Despiertos en la lluvia ED01_11287.indd - Aula Avatares

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SILVIA MABEL VÁZQUEZ PRÓLOGO Todas las sensaciones se combinan para ingresar en el mundo mágico de las palabras. Los cuentos visitan poesías y las poesías, cuentos. Trepan como enredaderas fl orecidas a los árboles plenos de historias. Tal como contar la vida con ojos de pájaro. Los personajes se combinan y dejan marcas en el alma. Llega la fantasía, el deseo, el amor o el desamor, un aroma a tostadas recién hechas, a canela, a dulce, un sol pleno y el corazón dispuesto. Todos los resortes de la imaginación comienzan a moverse a pleno. Acomódese Ud., en un viaje imaginario y siéntase uno más dentro de cada historia para disfrutarla.
130 SILVIA MABEL VÁZQUEZ EL CUIDADOR Lara sabía que a su padre no le quedaba demasiado tiempo, pero estaba haciendo lo imposible para sacarlo de ese estado desesperante. No había médico en la ciudad para consultar, a pesar de que su situación económica no era óptima. Cada mañana era un milagro verlo sentado en la cama, rodeado de almohadones para sostener su cuerpo débil. Su rostro pálido solo tomaba un poco de color cuando su hija se acercaba con una sonrisa simulada a darle los buenos días. El panteón de la familia estaba esperando la llegada de su nuevo inquilino. Aunque sonaba cruel, esa era la verdad. A pesar de todo, Lara tenía esperanzas y no bajaba los brazos. Aquella tarde, después arreglar la cama y haberle dado la medicación, se recostó a su lado y se adormeció por un rato. Cuando el refl ejo del atardecer le pegó en los ojos, despertó. Su padre ya no respiraba. Médico, enfermera, corridas, trámites, visitas y dolor, la acompañaron durante las últimas horas del día. Cuando salieron de Recoleta, el viejo portón se cerró y se sintió sola. Esa noche no durmió bien. Un presentimiento atroz la despertaba a cada rato. Se levantó a tomar un vaso de leche fresca y se sentó al lado de la ventana semi abierta que daba al jardín. Dos horas después se sobresaltó cuando el timbre sonó repetidas veces, hasta que bajó corriendo a abrir la puerta. Envuelto en una frazada gris, estaba el cuidador del cementerio, parado frente a ella, extendiéndole la mano fría. –Acompáñeme Señorita… Voy a mostrarle algo. Tomó su abrigo, cerró la puerta y lo siguió. Frente a ella, la puerta del cementerio. A la derecha, el panteón con las puertas entreabiertas y el cajón de su padre, sin tapa, vacío. –Yo sabía que esto iba a pasar –dijo él, corriendo las fl ores que aún olían frescas. –¿De qué me habla?– preguntó Lara, con voz temblorosa. –Yo les dije, yo les dije… y nadie me creyó. Entre y véalo Ud. misma. Abrió la puerta pesada que aún olía a pintura, y ahogó un grito con su mano. –¡Dios! ¡papá!… Dios mío! Se dio vuelta, no había nadie a su lado. Se escuchó el golpe de su caída en el umbral del panteón. Por la mañana, recogieron el cajón arañado desde adentro y lo llevaron al incinerador. Nadie supo
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