Despiertos en la lluvia ED01_11287.indd - Aula Avatares
Despiertos en la lluvia ED01_11287.indd - Aula Avatares
Despiertos en la lluvia ED01_11287.indd - Aula Avatares
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
130<br />
SILVIA MABEL VÁZQUEZ<br />
EL CUIDADOR<br />
Lara sabía que a su padre no le quedaba demasiado tiempo, pero estaba<br />
haci<strong>en</strong>do lo imposible para sacarlo de ese estado desesperante. No había médico<br />
<strong>en</strong> <strong>la</strong> ciudad para consultar, a pesar de que su situación económica no era<br />
óptima.<br />
Cada mañana era un mi<strong>la</strong>gro verlo s<strong>en</strong>tado <strong>en</strong> <strong>la</strong> cama, rodeado de almohadones<br />
para sost<strong>en</strong>er su cuerpo débil. Su rostro pálido solo tomaba un<br />
poco de color cuando su hija se acercaba con una sonrisa simu<strong>la</strong>da a darle los<br />
bu<strong>en</strong>os días. El panteón de <strong>la</strong> familia estaba esperando <strong>la</strong> llegada de su nuevo<br />
inquilino. Aunque sonaba cruel, esa era <strong>la</strong> verdad. A pesar de todo, Lara t<strong>en</strong>ía<br />
esperanzas y no bajaba los brazos. Aquel<strong>la</strong> tarde, después arreg<strong>la</strong>r <strong>la</strong> cama y<br />
haberle dado <strong>la</strong> medicación, se recostó a su <strong>la</strong>do y se adormeció por un rato.<br />
Cuando el refl ejo del atardecer le pegó <strong>en</strong> los ojos, despertó. Su padre ya no<br />
respiraba. Médico, <strong>en</strong>fermera, corridas, trámites, visitas y dolor, <strong>la</strong> acompañaron<br />
durante <strong>la</strong>s últimas horas del día.<br />
Cuando salieron de Recoleta, el viejo portón se cerró y se sintió so<strong>la</strong>. Esa<br />
noche no durmió bi<strong>en</strong>. Un pres<strong>en</strong>timi<strong>en</strong>to atroz <strong>la</strong> despertaba a cada rato. Se<br />
levantó a tomar un vaso de leche fresca y se s<strong>en</strong>tó al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> v<strong>en</strong>tana semi<br />
abierta que daba al jardín. Dos horas después se sobresaltó cuando el timbre<br />
sonó repetidas veces, hasta que bajó corri<strong>en</strong>do a abrir <strong>la</strong> puerta.<br />
Envuelto <strong>en</strong> una frazada gris, estaba el cuidador del cem<strong>en</strong>terio, parado<br />
fr<strong>en</strong>te a el<strong>la</strong>, ext<strong>en</strong>diéndole <strong>la</strong> mano fría.<br />
–Acompáñeme Señorita… Voy a mostrarle algo. Tomó su abrigo, cerró<br />
<strong>la</strong> puerta y lo siguió. Fr<strong>en</strong>te a el<strong>la</strong>, <strong>la</strong> puerta del cem<strong>en</strong>terio. A <strong>la</strong> derecha, el<br />
panteón con <strong>la</strong>s puertas <strong>en</strong>treabiertas y el cajón de su padre, sin tapa, vacío.<br />
–Yo sabía que esto iba a pasar –dijo él, corri<strong>en</strong>do <strong>la</strong>s fl ores que aún olían<br />
frescas.<br />
–¿De qué me hab<strong>la</strong>?– preguntó Lara, con voz temblorosa.<br />
–Yo les dije, yo les dije… y nadie me creyó. Entre y véalo Ud. misma.<br />
Abrió <strong>la</strong> puerta pesada que aún olía a pintura, y ahogó un grito con su<br />
mano.<br />
–¡Dios! ¡papá!… Dios mío! Se dio vuelta, no había nadie a su <strong>la</strong>do. Se<br />
escuchó el golpe de su caída <strong>en</strong> el umbral del panteón. Por <strong>la</strong> mañana, recogieron<br />
el cajón arañado desde ad<strong>en</strong>tro y lo llevaron al incinerador. Nadie supo