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Despiertos en la lluvia ED01_11287.indd - Aula Avatares

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30<br />

DOLORES FERNÁNDEZ<br />

LOS BENEFICIOS DE LAS NOCHES SIN LUNA<br />

Moroii apreciaba los b<strong>en</strong>efi cios de <strong>la</strong>s noches si luna. Los pasillos <strong>en</strong><br />

p<strong>en</strong>umbra, <strong>la</strong>s sombras del jardín. Cuando <strong>la</strong> familia se reunía a char<strong>la</strong>r o<br />

escuchar música, el<strong>la</strong> dejaba sus muñecas y bajaba sil<strong>en</strong>ciosam<strong>en</strong>te <strong>la</strong>s escaleras<br />

para internarse <strong>en</strong> los s<strong>en</strong>deros. Le deleitaba asustar al perro viejo que<br />

dormía bajo el olmo. Cuando le aburrió ese juego, persiguió a los gatos que<br />

dormitaban <strong>en</strong> los almohadones de satén. Los hacía girar <strong>en</strong> el aire y luego los<br />

soltaba <strong>en</strong> <strong>la</strong>s jau<strong>la</strong>s de los pájaros, debilidad de su madre, pequeños paraísos<br />

<strong>en</strong>rejados. La familia, asustada, ord<strong>en</strong>ó colocar faroles alrededor de <strong>la</strong> casa.<br />

Sin explicarse lo que pasaba. La niña creció, sus inoc<strong>en</strong>tes juegos pasaron<br />

a ser historia. El perro viejo, murió, una noche sin luna y los gatos huyeron<br />

de <strong>la</strong> casa. Los sirvi<strong>en</strong>tes no permanecían mucho tiempo <strong>en</strong> sus puestos. El<br />

jardinero, se marchó sin cobrar su paga, olvidando sus herrami<strong>en</strong>tas. Pero los<br />

sustituían, por otros, ansiosos de <strong>en</strong>contrar trabajo.<br />

Moroii cumplía, 15 años y <strong>la</strong> casa estaba de fi esta, vestido de princesa,<br />

invitados importantes. La luna no estuvo pres<strong>en</strong>te, los jóv<strong>en</strong>es que bai<strong>la</strong>ban<br />

<strong>en</strong> <strong>la</strong> terraza se sobresaltaron con el apagón, no el<strong>la</strong> que se irguió <strong>en</strong> sus tacones,<br />

desplegó <strong>la</strong>s a<strong>la</strong>s de su falda y bebió sorbo a sorbo <strong>la</strong> tibia sangre de su<br />

compañero de baile.<br />

LAS VIUDAS<br />

Solían reunirse <strong>en</strong> el cem<strong>en</strong>terio, los viernes, para que el fi n de semana,<br />

los visitantes <strong>en</strong>contras<strong>en</strong> <strong>la</strong>s lápidas <strong>en</strong> todo su espl<strong>en</strong>dor.<br />

No había mucho <strong>en</strong> que <strong>en</strong>tret<strong>en</strong>erse <strong>en</strong> el pueblo y ser viuda, era una<br />

bu<strong>en</strong>a excusa para visitar <strong>la</strong> iglesia, arrodil<strong>la</strong>rse <strong>en</strong> el confesionario y liberarse<br />

de pecados v<strong>en</strong>iales. La voz del cura párroco, era <strong>la</strong> única fantasía que se<br />

permitían. Las tres habían <strong>en</strong>viudado <strong>en</strong> los últimos doce meses. Los maridos<br />

pasaron a difuntos luego de una terrible agonía.<br />

El viejo médico del pueblo, llegó a <strong>la</strong> conclusión, de que habían contraído<br />

algún virus, <strong>en</strong> una de sus cacerías. A los tres les gustaba <strong>la</strong> caza, como eran<br />

socios, uno se quedaba al cuidado de <strong>la</strong> haci<strong>en</strong>da y de <strong>la</strong>s mujeres, que no<br />

t<strong>en</strong>ían familiares <strong>en</strong> <strong>la</strong> zona.

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