15.05.2013 Views

Despiertos en la lluvia ED01_11287.indd - Aula Avatares

Despiertos en la lluvia ED01_11287.indd - Aula Avatares

Despiertos en la lluvia ED01_11287.indd - Aula Avatares

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

DESPIERTOS EN LA LLUVIA<br />

A un costado, el poste azul descascarado sost<strong>en</strong>ía una sortija que el viejo<br />

calesitero agitaba a cada giro, hasta que algún afortunado se <strong>la</strong> llevaba y con<br />

el<strong>la</strong>, <strong>la</strong> vuelta gratis. Esperaba impaci<strong>en</strong>te que <strong>la</strong> calesita se detuviera. Luego,<br />

de un salto y luchando con los demás chicos, corría por <strong>la</strong> p<strong>la</strong>taforma de madera<br />

sucia y descolorida hasta apoderarse de un caballito. Desde allí, el mundo<br />

era un p<strong>la</strong>neta lejano y chiquito. Desaparecían veredas, casas, árboles y hasta<br />

su papá quedaba perdido <strong>en</strong> un saludo mudo y sin importancia.<br />

Miraba ansioso hacia el cartón pintado que ocultaba esa música pasada<br />

de moda que echaba a andar su fantasía. Y allá iba. Guerrero <strong>en</strong> su corcel,<br />

Belorofonte <strong>en</strong> su Pegaso, cacique <strong>en</strong> su potrillo, ángel poderoso, se remontaba<br />

al cielo <strong>en</strong> cada vaivén y casi podía tocar <strong>la</strong>s nubes. Esa tarde, <strong>en</strong> una de <strong>la</strong>s<br />

vueltas, azuzó a su potro negro, lustroso y fuerte, con un golpe de talones.<br />

Se elevó y consiguió <strong>la</strong> sortija. Fue todo uno. La mirada de triunfo sobre los<br />

demás por llevarse el premio, <strong>la</strong> emoción de saberse conquistador y el dolor<br />

<strong>en</strong> <strong>la</strong> pierna, punzante y agudo.<br />

Dio <strong>la</strong> última vuelta, ganada con bravura y riesgo. Al bajar, no rogó por<br />

otro viaje. Tomó <strong>la</strong> mano de su padre y <strong>en</strong> el mom<strong>en</strong>to de irse le com<strong>en</strong>tó:<br />

–¡Papá, el caballito me mordió!-Su padre sonrió. La imaginación infantil<br />

no reconoce límites. Volvieron a casa. Pero ese atardecer, Braulio iba <strong>en</strong>simismado<br />

y sin hab<strong>la</strong>r. Al llegar, ya a su mamá, volvió a com<strong>en</strong>tar: –¡el caballito<br />

me mordió!<br />

El<strong>la</strong> sonrió y lo besó. Sin embargo, creyó s<strong>en</strong>tir <strong>en</strong> sus <strong>la</strong>bios el calor de <strong>la</strong><br />

fi ebre. Lo miró inquieta y luego supuso que quizás <strong>la</strong> excitación de <strong>la</strong>s vueltas<br />

lo había alterado y elevado su temperatura.<br />

Braulio no quiso comer. Su madre lo acostó pero a cada instante, inquieta<br />

lo observaba y tocaba su fr<strong>en</strong>te. El calor era cada vez más int<strong>en</strong>so. Y el chico<br />

respiraba con mayor difi cultad. A<strong>la</strong>rmada, conv<strong>en</strong>ció a su marido de l<strong>la</strong>mar<br />

al médico. Cuando llegó, Braulio deliraba. El doctor int<strong>en</strong>tó hab<strong>la</strong>rle y ante <strong>la</strong><br />

insist<strong>en</strong>cia de que el caballito lo había mordido preguntó dónde.<br />

–En <strong>la</strong> pierna!– Miraron. Con horror, comprobaron que <strong>en</strong> efecto, <strong>en</strong> <strong>la</strong><br />

parte superior de un tobillo, había una marca amoratada e infl amada que parecía<br />

crecer con cada segundo. Al amanecer, Braulio estaba muerto.<br />

Sus padres fueron hasta <strong>la</strong> calesita. Ése había sido su último viaje y aún<br />

recordaban el com<strong>en</strong>tario del niño, Buscaron el corcel negro, reluci<strong>en</strong>te y<br />

hermoso como salido de un cu<strong>en</strong>to. Sonreía, como siempre, y como siempre,<br />

miraba de reojo, invitando a subir. El calesitero, de ma<strong>la</strong> gana, les permitió<br />

revisar el muñeco. Cuál no sería el horror de todos al descubrir que <strong>en</strong> el hueco<br />

interior arrol<strong>la</strong>da, viscosa y quieta, anidaba ¡una serpi<strong>en</strong>te!<br />

25

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!