Despiertos en la lluvia ED01_11287.indd - Aula Avatares

DESPIERTOS EN LA LLUVIA
145
Se alejaba de sus compañeros y se irritaba fácilmente. Pensaron que era por
el estrés provocado por la enfermedad. Pero ese día en particular la ira había
sido tal que ciertos objetos en el aula se incendiaron.
–Por suerte ningún niño salió lastimado. No obstante el incidente es
preocupante. –Les dice la directora –No sabemos cómo se iniciaron las llamas,
parecía salir de ella, según las versiones que tengo.
A pesar que parecía un hecho aislado, otros accidentes habían ocurrido,
en el granero y los corrales de algunas estancias linderas, sólo que los padres
lo negaban y todo coincidía con los berrinches de su hija. Lejos de la creencia
que pudiera ser emanado de su cuerpo, deciden encarar una conversación.
–Tu mamá y yo te queremos mucho, podes confi ar en nosotros, no te
castigaremos por eso.
–Es cierto lo que dice papá, ¿Con qué encendiste el fuego?
–Así –contesta con una mirada burlona carente de inocencia.
Extiende las manos hacia una silla y ésta arde hasta consumirse. Consultaron
todos los especialistas, las religiones y la sometieron a distintos métodos
de exorcismo. Donde acudían montaba en cólera y producía cataclismos. Frustrados,
acuerdan que lo mejor sería aislarla, pero ¿cómo?
–En la leche, se lo ponemos en la leche. –Susurra el padre.
–Sí, es la única forma, a ella le gusta mucho, tengo miedo –contesta la
madre.
–¿De qué?
–De que se dé cuenta.
–Estamos juntos en esto, hagamos el último intento.
Con naturalidad la madre prepara la merienda. Mezcla el café, la leche,
el azúcar y treinta gotas de una solución. Como si se tratara del más exquisito
manjar la niña bebe el tazón hasta el fi n. La madre espera el desenlace. La niña
comienza a bostezar y lentamente cae la cabecita sobre la mesa. La madre no
se acerca hasta estar segura. Sólo ahí la levanta en brazos y la lleva al sótano.
Le amarra las muñecas con fi rmeza contra los bordes de una cama en desuso,
acondicionada para la ocasión. Ya está, ya lo hizo. Ahora debería controlarla,
proporcionarle el sedante y evitar que despierte. ¿Hasta cuándo?, era la pregunta,
tal vez hasta encontrar una cura mágica.
Pasó un año y el fenómeno no se produzco. Durante doce meses la madre
acudió a darle cobijo, comida, amor y por supuesto la pócima que la tenía