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MOSÉN PEDRO DE BENJAMÍN JARNÉS RAFAEL BARRADAS

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UNA BREVÍSIMA NOTA ESTILÍSTICA<br />

Mosén Pedro está escrita y publicada en un momento histórico<br />

donde se asistía a la resaca modernista, el postromanticismo daba<br />

sus últimos aleteos y las vanguardias iniciaban una nueva escalada<br />

tras el parón de la Gran Guerra. En la literatura europea en español,<br />

sin embargo, aún tímidamente aperturista a las modas de<br />

más al norte, se seguiría cultivando, en determinados sectores (la<br />

producción abiertamente cristiana), una narrativa oscilante entre<br />

esas dos tendencias predominantes: por un lado, la veleidad<br />

modernista en la elección del léxico y la forma; por otro, el poso<br />

y la mostración claramente postromántica como sinónimo de<br />

hondura, casi como la única manera de abrirse a los sentimientos.<br />

Mosén Pedro evoluciona entre estas dos líneas maestras con un<br />

cierto eclecticismo. Sus mayores logros se dan, es evidente, en<br />

aquellos momentos donde la estética modernista, de preciosismo,<br />

se apodera del texto. Ello siempre (o casi siempre) tiene<br />

lugar en las descripciones, cosa que establece un mayor contraste<br />

con el resto de la opción estilística del libro. Así, el primer capítulo,<br />

ya antes citado, no sólo es provechoso para la dilucidación<br />

de la forma y género de Mosén Pedro, sino por encontrarse esos<br />

varios registros de lenguaje (el modernista, el postromántico y el<br />

conversacional) que regirán las páginas de Mosén Pedro.<br />

Así, por ejemplo, tras el tono didáctico y directo de estas líneas:<br />

Las buenas historias hay que contarlas en crudo. Lo muy substancioso<br />

no necesita de tantos refinados condimentos. Acaso un poco de sal…<br />

Porque sabido es que las obras nada valen sin la gracia… Tampoco, claro<br />

está, las obras literarias… (p. 9), hallaremos la descripción del castillo<br />

situado a las afueras del pueblo del narrador. Ésta supone un<br />

contraste radical con los párrafos anteriores, valiéndose de una<br />

exuberante imaginería: Eran cuatro altos paredones, rasgados por<br />

enormes heridas que vendaban magníficos tapices de hiedra… Todos los<br />

veranos se coronaba el torreón de penachos de flores azules, desmelenados<br />

al viento (p. 11).Y el capítulo acaba con este toque heredero del<br />

XLV<br />

PANORÁMICA SOBRE <strong>MOSÉN</strong> <strong>PEDRO</strong>

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