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Despiertos en la lluvia ED01_11287.indd - Aula Avatares

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56<br />

CARMEN FLORENTÍN CABRERA<br />

LA MUJER DE LOS MIEDOS<br />

Siempre me gustaba ver pasar a Jacinta Cabrera, ese andar de pasitos<br />

cortos pero rápidos me hacían recordar el correr de <strong>la</strong>s gallinas de mi tía Pepa,<br />

pero también me g<strong>en</strong>eraba lástima, su cara d<strong>en</strong>otaba una angustia antigua de<br />

<strong>la</strong> cual no podía despr<strong>en</strong>derse me intrigaba saber ¿a qué le t<strong>en</strong>dría miedo?<br />

De los cuchicheos del mercado me <strong>en</strong>teré que su padre había muerto <strong>en</strong><br />

circunstancias extrañas antes de que el<strong>la</strong> naciera, pero lo más raro fue ver<br />

salir del hospital a su madre t<strong>en</strong>i<strong>en</strong>do a Jacinta <strong>en</strong> sus brazos junto con un<br />

apuesto caballero de apellido Cabrera, cuando <strong>en</strong> realidad el apellido paterno<br />

era Reynoso. De <strong>la</strong> nueva re<strong>la</strong>ción de su madre hubo muchas especu<strong>la</strong>ciones<br />

desde maltrato hasta… no quiero referirme a eso como lo l<strong>la</strong>maban <strong>la</strong>s viejas<br />

chismosas. Sé que tuvo un festejante que <strong>la</strong> pret<strong>en</strong>día pero su <strong>en</strong>vidiosa madre<br />

llegó a decir, si yo no fui feliz el<strong>la</strong> tampoco lo será y fue así que dispuso su<br />

futuro con un primo lejano, al cual conoció el mismo día del casami<strong>en</strong>to, me<br />

contaron que sus huesudas piernas no paraban de temb<strong>la</strong>r <strong>en</strong> el altar y que de<br />

vuelta de <strong>la</strong> luna de miel no salió de su casa por un mes.<br />

Las ma<strong>la</strong>s l<strong>en</strong>guas también insinuaban que para salir un rato del infi erno<br />

<strong>en</strong> que vivía, se <strong>en</strong>redó con un peón de <strong>la</strong> estancia de su tía y que al parir su<br />

primer hijo eran dos gotas de agua. Un día no aguanté más y <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mé Jacinta,<br />

pero parecía que no escuchaba. Volví a gritarle, de golpe paró sus pasitos<br />

apurados y mirándome fi jo me dijo ¿qué querés preguntarme? –¿a qué le t<strong>en</strong>és<br />

miedo?, al amor, me contestó –¿por qué vas siempre apurando tus pasos? nada,<br />

siguió caminando –¿<strong>en</strong> qué puedo ayudarte le grité? –¿por qué miras al piso al<br />

caminar?, para no verlo y ahora ya es tarde los verdaderos hombres no esperan<br />

veinte años para preguntarte ¿<strong>en</strong> qué puedo ayudarte? y de lejos <strong>la</strong> vi caminar<br />

ya despacio sin prisa y mirando al fr<strong>en</strong>te.<br />

LOS QUINOTOS FUERON A LA FIESTA<br />

La cocina se inundó de ese aroma meloso, dulce y ácido que <strong>la</strong>rgan los<br />

quinotos, el almíbar hervía con tanta ebullición, que parecía superar a un<br />

volcán. La cacero<strong>la</strong> de aluminio se veía pegajosa, difícil luego de <strong>la</strong>var<strong>la</strong>, pero<br />

cont<strong>en</strong>ía <strong>en</strong> el<strong>la</strong> los mejores quinotos <strong>en</strong> almíbar, que darían el toque fi nal a<br />

esa esperada y hermosa fi esta: El Día del Amigo, festejo que debería incluir<br />

solo a aquellos que nuestro corazón haya seña<strong>la</strong>do.

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