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12 Antonio Blanch
nalmente sus propias necesidades o intereses, baja su guardia
y se rinde, es decir, cede su existencia ante esa otra existencia
que le afecta totalmente. Naturalmente, nos referimos a aquella
experiencia religiosa realizada sin prevenciones o, dicho
positivamente, realizada por un sujeto dotado de una esencial
aptitud para la adoración. Si no se diera esta actitud previa,
no tendría lugar una verdadera experiencia religiosa, corno
tampoco se dará una experiencia estética sin la adecuada predisposición
para ella.
Junto con esta primera reacciónde acatamiento, el sujeto
experimenta ante lo sagrado la honda sensaciónde sentirse
sustentado y,en cierto modo, realizado por esa misma presencia
que parecía al principio abrumadora. Corno afectado en lo
más radical de su persona, el sujeto religioso descubre, en el
hecho mismo de su sometimiento existencial,la recuperación
de su ser más íntimo, reconfortado en su misma fragilidad. Y
esa reintegración potenciada de su existencia es lo que suele
entendersecornosalvaciónen sentidoreligioso.Asíla síntesis
sujeto-objeto, que es toda experiencia profunda, se vive
religiosamente corno un movimiento de doble dirección, de
adoración y entrega, por un lado, y de seguridad agraciada,
por otro. Se diría que el ser individual más que acoger al ser
supremo se sintiera existencialrnenteacogido por él. La experiencia
religiosa entonces sería una síntesis vital, sin duda la
más profunda del hombre, de lo trascendente en lo inmanente.
Que estas experiencias-cumbreunos las llamen nirvana, o plenitud
cósmica,o resurrección,no importa para nuestro estudio;
lo que directamente interesa es que captemos lo esencial del
hecho religioso,vivido subjetivamente.
Hay todavía dos rasgos determinantes de esta experiencia
religiosa, que conviene recordar aquí. El primero es la
gran fuerza integradora que actúa en ellas.Precisamente por-