Armero y por esa
mujer, cuya escandalosa correspondencia tanto ha insultado el honor
y moral pública, le hice llamar a las cuatro de la tarde y le dije: usted
se embarca dentro de las veinticuatro horas. Si no lo hubiese
verificado en ese tiempo, la encerraría en Casas-Matas” 123 .
Una mujer –¡pero la mujer de Bolívar!– hacía temblar de
inquietud al general Vidaurre. Una mujer se conducía en la hora
difícil en la misma forma en que hubiera procedido el Libertador.
Le sobraba genio; faltaron hombres que la secundasen. Estos sucesos
debieron de impresionar profundamente en el ánimo del caraqueño,
quien desde entonces tuvo para ella la más profunda pasión y una
total fidelidad.
La suerte de la tercera división sublevada careció de gloria y
fortuna. El vicepresidente Santander “celebró el delito de
Bustamante, cual pudiera una victoria. Algunos jefes y oficiales
sacaron música por las calles. El general Santander se unió en la
calle y acompañó en la gran manifestación un gran rato, mostrando
en sus arengas el intenso placer que le dominaba” 124 . Partieron los
de la división hacia el Ecuador, unos por tierra, otros por mar. El
batallón Rifles, en Cuenca, entregó a Bustamante en manos de las
autoridades militares adictas a Bolívar. El general Antonio Obando,
puesto a la cabeza de estas tropas, se encargó de desmembrarlas;
consumado lo cual, Flores, que ya dominaba en estas regiones, obligó
a Obando a renunciar.
El barco que zarpó del Perú hacia Colombia conduciendo a
Manuela era el mismo en que viajaban los últimos oficiales
colombianos, entre ellos el general José María Córdoba. Parece que
durante la travesía hasta Guayaquil, la quiteña y el general
disputaron con frecuencia –lo asegura el general Francisco Giraldo–
hasta el punto que Córdoba hizo uso de algunos “desaires”. La
enemistad que surgió entre los dos, en lo alto de la sierra peruana,
123 Cita de A. MIRAMÓN, en Los septembrinos: 206.
124 POSADA GUTIÉRREZ, J. Memorias histórico-políticas.
168

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
como queda dicho, se había ahondado, por consiguiente. En este
caso se cumplía nuevamente la determinación de siempre de la
quiteña: “amo u odio”. No había términos medios. Su intuición
femenina le permitía avizorar a gran distancia, como se verá más
adelante. Ella no creyó en la fidelidad de Córdoba a la persona del
Libertador.
En Guayaquil se separó Manuela de sus compañeros,
quienes siguieron hacia Buenaventura. De ahí que Córdoba llegara
a Bogotá mucho antes que la quiteña. Esta fue recibida por el coronel
Demarquet, su pariente 125 , quien la acompañó a Quito y luego a
Bogotá. Las negras Jonatás y Nathán, las inseparables y fieles libertas,
viajaron con su ama y estuvieron a su lado en todas las horas de
triunfo y de dolor 126 .
La llegada a Quito al cabo de cuatro años fue para Manuela
causa de problemas, según lo dio a entender ella en una carta al
general Juan José Flores, fechada el 6 de mayo de 1834, en Kingston,
en la cual decía:
Ya he molestado a usted con mis quejas, ahora vamos
a otra cosa más molesta: lo poco que poseo de mi
madre, señor, se lo debo al anhelo e interés que usted
tomó en el cobro y no es regular que yo carezca de
este socorro; pues salí de Quito el año 27 dejando
arrendada mi hacienda en seiscientos pesos [ ... ] 127
Se había peleado además muy en serio con su marido, el cual se
quedó en Lima. Sus parientes, luego de conocidas todas las aventuras,
probablemente tuvieron para ella las reticencias propias de una
sociedad simuladora de virtudes. Sea como fuese, Manuela se quedó
entre los suyos algo más de seis meses, entregada sin duda a vender
su hacienda 128 y a contar a sus parientes las peripecias de la campaña
libertadora en el Perú.
Bolívar, entretanto (julio), ha emprendido ya el regreso hacia
Bogotá. Le comunican que el general La Mar ha sido nombrado
125 Eulalia Sáenz de Muñoz, le llama «mi sobrino», en carta de 28 de enero de 1871, de Madrid.
126 BOUSSINGAULT. Op. cit.
127 CUERVO, LUIS AUGUSTO. Op. cit.: 212.
128 Carta de Manuela a don Roberto Azcázubi (22 octubre 1844).
169

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
presidente del Perú y que ha quedado abolida la constitución
boliviana en aquel país. Sucre, también, habiendo renunciado a la
presidencia en Bolivia, ha emprendido el viaje de regreso a Quito.
Viene a encontrarse con su esposa doña Mariana Carcelén y Larrea,
marquesa de Solanda, con quien se ha casado por poder. Llega, en
efecto, el gran mariscal a su ciudad preferida y alcanza a sostener
importantes conversaciones con Manuela y a entregarle las valiosas
comunicaciones que aguarda el Libertador. Allá, en Bolivia, medio
vencido por una sociedad tradicionalista agresiva, se ha quedado el
maestro Simón Rodríguez, en espera de mejores días.
Por entonces en el territorio que es hoy el Ecuador se hablaba
ya abiertamente de la separación de la Gran Colombia. El año
anterior “el cabildo de Quito sostenía una conspiración militar con
fines abiertamente separatistas. Sofocada sangrientamente por las
guarniciones, los jefes y soldados de ella fueron inmediatamente
fusilados. El comandante Ayarza, que dirigía el movimiento, no sin
declarar que lo hacía a nombre del cabildo de la ciudad, fue
destrozado a sablazos al pie de un cañón” 129 . Estas realidades pudo
palparlas Manuela para exhibirlas luego, en su plena desnudez, ante
Bolívar.
El Libertador llegó a Bogotá y, “desmontándose en la puerta
de la iglesia de Santo Domingo, en donde el congreso estaba reunido,
prestó inmediatamente el juramento de posesión de la presidencia
de Colombia (10 de septiembre). Ninguna manifestación, ningún
aplauso precedió ni siguió a aquel acto; era la primera vez que su
presencia no fuese saludada con vivas y aclamaciones en la capital 130 .
Iba, pues, en aumento la tormenta que se inició en Lima contra el
grande hombre. El genio lo presentía. Desde el camino había escrito
esta carta a Manuela:
170
El yelo de mis años se reanima con tus bondades y
gracias. Tu amor da una vida que está expirando. Yo
no puedo estar sin ti, ni puedo privarme
voluntariamente de mi Manuela. No tengo tanta fuerza
129 REYES, OSCAR E. Breve historia general del Ecuador. T. II: 185.
130 GONZÁLEZ, FLORENTINO. Op. cit.: 121.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
como tú para no verte: apenas basta una inmensa
distancia. Te veo, aunque lejos de ti. Ven, ven, ven luego.
Tuyo del alma,
BOLÍVAR.
Acompañada por el coronel Demarquet y por las negras
Jonatás y Nathán, partió Manuela hacia Bogotá, llena de alegría,
cargada de ilusiones, pero también de temores. Estaba perfectamente
informada de la vastísima conspiración contra la obra gigantesca
de su amante, y lo único que anhelaba era llegar cuanto antes, para
ayudarlo, cuidarlo, defenderlo. Su instinto le guiaba
maravillosamente, y sabía bien quiénes eran el alma de la traición.
* * *
Llegada a la capital de la Nueva Granada, “habitó en la casa
que fue del doctor Leopoldo Arias Vargas, situada casi al frente de
la iglesia de San Carlos y muy pocos pasos distante del palacio que
habitaba el presidente” 131 .
“Bogotá tenía entonces unos veintidós mil habitantes; llovía
con excesiva frecuencia y el cielo rara vez se veía azul sin manchas.
Los grandes cerros inmediatos, cubiertos de nieve perpetuamente,
estaban coronados por dos calles: Monserrate y Guadalupe, llamadas
ermitas. Las calles estaban bien embaldosadas y abastecidas de agua
corriente. Tres arroyos que bajaban de la montaña atravesaban la
ciudad; sobre ellos había ocho excelentes puentes de piedra. Unas
pocas casas particulares tenían ventanas con vidrieras, y la mayor
parte de los techos eran empajados con una planta que crece a orillas
del río Magdalena. Las únicas chimeneas que había en la ciudad
existían en los palacios del obispo y del gobierno. Los alrededores
de la ciudad están adornados con quintas o casas de campo
pertenecientes a los habitantes más ricos” 132 .
Este es el escenario en donde va a desarrollarse la vida de
Manuela por espacio de seis años, en los cuales nuevamente
131 CUERVO, LUIS AUGUSTO. Op. cit.: 195.
132 Relato de un oficial norteamericano en el año de 1823. El Tiempo, Bogotá, 6 de agosto de 1938.
171

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
cambiará la ruta de su destino en forma radical, al golpe de los más
trascendentales acontecimientos. Llega inquieta, desconcertada, pero
resuelta a imponerse con energía. Va a entrar en el corazón mismo
de la conspiración contra Bolívar y no permitirá que los hombres
inferiores traten de ahogar al genio. Su temperamento de mujer
apasionada, pero serena; audaz, pero impasible; valerosa, pero
astuta, le servirá de resorte a todas las horas. Ha vencido ya, desde
el primer momento, las habladurías que se alzaron por haberle visto
llegar vestida de capitana, altivamente, para caer en los brazos del
Libertador, que la aguarda con impaciencia.
“Principian las fuerzas de la desintegración más fuertes que
nunca a recuperar el terreno que los grandes héroes les habían
quitado. Distancias geográficas, incoherencia racial, pobreza y falta
de cultura cívica en las masas, arbitrariedades individuales, anarquía
ideológica, caudillos semibárbaros, todo esto conmina primero y
amenaza destruir luego la obra realizada mediante una lucha
sobrehumana” 133 . Esta movilización subterránea se desarrolla con
caracteres lúgubres, precisamente porque el escenario es triste,
melancólico, de mojigaterías y concupiscencias, lo mismo que las
otras ciudades coloniales de algún interés.
Estas son algunas de las costumbres de Bogotá entonces:
“Las señoras, en su caso, usan vestidos de calle, de iglesia o de
etiqueta: sombrero, mantilla o saya. La saya es una enagua o zagalejo
un poco corto, de paño, terminado por franjas de pie y medio de
longitud. La mantilla es un trozo de paño fino azul celeste o
lapislázuli, cortada en semicírculo y que se dispone de suerte que
caiga desde la cabeza hasta la espalda. El sombrero es de fieltro y
los zapatos de raso o de cuero. El zapato es lo que distingue a las
mujeres de la clase elevada; las hijas del pueblo llevan los pies
descalzos. En Bogotá, la caridad religiosa sirve de pretexto y de
estímulo a la ociosidad y a la desidia. Los objetos de procedencia
europea son raros y costosos. Se bebe tres veces al día chocolate,
acompañado de queso y dulces. Todo el mundo usa vasos de plata.
Después de la comida se lavan las manos, fuman y duermen. La
costumbre de fumar es general aun entre las mujeres... Las señoritas,
133 BELAÚNDE, VÍCTOR ANDRÉS. Bolívar y el pensamiento político de la Revolución Hispanoamericana.
172

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
vivas y apasionadas, bellas, blancas y bien formadas, no tienen, en
general, ni costumbres severas ni se inclinan a las cosas serias; su
vida se desliza entre los placeres y las prácticas religiosas” 134 . Es decir, que
Bogotá procede lo mismo que Lima, que Quito, que todas las
ciudades de significación en América por aquellos tiempos: un mismo
ambiente moral, costumbres parecidas, nivel general idéntico. Con
la única particularidad de que Bogotá es todavía muy pequeña en
número de habitantes. “Las únicas artes manuales eran la zapatería
y la sastrería; la única herrería que allí había era de un inglés. En
esta ciudad estaba la única librería que había en Colombia. La Plaza
Mayor se utilizaba para el mercado los días viernes; hallábase
empedrada, pero no había comodidades para los vendedores; ni
mesas, ni sillas, ni bancos, ni mostradores; los artículos comestibles
se colocan sobre el desnudo empedrado. En la calle Real se
encuentran los más ricos y hermosos almacenes. Allí vense las más
llamativas joyerías, los vestidos más finos para hombres y mujeres.
Se encuentran en las ferias zarazas de India e Inglaterra; sedas de
Asia, Italia y Francia; finos paños de Yorkshire, Ruen, Filadelfia y
Baltimore, etc.”. Índices, todos éstos, de que en Bogotá había
notable desarrollo de lujo y un evidente sentido de buen empleo de
la riqueza. Se llevaba allí, por otra parte, una vida sencilla, casi
monástica, repartida entre los salones y los templos. En las fiestas
hay cohetes, corridas de toros, riñas de gallos, carreras de caballos,
quemas del diablo y luchas en la Plaza Mayor y en la de San Agustín.
Había, pues, para Manuela y sus negras cierto contraste entre
lo que dejaron y lo que hallaban. El ambiente era pesado, hostil,
pero en forma en extremo disimulada. La apodaron casi desde el
principio “la Forastera”. A su amante, quizá desde entonces, le
llamaban “Longaniza”, de la misma manera que al vicepresidente
Santander le habían señalado el mote de “Trabuco”.
Aparte de esto, la situación política era muy tensa. El
presidente y el vicepresidente no se entendían, quizá ni se hablaban.
El primero le había escrito pocos meses antes al general Soublette,
desde Caracas: “Ya no pudiendo soportar más la pérfida ingratitud
de Santander, le he escrito hoy que no me escriba más, porque no
134 D’ORBIGNY, ALCIDES. “Viajes a las dos Américas” (traducción de J. M. González Benito).
Revista Literaria (Bogotá), (1892).
173

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
quiero responderle ni darle el título de amigo. Los impresos de Bogotá
tiran contra mí, mientras yo mando callar los que tiran contra
Santander. ¡Ingrato mil veces!”. [Marzo 16 de 1827].
Sea por curiosidad, o por lo mucho que se contaba de ella, o
por su excepcional belleza, o por lo agudísimo de su inteligencia y su
admirable trato social, Manuela se convirtió, al correr de pocos días,
en un centro de atracción de la sociedad bogotana. “Estaba siempre
visible. En la mañana llevaba una bata, a la que no faltaban atractivos.
Sus brazos estaban desnudos, ella no se preocupaba por disimularlos;
bordaba mostrando los dedos más lindos del mundo; hablaba poco;
fumaba con gracia. Daba y acogía noticias. Durante el día salía vestida
de oficial. En la noche se metamorfoseaba. Se ponía ciertamente
colorete. Sus cabellos estaban artísticamente peinados; tenía mucha
animación; era alegre, sirviéndose algunas veces de expresiones
pasablemente arriesgadas. Su complacencia, su generosidad, eran
ilimitadas” 135 . Así la encuentra quien la conoció con bastante intimidad
y por largo tiempo. Así se presentó en Bogotá, transparente, vigorosa
en su personalidad, sin saturarse del ambiente. Fue desde el primer
momento una mujer inconfundible.
A pocos días de llegada dio la siguiente prueba de que su
temperamento necesitaba desahogo. “Un día, cabalgando en las calles
centrales, apercibió a un soldado que llevaba el santo y seña encerrado
en un billete colocado, como es costumbre, en la extremidad de su
fusil. Lanzarse al galope sobre el pobre infante, arrebatarle al pasar el
billete, fue asunto de un instante. El soldado le hizo fuego; después
ella volvió sobre sus pasos para remitirle el santo y seña”. Era uno de
los actos que sólo podía realizar Manuela Sáenz, y en traje de capitana.
Indudablemente iba ganando terreno, ante las mujeres y ante los
hombres. Correspondía al prestigio de haber combatido en los campos
de Ayacucho; y si se considera su belleza extraordinaria,
indudablemente aparecía incomparable a los ojos de todos. ¡Cuántos
no habrán soñado entonces en cambiarse por el Libertador!
Hacia febrero de ese año de 1828 –precisamente cuando ya
la murmuración se cebada en la quiteña– se produjeron graves
alteraciones del orden en territorio venezolano. Temíase una
135 BOUSSINGAULT. Op. cit.
174

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
insurrección en connivencia con españoles y realistas. Bolívar se
declaró de inmediato en ejercicio de facultades extraordinarias y
encargó a Páez la persecución de los insurgentes. Dictó luego otro
decreto que facultaba actuar a los ministros reunidos en Consejo,
mientras él retenía el poder, así anduviese de viaje; de esta manera
desposeyó a Santander del ejercicio de la vicepresidencia; impuso
penas para los traidores y salió para Bucaramanga (marzo). Manuela
se instaló en la Quinta de Bolívar, situada en la parte alta de la ciudad,
al pie del Monserrate 136 , en donde debía aguardar el regreso de su
amante. Esta quinta había sido obsequiada al Libertador por el
Gobierno Nacional en 1820. “Una ancha portada, de verja de hierro,
da acceso al patio empedrado, donde murmuran perennemente dos
fuentes de mármol blanco. Todavía se ven algunos de los cerezos y
alcaparros bajo cuya sombra se paseaba el Libertador. En el centro
está la casa con sus jardines; sus árboles decrépitos extienden sus
sombras sobre los corredores y los salones donde en otros días
resonaron músicas voluptuosas, en noches de festines sorprendidos
por la aurora, con su chimenea de mármol blanco, en el gabinete de la
izquierda; con sus terrazas; con su muelle baño, cercado de tapias
bajas, cubiertas de enredaderas; con su esbelto mirador, que se yergue
sobre la colina como un alerta vigía; con sus alcobas, antiguamente
perfumadas; con su espléndido comedor, comunicado con la sala
principal, y con deliciosas perspectivas sobre el patio y los jardines, y
donde, en los tranquilos días de la colonia, en el fondo, aparecía esta
inscripción, en letras formadas por las rosas del jardín: ‘mi delicia es
amar’” 137 . Hay, sin embargo, en esa casa un ambiente de cierta severidad
que dista mucho de la alegría desbordante de La Magdalena. La
arquitectura, por modesta, es adusta; lo antiguo parece exigir cierto
respeto; lo señorial quita amplitud a las expansiones de la ventura y
de la aventura.
Desde esta quinta Manuela le escribió a Bolívar esta carta a
fines de aquel mismo marzo:
En correo pasado nada dije a usted sobre Cartagena,
por no hablar a usted de cosas desagradables; ahora
136 CUERVO, LUIS AUGUSTO. Op. cit.: 195.
137 HISPANO, CORNELIO. La quinta de Bolívar. Bogotá, 1919.
175

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
176
lo hago felicitándole, porque la cosa no fue como lo
deseaban. Esto más ha hecho Santander, no creyendo
lo demás bastante; es para que lo fusilemos.
Dios quiera que mueran todos estos malvados que se
llaman Paula, Padilla, Páez, pues de este último siempre
espero algo. Sería el gran día de Colombia el día que
estos viles muriesen; éstos y otros son los que le están
sacrificando con sus maldades para hacerlo víctima
un día u otro. Este es el pensamiento más humano:
que mueran diez para salvar millones.
Incluyo a usted esas dos cartas de Quito, y creo de mi
deber decir a usted que ese señor Torres es hombre
muy honrado y buen amigo. Si lo hace, yo quedo
contenta, y si no, también, pues yo cumplo con Aguirre
con esta insinuación y usted sabe bien que jamás he
hablado a usted más que por desertores o condenados
a muerte; si usted los ha perdonado, lo he agradecido
en mi corazón sin hacer ostentación; si no les ha
perdonado, lo he disculpado y sentido sin sentirme;
yo sé bien cuánto puedo hacer por un amigo y,
ciertamente, no es comprometer al hombre que más
idolatro.
Adiós, señor. Hace cinco días que estoy en cama con
fiebre, que creí tabardillo, pero ha cedido y sólo tengo
ya poca calentura, pero mucho dolor de garganta y
apenas puede escribir su
MANUELA.
De todas las cartas que han quedado de la quiteña, ésta es,
sin duda, la que revela más exactamente su personalidad. Parece
una mujer de Estado, que entra en la política, opina en ésta, trata
de conducirla, decide, desenmascara a los enemigos, toma
determinaciones enérgicas: “que mueran diez para salvar millones”.
Aquí es donde se palpa la potencialidad de su inteligencia y se
encuentran los merecimientos de discreción y firmeza, que tanto le
valieron siempre. Habla de la traición de Padilla y compañeros en
Cartagena, pero con oportunidad increíble. Recomienda a un amigo,
pero lo hace con habilidad tanta que Bolívar no habrá podido menos

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
que complacerla. Los argumentos de razón y de sentimiento
aparecen juntos y con poderío idéntico. Piensa luego en sólo dos
cosas: las dos víctimas de la traición, el Libertador y Colombia “Sería
el gran día de Colombia el día que estos viles muriesen”.
Idéntica penetración se advierte en una esquela
correspondiente a los días inmediatamente anteriores a la instalación
en la quinta. Decía así:
Señor: yo sé que usted estará enfadado conmigo, pero
yo no tengo la culpa; entré por el comedor y vi que
había gente; mandé llevar candela para sahumar unas
sábanas al cuarto inmediato, y al ir para allá me encontré
con todos. Con esta pena ni he dormido, y lo mejor
es, señor, que yo no vaya a su casa sino cuando usted
pueda o quiera verme.
Dígame si come algo antes de todos.
P.S.– Va un poco de almuerzo que le gustará. ¡Coma,
por Dios! ¿No?
Es el espíritu femenino que habla con la elocuencia de todas
las delicadezas y que refinadamente se esconde como para
proporcionar a su hombre la ocasión de sentirse poderoso.
En estos días de ausencia de Bolívar, sin duda, fue cuando
quienes frecuentaban la quinta pudieron conocer en detalle algunas
costumbres, inquietudes y gustos de Manuela. Por ejemplo, “adoraba
a los animales; poseía un osito que tenía el privilegio de circular por
toda la casa. A la fea bestia le agradaba jugar con los visitantes. Si la
acariciaban, les arañaba terriblemente las manos o les agarraba las
piernas; era difícil librarse de ella”. Una excelente manera de
despachar rápidamente las visitas importunas, como la de
Boussingault, que se ruborizaba con escenas sencillas como ésta:
“Una noche fui a su casa a recoger una carta de recomendación que
me había prometido. Esta carta estaba dirigida a su hermano el
general Sáenz, residente en el Ecuador, a donde yo iba. Manuelita
acababa de comer y me recibió en una salita. En nuestra
conversación ponderó la habilidad de sus compatriotas quiteñas
para el bordado, y como muestra quiso mostrarme una camisa
177

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
artísticamente bordada. Sin más ceremonia y como lo más natural
del mundo, tomó la camisa que llevaba por la parte de abajo y la
levantó, a fin de que yo pudiese examinar el trabajo verdaderamente
notable de sus amigas. Fui obligado a ver algo más que el traje
bordado. Mire, don Juan, cómo está hecho esto, me dijo. Pero hecho
a torno, respondí, haciendo alusión a sus piernas. La situación se
volvía molesta para mi pudor cuando fui salvado del peligro por la
entrada de Wills”. ¡Cuánto se habrá reído la quiteña del francesito
pudibundo! Y pensar que en esos tiempos las camisas rozaban con
el suelo...
178

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Quinta Parte
LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR
Ya no podíamos lisonjearnos de triunfar sino con
la impresión de terror que causase en nuestros
contrarios la noticia de la muerte de Bolívar, y ella
fue resuelta en aquel momento supremo.
FLORENTINO GONZÁLEZ. Memorias: 149.
Y el fusilamiento del general Santander, en efigie, fue resuelto
por Manuela Sáenz en la Quinta de Bolívar. Sus poderes no iban más allá.
“Celebraron por aquel tiempo los amigos del Libertador
–varios de ellos eran señalados por las lenguas maledicientes de Bogotá
como posibles amantes de la quiteña– festejos en aquella quinta.
Asistieron muchos altos empleados, un grupo de particulares y el
batallón Granaderos. Manuelita los recibió afablemente e hizo los honores
de la casa; mas, en medio del entusiasmo de aquel día, hubo un episodio:
los invitados de Manuela Sáenz hicieron un grotesco muñeco de trapo,
al cual le pusieron un letrero que decía: ‘Francisco de Paula Santander
muere por traidor’. Lo colocaron contra una de las paredes de la quinta,
dando la espalda a la concurrencia. Un fraile se acercó a la figura y
fingió prestarle los auxilios espirituales que se acostumbra a dar a los
ajusticiados; después de lo cual, un pelotón del batallón Granaderos
disparó sus rifles, en medio de los aplausos de los invitados. El alférez
Quevedo Rachels, que se excusó de mandar la escolta, fue arrestado” 138 .
Audacia tanta fue comunicada de inmediato al Libertador en
carta de uno de los asistentes a la fiesta, el general Córdoba. Había sin
duda en los párrafos reproches y quejas de significación, puesto que el
Libertador le contestó:
Mi querido general:
Sabe usted que yo le conozco a usted, por lo que no
puedo sentirme de lo que usted me dice. Ciertamente
conozco también, y más que nadie, las locuras que hacen
138 Cf. L. A. CUERVO y C. HISPANO, referente a Posada, en Historia secreta de Bolívar.
179

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
180
mis amigos. Por esta carta verá usted que no los mimo.
Yo pienso suspender al comandante de Granaderos y
mandarlo fuera del Cuerpo a servir a otra parte; él
sólo es culpable, pues lo demás tiene excusa legal,
quiero decir que no es un crimen público, pero sí
eminentemente torpe y miserable.
En cuanto a la amable loca, ¿qué quiere usted que yo
le diga? Usted la conoce de tiempo atrás; luego que
pase este suceso pienso hacer el más determinado
esfuerzo para hacerla marchar a su país o donde quiera.
Mas diré que no se ha metido nunca sino en rogar,
pero no ha sido oída sino en el asunto de C. Alvarado.
Yo le contaré a usted y verá usted que tenía razón;
usted, mi querido Córdoba, no tiene que decirme nada
que yo no sepa, tanto con respecto al suceso
desgraciado de estos locos como con respecto a la
prueba de amistad que usted me da. Yo no soy débil
ni temo que me digan la verdad: usted tiene más que
razón, tiene una y mil veces razón; por lo tanto, debo
agradecer el aviso que “mucho debe haber” costado
a usted dármelo, más por delicadeza que por temor
de molestarme, pues yo tengo demasiada fuerza para
rehusar ver el horror de mi pena.
Rompa usted esta carta, que no quiero que se quede
existente este miserable documento de miseria y
tontería.
Soy de usted afectísimo amigo y de corazón,
BOLÍVAR.
Casi a renglón seguido, tomó la pluma el Libertador y escribió,
en admirable reacción de hombre profundamente enamorado:
¡Albricias! Recibí, mi buena Manuela, tus tres cartas
que me han llenado de mil afectos: cada una tiene su
mérito y su gracia particular. No falté a la oferta de la
carta, pero no vi a Torres, y la mandé con Ur. que te la
dio. Una de tus cartas está muy tierna y me penetra de
ternura; la otra me divirtió mucho por tu buen humor,
y la tercera me satisface de las injurias pasadas y no

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
merecidas. A todo voy a contestar con una palabra
más elocuente que tu Eloísa, tu modelo; me voy para
Bogotá; ya no voy a Venezuela. Tampoco pienso en
pasar a Cartagena y probablemente nos veremos muy
pronto. ¿Qué tal? ¿No te gusta? Pues, amiga, así soy
yo que te ama de toda su alma.
Entre Bolívar y la quiteña se había establecido ya esa unión
profunda que nadie podría separar, ni siquiera las quejas del general
Córdoba. Y menos en circunstancias en que sucedían en Ocaña,
población vecina de Bucaramanga, hechos de suma importancia
para la vida política de la Gran Colombia. Acababa de reunirse una
Convención convocada el año anterior, la cual se ocuparía en las
indispensables reformas constitucionales. Santander había dirigido
las elecciones y, controlada la mayoría, esperaba la caída del
Libertador. La desunión entre los diputados se presentó desde los
primeros días. Los componentes de la mayoría presentaron su
proyecto de Constitución; los partidarios de Bolívar dieron a conocer
el suyo, que fue calificado por los primeros como “el veneno más
activo que pudiera propinarse a la república”. Ambos sectores se
encerraron herméticamente en sus puntos de vista. La minoría, ante
la ineficacia de la lucha, resolvió abandonar el campo y la convención
se disolvió por falta de quórum. Surgieron entonces, por fuerza de
los hechos y de las pasiones, las dos fracciones irreconciliables: la
de los partidarios del genio y la de los santanderistas. De este modo,
la tragedia iba precipitándose, sin que nadie fuese capaz de detenerla.
Aquí (en Bucaramanga) Bolívar fue inquirido hasta lo hondo
por el oficial Péroux de Lacroix, quien escribía, hora tras hora, el
diario del grande hombre con una riqueza de detalles insuperable.
Aquí, rodeado de unos cuantos amigos, habló de filosofías y de
política. “Tenía una decepción a la cual no se le encontrará semejante
en las postrimerías de ninguno de los gobernantes de los tiempos
modernos. Era el temor por su obra de aquel que se iba hundiendo
lentamente”. La tisis, que había comenzado quizás mucho antes,
venía acentuándose... “Era ya un enfermo solitario a quien Manuela
comprendía plenamente”. Sus aventuras galantes habían cesado por
completo.
181

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
La bella quiteña, entretanto, seguía recibiendo a mucha gente
en la quinta. Allá llegó Próspero Pereira Gamba, y puso esto más
tarde, de su puño y letra:
182
Nos recibió una de las damas más hermosas que
recuerde haber visto en ese tiempo: de rostro color
perla, ligeramente ovalado; de facciones salientes, todas
bellas; ojos arrebatadores, donosísimo seno y amplia
cabellera, suelta y húmeda, como empapada en
reciente baño, la cual ondulaba sobre la rica, odorante,
vaporosa bata que cubría sus bien repartidas formas.
Con un acento halagador y suavísimo, dio gracias a
Petrona por el regalo de costumbre, y a mí me invitó
a caminar por el jardín fronterizo a las habitaciones y
por el bosquecillo de uno de los costados,
convidándome luego con el refrescante “guarrús” y
las sabrosas confituras que se usaban entonces. Esa
maga era, en aquella época galante, la animación de
los pensiles y huertos de la Quinta de Bolívar.
Seguía todavía de hortelano un español de nombre José María
Álvarez, uno de los que no alcanzaron a huir luego de la derrota de
Boyacá. Era el mismo que hizo un elogio versallesco de la quiteña
ante su amante: “Excelentísimo señor: la reina de Saba ha venido
ya a admirar la belleza de las flores y jardines de Salomón”. Por
entonces, también se había cambiado ya el antiguo letrero de “Amar
es mi delicia”, por este otro, inventado seguramente por los generales
o los políticos aduladores: “Bolívar es el Dios de Colombia”. En
muchas noches, sin duda, fue quizás comentario general aquella
peculiaridad del Libertador cuando se hallaba en extremo contento
(lo hizo cuando le comunicaron el triunfo de Ayacucho): subíase a
una silla, luego a la mesa del comedor, la atravesaba a pasos largos,
pisando platos, rompiendo copas y destrozando botellas. Nadie podía
sospechar entonces, ni Manuela, que no volvería a hacerlo nunca.
El intendente de Cundinamarca, Pedro Alcántara Herrán,
conocedor del fracaso de la Convención de Ocaña, convocó al
pueblo el día 13 de junio. Firmóse un acta, secundada luego por
todo el país, en que se le pedía a Bolívar que se hiciese cargo del

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
poder con facultades omnímodas. Diez días más tarde el Libertador
llegó a Bogotá y empezó a ejercer el gobierno que se le había
conferido. Habitó, entonces, el Palacio de San Carlos a donde iba
Manuela probablemente todos los días, si es que ella también no se
instaló allí. Celebróse el retorno del genio con corridas de toros y
otros regocijos públicos.
Las fiestas sociales continuaron por algunos días y se preparó
una especial, el día 10 de agosto, aniversario de la entrada de Bolívar
en Bogotá luego de la batalla en los campos de Boyacá. Se buscó
manera de hacerla de excepcionalísimo esplendor y fue dedicada
naturalmente al gran caraqueño. ¿Por qué tanto interés en tales
manifestaciones de reverencia y aprecio al Libertador? Manuela
misma lo cuenta, en carta dirigida al general O’Leary varios años
más tarde:
Una noche estando yo en la casa de gobierno de
Bogotá, me llamó una criada mía diciéndome que una
señora con suma precisión me llamaba en la puerta de
la calle; salí, dejando al Libertador en la cama, algo
resfriado. Esta señora, que aún existe (1850), y me
llamaba, me dijo que tenía que hacerme ciertas
revelaciones nacidas del afecto al Libertador, pero que
en recompensa exigía que no sonara su nombre. Yo la
hice entrar, la dejé en el comedor y lo indiqué al general.
El me dijo que estando enfermo no podía salir a
recibirla, ni podía hacerla entrar en su cuarto, y que
además no era lo que ella pretendía. Le di a la señora
estas disculpas; la señora me dijo entonces que había
conspiración nada menos que contra la vida del
Libertador, que había muchas tentativas y que sólo la
dilataban hasta encontrar un tiro certero; que los
conjuros se reunían en varias partes, una de ellas en la
casa de moneda; que el jefe de esta maquinación era el
general Santander, aunque no asistía a las reuniones y
sólo sabía el estado de las cosas por sus agentes, pero
que era el jefe de obra; que el general Córdoba sabía
algo, pero no el todo, pues sus amigos lo iban
reduciendo poco a poco. En fin, la señora me dijo
tanto, que ni recuerdo.
183

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
184
El Libertador, apenas oyó nombrar al general
Córdoba se exaltó, llamó al edecán de servicio y le
dijo: “Ferguson, vaya usted a oír a esa señora”. Este
volvió diciéndole lo que yo le había dicho y con más
precisión que yo. El general dijo: “Dígale usted a esa
mujer que se vaya y que es una infamia tomar el
nombre de un general valiente como el general
Córdoba”. El señor Ferguson no fue tan brusco en su
respuesta; pero la cosa quedó en ese estado. Vino
entonces don Pepe París y le dijo al general todo. Este
señor contestó: “Esas buenas gentes tienen por usted
una decisión que todo les parece una conspiración”.
“Pero usted hable con ella mañana”, le dijo el general.
No supe más de esto, pero en muy pocos días más
fue el acontecimiento [ ... ]
Naturalmente, este anuncio y lo mucho que se decía en la
ciudad pusieron en el espíritu de Manuela una desconfianza
extraordinaria que la obligaba a vigilarlo todo, a inquirir en todo
momento por pistas que la llevarían a conclusiones ciertas. Su celo
femenino, su patriotismo, los grandes amores y los grandes odios
que vibraban en su alma comenzaron a actuar poderosamente. Era
para los conspiradores difícil luchar con una mujer de carácter.
Llegó la hora del gran baile de disfraces. Manuela había
agotado las razones y los ruegos para que el Libertador no asistiese
a él. Todo en vano; la fiesta era dedicada a él y había que afrontar el
peligro del asesinato. Se presentó sin escolta y se mostró alegre en
grado sumo; mientras la quiteña, en el último punto de su angustia,
trata de encontrar algún medio que aleje el peligro para su amante.
El alcalde de la ciudad, don Ventura Ahumada, fiscaliza la entrada
al salón de baile. Manuela, con su vestido de húsar, trata de entrar,
pero don Ventura la detiene. “–Soy Manuela Sáenz...”. “–¡Aunque
fuera santa Manuela, usted no entra vestida de hombre!” 139 .
Se aproximaba, entretanto, la hora del golpe de los
conjurados. “Como a las once de aquella –dice Marcelo Tenorio,
asistente a la fiesta– quise pasear los corredores de arriba y en la
139 MIRAMÓN, ALBERTO. Op. cit.: 231.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
primera escalera encontré un enmascarado que me detuvo con
ademán de confianza, llamándome su paisano, vestido a la española
antigua, haciendo el papel de viejo con un enorme coto, y como
después de las primeras chocanterías yo me amostazase, se acercó
y me dijo: ‘–¡Qué!, ¿no me conoces?’. Y levantando la máscara lo
bastante para descubrirse, continuó: ‘–Dentro de media hora, al
golpe de las doce, morirá el tirano’. Y en seguida me señaló en el
interior de la solapa de la casaca un sol pintado y el cabo de un
puñal que tenía en el bolsillo, y concluyó diciéndome: ‘Somos doce
los resueltos; silencio’. El Libertador conversaba en esos momentos
con los oficiales, distraídamente cuando vio lo que menos podía
esperarse: en la puerta del coliseo había una mujer desgreñada y
sucia que se reía a carcajadas, que hacía contorsiones. Bolívar
pregunta al edecán si se trata en realidad de Manuela. ‘–Sí, mi general’,
contesta Ferguson. ‘–Esto es insufrible’, dice el Libertador y sale
precipitadamente tras de la mujer que huía. Córdoba le pregunta ya
en la puerta: ‘¡Qué!, ¿se va usted, mi general?’. ‘–Sí, y muy disgustado;
acompáñeme usted y le contaré’. Don Marcelo Tenorio, que buscaba
a Córdoba para informarle del peligro que corría el Libertador,
alcanzó a oír –lo cuenta él mismo– estas palabras entre varios
enmascarados: ‘–¿Qué se ha hecho Bolívar? ¿Dónde está el
presidente? ¡Se ha escapado el tirano!...’”.
La extraordinaria inteligencia de Manuela acababa de salvar
al Libertador de una muerte segura. La estratagema fue sencilla y
audaz, y dio sus resultados. Esta fue la primera salvación de la vida
del genio. Luego vendrá la segunda, en situación mucho más
complicada y dramática. La obra de la quiteña está llegando al
máximum de su grandeza.
Había que tomar medidas, y Bolívar las tomó con energía.
Dicta un amplio decreto que deberá servir de ley constitucional
hasta 1830, en el cual, entre otras disposiciones, se suprime la
vicepresidencia de la república. Resulta afectado directamente
Santander. Los conspiradores llegaron con esto al frenesí, se dejaron
dominar por el odio, “llamaron tirano al que antes miraban como
padre de la patria” y prepararon el golpe de muerte en conciliábulos
que todavía asombran.
185

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Pocos días después –el 21 de septiembre– “se preparó un
atentado contra la vida de Bolívar. El general se había ido a pasear
a Soacha a dos leguas y media de la capital, acompañado únicamente
por el señor José Ignacio París y un ayudante de campo, quien no
tenía otra arma que su espada. El teniente coronel Pedro Carujo
habló a cuatro de los conjurados para que lo acompañasen a Soacha
bien montados y armados para ir a sacrificar al dictador. Cuando ya
los caballos estaban ensillados y las personas listas con sus armas,
Carujo vaciló al tomar sobre sí la responsabilidad de un hecho tan
grave y se decidió a dar previo aviso al general Santander. Este
general lo disuadió de semejante designio” 140 .
Las alas de la tragedia se agitaban precipitadamente en torno
de la vida del grande hombre; lo sabían muchos en Bogotá, lo temían,
lo esperaban. Manuela se desvivía por descubrir y por actuar. Pero
era inútil, en parte: Bolívar seguía siendo el hombre confiado de
siempre.
Hasta que llegó la noche trágica del 25 de septiembre (1828).
140 GONZÁLEZ, FLORENTINO. Op. cit.: 143.
186
Aquella tarde el capitán Benedicto Triana, a quien se le
había dicho que estuviese preparado para un trance
en que se necesitaba su cooperación, se trabó de
palabras, acalorado con el licor, con unos oficiales del
batallón Vargas, y como aquéllos lo injuriasen, los
amenazó diciéndoles que dentro de pocos días todos
ellos tendrían el castigo merecido. Denunciáronle éstos
a la autoridad militar y Triana fue reducido
inmediatamente a prisión. Nada declaró, a pesar de
crueles tratamientos. El coronel Guerra que, como jefe
de Estado Mayor, tenia conocimiento de lo que
sucedía, dio parte, al anochecer, a los miembros de la
junta directiva (de la conspiración), y les manifestó la
necesidad de hacerlo todo aquella misma noche.
Reunióse inmediatamente la mayoría de los miembros
de la junta directiva, entre quienes estaban los señores
Agustín Hormet y teniente coronel Carujo, que era
ayudante general del Estado Mayor. El coronel Guerra,
que tan adelante había ido ya, flaqueó en su resolución

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
y no tuvo el valor necesario para perseverar hasta el
fin. Entretanto, el batallón de artillería había sido puesto
sobre las armas, municionado y advertido de lo que
se iba a hacer, y un gran número de conjurados
armados se hallaban reunidos en casa del ciudadano
Luis Vargas Tejada. Algunos, al conocer la flaqueza
del general Guerra, empezaron a escaparse de la casa
con diferentes pretextos. Habíamos llegado a un punto
de donde no podíamos retroceder. Resolvimos, pues,
arrostrar todos los peligros, tomar a viva fuerza los
cuarteles de Vargas y Granaderos, y el palacio del
dictador, y apoderarnos de la persona de éste, vivo o
muerto, según fuese posible, en medio de la lid en que
íbamos a entrar. Ya no podíamos lisonjearnos de
triunfar sino con la impresión de terror que causase en
nuestros contrarios la noticia de la muerte de Bolívar,
y ella fue resuelta. Se dispuso que se pusiese en libertad
al general Padilla, que estaba custodiado por un oficial
de nuestra confianza. Era necesario que corriera sangre,
como ha corrido en todas las grandes insurrecciones
de los pueblos contra los tiranos. Fue preciso que yo
me encontrara en una posición tan crítica para que
abrazase aquella dura resolución. Doce ciudadanos,
unidos a veinticinco soldados, al mando del
comandante Carujo, fuimos destinados, a las doce de
la noche, a forzar la entrada del palacio y a coger vivo
o muerto a Bolívar 141 .
Lo que sucedió horas antes y luego lo del resto de la tremenda
noche, relató la misma Manuela Sáenz 142 en los siguientes términos:
A las seis de la tarde me mandó llamar el Libertador;
contesté que estaba con dolor a la cara. Repitió otro
recado, diciendo que mi enfermedad era menos grave
que la suya, y que fuese a verlo. Como las calles estaban
mojadas, me puse sobre mis zapatos dobles. (Estos le
sirvieron en la huida, porque las botas las había sacado
141 GONZÁLEZ, FLORENTINO. Op. cit.: 147 y siguientes.
142 Carta de Manuela Sáenz al general O’Leary, desde Paita, el 10 de agosto de 1850.
187

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
188
para limpiar.) Cuando entré, estaba en baño tibio. Me
dijo que iba a haber una revolución. Le dije: ¡puede
haber, en hora buena, hasta diez, pues usted da muy
buena acogida a los avisos! Me hizo que le leyera
durante el baño. Desde que se acostó se durmió
profundamente, sin más precaución que su espada y
pistolas, sin más guardia que la de costumbre, sin
prevenir ni al oficial de guardia ni a nadie, contento
con lo que el jefe de Estado Mayor, o no sé lo que
era, le había dicho: que no tuviese cuidado, que él
respondía. (Este era el señor coronel Guerra, el mismo
que me dicen que dio para esta noche santo y seña y
contraseña y, a más, al otro día andaba prendiendo a
todos hasta que no sé quién lo denunció).
Serían las doce de la noche, cuando latieron mucho
dos perros del Libertador, y a más se oyó un ruido
extraño que debe haber sido al chocar con los
centinelas pero sin armas de fuego para evitar ruido.
Desperté al Libertador, y lo primero que hizo fue tomar
su espada y una pistola y tratar de abrir la puerta. Le
contuve y le hice vestir, lo que verificó con mucha
serenidad y prontitud. Me dijo: “Bravo, vaya, pues, ya
estoy vestido; y ahora, ¿qué hacemos? ¿Hacernos
fuertes?”. Volvió a querer abrir la puerta y lo detuve.
Entonces se me ocurrió lo que le había oído al mismo
general un día: “–¿Usted no dijo a Pepe París que esta
ventana era muy buena para un lance de éstos?...”.
“–Dices bien”, me dijo, y fue a la ventana. Yo impedí
el que se botase, porque pasaban gentes; pero lo
verificó cuando no hubo gente, y porque ya estaban
forzando la puerta.
Yo fui a encontrarme con ellos para darle tiempo a
que se fuese; pero no tuve tiempo para verle saltar, ni
cerrar la ventana. Desde que me vieron me agarraron:
“–¿Dónde está Bolívar?” Les dije que en el Consejo,
que fue lo primero que se me ocurrió; registraron la
primera pieza con tenacidad, pasaron a la segunda y,
viendo la ventana abierta, exclamaron: “–¡Huyó; se ha
salvado!” Yo les decía: “–No, señores, no ha huido;
está en el Consejo”. “–¿Y por qué está abierta esa

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
ventana?”. “–Yo la acabo de abrir, porque deseaba
saber qué ruido había”. Unos me creían y otros no.
Pasaron al otro cuarto, tocaron la cama caliente y más
se desconsolaron, por más que yo les decía que yo
estuve acostada en ella esperando que saliesen del
Consejo para darle un baño; me llevaron a que les
enseñase el Consejo (pues usted sabe que siendo esa
casa nueva no conocían cómo estaba repartida, y el
que quedó a entrar a enseñarles se acobardó, según se
supo después). Yo les dije que sabía que había esa
reunión, que la llamaban Consejo, a la que iba en las
noches el Libertador; pero yo no conocía el lugar. Con
esto se enfadaron mucho y me llevaron con ellos, hasta
que encontré a Ibarra herido; y él, desde que me vio
me dijo: “–¿Con que han muerto al Libertador?”
“–No, Ibarra, el Libertador vive”. Conozco que
ambos estuvimos imprudentes; me puse a vendarlo
con un pañuelo de mi cara. Entonces Zuláivar, por la
mano, a hacerme nuevas preguntas, no adelantando
nada; me condujeron a las piezas de donde me habían
sacado y yo me llevé al herido y lo puse en la cama del
general. Dejaron centinela en las puertas y ventanas y
se fueron.
Al oír pasos de botas herradas me asomé a la ventana
y vi pasar al coronel Ferguson, que venía a la carrera
de la casa donde estaba curándose de la garganta; me
vio con la luna, que era mucha; me preguntó por el
Libertador y yo le dije que no sabía de él ni podía
decirle más por los centinelas; pero le previne que no
entrara, porque lo matarían; me contestó que moriría
llenando su deber. A poco oí un tiro: éste fue el
pistoletazo que le tiró Carujo, y además un sablazo en
la frente y el cráneo. A poco se oyeron unas voces en
la calle y los centinelas se fueron, y yo tras ellos a ver al
doctor Moore para Andresito. El doctor salía de su
cuarto y le iban a tirar, pero su asistente les dijo: “–No
maten al doctor”; y ellos dijeron: “–No hay que matar
sacerdotes”. Fui a llamar al cuarto de don Fernando
Bolívar, que estaba enfermo, lo saqué y lo llevé a meter
el cuerpo de Ferguson, pues yo lo creía vivo; lo puse
189

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
190
en el cuarto de José, que estaba de gravedad enfermo;
si no, muere, porque él se habría puesto al peligro.
Subí a ver los demás, cuando llegaron los generales
Urdaneta, Herrán y otros a preguntar por el general;
entonces les dije lo que había ocurrido; y lo más
gracioso de todo era que me decían: “–¿Y a dónde se
fue?”. Cosa que ni el mismo Libertador sabía a dónde
iba.
Por no ver curar a Ibarra me fui hasta la plaza, y allí
encontré al Libertador a caballo, con Santander y
Padilla, entre mucha tropa que daba vivas al Libertador.
Cuando regresó a la casa me dijo: “–¡Tú eres la
Libertadora del Libertador!”.
Se presentó don Tomás Barriga, y le iba a arengar;
pero el general, con esa fogosidad que usted tanto
conocía, le dijo: “–Sí, señor; por usted y otros como
usted, que crían mal criados a sus hijos, hay estas cosas;
porque de imbéciles confunden la libertad con el
libertinaje”.
Fueron muchos extranjeros, entre ellos el señor
Illingwort, y todos fueron muy bien recibidos. El
Libertador se cambió de ropa y quiso dormir algo,
pero no pudo, porque a cada rato me preguntaba
algo sobre lo ocurrido y me decía: “–No me diga
más”. Yo callaba y él volvía a preguntar, y en esta
alternativa amaneció. Yo tenía una gran fiebre.
El Libertador se molestó mucho con el coronel
Crofton porque le apretó el pescuezo a uno de los
que condujo al palacio, a quien el general mandó dar
ropas para que se quitase la suya, y los trató a todos
con mucha benignidad, por lo que don Pepe París les
dijo: “–¿Y a este hombre venían ustedes a matar?”. Y
contestó Hormet: “–Era al poder y no al hombre”.
Entonces fue cuando tuvo lugar la apretada, a tiempo
que entraba el Libertador, y se puso furioso contra
este jefe Crofton, afeándole su acción de un modo
muy fuerte.
Dicen que les aconsejó a los conjurados que no dijesen
a sus jueces que traían el plan de matarlo, pero que
ellos decían que habiendo ido a eso no podían negarlo.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Hay otras tantísimas pruebas que dio el general de
humanidad que sería nunca acabar.
Su primera opinión fue el que se perdonase a todos;
pero usted sabe que para esto tenía que habérselas
con el general Urdaneta y Córdoba, que eran unos de
los que entendían en estas causas. Lo que sí no podré
dejar en silencio fue que el Consejo había sentenciado
a muerte a todo el que entró en palacio, y así es que,
excepto Zuláivar, Hormet y Azuerito, que confesaron
con valor como héroes de esta conspiración, los demás
todos negaron, y por eso dispusieron presentármelos
a mí a que yo dijese si los había visto. Por esto el
Libertador se puso furioso. “–Esta señora, dijo, jamás
será el instrumento de muerte ni la delatora de
desgraciados”. No obstante esto, me presentaron, ya
en mi casa, a un señor Rojas y consentí en verlo, porque
tuve muchos empeños de señoras que dijese que no
lo había visto. Así lo hice, mas una criada mía y un
soldado que entraron a tiempo lo conocieron; pero
yo compuse la cosa con decir que si más caso hacían
de lo que ellos decían que a mí y que los que lo acusaban
estaban equivocados, y se salvó. Dije también que don
Florentino González me había salvado a mí la vida
diciendo: “–No hay que matar mujeres”; pero no fue
él, sino Hormet, al tiempo de entrar, cuando hicieron
los tiros.
Entraron con puñal en mano y con un cuerpo
guarnecido de pistolas al pecho. Puñal traían todos.
Pistolas también; pero más creo que tenían Zuláivar y
Hormet. Entraron con farol grande, con algunos
artilleros de los reemplazos del Perú [ ... ] Estos señores
no entraron tan serenos, pues no repararon ni en una
pistola, que yo puse sobre una cómoda, ni en la espada
que estaba arrimada, y además en el sofá del cuarto
había una fuerza de pliegos cerrados y no lo vieron.
Cuando se fueron los escondí debajo de la estera.
El Libertador se fue con una pistola y con el sable que
no sé quién le había regalado de Europa. Al tiempo
de caer en la calle pasaba su repostero y lo acompañó.
El general se quedó en el río y mandó a éste a saber
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192
cómo andaban los cuarteles; con el aviso que le llevó,
salió y fue para el Vargas. Lo demás usted lo sabe
mejor que yo, sin estar presente; que si está, yo sé que
usted habría muerto.
No se puede decir más, sino que la Providencia salvó
al Libertador, pues nunca estuvo más solo. No había
más edecanes que Ferguson e Ibarra, ambos enfermos
en cama: el uno en la calle y el otro en casa, y el coronel
Bolívar donde el general Padilla. Nuestro José, muy
malo; don Fernando, enfermo; la casa era un hospital.
Cuando el general marchó de Bogotá, no sé para
dónde, fue que me dijo: “–Está al llegar preso el general
Padilla; te encargo que lo visites en su prisión, que lo
consueles y lo sirvas en cuanto se le ofrezca”. Así lo
hice yo. El señor general Obando, a quien Dios guarde
por muchos años, ha dicho en Lima antes de ahora
que yo, en medio de mis malas cualidades, tenía la de
haberme portado con mucha generosidad, a lo que
yo contesté que esa virtud no era mía, sino del
Libertador, que me había dado tantas y tan repetidas
lecciones de clemencia con el mismo panegirista.
Esto es muy cierto; a usted le consta. De modo que
tantos escapados de la muerte fue por el Libertador.
Baste decir a usted que yo tuve en mi casa a personas
que buscaban, y que el Libertador lo sabía. Al general
Gaitán le avisaba que se quitase de tal parte porque ya
se sabía. Al doctor Merizalde lo vi en una casa al
tiempo de entrar yo a caballo, y le dije a la dueña de
casa: “Si así como vengo con un criado viniese otra
persona conmigo, habían visto al doctor Merizalde;
dígale usted que sea más cauto”. Tal vez sería por eso
que, después de muerto el Libertador, me hizo
comadre Merizalde.
Infinitas cosas referiría a usted de este género, y las
omito por no ser más larga, asegurándole a usted que
en lo principal no fui yo más que el instrumento de la
magnanimidad del gran Bolívar.
MANUELA SÁENZ.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
¿Qué se puede añadir a todo esto, cuando viene tan claro,
tan elocuente, tan condenatorio para los asesinos? Manuela llegó
esa noche y en los días sucesivos al pináculo de la grandeza. Salvó
al Libertador. Pero a la Nueva Granada y a Bogotá también, ante la
historia. La conspiración ha tratado de explicarse; el asesinato, habría
sido imposible perdonar.
Uno de los conspiradores (Florentino González) añade el
siguiente detalle: “Cuando rompimos la puerta de su cuarto de dormir,
nos salió al encuentro una hermosa señora, con una espada en la
mano, y con admirable presencia de ánimo y muy cortésmente nos
preguntó qué queríamos [ ... ] Vi que se había frustrado nuestro
plan, y me dirigí a la calle para escaparme, con Azuero, Acevedo, el
doctor Mariano Ospina y otros. Yo me fui para mi casa a tomar mi
caballo para huir de la capital”.
Pero lo que sucedió con Manuela aquella fatídica noche no
fue sólo lo narrado. “La derribaron, la maltrataron; uno de los
conspiradores le golpeó la cabeza con sus botas; diez puñales le
amenazaron. Pero ella no cesaba de gritarles: ¡mátenme, cobardes,
maten a una mujer!... Durante largo tiempo se veía aún en la frente
de Manuela la huella del golpe que le habían dado”. (Boussingault).
Este mismo añade: “Aquella noche sucedió luego lo que se observa
en todos los golpes de mano fracasados: que los indecisos, que eran
numerosos, se pronunciaron por los vencedores. Conocí a varios
que se condujeron así, entre otros al general Santander. Durante
esta escena nocturna hubo mucha agitación; los bravos se mostraron
cuando el peligro ya había pasado; pero se puede afirmar que el
éxito se debió al batallón Vargas”.
“Manuela devolvió con aquel gesto al gentilhombre,
decepcionado de sus amigos, el convencimiento de que aún le
quedaba un amigo en el mundo, pues vio arriesgar la vida por él a la
mujer a quien había amado más tiernamente” (Ludwig).
Luego del proceso respectivo fueron pasados por las armas
en total catorce conjurados; los cinco primeros: Hormet, Zuláivar,
Silva, Galindo y López. “El coronel Guerra, antes de subir al
patíbulo, exclamó: ‘¡No es el Libertador el que me fusila; es Córdoba
el que me asesina!’. En efecto, en esta sentencia hubo una venganza
193

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
de Córdoba, porque cuando éste fue enjuiciado, en 1824, por haber
asesinado en Popayán al sargento Valdés, el coronel Guerra, que era
el fiscal del tribunal, pidió que se le condenase a muerte” 143 .
Pocos días después, Bolívar y Manuela se trasladaron a la
quinta, a donde llegó el Libertador muy enfermo. El haberse pasado
tres horas debajo del puente del río San Agustín, en la noche del
asalto, le agravó notablemente su tisis, hasta el punto que puede
afirmarse que desde aquel día la dolencia se tornó incurable y peligrosa.
En ese estado de postración lo encontró el diplomático francés Le
Moyne, quien refiere sus impresiones así: “Llegamos a la quinta y nos
recibió doña Manuela Sáenz. Nos dijo que aún cuando el héroe estaba
muy enfermo y, además, se había purgado esa mañana, anunciaría
nuestra visita. Pocos momentos después apareció un hombre de cara
muy larga y amarilla, de apariencia mezquina, con un gorro de algodón,
envuelto en su bata, con las piernas nadando en un ancho pantalón
de franela. A las primeras palabras que le dirigimos respecto de su
salud: ‘¡Ay! –nos respondió, señalándonos sus brazos enflaquecidos–,
no son las leyes de la naturaleza las que me han puesto en este estado,
sino las penas que me roen el corazón. Mis conciudadanos, que no
pudieron matarme a puñaladas, tratan ahora de asesinarme
moralmente con sus ingratitudes y calumnias. Cuando yo deje de
existir, esos demagogos se devorarán entre sí, como lo hacen los lobos,
y el edificio que construí con esfuerzos sobrehumanos se desmoronará
entre el fango de las revoluciones’” 144 .
En este tiempo debió sufrir intensamente Manuela. Su
temperamento, por amor que abrigase, no era para cuidar enfermos.
Se sabe de muchos y serios disgustos, originados seguramente en esta
falsa situación causada por la enfermedad, que por suerte no duró
largo en su estado agudo. Probablemente Manuela le reprobó con
acritud y en términos destemplados el perdón que concedió Bolívar a
Santander, conmutándole la pena de muerte por la de destierro. “Los
móviles de este acto, el más noble y absurdo de Bolívar, son su respeto
a la posteridad, el hidalgo sentimiento del honor y la profunda tristeza
143 MONSALVE, J. D. Estudios sobre el Libertador: 238.
144 HISPANO, CORNELIO. Op. cit.
194

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
que le inspira la humanidad”. Sin embargo, Manuela ya lo había
fusilado con increíble previsión.
Por reacción, por espíritu de independencia, por lo que fuese,
la quiteña conservaba intacto su modo burlón para las cosas más
serias. Se forjó en su espíritu femenino, endiosado por los sucesos,
cierta fatuidad que comenzó a ser censurada. Fatuidad muy semejante
a la advertida en La Magdalena, cuando se habló tanto y tanto de sus
infidelidades para con el marido y para con el Libertador. ¿Hasta dónde
llegaron aquellas infidelidades? Casi nadie las relata, excepto
Boussingault: “No le conocí en Bogotá sino dos amantes ostensibles:
el doctor Cheyne y un joven inglés, Wills. De Lima me han contado
los edecanes cosas increíbles, que sólo el general Bolívar ignoraba”.
Probablemente las inquietudes sentimentales o sexuales de la
quiteña se produjeron cuando el Libertador hubo de partir
urgentemente hacia el sur, a causa de acontecimientos en extremo
graves. Los coroneles José María Obando y José Hilario López, al
recibir aviso del atentado de septiembre, se alzaron en armas en la
provincia de Popayán, en guerra abierta contra Bolívar. Partió el
general Córdoba con fuerzas suficientes y los atacó en todos los
puntos, hasta apoderarse de la ciudad de Popayán. Los revoltosos se
retiraron a lugares más seguros, pues se hallaban en connivencia con
los generales peruanos que debían invadir el territorio de la Gran
Colombia. Y que lo invadieron, en efecto. A fines de noviembre, la
escuadra peruana cañoneaba a Guayaquil, viéndose luego obligada a
salir en fuga. Casi al mismo tiempo el general La Mar, con 8.400
hombres, penetraba a las provincias grancolombianas de Loja y
Cuenca. El general Sucre y el general Flores se encontraban ya
entonces en Cuenca, en obedecimiento a las órdenes de Bolívar, quien
partirá también, a fines de diciembre, con dirección a Popayán, luego
de haber dictado varios decretos de importancia. Entre ellos, el de
confinamiento de Santander en el castillo de Bocachica, en Cartagena.
Uno de los encargados de conducirlo escribió desde Guaduas,
el día 19 de noviembre, una carta a Manuela:
Comadre y muy estimada señora mía:
Ayer tarde, a las cinco y media de ella llegué a ésta, sólo
con la novedad de traer al hombre algo enfermo; sus
195

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
196
cargas quedaron atrás, y ahora que son las diez de la
mañana, no parecen. El portador de éste, que es el
comandante Somoza, entregará a usted un pliego que
tal vez podrá ser interesante, porque contiene las cartas
que anoche mismo se escribieron aquí por el hombre,
por su cuñado y por un galifardito que lo acompaña.
Puedo asegurar a usted que él va muy abatido; no
quiere ver a nadie y dice que nunca más volverá a
Colombia. Yo procuro tratarlo lo mejor que puedo
para inspirarle confianza; así es que él dice que va muy
contento y muy agradecido.
Mañana seguiremos a Honda, y pasado mañana nos
embarcamos; llevo un diario exacto de cuanto me
sucede, y apunto todo lo que oigo decir.
Adiós, comadre y señora mía; le recomiendo a
Mercedes y le suplico tenga la bondad de
recomendarme a la memoria de mi adorado
Libertador.
Dígnese aceptar el sincero homenaje de los
sentimientos de afecto y veneración que le profesará
eternamente.
Su humilde servidor y compadre, q. b. s. p.,
GENARO MONTEBRUNE.
P.D.– Me ha dicho el hombre que al capitán de
granaderos Escárate le regaló una caja de oro con el
busto de Su Excelencia, única tal vez que hay en
Colombia; procuré indagarlo, porque no sé con qué
objeto ha podido hacerle tal regalo; me ha dicho otras
mil cosas, que desde Honda referiré a usted, porque
hacen parte de los apuntes que formo.
A las siete de la noche.
Las cargas han llegado muy tarde; hace una hora que
el hombre se ha acostado con calentura, y le he hecho
tomar una taza de amapola. La adjunta es para Espinar;
la mando abierta para que usted la lea, y si lo cree
oportuno le diga a S.E. el contenido. Yo en Cartagena
pienso insertar un artículo muy fuerte contra los señores
indulgentes.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Me olvidaba decirle que, dilatándose Somoza, he
rotulado el pliego a usted con el mote (para que lo
entregue a la señora Rosa Cornejo) y en el correo debe
hallarlo.
Suyo, suyo y siempre suyo.
Estos señores rotulan sus cartas al señor Tomás Gómez
de Coz, administrador de correos de ésa; parece que
éste es el alcahuete que han dejado.
Una carta de esta naturaleza revela claramente hasta dónde
llegaba la influencia de Manuela en la política. Controlaba y
fiscalizaba sucesos; los seguía en su desarrollo; hasta es la primera
en informarse de mucho. De ahí que la carta diga que se haga saber
al Libertador, si es que la quiteña lo cree conveniente. Elemental
era suponer que el general Santander, en viaje al confinio, pudiera
intentar la fuga, cuando menos. La vigilancia fue ejercida por
Montebrune con bajeza, es cierto, pero quizás era el medio más
adecuado para prevenir sucesos como los que habían aparecido en
Popayán.
Yo amé al Libertador; muerto, lo venero.
Pueden disponer alevosamente de mi existencia,
menos hacerme retrogradar una línea en el
respeto, amistad y gratitud al general Bolívar.
MANUELA SÁENZ.
Por estos días recibe Manuela lo que menos cabía esperar:
una carta de su marido, Thorne, quien por centésima vez le exige
que vuelva al hogar, perdonada de todas sus faltas. El buen hombre
obtuvo esta contestación:
¡No, no, no más, hombre, por Dios! ¿Por qué hacerme
usted escribir, faltando a mi resolución? Vamos, ¿qué
adelanta usted, sino hacerme pasar por el dolor de
decir a usted mil veces no? Señor: usted es excelente,
es inimitable; jamás diré otra cosa sino lo que es usted.
Pero, mi amigo, dejar a usted por el general Bolívar es
197

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
198
algo; dejar a otro marido sin las cualidades de usted,
sería nada.
¿Y usted cree que yo, después de ser la predilecta de
este general por siete años y con la seguridad de poseer
su corazón, prefiera ser la mujer del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo, o de la Santísima Trinidad? Si algo
siento es que no haya sido usted mejor para haberlo
dejado. Yo sé muy bien que nada puede unirme a él
bajo los auspicios de lo que usted llama honor. ¿Me
cree usted más honrada por ser él mi amante y no mi
esposo? ¡Ah! Yo no vivo de las preocupaciones sociales
inventadas para atormentarse mutuamente.
Déjeme usted, mi querido inglés. Hagamos otra cosa:
en el cielo nos volveremos a casar, pero en la tierra
no. ¿Cree usted malo este convenio? Entonces diría
yo a usted que era muy descontento. En la patria
celestial pasaremos una vida angélica y toda espiritual
(pues como hombre, usted es pesado); allá todo será
a la inglesa, porque la vida monótona está reservada a
su nación (en amores, digo, pues en lo demás, ¿quiénes
más hábiles para el comercio y la marina?). El amor
les acomoda sin placeres; la conversación, sin gracia, y
el caminar, despacio; el saludar, con reverencia; el
levantarse y sentarse, con cuidado; la chanza, sin risa;
éstas son formalidades divinas; pero yo, miserable
mortal, que me río de mí misma, de usted y de otras
seriedades inglesas, etc., ¡qué mal me iría en el cielo!
Tan malo como si fuera a vivir en Inglaterra o
Constantinopla, pues los ingleses me deben el concepto
de tiranos con las mujeres, aunque no lo fuese usted
conmigo, pero sí más celoso que un portugués. Eso
no lo quiero yo. ¿No tengo buen gusto?
Basta de chanzas. Formalmente y sin reírme, con toda
la seriedad, verdad y pureza de una inglesa, digo “que
no me juntaré más con usted”. Usted, anglicano, y yo,
atea, es el más fuerte impedimento religioso; el que
estoy amando a otro es mayor y más fuerte. ¿No ve
usted con qué formalidad pienso?
Su invariable amiga,
MANUELA.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Bastaría esta carta como síntesis completa de la personalidad
de los dos personajes allí retratados, analizados: Manuela y Thorne.
Nunca la quiteña fue más sincera que esta vez; habló con todo su
corazón, con toda su ironía y con toda la claridad correspondiente a
una mujer que ha cambiado de hombre por la fundamental razón de
que el segundo fuera infinitamente superior al primero. Se aprovecha
de la ocasión para enrostrarle a Thorne sus gravísimos peros en cuanto
marido: frialdad, exterioridades, falta de espíritu, que provocan en
una mujer de fuego y caprichosa tan sólo risa y desprecio. Su venganza,
además, queda allí escrita; venganza muy femenina: “si algo siento es
que no haya sido usted mejor para haberlo dejado” 145 .
Para mayor desahogo, y como una prueba de especialísima
confianza o voto de entrega perpetua, envía una copia a Bolívar, con
la siguiente posdata: “Hay que advertir que mi marido es católico, y
yo, jamás atea; sólo el deseo de estar separada de él me hacía hablar
así”.
No tardó la contestación del Libertador:
Mi amor:
¿Sabes que me ha dado mucho gusto tu hermosa carta?
Es muy bonita la que me ha entregado Salazar. El espíritu
de ella tiene un mérito capaz de hacerte adorar por tu
espíritu admirable. Lo que me dices de tu marido es
doloroso y gracioso a la vez. Deseo verte libre, pero
inocente juntamente, porque no puedo soportar la idea
de ser el robador de un corazón que fue virtuoso y no
lo es por mi culpa. No sé cómo hacer para conciliar mi
dicha con la tuya, con tu dolor y el mío. No sé cómo
cortar este nudo que Alejandro con su espada no haría
más que intrincar más y más; pues no se trata de espada
ni de fuerza, sino de amor puro y de amor culpable, de
deber y de falta; de mi amor, en fin, con Manuela la
bella.
Este hombre, medio vencido, acude a sus remordimientos
para disculparse de algo que en él no es culpa, sino refugio, el único
que le queda.
145 El estilo de esta carta es demasiado corregido, como para no suponer que previamente hubo
una revisión de tercera persona.
199

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Al comenzar el año de 1829, mientras Bolívar se acercaba a
Popayán, Sucre buscaba a los invasores peruanos para presentarles
batalla. El Libertador terminó por expedir un indulto a favor de los
revoltosos de Popayán, llegándose a un acuerdo final con Obando
y López. Sucre también, con la gran batalla en el portete de Tarqui,
el 27 de febrero, en la provincia de Cuenca, tierra de nacimiento del
general La Mar, finalizó su campaña. La victoria fue fijada en un
decreto de honores: “En el campo de batalla se levantará una
columna, en una de cuyas caras constará esta inscripción: El ejército
peruano de ocho mil soldados que invadió la tierra de sus
libertadores, fue vencido por cuatro mil bravos de Colombia el 27
de febrero de 1829”.
En Quito se abrazaron Bolívar y Sucre el 22 de marzo. Aquí
recibió el Libertador una carta de su gran amigo José Ignacio París,
en que le dice: “Manuelita hace días que no la veo; el otro día dio
un convite en obsequio de la proclama de Riva Agüero, y
emborrachóse el señor Valdivieso. Estuvo graciosísimo; por poco
nos enseña el idioma de los incas”. En estas fiestas era donde la
famosa negra Jonatás, la fidelísima esclava de Manuela, hacía las
delicias de la concurrencia. “Esta mulata –dice Boussingault– la
adoración de Manuelita, era un ser singular: una comediante, una
mímica de primera fuerza, que habría tenido un gran éxito en el
teatro. Tenía una facultad de imitación asombrosa. Su rostro era
impasible; como actor o como actriz exponía las cosas más chistosas
con una gravedad imperturbable. La oí imitar a un fraile predicando
la pasión; nada más risible; durante cerca de una hora nos tuvo bajo
el encanto de su elocuencia; el gesto, las entonaciones de voz eran
exactamente imitados”.
El Libertador avanzó hasta Guayaquil posteriormente; allí
se enfermó de alguna gravedad a principios de agosto, con una
afección biliar algo prolongada 146 . Aquí recibió otra carta de su amigo
París, en que le hacía una referencia a su amante: “Aún no he visto
a Manuelita, y he tenido la desgracia de que no le gustan las
esmeraldas. Hoy pienso verla”.
Aún seguía Bolívar en Guayaquil cuando también el general
Córdoba se sublevó en la provincia de Antioquia contra el gobierno,
146 CARBONELL, DIEGO. Sobre el tablado: 114.
200

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
es decir, contra el Libertador. Y lo hizo a mano armada. Sin embargo,
“Córdoba acababa de hacer la guerra a los insurrectos de Popayán y
Pasto; había firmado la célebre acta de Bogotá, en que se desconoció
la Convención de Ocaña y se entregó a discreción al mando absoluto
a Bolívar; en fin, sirvió un ministerio de Estado bajo aquel gobierno
supremo” 147 . Manuela tenía razón cuando desde el Perú sintió tan
poca afección por este bizarro general.
Córdoba había traído ya desde Pasto la convicción
oposicionista; había propuesto a varios la insurrección,
especialmente al general Páez, en Venezuela, y al general Tomás C.
de Mosquera. Este último se había opuesto al propósito.
Ya en Antioquia, se da el título de “comandante en jefe del
ejército de la libertad”; ordena reclutamiento, que le atrae muy pocos
adeptos; declara en vigencia la constitución de Cúcuta, y despliega
amplia campaña contra Bolívar, a quien acusa de despotismo. El
Consejo de gobierno de Bogotá envía de inmediato al general
Florencio O’Leary con novecientos veteranos, que toman contacto
con las tropas de Córdoba en la población de El Santuario, a cuarenta
kilómetros de Medellín. La capitulación honrosa que proponen a
Córdoba es rechazada por éste. No hay sino luchar. El general
antioqueño apenas si cuenta con trescientos hombres. Luego de
dos horas de combate, viendo irremediablemente la derrota, el
gallardo jefe se encastilla en una casa; herido, se refugia en el interior,
donde el comandante inglés Ruperto Hand lo ultima a sablazos. El
héroe de Pichincha y Ayacucho termina así su trayectoria, a la edad
de treinta años (17 de octubre).
Casi al mismo tiempo se sublevan los políticos y militares
de Caracas; resuelven desconocer la autoridad de Bolívar, separar a
Venezuela de la Nueva Granada, pedir la convocatoria de un
congreso constituyente y exigir al general Páez que se encargue del
mando. Páez, con habilidad, da largas al asunto, hasta finalizado el
año. La gran obra del Libertador comenzaba a derrumbarse. Pero el
grande hombre veía la situación con claridad. Sabía bien que en el
fondo, lo que había era una enemistad profunda entre venezolanos
y granadinos, y que a los venezolanos les sucedía ahora en Nueva
Granada lo mismo que a los ejércitos colombianos en el Perú: una
147 HENAO y ARRUBLA. Historia de Colombia: 555.
201

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
vez consumada la independencia, se les exigía que volvieran a su
país de origen. “Había multitud de granadinos en la capital –dice
Restrepo– y en las provincias que querían la separación para libertarse
del mando y de la tiranía de los venezolanos”. Era una guerra de
pueblo a pueblo, ambos libres ya; era Caracas contra Bogotá, como
ha de ser mañana Quito, en manos venezolanas, contra Bogotá.
Desde Guayaquil escribe lo siguiente el Libertador a su edecán
O’Leary: “El próximo congreso constituyente tendrá que elegir una
de dos resoluciones únicas que le quedan en la situación de las
cosas: Primero, la división de la Nueva Granada y Venezuela. Este
ensayo (la Gran Colombia) no promete las esperanzas que nos
habíamos figurado”.
A fines de octubre entra Bolívar a Quito por última vez; a
pesar de que continúa bastante enfermo, sólo descansa nueve días.
Sigue viaje, por etapas, con el cuerpo y el alma destrozados. ¡Sus
amarguras y la tisis avanzan galopantes!
Llega a Bogotá, a su quinta, y a los brazos de su Manuela, el
15 de enero. ¡Qué escenas tan profundamente conmovedoras
debieron de producirse entonces entre estos seres que se amaban
hasta el delirio!
A los cinco días del arribo, se instala el Congreso
constituyente que ha de decidir el futuro de Colombia. Todavía sus
ojos no habían podido olvidar lo que vieron el día del retorno:
“Cuando Bolívar se presentó –dice Posada Gutiérrez en sus
Memorias–, yo vi derramarse algunas lágrimas. Pálido, extenuado,
sus ojos tan brillantes y expresivos en sus bellos días, ya apagados;
su voz honda, apenas perceptible; los perfiles de su rostro, en fin,
todo anunciaba en él, excitando una vehemente simpatía, la próxima
disolución del cuerpo”. Manuela, en realidad, recibió casi un cadáver;
pero un cadáver cuyo espíritu seguía ardiente como llama.
Al instalarse el Congreso, el genio, junto con su renuncia
irrevocable del poder, dejó dicho así: “Todos, todos mis
conciudadanos gozan de la inestimable fortuna de parecer inocentes
a los ojos de la sospecha; sólo yo estoy tildado de aspirar a la tiranía...
Mostraos dignos de representar a un pueblo libre, alejando toda
idea que me suponga necesario para la República... Cesaron mis
funciones públicas para siempre”.
202

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
El discurso fue “un discurso quizá único en la historia
moderna por su inexorable y fría verdad, por la pintura cruelmente
clara de la situación; pero no contenía ningún ataque contra sus
enemigos: un discurso frío y brillante, como una llanura de cristal”
(Ludwig). Terminó con este profundo clamor del corazón:
“Compatriotas: escuchad mi última voz al terminar mi carrera
política: a nombre de Colombia os pido, os ruego que permanezcáis
unidos, para que no seáis los asesinos de la patria y vuestros propios
verdugos”.
Y, en efecto, ese día terminó para siempre la carrera política
de Bolívar. Los meses sucesivos sólo son los angustiosos preludios
de la agonía. Si entonces no lloró Manuela intensamente, quizá no
lloró jamás en su vida.
Quiso ir terminando también con los demás. El día 28 del
mismo mes regaló su quinta, por escritura pública, a su amigo José
Ignacio París; pero se quedó en ella hasta comenzar marzo. Allí
recibió una carta del general Flores, en que le decía: “Yo me
avergonzaría de que en el sur se hicieran actos pretendiendo la
desmembración de la República estando yo mandándolo, y si tal
cosa llegare a suceder, yo sería tan culpable como los promovedores
de la sedición” 148 . ¡Y ya las cosas estaban listas para dar el golpe
separatista a tres meses y medio de distancia!
También allí recibió el detalle de lo que sucedía en
Venezuela: Páez, como jefe civil y militar de Venezuela, había
dictado un decreto de convocatoria a elecciones para un congreso
constituyente venezolano 149 .
Ya el Libertador se había anticipado a todo esto con unas
frases dirigidas a Urdaneta desde Popayán: “Divídase el país y
salgamos de compromisos; ¡nunca seremos dichosos, nunca!”
El Congreso no le aceptó la renuncia a Bolívar; pero éste
irrevocable en su decisión y más enfermo cada vez, dejó en el
gobierno al presidente del Congreso, general Domingo Caicedo, y
se retiró a la quinta de éste, situada a orillas del río Fucha. Días
después retornó a la ciudad y ocupó el palacio de San Carlos, desde
donde dirigió al Congreso su mensaje de despedida. “El bien de la
148 CARBONELL, DIEGO. Mil ochocientos treinta (cita suya).
149 Documentos para los Anales de Venezuela. Caracas, T. VI, Sección II, Cap. I, 1891: 101.
203

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
patria –decía– exige de mí el separarme para siempre del país que me
dio la vida, para que mi permanencia no sea un impedimento a la felicidad
de mis conciudadanos”.
Del palacio se dirigió luego a la quinta; la entregó al nuevo
dueño, y salieron de ella, para siempre, él y Manuela. Esta se instaló en
una casa particular, arrendada, y él aceptó la casa del general Herrán,
mientras disponía su equipaje, en cuestión de dos o tres días.
El 8 de mayo llegó la hora del adiós, que quizá el Libertador lo
consideró definitivo, pero que Manuela interpretó como transitorio,
como se verá más adelante. El escenario “fueron los corredores de una
modesta casa”. Era una de esas mañanas brumosas de Bogotá, muy
frías, muy tristes. Aún el sol no había roto la neblina. Montó a caballo el
grande hombre y partió con sus acompañantes. Fue la última vez que
los dos amantes estuvieron juntos. El caminaba directamente a la
muerte, y para ella estaba reservado un calvario de varios años. ¡Qué
inolvidables aquellos momentos! Cuando el Libertador pasaba por la
plaza principal, “un corrillo de gentuza plebeya se le acercó para
despedirlo con este apodo que le pusieron sus enemigos: ¡Longaniza,
Longaniza!” (Era el apodo de un loco que por aquellos días vagaba por
las calles de Bogotá y que acostumbraba vestirse de militar) 150 . Esa
tarde durmió en Facatativá. Al otro día llegó al pueblecito de Guaduas,
y allí supo que Manuela había comenzado una violenta oposición, aun
por las vías de hecho, al gobierno del presidente Joaquín Mosquera 151 .
“Doña Manuela se quedó en Bogotá animando a los partidarios de
Bolívar y sirviendo de núcleo al grupo de muchos personajes
importantes de Colombia que no veían salvación posible para la patria
sino en la continuación del Libertador al frente de la administración
pública”. La quiteña nunca fue mujer que se diese por vencida en ninguna
circunstancia; su carácter superaba a los mismos acontecimientos.
El Libertador le escribió entonces:
204
Mi amor: tengo el gusto de decirte que voy muy bien y
lleno de pena por tu aflicción y la mía por nuestra
separación. Amor mío: mucho te amo, pero más te amaré
si tienes ahora más que nunca mucho juicio. Cuidado
150 GROOT, JOSÉ MANUEL. Historia Eclesiástica y Civil de la Nueva Granada. T. III: 460.
151 CUERVO, L. A. Op. cit.: 201.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
con lo que haces, pues si no, nos pierdes a ambos,
perdiéndote tú. Soy siempre tu más fiel amante,
S. BOLÍVAR.
En Honda le ofrecieron al Libertador un suntuoso baile,
organizado por el general Posada Gutiérrez. A. la mañana siguiente “al
arrancar los champanes de la playa pasó a la popa y nos dio el último
adiós con el sombrero en la mano”.
Y mientras descendía por el río Magdalena, en los
departamentos del sur se producía algo que se temía, que se esperaba:
el general Flores los desmembró de Colombia, independizándoles con
el nombre de Ecuador. Y al otro (14 de mayo), en la Gaceta del Gobierno
de Venezuela, los electores de la provincia de Carabobo declaraban “que
siendo el general Bolívar un traidor a la patria, un ambicioso que ha
tratado de destruir la libertad, el Congreso debía declararle proscrito de
Venezuela”. A los diez días recibió el viajero el texto de esta resolución,
en carta oficial enviada por el doctor Azuero. ¿Qué más podía esperar
el general, si se le cerraban las puertas de su propia patria? También le
entregaron las publicaciones violentísimas que se hacían contra su
persona en Bogotá.
Como Manuela había quedado depositaria del archivo personal
de Bolívar, el gobierno le exige la devolución de algunos papeles y
libros. La quiteña contesta en los siguientes términos, que revelan su
estado de ánimo:
En contestación a la reconvención de usted, digo no tener
nada absolutamente en mi poder que pertenezca al
gobierno.
Es cierto que he recibido papeles que sin mi
consentimiento los condujeron a la secretaría de Relaciones
Interiores, los mismos que me fueron entregados por el
señor ministro Osorio, porque pertenecían
particularmente a S.E. el Libertador.
Ni los papeles, ni los libros, no los entregaré, a menos
que me prueben por una ley que este señor está fuera de
ella.
MANUELA SÁENZ.
205

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
En Turbaco le llegó a Bolívar una carta de Sucre que decía:
“Cuando he ido a casa de usted para acompañarle ya se había
marchado. Adiós, mi general; reciba usted por gaje de mi amistad
las lágrimas que en este momento me hace verter la ausencia de
usted”. Tal fue la despedida entre los dos admirados compañeros
en la guerra. ¡A ambos por igual acechaba la muerte! Y escribió a su
Manuela esta carta, a la que ya me he referido con anterioridad.
Dice así: “El yelo de mis años se reanima con tus bondades y gracias.
Tu amor da una vida que está expirando. Yo no puedo estar sin ti,
no puedo voluntariamente privarme de mi Manuela. No tengo tanta
fuerza como tú para no verte, apenas basta una inmensa distancia.
Te veo, aunque lejos de ti. Ven, ven, ven luego. Tuyo del alma”.
Sucre salió de Bogotá pocos días después de Bolívar. Esta
fue para Manuela también una última despedida. Partía su mejor
amigo, puesto que era el amigo único del Libertador. Iba creciendo
la soledad de la quiteña, sin que ella lo advirtiese; jugaba el destino
por sobre las recias determinaciones de su espíritu; el soplo de la
tragedia que tan vibrante se mostró en la noche septembrina, aparecía
por todas partes, sin que hubiese potencia que lo detuviera.
Quería volver el noble cumanés a la serenidad de su hogar.
Iba desalentado, triste, vencido. Ausente el Libertador y terminadas
todas las campañas; lacerado además por el intento de asesinato de
que fue víctima en la capital de Bolivia, no le quedaba más refugio
que volar a Quito, en donde le aguardaban su mujer y su hija. Cuando
llegó a Cali le aconsejaron que tomase la vía de Buenaventura; pero
el mariscal prefirió la ruta más corta y siguió por Popayán hasta
Pasto. En la mañana del 4 de junio, al pasar por la montaña de
Berruecos, asesinos que le acechaban le hicieron cuatro disparos y
le mataron instantáneamente 152 .
A Bolívar le llegó la noticia en Cartagena y exclamó: “Dios
excelso, si tenéis justicia haced caer un rayo de vuestras manos sobre
aquel monstruo (el asesino)”. Y escribió luego al general Flores:
“Yo pienso que la mira de este crimen ha sido privar a la patria de
un sucesor mío”. Pero Flores también conservaba sus
152 Tres días antes del asesinato, El Demócrata de Bogotá publicó esto: “Puede ser que Obando
haga con Sucre lo que no hicimos con Bolívar”.
206

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
resentimientos. Un mes atrás había escrito a Urdaneta: “Yo también
tuve días muy desesperados cuando el Libertador me mandó a mi
casa, por dar el mando del ejército a Sucre”. El 19 de junio aún no
había llegado a Bogotá la noticia del asesinato. Se disponía, en
cambio, la ciudad a celebrar la fiesta del Corpus. Entre los números
del programa había para la noche la quema de fuegos artificiales.
“El gran castillo quedó inmediato a la pila que había en la mitad de
la plaza, y figuraba una fortaleza aspillerada, con claraboyas, en dos
de las cuales se veían pintadas grotescas caricaturas que
representaban el ‘despotismo’ en el Libertador y la ‘tiranía’ en doña
Manuela Sáenz. Como es de suponerse, las dos figuras estaban
condenadas al fuego, en medio del escarnio y la hilaridad popular
que el hecho debía producir. Conocida la entereza y el valor personal
de doña Manuela, tuvieron buen cuidado los autores de tan indigna
como indecorosa burla, de hacer custodiar el castillo con soldados
armados”.
Tal era el ambiente de la capital de Colombia, de esa misma
capital donde se había gritado a Bolívar “longaniza”. Llama mucho
la atención que a Manuela le hubiesen aplicado, en vez de aquel
muñeco, el nombre de “la tiranía”, porque revela a la vez la férrea
voluntad que ella tenía, su influencia sobre el espíritu del Libertador,
y el dominio autoritario sobre todos. De capitana que fue en
Ayacucho, bien podía considerársele ahora como una generala
poseída del espíritu de mando.
Obraron con previsión quienes pusieron guardias militares
al pie del castillo que iba a quemarse, porque Manuela, apenas lo
supo, ciega de furor, montó a caballo, seguida de sus negras Jonatás
y Nathán, a caballo también, y se dirigió a la plaza al galope. Las
negras llevaban traje de soldados. Lo que entonces sucedió se detalla
en el proceso consiguiente, ordenado por las autoridades. Una de
las declaraciones más precisas relata así los hechos:
En acto seguido dicho señor juez recibió juramento al
señor José Millán, vecino de esta capital, lo que hizo
por Dios Nuestro Señor y una señal de cruz y bajo su
gravedad ofreció decir verdad en lo que supiera y le
fuere preguntado; y siéndolo con arreglo al auto que
207

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
208
lo motiva dijo: que el día que se cita, por la tarde,
estando el declarante en la puerta de Milicias, y viendo
el exceso que estaba cometiendo Manuela Sáenz, se
dirigió para el castillo, y tomó un fusil, y queriendo
ella atropellar el castillo, la reconvino que no hiciera
alboroto, que podía estar en su casa; que ella le contestó
que estaba viendo si el Libertador estaba en el castillo;
que el declarante le repuso que “qué Libertador ni qué
demonios, que más Libertador era el que declara”;
que entonces la Manuela mandó a los negros que
atropellaran y tomaran el castillo; que en efecto éstos
obedecieron y trataron de desarmar los centinelas que
guardaban el castillo; que viendo esto el oficial de
guardia del principal mandó cuatro soldados para que
prendieran a los negros, lo cual se verificó y se trajeron
al principal donde se desarmaron y tuvieron presos;
por lo que la Manuela Sáenz vino a atropellar la guardia
del cuartel; que entonces el que declara, con el fusil en
la puerta, le dice el jefe de Estado Mayor al declarante
que esa arma no le correspondía, por lo que entregó
el fusil que tenía a un sargento; que hubo muchas
personas que pueden declarar sobre el particular... En
el mismo acto agrega el señor Millán: que para contener
el exceso de la Manuela Sáenz y sus negros fue preciso
calarles bayoneta, por lo que salieron heridos los
caballos con que atropellaban.
Naturalmente, las caricaturas quedaron destrozadas, y el castillo
también.
El semanario La Aurora, del domingo siguiente (número 8),
escribió al respecto algo que mortificó a Manuela en grado sumo:
Sabemos que la víspera del Corpus se ha movido el
celo del síndico procurador municipal contra unas
pinturas que ornaban el castillo preparado para los
fuegos, porque acaso no estaban en consonancia con
sus sentimientos; pues que ellas sólo contenían
emblemas dirigidos a excitar el patriotismo y el odio
a la tiranía... Una mujer descocada, que ha seguido

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
siempre los pasos del general Bolívar se presenta todos
los días en traje que no corresponde a su sexo, y del
propio modo hace salir a sus criadas insultando el
decoro y haciendo alarde de despreciar las leyes y la
moral.
Esa mujer cuya presencia sola forma el proceso de la
conducta de Bolívar, ha extendido su insolencia y su
descaro hasta el extremo de salir el día 9 del presente
a vejar al mismo gobierno y a todo el pueblo de
Bogotá. En traje de hombre se presentó en la plaza
pública con dos o tres soldados (eran las dos negras,
como se ha dicho) que conserva en su casa y cuyos
prest paga el Estado, atropelló las guardias que
custodiaban el castillo destinado para los fuegos de la
víspera del Corpus; y rastrilló una pistola que llevaba,
declamando contra el gobierno, contra la libertad y
contra el pueblo. Atentado de tamaña trascendencia
causó una alarma muy viva, y aunque las autoridades
encargadas del orden tuvieron buen aviso de él, y acaso
algunas lo presenciaran, no se resolvieron a contenerlo
ni a aprehender a la culpable como debieran haberlo
hecho en cumplimiento de sus deberes. Los soldados
veteranos (las negras) que la acompañaban fueron, sin
embargo, arrestados; y cuando creíamos que se les
instruyese el correspondiente proceso por un delito
tan enorme como el de acometer las guardias, que
castiga la Ordenanza Militar con la pena de muerte,
vimos con dolor que inmediatamente fueron puestos
en libertad y restituidos a la casa de su morada; empero
nada ha producido un sentimiento tan profundo en el
pueblo como el haberse asegurado que S.E. el
vicepresidente de la república, encargado del Poder
Ejecutivo, pasó personalmente, con mengua de su
dignidad y carácter público, a la habitación de aquella
forastera a sosegarla y satisfacerla […] El gobierno no
sólo tolerando esto sino permitiendo satisfacer sueldos
del tesoro a hombres destinados a custodiarla y
sufriendo que se quede impune el crimen de sedición
o motín que las Ordenanzas castigan tan severamente.
209

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Manuela sabía, pues, que lo que se jugaba era la vida en
aquel ataque. Se la jugó, valientemente, como de costumbre. Pero
no pudo reprimir la ira al leer ese escrito del semanario La Aurora.
Lo contestó en el siguiente lenguaje enérgico y vibrante, en hojas
sueltas:
210
Al público.– El respeto debido a la opinión de los
hombres me obliga a dar este paso; y cuando debo
satisfacer, mi silencio sería criminal. Poderosos motivos
tengo para creer que la parte sensata del pueblo de
Bogotá no me acusa, y bajo este principio contesto,
no para calmar pasiones ajenas, ni para desahogar yo
las mías, pero sí para someterme a las leyes, únicos
jueces competentes de quien no ha cometido más que
imprudencias, por haber sido un millón de veces a
ellas provocada.
Ninguna mano elevada me ha ofendido; ésta no es
infame. Quien me ofende ni aún tiene la firmeza
bastante para dejarse conocer, y menos para
perseguirme legalmente; esto me vindica, pues todos
saben que he sido insultada, calumniada y atacada.
Confieso que no soy tolerante; pero añado al mismo
tiempo que he sido demasiado sufrida. Pueden calificar
de crimen mi exaltación, pueden vituperarme; sacien,
pues, su sed, mas no han conseguido desesperarme;
mi quietud descansa en la tranquilidad de mi conciencia
y no en la malignidad de mis enemigos, en la de los
enemigos de S.E. el Libertador. Si aun habiéndose
alejado este señor de los negocios públicos no ha
bastado para saciar la cólera de éstos, y me han
colocado por blanco, yo les digo: que todo pueden
hacer, pueden disponer alevosamente de mi existencia,
menos hacerme retrogradar ni una línea en el respeto,
amistad y gratitud al general Bolívar; y los que suponen
ser esto un delito, no hacen sino demostrar la pobreza
de su alma, y yo la firmeza de mi genio, protestando
que jamás me harán ni vacilar, ni temer. El odio y la
venganza no son las armas con que yo combato; antes
sí desafío al público de todos los lugares en donde he

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
existido a que digan si he cometido algunas bajezas;
por el contrario, he hecho todo el bien que ha estado
a mi alcance.
Lo que sí me sorprende es que se ataque al
vicepresidente de la república, el virtuoso general
Domingo Caizedo. S.E. no ha hecho otra cosa que,
deponiendo su carácter como magistrado, evitar como
hombre humano y prudente cualquier clase de
desórdenes, bien sea por la parte que me provocaron
o bien por la mía: este paso hace más relevante su
dignidad, sus virtudes y carácter público.
El autor de La Aurora debe saber que la imprenta
libre no es para personalidades, y que el abuso con
que se escribe cede más bien en desdoro del país que
en injuria de las personas a quienes se ataca. Con estas
palabras le contesto. El me ha vituperado del modo
más bajo, yo le perdono; pero sí le hago una pequeña
observación: ¿por qué llama hermanos a los del sur y
a mí forastera? […] Seré todo lo que quiera: lo que sé es
que mi país es el continente de la América y he nacido
bajo la línea del Ecuador.
Bogotá, 30 de junio de 1830.
MANUELA SÁENZ.
Las cosas no podían parar en esta actitud de rebeldía por
escrito. El temperamento de Manuela exigía acción; había aprendido
a luchar; sabía que el éxito no está en la defensa sino en la iniciativa.
En efecto, “en la noche del 8 de julio, entre diez y once –
cuenta Cordovez Moure–, tocaron generala en todos los cuarteles
de la ciudad; los prudentes santafereños atrancaron las puertas y se
santiguaron persuadidos de que estaban bajo el imperio de otra
conspiración como la del 28 de septiembre; los más avisados
aseguraban que el gobierno había recibido noticias del ministro de
Colombia en Londres, afirmando que la Santa Alianza estaba
decidida a prestar apoyo a España para la reconquista de las colonias
americanas. Puede asegurarse que el terror de unos y la ceguedad
de otros no les dejó conciliar el sueño en tan funesta noche”.
211

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
¿Qué había sucedido? Lo dio a conocer el ministro de lo
Interior, doctor Azuero:
212
Un negro había fijado pasquines subversivos e
incendiarios en la casa situada en la diagonal de la torre
de la catedral y en la iglesia de San Francisco; el tal
negro era de la servidumbre de la Manuela Sáenz; ésta
había mandado, con una zambita, a obsequiar a los
soldados que estaban en guardia en el palacio del
excelentísimo vicepresidente de Colombia, general
Domingo Caizedo, con una botella de cerveza, un
plato de panecillos de dulce, cigarros, un peso en plata
y un tarrito de ají, la proclama del general Juan José
Flores por el cual declaró separado al Ecuador de
Colombia, y versos ripios y fósiles de despedida de
los cartageneros al Libertador, que mejor dice:
¿Y nos dejáis así,
así como se encuentra
la patria dividida
aquella, sí, aquella?
Y, por último, la Manuela Sáenz había pedido a los
soldados, por conducto de la misma zambita, un plato
de rancho para comerlo en nombre de ellos.
El letrero pegado en las esquinas decía: “Viva Bolívar,
Fundador de la República”.
Muy acertada anduvo Manuela en su hoja suelta, al declarar
su fidelidad a la ley, pues lo que hacía en realidad, desde el momento
de la partida de Bolívar, era conspirar, para restituirlo en el poder.
Lo transcrito, investigado por el ministro Azuero, prueba que andaba
conquistándose a las tropas con suma habilidad. Naturalmente, los
soldados, entre plato y plato, habrán escuchado las recomendaciones,
advertencias y peticiones. Había razón para que tocasen a generala.
Manuela continuaba siendo, como en Lima, la mujer militarmente
peligrosa, en sus audacias, en su astucia, en su fidelidad al Libertador,
en su belleza, en su don de convencimiento y hasta en los recursos
de su extraordinaria inteligencia.
Alarmóse el ministro en grado sumo, y dirigió una
comunicación, al día siguiente, al alcalde de Bogotá:

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Ministerio de Estado. Departamento del Interior y
Justicia.– República de Colombia. Bogotá, 9 de julio
de 1830.
Al señor alcalde municipal primero de la capital.
El excelentísimo señor presidente de la república ha
recibido diferentes avisos de que la señora Manuela
Sáenz ha estado turbando la tranquilidad pública con
repetidos actos escandalosos, que sus criados han fijado
pasquines en las calles, que ha tratado de seducir con
regalos a los soldados de la guardia del palacio, y que
ha incurrido en otros atentados que son demasiado
públicos. Y deseando tomar la providencia
correspondiente en cumplimiento de sus deberes, me
manda prevenir a usted, como lo verifico, que
inmediatamente proceda en ejercicio de su ministerio
a practicar las informaciones convenientes, dándome
cuenta de ellas luego que estén concluidas.
Dios guarde a usted,
VICENTE AZUERO.
La conspiración progresaba: el general Rafael Urdaneta y
Manuela Sáenz activaban los preparativos con grande interés y
ocultamiento. El centro de la efervescencia parecía ser el batallón
Callao, compuesto de venezolanos y comandado por el coronel,
venezolano también como Urdaneta, Florencio Jiménez, héroe de
Pichincha, Junín, Ayacucho y edecán de Sucre. Tanto por las
sospechas existentes, como por las constantes peleas con los
componentes del batallón Boyacá, de neogranadinos 153 , el gobierno
determinó enviar al Callao a Tunja, en donde sería licenciado con
las mayores precauciones. Conocida la determinación, esta tropa se
puso en camino, pero se sublevó en los precisos momentos en que
las autoridades de Bogotá expulsaban a Manuela, con confinio en
Guaduas. La quiteña partió, en obedecimiento al mandato oficial,
pero se unió a las fuerzas que engrosaban la revolución en la sabana
de Bogotá. El presidente Joaquín Mosquera, agotados los recursos
persuasivos y los ofrecimientos de armisticio, no tuvo otro camino
153 SAÑUDO, JOSÉ RAFAEL. Estudios sobre la vida de Bolívar.
213

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
que enviar tropas para someter a los insurrectos. Pero triunfaron
éstos, en reñido combate y sé apoderaron del poder.
Provisionalmente tomó la jefatura suprema el general Urdaneta,
mientras se llamaba urgentemente al Libertador, ya que para él se
había realizado la revuelta. “Manuela fue sin duda –dice Luis
Augusto Cuervo– el alma de la revolución que con la dictadura de
Urdaneta desconoció al gobierno de Mosquera y de Caizedo”. Para
eso se había quedado la valerosa quiteña en Bogotá. El movimiento
fue inmediatamente respaldado por varias poblaciones de la
república.
Partieron los comisionados; llegaron a Cartagena el día 18
de septiembre y pidieron al Libertador que se hiciese cargo del poder
supremo. La ciudad misma de Cartagena respaldó esta
determinación, lo mismo que Santa Marta. Pero Bolívar respondió
negativamente. Sólo un mes más tarde le explicó a Urdaneta aquella
determinación, en una carta en extremo elocuente:
214
En todas las guerras civiles ha vencido siempre el más
feroz o el más enérgico. Al partido de usted no le
queda otro recurso que optar entre dejar el país o
deshacerse de sus enemigos; porque la vuelta de éstos
sería espantosa. Por no colarme yo en tan cruel
alternativa no me he atrevido a tomar parte en esta
reacción, pues estoy persuadido que nuestra autoridad
y nuestras vidas no se pueden conservar sino a costa
de sangre de nuestros contrarios, sin que por este
sacrificio se logren la paz ni la felicidad, mucho menos
el honor.
Al Libertador le faltaban fuerzas para fusilar; ¡por eso no
aceptó el poder!
Aún no había llegado la respuesta a Bogotá cuando ya Páez,
en Venezuela, juraba la nueva constitución, en que se separaba
definitivamente Venezuela de Colombia.
Cuando se supo la negativa de Bolívar, fue ocultada
convenientemente, por indicación suya, para que el gobierno no se
debilitase. Pero Manuela no podía dejarse vencer definitivamente
en esa forma, y buscó maneras de convencer al grande hombre,

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
mientras apoyaba al gobierno de Urdaneta con su actividad, su
audacia y su experiencia.
El Libertador viajó a Barranquilla en busca de mejor clima
para su salud. “Mi flaqueza es tal –escribía– que hoy mismo me he
dado una caída formidable, cayendo de mis propios pies y medio
muerto”. Pensaba ir a Jamaica, “en donde tenía excelentes amigos”,
quizás de ahí podría pasar a Inglaterra; “si no me muero en el viaje,
los ingleses no me dejarán morir de hambre”. “No le llegaron los
medios pecuniarios que pidió a Caracas, y agotados sus recursos
por su liberalidad, vivía ya de préstamos” (Posada).
El mismo día que salía el Libertador para Santa Marta, partía
de Bogotá L. Péroux de Lacroix, comisionado de Manuela, para
acabar de definir la situación política pendiente. El enviado viajó
en volandas, como se le había advertido. Llegó a Santa Marta el día
12. Corrió de allí a la Quinta de San Pedro Alejandrino, adonde
había sido llevado Bolívar, “para que le fuera posible morir
tranquilamente”. “Allí había, vigilándolo –dice doña Alma Taylor
Barton de Mier, nieta del español don Joaquín de Mier, dueño de la
Quinta (declaraciones de 1939)–, una escolta de dos compañías de
soldados, que mi abuelo las hospedó bien lejos de los ojos de
Bolívar”.
El único médico de la ciudad, un francés joven, Próspero
Révérend, había hecho ya diagnósticos fatales. Dos días antes de la
llegada de De Lacroix había otorgado el Libertador su testamento,
dictado su última proclama y añadido con voz ronca: “Sí, al
sepulcro... es lo que me han proporcionado mis conciudadanos; pero
los perdono. Ojalá yo pudiera llevar conmigo el consuelo de que
permanezcan unidos”. Le aplicó Révérend unos vejigatorios con
cantáridas que al parecer le fueron funestos; apresuraron el fin, por
la intoxicación producida.
El emisario pudo ver cómo el médico le pasaba al enfermo
del lecho a la hamaca. “Tal vez no pesaba arriba de dos arrobas”.
Pudo escucharle sus voces de desvarío: “Vámonos..., vámonos...,
esta gente no nos quiere en esta tierra...; vamos, muchachos..., lleven
mi equipaje a bordo de la fragata”. El hipo preagónico de los tísicos
no cedía; las extremidades estaban frías; el semblante, hipocrático.
215

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Nada más vio De Lacroix. Regresóse a Santa Marta. Le
contaron el resto: al día siguiente, a la una de la tarde, había expirado
el Libertador. “Sus facciones expresaban una perfecta serenidad;
ningún dolor o seña de padecimientos se reflejaba sobre su noble
rostro”. El cadáver fue llevado a Santa Marta para embalsamarlo
durante la noche. Le hicieron guardia los generales y coroneles que
habían presenciado su muerte o que se hallaban de guarnición en
Santa Marta. El emisario escribió entonces a Manuela esta carta, el
día 18:
216
A mi señora doña Manuela Sáenz.
Mi respetada y desgraciada señora:
He prometido escribir a usted y hablarle con verdad.
Voy a cumplir con este encargo y empezar por darle
la más fatal noticia.
Llegué a Santa Marta el día 12, y al mismo momento
me fui para la hacienda de San Pedro, donde se hallaba
el Libertador. Su Excelencia estaba ya en un estado
cruel y peligroso de enfermedad, pues desde el día 10
había hecho su testamento y dado una proclama a los
pueblos, en la que se está despidiendo para el sepulcro.
Permanecí en San Pedro hasta el día 16, que me marché
para esta ciudad, dejando a S.E. en un estado de agonía
que hacía llorar a todos los amigos que lo rodeaban.
A su lado estaban los generales Montilla, Silva,
Portocarrero, Carreño, Infante y yo, y los coroneles
Cruz Paredes, Wilson, capitán Ibarra, teniente Fernando
Bolívar, y algunos otros amigos. Sí, mi desgraciada
señora: el grande hombre estaba para quitar esta tierra
de la ingratitud y pasar a la mansión de los muertos a
tomar asiento en el templo de la posteridad y de la
inmortalidad al lado de los héroes que más han
figurado en esta tierra de miseria. Lo repito a usted,
con el sentimiento del más vivo dolor, con el corazón
lleno de amargura y de heridas, dejé al Libertador el
día 16 en los brazos de la muerte: en una agonía
tranquila, pero que no podía durar mucho. Por
momentos estoy aguardando la fatal noticia, y mientras
tanto, lleno de agitación, de tristeza, lloro ya la muerte

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
del Padre de la Patria, del infeliz y grande Bolívar,
matado por la perversidad y por la ingratitud de los
que todo le debían, que todo habían recibido de su
generosidad.
Tal es la triste y fatal noticia que me veo en la dura
necesidad de dar a usted. Ojalá el cielo, más justo que
los hombres, echase una ojeada sobre la pobre
Colombia, viese la necesidad que hay de devolverle a
Bolívar e hiciese el milagro de sacarle del sepulcro en
que casi lo he dejado.
Permítame usted, mi respetada señora, de llorar con
usted la pérdida inmensa que ya habremos hecho, y
habrá sufrido toda la República, y prepárese usted a
recibir la última y fatal noticia.
Soy de usted admirador y apasionado amigo, y
también su atento servidor, q. s. p. b.
L. PÉROUX DE LACROIX.
Este gallardo general, siempre fidelísimo al Libertador y de
Manuela, no se atrevió a poner el resto. Se le despedazaba de dolor
la pluma en la mano.
En aquel fatídico 17 de diciembre de 1830 comenzó el
calvario para la “Libertadora del Libertador”.
217

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Sexta Parte
DRAMÁTICA PEREGRINACIÓN Y MUERTE
¿Quién se siente desdichado con no ser rey sino
un rey caído? Un árbol no sabe nada de su
miseria.
PASCAL. Pensamientos.
El primer impulso de Manuela al conocer su inmensa
desgracia fue suicidarse. La grandeza de su pasión exigía un desenlace
brusco, fatal. Sin pérdida de tiempo se dirigió al pueblecillo de
Guaduas y se hizo morder por una víbora. “En viaje de Bogotá al
Valle del Magdalena (escribe Boussingault) llegué en la tarde a
Guaduas. El coronel Acosta, en cuya casa me apeé, se dirigió a mí
llorando, diciéndome que Manuelita se moría, que se había hecho
morder por una serpiente de las más venenosas. Me dirigí a su
habitación, donde la encontré extendida sobre un canapé, el brazo
derecho colgando e hinchado hasta el hombro”. Hasta la fórmula
para el suicidio fue original, muy de acuerdo con su estado de ánimo.
Su espíritu también estaba mordido por los múltiples venenos de
todos cuantos la odiaban. Probablemente creía poco o no creía nada
en aquello de unirse detrás de la tumba con el ser amado; pero, aun
de creerlo, quizá lo que le determinó al suicidio fue la desesperación
de que su vida de heroína, de generala, de verdadero eje y centro de
la vida política, se desplomase de lleno y cayese como en un abismo.
Las glorias, el imperio, el amor, la felicidad, todo se había destrozado
con aquella carta de De Lacroix; le pareció que aquella sencilla
hoja de papel era un puñal agresivo que hería de muerte.
Alarmados acudieron los moradores de Guaduas para impedir
que la quiteña se muriese. Y le obligaron a tomar bebidas alcohólicas
calientes y otras pócimas, que la dejaron dormida. A los pocos días
estaba sana de cuerpo, dispuesta a iniciar el peregrinaje triste que la
suerte le había preparado. Llevaba por delante esta última impresión:
Bolívar ni siquiera la había nombrado en su testamento; ni había
hablado de ella con quienes le rodeaban. Ni una palabra final para
219

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
ella desde los umbrales de la muerte. La rigidez de los mandatos
eclesiásticos había impuesto silencio absoluto al genio, después de
que el día 10 de diciembre se confesó y se arrepintió hasta de sus
pecados de amor.
Estaba pobre y vencida. Después de unos meses de
permanencia en Guaduas, regresó a Bogotá, en los precisos
momentos en que ya el escaso dinero de reserva comenzaba a faltarle.
Llegada a la capital, empezó a empeñar sus joyas. Uno de los recibos
que se conservan dice así: “Recibí del señor Rafael Isari de Lozano
doscientos pesos, último resto de la cantidad de mil, en que le fueron
vendidos unos zarcillos con brillantes, por mano del señor Haro.
Bogotá, julio 27 de 1831”.
Por lo que respecta a su patria, le quedaba a la quiteña un
consuelo. En los días en que Venezuela negaba al gran general todo
derecho, los departamentos del Ecuador, desde Quito, le habían
dirigido el siguiente mensaje:
220
Excelentísimo señor Libertador Presidente:
Los padres de familia del Ecuador han visto con
asombro que algunos escritores exaltados de Venezuela
se han avanzado a pedir a V.E. no pueda volver al
país donde vio la luz primera; y es por esta razón que
nos dirigimos a V.E. suplicándole se sirva elegir para
su residencia esta tierra que adora a V.E. y admira sus
virtudes. Venga V.E. a vivir en nuestros corazones y a
recibir los homenajes de gratitud y respeto que se deben
al Genio de la América, al Libertador de un mundo.
Venga V.E. a enjugar las lágrimas de los sensibles hijos
del Ecuador y a suspirar con ellos los males de la patria,
Venga V.E., en fin, a tomar asiento en la cima del
soberbio Chimborazo, adonde no alcanzan los tiros
de la maledicencia, y adonde ningún mortal, sino
Bolívar, puede reposar con una gloria inefable.
Quito, 27 de marzo de 1830.
Este documento elocuentísimo y generoso fue la plena
justificación por parte de todo un pueblo, de cuanto había hecho
por el Libertador una ecuatoriana, la más bella y la más valerosa de
todas.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Y no fue sólo el documento lo que remitieron a Bolívar,
sino a la vez unos cuantos miles de pesos, recaudados en colecta
pública. Por desgracia, cuando el comisionado especial, coronel
Teodoro Gómez de la Torre, se hallaba en viaje y apenas había
llegado a Pasto circuló la noticia de la muerte del general 154 .
Urdaneta pudo difícilmente mantenerse en el poder hasta
mayo de aquel año de 1831. Se encargó de la presidencia el general
Caizedo. En octubre siguiente se reunió en Bogotá la Convención,
cuyo primer acto fue rehabilitar en los grados y honores a Santander,
y hasta a los fusilados como consecuencia de la lúgubre noche
septembrina. Quedaban, por tanto, desde ese día abiertos los fuegos
contra todos los partidarios de Bolívar, y de hecho contra Manuela.
Los sucesos en tal sentido se acentuaron con el nombramiento del
general Obando para presidente interino del país, en su calidad de
vicepresidente: era otro de los grandes enemigos del Libertador.
Luego fue elegido por la Convención presidente titular el general
Santander.
Entretanto, habíase presentado un suceso de carácter
fronterizo entre Colombia y el Ecuador, en que tuvo que ver el
hermano de Manuela. El departamento de Cauca había manifestado
su propósito de pertenecer al Ecuador; propósito que llegó hasta el
punto de no enviar diputados a la Convención. El Gobierno
colombiano determinó que el Cauca no podía ser segregado en
beneficio del Ecuador y entabló inmediatamente negociaciones
pacíficas con el presidente Juan José Flores. Pero al mismo tiempo
Obando recibía el encargo de marchar a Popayán –encargo del
vicepresidente en ejercicio, Márquez– y decidir el asunto aun por la
fuerza de las armas. Fracasaron las negociaciones y se abrieron las
operaciones militares. Obando marchó sobre Pasto con mil
quinientos hombres.
Entre los encargados de enfrentarse a los colombianos estaba
el coronel Ignacio Sáenz, hermano de Manuela, quien actuó en esta
ocasión de la manera siguiente: “encomendado del paso de Buesaco,
se pasó con doscientos hombres del Quito al Gobierno colombiano,
ocasionando la inmediata desmoralización del resto de las tropas y
154 CHIRIBOGA, A. I. Bolívar en el Ecuador.
221

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
el enfriamiento consiguiente” 155 . Obando le premió luego con la
administración de correos, la comandancia de armas y la
gobernación de Barbacoas.
En octubre ya se halló nuevamente el general Santander en
el mando de la república, después de su destierro. Pero los
resentimientos y ambiciones militares no habían desaparecido.
Especialmente había causado general inquietud y reacción contraria
la determinación de Obando de suprimir el escalafón a muchos
jefes y oficiales que habían tomado parte en la revolución de
Urdaneta. Entre los descontentos figuraba Manuela, por simple
espíritu de acción y de reivindicación, pues sus ambiciones habían
desaparecido del todo. Probablemente se manifestó de alguna
manera en contra del Gobierno o actuó en algo, pues comenzaron
en Bogotá publicaciones en contra suya.
El descontento militar había preparado una conspiración que
debía estallar en la noche del 23 de julio de este nuevo año de
1833. Es más que probable que Manuela no haya tenido nada que
ver en ella; quizás contra su persona había, ante todo, una prevención
de origen antiguo, por más que no le faltaban ni energías ni arrojo a
la quiteña para imponerse en un momento dado.
El presidente Santander llegó a informase detalladamente
de todos los pormenores de la conjura; sorprendió a los gestores, y
diecisiete de ellos fueron ejecutados en la plaza principal de Bogotá.
El jefe de la revuelta, general Sardá, logró huir; pero, descubierto al
cabo de un año y traicionado por un compañero, se le asesinó
alevosamente.
Ante estos sucesos, el gobernador de Bogotá se fijó de
inmediato en Manuela Sáenz, a quien, el primero de enero del año
siguiente, ordenó el abandono definitivo del territorio de la nación,
con un plazo de trece días. El jefe político le extendió el pasaporte.
Probablemente, a la quiteña ya le quedaban muy contados recursos
económicos.
Los señores Cuervo (en la vida de su padre) cuentan:
“Pensando ella sin duda que no se atreverían a sacarle a la fuerza,
se finge enferma. El día fijado, a las tres de la tarde, el alcalde
155 TORO RUIZ, I. Más próceres de la Independencia: 343.
222

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
ordinario, acompañado de un alguacil, se presenta en su casa, y
dejando en la puerta de la calle diez soldados y ocho presidiarios,
penetra hasta la alcoba, a despecho de las voces y amenazas de las
negras, y la requiere que se vista y se ponga en camino. Ella,
incorporándose, toma sus pistolas y jura que matará al primero que
se le acerque. El alcalde se retira en busca de nuevas instrucciones,
y, reiterada la orden, vuelve. Quítanle las armas; métenla,
arropándola decentemente, en una silla de manos, y no siendo ya
hora de emprender viaje, los presidiarios la llevan al ‘Divorcio’, o
sea la cárcel de las mujeres, y encierran a las negras en sendos
calabozos”.
Ocho presidiarios y diez soldados, más el alcalde y el alguacil,
fueron necesarios para apresar a la quiteña y sus dos negras. Esto
prueba el prestigio de temple varonil que tenían. El haber utilizado
para este acto presidiarios revela claramente la intención que se
llevaba, en caso de que Manuela se hubiera resistido.
Al día siguiente, bien custodiada, fue conducida en silla de
manos hasta Funza, donde estaban preparados los caballos de
gobierno para la marcha. Es más que probable que partiera en
compañía de sus dos fieles negras, rumbo a Cartagena, donde debía
tomar el único barco que había, el cual zarpaba hacia Jamaica.
Hubiera deseado seguir viaje al Ecuador, su patria; pero el puerto
de Guayaquil encontrábase bloqueado por los revolucionarios de
nombre “chihuahuas”, presididos por el señor Vicente Rocafuerte,
quien se había sublevado contra el gobierno del general Flores y
pretendía expulsar del Ecuador a los venezolanos.
Entre los revolucionarios encontrábase el general José María
Sáenz, hermano de Manuela. Con varios compañeros había logrado
refugiarse en el sur de Colombia, donde organizó un contingente
armado, con voluntarios y mercenarios, y se lanzó con el señor
Ignacio Zaldumbide y sus hombres a la lucha. Eran en suma sesenta
hombres, que fueron recibidos en batalla por el general Martínez
Pallares, en Pesillo (entre Ibarra y Quito). La lucha fue corta. Las
escasas fuerzas de Sáenz y Zaldumbide quedaron derrotadas, y estos
dos jefes asesinados vilmente, ya terminado el combate, en
momentos en que enarbolaban bandera blanca. El ejecutor del
223

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
general Sáenz fue un teniente Cárdenas 156 . Esta noticia de la muerte
de su hermano más querido, compañero suyo en Lima y en otros
lugares, militar pundonoroso, siempre caballero con ella, debió de
recibirla Manuela ya en Jamaica.
Para la quiteña, esta isla y su capital, Kingston, no eran sitios
que estuviesen lejos de su corazón. Allá llegó Bolívar, derrotado y
optimista, galante y paupérrimo, en 1815 y trazó, con visión de
águila, los planes generales de la independencia de las zonas que
luego libertó... Allí escribió su memorable “Carta de Jamaica”, el
más visionario documento que saliera de la pluma de este genio. Y
allí también, como en la noche septembrina, pero en circunstancias
diferentes, guiadas por la casualidad, una mujer fue la ocasión para
que no asesinasen al caraqueño.
Todo esto conocía Manuela muy a fondo y sabía también
los nombres de los amigos con quienes Bolívar se carteaba de cuando
en cuando. Entre ellos estaba Maxwell Hyslop, quien fue en su
generosidad hasta conseguir que se enviase un barco, la fragata
Blanche, y un médico, el doctor Miguel Clare, para tratar de salvar la
vida del Libertador. Por desgracia, llegaron tarde, a fines de diciembre
de 1830.
Desde Kingston escribió Manuela una carta en extremo
expresiva al general Juan José Flores, presidente de su país:
224
Mayo 6 de 1834.
Señor: espero que ésta llegue a manos de usted por
ser de esta isla, pues de Bogotá escribí a usted muchas,
sin tener la más pequeña contestación: ya se ve, mi
mala letra es conocida, y dirigida a usted sería peor;
creerían que decía algo de política. Se habrán
desengañado. ¿Qué tengo yo que hacer con la política?
Yo amé al Libertador; muerto, lo venero, y por esto
estoy desterrada por Santander. Crea usted, mi amigo,
que le protesto con mi carácter franco que soy inocente,
menos en quitar del castillo de la plaza el retrato del
Libertador. Visto que nadie lo hacía, creí que era mi
deber y de esto no me arrepiento. Y suponiendo esto
156 Véanse la Enciclopedia Espasa y BARRERA, ISAAC. Rocafuerte.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
delito, ¿no hubo una ley de olvido, dada por la
Convención? ¿O me puso a mí fuera de esta ley? Dicen
también que mi casa era el punto de reunión de todos
los descontentos. General: crea usted que yo no vivía
en la Sabana para que hubiesen éstos cabido; a mí me
visitaban algunos amigos, mas yo omitía, por
innecesario, el preguntarles si estaban contentos o
descontentos. A más de esto, habrían dicho que era
una malcriada.
Sobre que tuve parte en El Santuario, señor, es una
tamaña calumnia: yo estuve en Guaduas, tres días de
Bogotá (y la acción fue en Funza, cerca de la capital), y
a más, picada por una culebra malsana dos veces. Si
hubiera estado bien, quién sabe si monto en mi caballo
y me voy de cuenta de genio y nada más, pues usted
no ignora que nada puede hacer una pobre mujer
como yo; pero Santander no piensa así; me da un
valor imaginario, dice que soy capaz de todo y se
engaña miserablemente. Lo que soy es un formidable
carácter, amiga de mis amigos y enemiga de mis
enemigos, y de nadie con la fuerza que de este ingrato
hombre. Pero ahora, que se tenga duro: existe en mi
poder su correspondencia particular al Libertador, y
yo estoy haciendo buen uso de ella. Mucho trabajo
me costó salvar todos los papeles del año de 30, y
esto es una propiedad mía, muy mía. Para no dejar
duda en los acontecimientos de atrás, yo invoco a
usted mismo en mi favor; usted sabe mi modo de
conducirme, y esta marcha llevaré hasta el sepulcro,
por más que me haya zaherido la calumnia. El tiempo
me justificará.
Ya he molestado a usted con mis quejas; ahora vamos
a otra cosa más molestosa: lo poco que poseo de mi
madre, señor, se lo debo al anhelo e interés que usted
tomó en el cobro y no es regular que yo carezca de
este socorro; pues salí de Quito el año 27, dejando
arrendada mi hacienda 157 en seiscientos pesos, pues
157 En la lista formada por la junta provisional de arbitrios para organizar la defensa del territorio
colombiano contra el Perú, se encuentra la siguiente contribución: “A Catahuango de la señora
Manuela Sáenz, 1 cabeza de ganado”.
225

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
226
los cincuenta los perdoné a Gómez. Señor: en todo
este tiempo no he visto medio; sólo he librado mil
pesos a favor de la señora Juana Torres, mas no sé si
recibió o no. Por más que escribo a don Pedro, no
me contesta. Desesperada, rogué al señor Modesto
Larrea que la venda, y dicho señor me dijo que era
malvenderla y resolví no hacerlo. A mi nadie me
escribe, y en parte hacen bien. Ya que usted me ve
sola en esta isla, abandonada de mi familia, creo que
la compasión, nuestra antigua amistad, harán que usted
me disculpe por llamar su atención con mis simplezas;
pero, señor, puede comisionar usted a cualquier
persona y ser servido, mientras a mí nadie me contesta
siquiera.
Siempre recuerdo con placer nuestra antigua amistad,
y en nombre de ella le pido me ocupe, y de aquí
deduciré que se acuerda de su amiga y reconocida,
MANUELA SÁENZ.
Equivoca adrede la época de su intento de suicidio, para
no aparecer derrotada ni en eso; reconoce que sabe hacer política,
por medio de la correspondencia; advierte su pobreza y se queja
de haber sido abandonada por los suyos.
Algo más de un año tuvo que quedarse Manuela en Jamaica,
sin que se sepa nada, en absoluto, de lo que pudo acaecerle en
este tiempo. Quizás no hubo nada interesante, excepto angustias
económicas y ese ir incesante de cartas que no le contestaban. Al
fin, en septiembre del año de 1835, se embarcó hacia su patria,
dispuesta a radicarse definitivamente en su ciudad natal.
Llegó a Guayaquil, desembarcó y se puso en seguida en
camino hacia el interior para dirigirse a Quito. Había coronado ya
la cordillera andina que separa las dos regiones del Ecuador y se
hallaba en Guaranda, lleno el corazón de esperanzas e ilusiones,
ansiosa de reposo al cabo de tan grande cúmulo de sufrimientos,
cuando el destino adverso que la perseguía se hizo presente por
medio del siguiente oficio procedente de Guayaquil:

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Estado del Ecuador. Corregimiento de Guayaquil.
Octubre 18 de 1835.
A la señora Manuela Sáenz:
Por el oficio que a usted acompaño, se hará cargo de
la orden que tengo para impedir a usted su marcha a
la ciudad de Quito y hacerla regresar del punto donde
sea usted encontrada. En esa virtud, sírvase usted
venir inmediatamente a este lugar, donde se halla un
edecán de S.E. esperándola para comunicarle las
órdenes que tiene. Dios guarde a usted,
El posta traía el famoso documento citado:
ANTONIO ROBELLI.
República del Ecuador.– Ministerio de Estado
–Sección Interior.– Palacio de Gobierno en Quito, a
14 de octubre de 1835.
A la señora Manuela Sáenz:
Con esta fecha digo a las autoridades del tránsito a
Guayaquil lo que a usted copio: “Acaba de saber el
presidente que la señora Manuela Sáenz, que ha
regresado de Jamaica a Guayaquil y se ha puesto en
camino para los pueblos del interior, ha protestado
hacer suya la causa de su hermano, el general Sáenz,
que murió en el año de 1834 combatiendo contra el
gobierno legítimo, sin perdonar sacrificio alguno
–por costoso que parezca– para satisfacer su
temeraria venganza. Aunque el presidente desprecia
semejantes especies, como eran de despreciarse en
circunstancias menos complicadas que las
precedentes, se ve obligado, en obsequio de la
tranquilidad pública, a prevenir diga a usted que hasta
tanto se consolide el orden que acaba de establecerse,
haga regresar a Guayaquil a la precitada señora
Manuela Sáenz, de donde quiera que esté, bien
entendido que el señor gobernador de aquella
provincia, a quien se comunican órdenes sobre este
particular, le impondrá el deber de salir del país a la
prontitud posible.
227

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
228
Invadidas las provincias de Guayaquil y Quito por
los derrotados de la Miñarica, que habían emigrado a
los pueblos del Perú y de la Nueva Granada, y no
siendo desconocido del gobierno el carácter de la
señora Sáenz y el buen resultado que tuvo a favor de
los revolucionarios del interior la parte demasiadamente
activa que por desgracia tomaron algunos señores en
los pasados trastornos, se hace preciso oponer vallas
insuperables a la fiebre revolucionaria y tomar cuantas
medidas de precaución aconseja la prudencia.
El presidente, que encarga la respectiva responsabilidad
en la observancia de esta disposición, espera que ella
será fiel y exactamente cumplida”.
Y lo transcribo a usted para su conocimiento, bien
entendido que ha sido sensible al señor presidente verse
forzado a tomar una providencia que no es, ni con
mucho, conforme con sus opiniones particulares.
Dios guarde a usted,
JOSÉ MIGUEL GONZÁLEZ.
¿Qué había pasado en el Ecuador después del asesinato del
general Sáenz? Los pueblos del norte, insurreccionados en airada
protesta, habían nombrado jefe supremo de la República, en contra
del general Flores y del señor Vicente Rocafuerte, que se le había
unido ya en Guayaquil, con evidente desprecio de la misma
revolución que él encabezaba y de los que le habían acompañado
en la empresa, al señor J. F. Valdivieso. El día 18 de enero se
encontraron cerca de Huachi, en Miñarica, los dos ejércitos, el de
Quito, con Valdivieso, y el de Guayaquil, con Flores y Rocafuerte,
en una contienda fratricida absurda. Triunfaron Flores y Rocafuerte.
El primero se encargó del castigo inmisericorde a los vencidos,
mientras el segundo, en Guayaquil, se preparaba para ejercer la
presidencia del país, ya que tal había sido el convenio para que
cesase la revolución de los “chihuahuas”. Olmedo, el gran poeta
que cantó las glorias de Bolívar en Junín, también empleó su musa,
con igual arrebato de entusiasmo, para exaltar el éxito de la batalla
de Miñarica, cuyo beneficiario, Rocafuerte, cerraba ahora las puertas
a la mujer que había significado tanto y tanto para el Libertador.

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Y no valía la excusa de que hubiese intranquilidad en la
nación. Desde el 8 de agosto se había posesionado el señor
Rocafuerte del mando, y la paz se había restablecido por completo,
a base de medidas enérgicas, dictatoriales, cumplidas a cabalidad y
casi siempre sugeridas por el general Flores, quien tenía el cargo de
general en jefe del ejército. “Detrás del nuevo presidente era
indiscutible el ejercicio del poder político y administrativo del
caudillo Flores” 158 . De manera que el verdadero autor de la expulsión
de Manuela era Flores, a quien ella tantas veces se había confiado,
y quien ocultaba razones para respetar a la vez que para temer.
Flores tuvo recelos de Manuela Sáenz; Rocafuerte carecía de
antecedentes para sentir iguales temores.
Manuela lo sabía. Por esto que la carta de contestación no la
dirigió a Rocafuerte, sino a Flores, con esa ironía sutilísima, pero a
la vez con el corazón despedazado. La arrojaban de su patria, como
a Bolívar, por el delito de haberse sacrificado por la libertad y por
hallarse a todas horas, como el Libertador, dispuesta a seguir en el
empeño contra los asesinos de ella. Era injusta, cruel, la expulsión.
Pero venía como culminación necesaria para que surgiese la
grandeza de un alma. Manuela contestó, como Bolívar, con el
renunciamiento total:
Guaranda, 19 de octubre de 1835. Al general Juan
José Flores:
Ayer salí para Cusuiche, y hoy he tenido que regresar
por obedecer a las órdenes del “gobierno”. Usted se
impondrá por la copia que le acompaño; en ella verá
que es dictada por un ebrio y escrita por un imbécil.
¿Hay razón para que esta canalla ponga por argumento
mi antigua conducta? Señor: mis hermanos mucho
me han hecho sufrir; ¡basta! Algún día sentirán haberme
mortificado, pues mi carácter y mi conducta me
justificarán. Yo presenté el pasaporte que usted tuvo
la bondad de darme; y apoyada en él, y lo que es más,
en mi inocencia, no contramarché sino por la fuerza.
Nadie me convencerá, pues mi resolución está
formada. Sólo que usted me diga: Manuela, usted
158 REYES, O. E. Breve historia general del Ecuador. T. II: 231.
229

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
230
cometió el gran delito de querer al L..., huya usted de
su patria, pierda usted gustosa lo poco que tiene, olvide
patria, amigos, parientes..., me verá usted obedecer
(con dolor); a lo menos seré dócil a usted, pero a
usted solo, y le dirá adiós su agradecida pero cuasi
desesperada amiga,
MANUELA.
Y, en efecto, a él sólo obedeció, y huyó de su patria, perdió
gustosa lo poco que tenía, olvidó a sus amigos y parientes. Pero no
se desesperó, porque había en su espíritu temple para todo.
¿A dónde iría? Se lo señaló el mismo gobernador de
Guayaquil: al puerto más cercano, hacia el sur. De este modo llegó
Manuela al pueblecito costeño de Paita en el norte del Perú. La
acompañaban sus dos fieles negras Nathán y Jonatás, el cofre de
sus cartas y documentos, y ese inmenso acervo de recuerdos que
luego serían traídos a la mente, día tras día, por mucho tiempo,
como en caravana de fulgencias idas.
La bahía se recuesta, desprendida de unos cerros amarillentos,
de un gris casi inhospitalario. Ni una mancha verde. Al pie de ellos,
la población, pequeña, de casas de madera tosca, con paredes, en
algunas, revocadas de barro, y en otras con agujeros para que circule
el viento, como en las canastas. Los techos, generalmente bajos; las
calles, polvorientas; el aseo, casi desconocido. “La sociedad de
familias con quienes relacionarse –dice Palma– era reducidísima.
En cambio, para el burdo marinero, Paita, con su barrio de Maintope,
habitado una puerta sí y otra también por proveedoras de
hospitalidad, era otro paraíso de Mahoma, complementado con los
nauseabundos guisotes de una fonda o cocinería”. El agua dulce es
artículo de lujo; las corrientes frías del mar le han quitado a la zona
el encanto y la fertilidad.
He aquí el albergue de la “reina de La Magdalena”: “Una
casa humilde, de un solo piso, muy baja, con techo de dos aguas y
una galería al exterior provista de una sencilla baranda de madera
sin talla alguna, como las pilastras, y tres dando acceso a una sala
grande” (A. Posse-Rivas).

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Las gentes, sencillas y buenas, hubieron de recibir a la
huéspeda con afecto e interés. Poco habrían sabido de ella; pero les
bastaba encontrar una mujer bella, inteligentísima, aristocrática en
los modales, imperiosa y noble, para respetarla.
Dos años más tarde –¡dos años de soledad tremenda, de
depresión, de tristeza desesperante!– recibió la noticia oficial de
que el congreso de su patria había autorizado su retorno, luego del
exilio. La comunicación era del mismo general Flores. Pero se irguió
entonces el orgullo de Manuela. Agradeció la gestión, mas mantuvo
su palabra; su determinación había sido tomada, y la llevaría hasta
el fin. “Soy un formidable carácter”.
Esta fue la contestación al general:
Mi sin par amigo:
¡Qué amable es usted y qué bueno con sus amigos!
Un terrible anatema del infierno, comunicado por
Rocafuerte, me tiene a mí lejos de mi patria y de
amigos como usted. Lo peor es que mi fallo está
tomado: no regresar al patrio suelo, pues usted sabe,
amigo mío, que es más fácil destruir una cosa que
hacerla de nuevo. Una orden me expatrió, pero el
salvoconducto no ha podido hacerme revivir a mis
caras afecciones: mi patria y mis amigos.
Ya que esto no me es posible, crea usted de un modo
cierto que de Paita o Lima siempre seré para usted la
Manuela que conoció en 22. Mucho me agrada la
tranquilidad del país, y nada me es más placentero que
la tranquilidad.
Cuando se está en presencia de documentos como éste, en
donde el patetismo del renunciamiento a la patria se junta con la
serenidad para decirlo, no se puede menos que reconocer que allí
actúa un espíritu superior, muy superior a las miserias de la
existencia. Ya no habla allí Manuela de sus parientes. Quizás pensaba
en ir a Lima, pero nunca a Quito. Tampoco Bolívar, de haber vivido,
habría vuelto a Caracas después de la expulsión que decretaron
contra él; tampoco San Martín volvió a Buenos Aires luego de su
destierro voluntario.
231

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
Sin embargo, había un hombre que todavía pensaba en ella:
su marido, el inglés Thorne. Desde Lima, sin atreverse a viajar, le
escribía con frecuencia, enviándole cantidades de dinero. “En sus
cartas –las de Thorne– habla con frecuencia de sumas de dinero
que le remitía, de trescientas y más onzas algunas veces, y siempre
quejándose de que ella no aceptaba sus regalos, y de que nunca le
pedía dinero”. La quiteña tenía dignidad y carácter aun para esto.
¿De qué vivía? De la preparación de dulces y pastas; del tejido de
encajes; de bordados; de lo mucho hogareño que le enseñó su madre
o que aprendió donde las monjas. La venta de todo esto le daba
para subsistir, aunque en medio de una impresionante pobreza.
Las gentes de Paita, al tomarle confianza, comenzaron a
pedirle que apadrinase niños en bautismo o confirmación. Nunca
rehusaba, a condición de que se les pusiese a los infantes el nombre
de Simón o de Simona.
También se entregó, con cariño, al cuidado de varios perros
que vivían en su casa, amante como fue siempre de los animales.
Pero esta vez puso a cada uno el nombre de generales, para seguir
mandándolos, para rechazarlos o tenerlos junto a sí, para obligarles
a echarse a sus pies o para castigarles. Este fue, sin duda, su mejor
recuerdo y su mayor venganza. Los generales Páez, Santana, Córdoba,
La Mar, Santa Cruz, Cedeño, Santander, estuvieron así
constantemente a su lado. Quizás a alguno o algunos de ellos tuvo
que fusilar por viejos o traicioneros.
232
* * *
Un día llegó a Paita la noticia de la muerte del doctor Thorne.
Este, “asociado con un señor Escobar, trabajaba en la hacienda de
Huayto, sobre cuya propiedad mantuvo ruidoso litigio con el coronel
don Justo Hercelles, que alegaba también derechos al fundo, como
parte de su herencia materna. Una tarde, de 1847, en que Thorne,
de bracero con una buena moza, que lo consolaba probablemente
de las ya rancias infidelidades de doña Manuela, paseaba por uno
de los callejones de la hacienda, se echaron sobre él tres
enmascarados y le dieron muerte a puñaladas. La voz pública acusó

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
a Hercelles de haber armado el brazo de los incógnitos asesinos”
(Palma).
¡Qué mala la suerte de este inglés! Pero también, ¡qué
empecinada generosidad y devoción hacia su mujer! En el
testamento declaró heredera universal de su cuantiosa fortuna a
Manuela. Y Manuela rechazó íntegramente la herencia, a pesar de
la pobreza en que vivía, porque también el empecinamiento de su
dignidad era grande. Sabía aceptar e imponerse las consecuencias
de sus actos. Jamás humilló su frente ante nadie.
Nunca más volvió a vestirse capitana, ni a usar pistolas, ni a
montar a caballo. La gordura comenzaba a apoderarse de su cuerpo
de ya cuarenta y cinco años de edad. Pero en las horas de descanso,
dentro del paréntesis impuesto a la diaria tarea de luchar por el pan
de cada día, en que tan excelentemente le ayudaban sus dos negras,
se entregaba de lleno a la lectura; placer que tomó en su hacienda,
cuando muy joven, en Quito. “Leía a Tácito y a Plutarco; estudiaba
la historia de la Península en el padre Mariana y la de América en
Solís y Garcilaso; era apasionada de Cervantes, y para ella no había
más allá de Cienfuegos, Quintana y Olmedo. Se sabía de coro el
Canto a Junín y parlamentos enteros del Pelayo. Una de sus lecturas
favoritas era la hermosa traducción poética de los Salmos por el
peruano Valdez”. Nada de frívolo ni de amatorio. Sólo la inquisición
en las profundidades de la épica, de la historia, de la vida heroica.
De cuando en cuando la visitan personajes. Un día tocó allí
el gran Garibaldi. “La dejé –escribe– verdaderamente conmovida;
ambos nos despedimos con los ojos humedecidos, presintiendo sin
duda que éste era nuestro postrer adiós sobre la tierra. Doña Manuela
Sáenz era la más graciosa y gentil matrona que yo hubiera visto”.
Había llegado enfermo, y fue atendido y curado por la quiteña en
persona, y en su modesta casa.
Un día de 1843 apareció por allí Simón Rodríguez, el maestro
de Bolívar. Estaba viejo, pero no vencido; los muchos años han
caído ya sobre sus hombros. Continúa, sin embargo, su propósito
de seguir enseñando, de pueblo en pueblo, sus doctrinas a los niños
y jóvenes. Es un irrevocable Rousseau tropical. De Cochabamba le
echaron hace tiempo porque las gentes clericales fueron tratadas
233

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
por él de ignorantes y brutas. Trae bajo el brazo un libro que publicó
con este título: El Libertador de la América del Sur y sus compañeros de
armas, defendidos por un amigo de la causa social. Y cuenta que cuando no le
hicieron caso como pedagogo, se ocupó en fabricar cerillas o en las
labores del campo. Entre sus muchas tragedias, llega hasta la casa de
Manuela con la de haber perdido en un incendio los manuscritos de un
nuevo libro. Acerca de esto solía decir: “Este incendio redujo a pavesas
el baúl que encerraba el dichoso porvenir del Nuevo Mundo” 159 .
Bien puede imaginarse lo que habrán hablado, pensado y sentido
estos dos seres que estuvieron tan cerca del corazón de Bolívar, tan
dentro de él. Días y días debieron de pasarse engolfados en recuerdos y
añoranzas. Detrás de ambos se extendía un vastísimo crepúsculo, final
de un día totalmente radioso. Ahora, comenzaba la noche, la noche
inevitable. Hasta en el cuerpo de Manuela habían aparecido ya los
dolores del reumatismo, a la vez que se ampliaba su obesidad.
Pero el viejo trotamundos tenía que seguir en su peregrinaje. Y
partió, solo como siempre, embebido en sus sueños, para años después
hundirse en la tumba en el pueblecillo de Amotape, no lejos de Paita
(1854).
Otra de las visitas recibidas por Manuela fue la de Adán Melgar,
quien escribió: “La conocí ya probablemente de sesenta años o más; y
deslumbrado por la aureola de su agitada vida, la visité repetidas veces,
durante la estadía en Paita de la nave en que servía de médico. Si esa
mujer hubiera sido francesa y amante de uno de los reyes, habría figurado
también en primer término. Recuerdo una frase suya: “Si el Libertador
hubiera nacido en Francia, decía, habría sido más grande que Napoleón.
Valía más; y lo afirmo porque conozco bien la sangrienta historia del
corso”.
Por este tiempo debió de adelantársele en la muerte una de sus
fieles negras: Nathán, porque cuando llegó a Paita Ricardo Palma, ya
no había sino una de las dos negras, la inseparable Jonatás.
He aquí lo que encontró Palma:
159 ANDRÉ, MARIUS. Op. cit.: 232.
234
Mi cicerone se detuvo a la puerta de una casa de humilde
apariencia. Los muebles de la sala no desdecían en

MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
pobreza. Un ancho sillón de cuero con rodaje y manizuela,
y vecino a éste un escaño de roble con cojines forrados
en lienzo; gran mesa cuadrada en el centro; una docena
de silletas de estera, de las que algunas pedían inmediato
reemplazo; en un extremo, tosco armario con platos y
útiles de comedor, y en el opuesto, una cómoda hamaca
de Guayaquil.
En el sillón de ruedas, y con la majestad de una reina,
estaba una anciana que me pareció representar sesenta
años a lo sumo. Vestía pobremente, pero con aseo, y
bien se adivinaba que ese cuerpo había usado en tiempos
gró, raso y terciopelo.
Era una señora abundante de carnes, ojos negros y
animadísimos, en los que parecía reconcentrado el resto
de fuego vital que aún le quedaba, cara redonda y mano
aristocrática.
–Mi señora doña Manuela –dijo mi acompañante–,
presento a usted a este joven marino y poeta, porque sé
que tendrá usted gusto en hablar con él de versos.
–Sea usted, señor poeta, bienvenido a esta su pobre casa,
contestó la anciana, dirigiéndose a mí con un tono tal de
distinción, que me hizo presentir a la dama que había
vivido en alta esfera social.
Y con un ademán lleno de cortesana naturalidad me
brindó asiento.
Nuestra conversación en esta tarde fue estrictamente
ceremoniosa. En el acento de la señora había algo de la
mujer superior, acostumbrada al mando y a hacer imperar
su voluntad. Era un perfecto tipo de mujer altiva. Su
palabra era fácil, concreta y nada presuntuosa,
dominando en ella la ironía.
Desde aquella tarde encontré en Paita un atractivo, y
nunca fui a tierra sin pasar una hora de plática con
doña Manuela Sáenz. Recuerdo también que siempre
me agasajaba con dulces hechos por ella misma, en un
braserito de hierro que hacía colocar cerca del sillón.
La pobre señora se encontraba tullida. Una fiel criada
la vestía y desnudaba, la sentaba en el sillón de ruedas
y la conducía a la salita.
235

ALFONSO RUMAZO GONZÁLEZ
236
Cuando yo llevaba la conversación al terreno de las
reminiscencias históricas, cuando pretendía obtener de
doña Manuela confidencias sobre Bolívar y Sucre, San
Martín y Monteagudo, u otros personajes a quienes
ella había conocido y tratado con llaneza, rehuía la
respuesta hábilmente. No eran de su agrado las
miradas retrospectivas, y aún sospecho que obedecía
a calculado propósito el evitar toda charla sobre el
pasado.
Quizás después de estas visitas de Palma entró al servicio
de Manuela una negra joven, apodada “La Morito”, que aún en
1923 vivía en Paita. ¿Tal vez había fallecido también Jonatás, o se
había hecho necesaria la presencia de esta nueva sirvienta por
enfermedad de la negra sesentona? Nada se sabe, pero se presume
por este dato que un nuevo dolor íntimo se clavó en el corazón de
la quiteña 160 . Asimismo fue admitida otra sirvienta negra: Juana Rosa.
De cuando en cuando escribía alguna carta a un colaborador
de Bolívar, don Juan García del Río, residente en Chile, o hacía
confidencias a muy escogidos visitantes, como don Carlos Holguín.
Pero a través de todo esto, lo que surgía a marcha acompasada era
la figura de la muerte.
Era noviembre de 1856. Se cumplían para Manuela veintiún
años de destierro. Bajan de un barco un marino enfermo; su mal es
contagioso: ¡la difteria! Salta de una persona a otra, de una casa a
otra casa. Y empieza la muerte a segar aquí, allá, más allá. Las gentes
se defienden como pueden; al fin, caen. Única recomendación: aislar
a los enfermos. Pero, ¿cómo, dónde, en una población tan pequeña?
Otra recomendación para después del deceso: quemar todas las
pertenencias de la víctima.
Avanza el mal, casi galopando. ¿A dónde va? Sin rumbo.
Pero, al paso, penetra a la casita de Manuela y sus negras, y da ahí el
zarpazo. Cae primero Juana Rosa, que no tenía sino poco tiempo de
servicio en casa de la Libertadora. ¿Después?... El golpe mortal fue
rápido para Manuela. Alta temperatura, dolor horrible en la garganta,
160 En 1923 visitó a “La Morito”, el escritor peruano Luis Alberto Sánchez.

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incapacidad para respirar, hasta que el día 23, a las seis de la tarde
¡todo quedó consumado! 161 La difteria apagó esta vida, por asfixia,
como la tisis ahogó la existencia de Bolívar, también por asfixia.
Cerca de San Pedro Alejandrino rumoraban las olas del Atlántico;
aquí las del Pacífico, en grandiosa salmodia fúnebre. Allá y aquí la
proscripción, las ingratitudes, el olvido, la pobreza. Pero también la
gloria, y con ella una radiosa inmortalidad.
Los restos del Libertador fueron llevados con reverencia
hasta el gran mausoleo que se le tenía preparado en Caracas; los de
Manuela cayeron en la fosa común, cuando las autoridades de Paita
trasladaron más tarde el cementerio de un lugar a otro. Y hasta el
cofre que contenía las cartas y los documentos que la Libertadora
había guardado con tan grande celo fueron quemados, junto con
los pobres vestidos, para evitar el contagio de la infección diftérica.
La muerte se cebó en la agonía y en los despojos de esta
mujer extraordinaria, como si hubiese querido acrisolarla
definitivamente, a fin de que ocupase con totalidad de derecho el
sitio admirativo que le corresponde y en el cual se encuentra.
161 El general venezolano ANTONIO DE LA GUERRA, que se encontraba refugiado en Paita
por circunstancias políticas, escribió a su esposa en Lima, dándole la noticia de la muerte de
Manuela: “Paita, diciembre 5 de 1856. Amadísima Pepa: ...El 23 del pasado, a las seis de la tarde,
dejó de existir nuestra amiga doña Manuela Sáenz, y tres días antes enterraron a su sirvienta Juana
Rosa; ambas fallecieron de la abominable e infernal enfermedad de la garganta”.
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MANUELA SÁENZ LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR (Biografía)
Índice
Preliminar (de la primera edición, en 1944) ................................. 5
Prólogo a la novena edición ......................................................... 7
Primera Parte
IMPRESIONES DE LA NIÑEZ .................................... 15
Segunda Parte
UNA CABALLERESA DEL SOL .................................. 63
Tercera Parte
DE PICHINCHA A AYACUCHO .................................. 99
Cuarta Parte
LA REINA DE LA MAGDALENA ............................. 149
Quinta Parte
LA LIBERTADORA DEL LIBERTADOR .................. 179
Sexta Parte
DRAMÁTICA PEREGRINACIÓN Y MUERTE ......... 219
Bibliografía ................................................................................ 239
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