Despiertos en la lluvia ED01_11287.indd - Aula Avatares

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DOLORES FERNÁNDEZ PRÓLOGO Este sueño hecho realidad, se lo dedico a la niña que fui. La recuerdo. Apenas si levantaba un metro del suelo. El pelo le caía sobre los hombros frágiles. El fl equillo, jugaba al escondite, con la mirada oscura, cargada de luciérnagas. La boca, cerrando silencios. Se tendía, en el campo de amapolas a perseguir, nubes algodonosas, cargadas de cuentos, jamás contados. Dibujaba paisajes, sobre la tierra seca, para mirarlos desde lo alto del columpio. La reencontré hace un tiempo. Ahora llueva o truene, salimos a inventar caminos, nos contamos historias, desentrañamos silencios. Las dos sabemos, que algún naranjo perfumado, nos brindará cobijo.
30 DOLORES FERNÁNDEZ LOS BENEFICIOS DE LAS NOCHES SIN LUNA Moroii apreciaba los benefi cios de las noches si luna. Los pasillos en penumbra, las sombras del jardín. Cuando la familia se reunía a charlar o escuchar música, ella dejaba sus muñecas y bajaba silenciosamente las escaleras para internarse en los senderos. Le deleitaba asustar al perro viejo que dormía bajo el olmo. Cuando le aburrió ese juego, persiguió a los gatos que dormitaban en los almohadones de satén. Los hacía girar en el aire y luego los soltaba en las jaulas de los pájaros, debilidad de su madre, pequeños paraísos enrejados. La familia, asustada, ordenó colocar faroles alrededor de la casa. Sin explicarse lo que pasaba. La niña creció, sus inocentes juegos pasaron a ser historia. El perro viejo, murió, una noche sin luna y los gatos huyeron de la casa. Los sirvientes no permanecían mucho tiempo en sus puestos. El jardinero, se marchó sin cobrar su paga, olvidando sus herramientas. Pero los sustituían, por otros, ansiosos de encontrar trabajo. Moroii cumplía, 15 años y la casa estaba de fi esta, vestido de princesa, invitados importantes. La luna no estuvo presente, los jóvenes que bailaban en la terraza se sobresaltaron con el apagón, no ella que se irguió en sus tacones, desplegó las alas de su falda y bebió sorbo a sorbo la tibia sangre de su compañero de baile. LAS VIUDAS Solían reunirse en el cementerio, los viernes, para que el fi n de semana, los visitantes encontrasen las lápidas en todo su esplendor. No había mucho en que entretenerse en el pueblo y ser viuda, era una buena excusa para visitar la iglesia, arrodillarse en el confesionario y liberarse de pecados veniales. La voz del cura párroco, era la única fantasía que se permitían. Las tres habían enviudado en los últimos doce meses. Los maridos pasaron a difuntos luego de una terrible agonía. El viejo médico del pueblo, llegó a la conclusión, de que habían contraído algún virus, en una de sus cacerías. A los tres les gustaba la caza, como eran socios, uno se quedaba al cuidado de la hacienda y de las mujeres, que no tenían familiares en la zona.
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