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Despiertos en la lluvia ED01_11287.indd - Aula Avatares

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SILVIA MABEL VÁZQUEZ<br />

tigo. Cargó agua y se asomó. A ambos <strong>la</strong>dos de <strong>la</strong> puerta, unos hombres con <strong>la</strong><br />

cabeza baja lo esperaban. Alcanzó el techo <strong>en</strong>rejado y saltó a <strong>la</strong> terraza. Desde<br />

allí observó a los hombres apostados esperándolo. Corrió hacia el otro <strong>la</strong>do<br />

de <strong>la</strong> casona y se <strong>la</strong>nzó al balcón de <strong>la</strong> torre de <strong>en</strong>fr<strong>en</strong>te. Había huido. Debía<br />

seguir escondiéndose. La misión debía cumplirse. Desde <strong>la</strong> torre, agazapado<br />

detrás del muro que rodeaba <strong>la</strong> escalera, esperó hasta verlos desaparecer. Bajó<br />

por <strong>la</strong>s escaleras de madera y volvió a <strong>la</strong> calle. Caminó hasta el amanecer.<br />

Lejos se veían <strong>la</strong>s puertas de <strong>la</strong> ciudad gris.<br />

El camino estaba oscuro y frío. Nadie había podido llegar sin haber sido<br />

atacado al m<strong>en</strong>os por uno de los terribles guardianes de <strong>la</strong> Ord<strong>en</strong>.<br />

Guerreros inv<strong>en</strong>cibles, aparecían a los <strong>la</strong>dos del estrecho s<strong>en</strong>dero a medida<br />

que se acercaba algún vali<strong>en</strong>te a los <strong>en</strong>ormes portones de <strong>la</strong> ciudad.<br />

Enérgicos, decididos, sin temor a nada ni a nadie, sumaban a sus cualidades<br />

<strong>la</strong> más preocupante. No dudaban <strong>en</strong> dar su vida por aquel que se decía<br />

su rey. Fueron hombres de <strong>la</strong> ley, def<strong>en</strong>sores de <strong>la</strong> justicia, y ahora habían<br />

prometido al monarca apartarse del b<strong>la</strong>nco y unirse al gris, para permanecer<br />

<strong>en</strong> ese sitio.<br />

Él se apareció <strong>en</strong>vuelto es su túnica sudorosa. Parado <strong>en</strong> el medio del<br />

camino, hizo que los guardias lo rodearan. Sacó su espada y luchó con ellos.<br />

V<strong>en</strong>ían a su memoria <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras del maestro y siguió ade<strong>la</strong>nte. De a uno<br />

los v<strong>en</strong>ció, de a uno los apiló a <strong>la</strong> sombra del muro de piedra. Cuando estuvo<br />

fr<strong>en</strong>te a los impresionantes portones del reino, se arrodilló y rezó. Lo esperaba<br />

ad<strong>en</strong>tro lo más terrible. El rey no le daría tregua No t<strong>en</strong>dría piedad<br />

A pesar de eso, se levantó y miró hacia arriba. Apartó los maderos que<br />

trababan los portones y <strong>en</strong>tró. Nada era como lo había imaginado. Cada cosa<br />

permanecía perfectam<strong>en</strong>te ord<strong>en</strong>ada. La c<strong>la</strong>ridad invadía los rincones de los<br />

<strong>en</strong>ormes jardines y <strong>la</strong>s fl ores alfombraban los campos de<strong>la</strong>nte del Pa<strong>la</strong>cio.<br />

Vo<strong>la</strong>ban los ángeles sobre él. Y sobre los ángeles, <strong>en</strong>ormes copos de nubes<br />

purísimam<strong>en</strong>te b<strong>la</strong>ncas se asomaban.<br />

El olor a cane<strong>la</strong> y manzana le ll<strong>en</strong>aba los pulmones y v<strong>en</strong>ían a su m<strong>en</strong>te<br />

tiempos viejos, donde fue feliz.<br />

Se t<strong>en</strong>dió <strong>en</strong> el pasto ap<strong>en</strong>as húmedo y cerró los ojos. Lo v<strong>en</strong>ció un sueño<br />

profundo. La mañana apareció acariciándole <strong>la</strong> piel. Se sintió bi<strong>en</strong>. Por fi n<br />

estaba <strong>en</strong> paz.

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