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patriarcal, pero en las que, a pesar de todo, se significa la
autoridad científica femenina, si las leemos con otros ojos,
si buscamos el saber de las mujeres en las formas en que
la sociedad en que se produjo lo reconoció (Cabré, 1995).
Así pues, al igual que sucede cuando recurrimos a textos
científicos escritos por las propias mujeres - ,entre los
que, desde la óptica de un orden simbólico materno, no
se incluirían únicamente los «grandes» tratados médicos
sino también, por ejemplo, manuales domésticos que com­
pilan recetas de belleza o de cocina o a pasajes en los
que un autor o autora reconoce explícitamente a otra mujer
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o un grupo de mujeres un conocimiento determinado,'
las fuentes inquisitoriales acaban registrando, seguramente
muy a su pesar por la hostilidad manifiesta hacia las bru­
jas y hechiceras, los saberes de éstas, que quedan plasma­
dos junto al resto de sentimientos y situaciones envi­
dias, rencillas, intolerancia, etcétera que también desti­
lan las denuncias.
Aunque los primeros registros hasta ahora localiza­
dos con información acerca de los conocimientos médi­
cos de las mujeres en Colima se remontan a las últimas
décadas del siglo XVI y aparecen esporádicamente a lo
largo de los tres siglos de la Colonia, el documento más
rico con que se cuenta al respecto, y que constituye la
materia prima de este texto, proviene de una serie de de­
nuncias más de un centenar presentadas ante el Tri­
bunal del Santo Oficio de la Villa de Colima entre el 12
7 Como la atribución a Trótula, por parte de algunos autores médicos medievales, de un
compendio de textos de medicina de las mujeres.
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