Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia - Patricio Lepe Carrión
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362 MIL MESETAS<br />
una traición a las leyes de la guerra tal como son instituidas por el Estado)^. El<br />
guerrero está en la situación de traicionarlo todo, incluida la función militar, o de<br />
no entender nada. Algunos historiadores, burgueses o soviéticos, siguen esta tradición<br />
negativa y explican que Gengis Khan no entiende nada: "no entiende" el fe- :<br />
nómeno estatal, "no entiende" el fenómeno urbano. Decir eso es muy fácil, pues<br />
la exterioridad de la máquina de guerra respecto al aparato de Estado aparece en<br />
todas partes, pero sigue siendo difícil de pensar. No basta con afirmar que la<br />
máquina es exterior al aparato, hay que Uegar a pensar la máquina de guerra<br />
como algo que es una pura forma de exterioridad, mientras que el aparato de Estado<br />
constituye la forma de interioridad que habitualmente tomamos como modelo,<br />
o según la cual pensamos habitualmente. Pero todo se compüca, pues la potencia<br />
extrínseca de la máquina de guerra tiende, en determinadas circunstancias,<br />
a confundirse con una u otra de las cabezas del aparato de estado. Unas veces se<br />
confunde con la violencia mágica de Estado, otras con la institución miUtar de Estado.<br />
Por ejemplo, la máquina de guerra inventa la velocidad y el secreto, sin embargo,<br />
hay una determinada velocidad y un determinado secreto que pertenecen<br />
al Estado, relativamente, secundariamente. Existe, pues, el gran riesgo de identificar<br />
la relación estructural entre los dos polos de la soberanía poHtica, y la relación<br />
dinámica del conjimto de esos dos polos con la potencia de guerra. Dumézil cita la<br />
genealogía de los reyes de Roma: la relación Rómulo-Numa que se reproduce a lo<br />
largo de una serie, con variantes y alternancia entre los dos tipos de soberanos<br />
igualmente legítimos; pero también la relación con un "mal rey", Tulo HostUio,<br />
Tarquino el Soberbio, la irrupción del guerrero como personaje inquietante, ilegítimo.<br />
También se podrían invocar los reyes de Shakespeare: ni siquiera la violencia,<br />
las muertes y las perversiones impiden que la genealogía de Estado forme<br />
"buenos" reyes; pero aparece im personaje inquietante, Ricardo III, que desde el<br />
principio ammcia su intención de reinventar una máquina de guerra y de imponer<br />
su hnea (deforme, pérfido y traidor, invoca un "objetivo secreto", que no tiene<br />
nada que ver con la conquista del poder de Estado, y otra relación con las mujeres).<br />
En resumen, cada vez que se confimde la irrupción de la potencia de guerra<br />
con la genealogía de dominación de Estado, todo se vuelve confuso, y la máquina<br />
de guerra ya sólo se puede comprender bajo la forma de lo negativo, puesto que<br />
no se deja subsistir nada exterior al propio Estado. Pero, situada de nuevo en su<br />
medio de exterioridad, la máquina de guerra presenta otro tipo, otra naturaleza,<br />
otro origen. Diríase que se instala entre las dos cabezas del Estado, entre las dos<br />
articulaciones, y que es necesaría para pasar de la una a la otra. Ahora bien, "entre"<br />
las dos, afirma en el instante, incluso efímero, incluso fulgurante, su irreductibiüdad.<br />
El Estado no tiene de por sí maquina de guerra; sólo se apropiará de ella<br />
bajo la forma de institución miütar, y ésta no cesará de plantearle problemas. De<br />
ahí la desconfianza de los Estados frente a la institución militar, en tanto que procede<br />
de ima máquma de guerra extrínseca. Clausewitz presiente esta situación general<br />
cuando trata el flujo de guerra absoluta como una Idea, que los Estados hacen<br />
suya parcialmente según las necesidades de su pofitica, y con relación a la cual<br />
son más o menos buenos "conductores".<br />
TRATADO DE NOMADOLOGÍA: LA MÁQUINA DE GUERRA 363<br />
Atrapado entre los dos polos de la soberanía política, el hombre de guerra<br />
aparece desfasado, condenado, sin futuro, reducido a su propio furor que vuelve<br />
contra sí mismo. Los descendientes de Heracles, Aquiles, y luego Ajax, todavía<br />
poseen fuerzas suficientes para afirmar su independencia frente a Agamenón, el<br />
hombre del viejo Estado, pero no pueden nada frente a Ulises, el hombre del naciente<br />
Estado moderno, el primer hombre de Estado moderno. UUses heredará las<br />
armas de Aquiles, para modificar su uso, someterlas al derecho de Estado, no<br />
Ajax, condenado por la diosa a la que ha desafiado, contra la que ha pecado^. Nadie<br />
mejor que Kleist ha mostrado esta situación del hombre de guerra, a la vez excéntríco<br />
y condenado. Pues, en Pentesilea, Aquiles ya está separado de su poder:<br />
la máquina ha pasado al campo de las Amazonas, pueblo-mujer sin Estado, en el<br />
que la justicia, la religión, los amores están organizados según un modelo exclusivamente<br />
guerrero. Descendientes de los escitas, las Amazonas surgen como el<br />
rayo, "entre" los dos Estados, el griego y el troyano. Lo arrasan todo a su paso.<br />
Aquiles se encuentra ante su doble, Pentesilea. Y en su ambigua lucha, Aquiles no<br />
puede evitar abrazar la máquina de guerra o amar a Pentesilea, así pues, traicionar<br />
a la vez a Agamenón y a UUses. Y sin embargo, ya pertenece suficientemente al<br />
Estado griego para que Pentesüea, por su parte, no pueda entrar con él en la relación<br />
pasional de la guerra sin traicionar la ley colectiva de su pueblo, esa ley de<br />
manada que prohibe "elegir" al enemigo, y entrar en enfremamientos directos o<br />
en distinciones binarias.<br />
Kleist, a lo largo de toda su obra, no deja de alabar las excelencias de una máquina<br />
de guerra, y la opone al aparato de Estado en un combate perdido de antemano.<br />
Arminius anuncia sin duda una máquina de guerra germánica que rompe<br />
con el orden hnperial de las aUanzas y de los ejércitos, y se levanta definitivamente<br />
contra el Estado romano. Pero el principe de Hamburgo ya sólo vive en un sueño,<br />
y está condenado por haber obtenido la victoria desobedeciendo la ley de Estado.<br />
En cuanto a Kohlhaas, su máquina de guerra ya sólo puede ser de bandidaje.<br />
¿Cuando triunfa el Estado, el destino de esa máquina es caer en la alternativa: o<br />
bien no ser más que el órgano militar y disciplinado del aparato de Estado, o bien<br />
volverse contra sí misma, y devenir una máquma de suicidio a dúo, para un hombre<br />
y una mujer soUtarios? Goethe y Hegel, pensadores de Estado, ven en Kleist a<br />
un monstruo, y Kleist ha perdido de antemano. Sin embargo, ¿por qué la más extraña<br />
modernidad está de su lado? Porque los elementos de su obra son el secreto,<br />
la velocidad y el afecto ^. En Kleist, el secreto ya no es un contenido considerado<br />
en una forma de mterioridad, al contrario, deviene forma, y se identifica con la<br />
forma de exterioridad siempre fuera de sí misma. De igual modo, los sentimientos<br />
son arrancados de la interioridad de un "sujeto" para ser violentamente proyectados<br />
en un medio de pura exterioridad que les comunica una velocidad inimaginable,<br />
una fuerza de catapulta: amor u odio, ya no son en absoluto sentimientos,<br />
sino afectos. Y esos afectos son otros tantos devenir-mujer, devenir-animal del<br />
guerrero (el oso, las perras). Los afectos atraviesan el cuerpo como flechas, son<br />
armas de guerra. Velocidad de desterritoriaUzación del afecto. Incluso los sueños<br />
(el del príncipe de Hamburgo, el de Pentesüea) son exteriorizados, mediante un<br />
sistema de relevos y de conexiones, de encadenamientos extrínsecos que pertene-