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Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia - Patricio Lepe Carrión

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120 MIL MESETAS<br />

porcionar significante al centro para vencer la entropía característica del sistema,<br />

para que nuevos círculos se dñaten o para que los antiguos sean realimentados. Se<br />

necesita, pues, un mecanismo secundario al servicio de la significancia: la iníerpretancia<br />

o la interpretación. Ahora, el significado adquiere una nueva figura: deja de<br />

ser ese continuum amorfo, dado sin ser conocido, en el que la red de los signos<br />

lanzaba su maUa. A un signo o a un grupo de signos se hará corresponder una<br />

porción de significado determinado como conforme y, por tanto, conocible. Al eje<br />

sintagmático del signo que remite al signo se añade un eje paradigmático en el que<br />

el signo así formalizado se labra un sigificado conforme (así pues, una vez más, se<br />

hace abstracción del contenido, pero de una nueva forma). El sacerdote interpretativo,<br />

el adivino, es uno de los burócratas del dios-déspota. Surge así un nuevo<br />

aspecto de la trampa, la trampa del sacerdote: la interpretación se prolonga hasta<br />

el infinito, y nunca encuentra nada que hiterpretar que no sea ya de por sí una<br />

interpretación. Como consecuencia, el significado no cesa de restituh significante,<br />

de recargarlo o de producirlo. La forma procede siempre del significante. El significado<br />

último es, pues, el significante en su redundancia o su "excendente". Es totalmente<br />

inútil pretender superar la interpretación e incluso la comunicación por<br />

la producción de significante, puesto que la comunicación de la mterpretación<br />

siempre sirve para reproducir y producir significante. Por supuesto, así no se<br />

puede renovar la noción de producción. Ese ha sido el descubrimiento de los sacerdotes<br />

psicoanahstas (aunque todos los demás sacerdotes y todos los demás adivinos<br />

ya lo habían hecho en su tiempo): la mterpretación debía estar sometida a la<br />

significancia, hasta el extremo de que el significante no producía ningún significado<br />

sin que el significado no produjese a su vez un significante. En efecto, en última<br />

instancia, ya no hay nada que interpretar, puesto que la mejor mterpretación,<br />

la más aplastante, la más radical, es el silencio eminentemente significativo. Es<br />

bien conocido que el psicoanaUsta ya lü siquiera habla, y que de esa forma todavía<br />

interpreta más, o, mejor todavía, da a interpretar al sujeto que salta de un círculo<br />

del mfiemo al otro. En verdad, significancia e interpretosis son las dos enfermedades<br />

de la tierra o de la piel, es decir, del hombre, la neurosis de base.<br />

Del centro de significancia, del Significante en persona, poco hay que deck,<br />

puesto que es pura abstracción tanto como principio puro, es dech, nada. Carencia<br />

o exceso, que más da. Da igual decir que el signo remite al signo hasta el infinito,<br />

o que el conjunto infinito de los signos remite a un significante mayor. Ahora<br />

bien, esa pura redundancia formal del significante ni siquiera podría ser pensada<br />

sin una sustancia de expresión particular para la que hay que encontrar un nombre:<br />

la rostridad (visageité). No sólo el lenguaje va siempre unido a rasgos de rostridad,<br />

sino que el rostió cristaliza el conjunto de las redundancias, emite y recibe,<br />

sueha y vuelve a captar los signos significantes. El rostro ya es de por sí todo un<br />

cuerpo: es como el cuerpo del centro de significancia, al que se aferran todos los<br />

signos desterritoriahzados, y señala el límite de su desterritorialización. La voz sale<br />

del rostro; por eso, cualquiera que sea la ünportancia fundamental de una máquma<br />

de escritura en la burocracia imperial, lo escrito conserva un carácter oral, no fibresco.<br />

El rostió es el Icono característico del régimen significante, la reterritoriaüzación<br />

intrínseca al sistema. El significante se reterritoriaUza en el rostro. El ros-<br />

SOBRE ALGUNOS REGIMENES DE SIGNOS 121<br />

tro proporciona la sustancia del significante, da a interpretar, y cambia, cambia de<br />

rasgos cuando la interpretación vuelve a proporcionar significante a su sustancia.<br />

¡Vaya, ha cambiado de cara! El significante siempre está rostrificado. La rostridad<br />

reina materialmente sobre todo ese conjunto de significancias y de interpretaciones<br />

(los psicólogos han escrito mucho sobre las relaciones del bebé con el rostro<br />

de la madre, y los sociólogos, sobre el papel del rosto en los mass-media o en la<br />

pubhcidad). El dios-déspota nunca ha ocultado su rostro, al contrario: se fabrica<br />

uno e incluso varios. La máscara no oculta el rostro, es rostro. El sacerdote manipula<br />

el rostro del dios. Todo es púbUco en el déspota, y todo lo que es púbUco lo<br />

es gracias al rostro. La mentka, la trampa, forman parte fundamentalmente del<br />

régimen significante, pero no el secreto Y a la mversa, cuando el rostro se desdibuja,<br />

cuando los rasgos de rostridad desaparecen, podemos estar seguros de que<br />

hemos entrado en otro régimen, en otras zonas infinitamente más silenciosas e imperceptibles<br />

en las que se producen devenires-animales, devenires-moleculares<br />

subterráneos, desterritoriahzaciones nocturnas que desbordan los límites del sistema<br />

significante. El déspota o el dios exhibe su rostro solar que es todo su<br />

cuerpo, como cuerpo del significante. Me miró de forma extiaña, frunció el ceño,<br />

¿qué he hecho yo para que cambie de cara? Estoy ante su foto, diríase que me<br />

mira... Vigilancia del rosro, decía Strinberg, sobrecodificación del significante,<br />

irradiación en todos los sentidos, omnipresencia ilocahzada.<br />

Por último, el rostro, o el cuerpo del déspota o del dios, tiene como un contracuerpo:<br />

el cuerpo del torturado, o, mejor aún, del excluido. Que esos dos cuerpos<br />

comunican, no cabe duda, puesto que puede perfectamente suceder que el cuerpo<br />

del déspota se vea sometido a pruebas de humillación e incluso de tortura, o de<br />

exüio y de exclusión. "En el otro polo, podríamos supuestamente situar el cuerpo<br />

del condenado; también él tiene su estatuto jurídico, suscita su ceremonial (...),<br />

pero no para justificar el máximo de poder que afectaba a la persona del soberano,<br />

sino para codificar el mínimo de poder con el que están marcados los que<br />

son sometidos a un castigo. En la región más obscura del campo pohtico, el condenado<br />

dibuja la figura sünétrica e invertida del rey" ^. El torturado es fundamentahnente<br />

aquel que pierde su rostro, y que entra en un devenir animal, en un devenir-molecular<br />

cuyas cenizas se arrojan al viento. Pero diríase que el martirizado<br />

no es en modo alguno el último término, sino, al contrario, el primer paso antes de<br />

la exclusión. Edipo, al menos, lo había entendido. Se infringe un castigo, se saca<br />

los ojos, y luego se va. El rito, el devenir-animal del chivo expiatorio lo muestia<br />

perfectamente: un primer chivo expiatorio es sacrificado, pero un segudo chivo es<br />

expulsado, enviado al árido desierto. En el régimen significante, el chivo expiatorio<br />

representa una nueva forma de recuperación de la entropía para el sistema de<br />

los signos: se le adjudica todo lo que es "malo" en un período determinado, es decu,<br />

todo lo que ha resistido a los signos significantes, todo lo que ha escapado a las<br />

constantes referencias del signo al signo a través de los diferentes círculos; también<br />

asume todo aquello que no ha sabido recargar al significante en su centro;<br />

arrastra, además, todo lo que desborda el círculo más exterior. Por último y sobre<br />

todo, encama la línea de fuga que el régimen significante no puede soportar, es<br />

decir, una desterritorialización absoluta que ese régknen debe bloquear o que sólo

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