Despiertos en la lluvia ED01_11287.indd - Aula Avatares

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HILDA TREZZA
bombas alcanzó a reconocerla, era la de su marido quién le decía… ¿Por qué
te resistes? ¿Por qué?
Por estos tiempos ninguna de las mujeres se negaba –¿Cómo te llamas?
–le preguntó él como aquel primer día en que la conoció en el autobús que
los llevaba a la fábrica, ambos eran judíos y eso contribuyó a que se casaran.
Rebeca hizo silencio.
Mientras el practicante escrudiñaba el cuerpo apareció ante el un joven
clérigo. La situación entre el diácono y mi abuelo fue áspera; el fastidio, la poca
seguridad que éste demostraba acerca de su misión como clérigo; esa actitud
al ver una mujer desnuda sin reparar en la larga fi la del resto de cadáveres
dándole en su conversaciones un énfasis extraordinario a la palabra envejecer.
El practicante tendría que escribir el informe diario, el diácono para él
era un estorbo.
–Acaso yo sea el culpable de ése crimen, Rebeca era de mi diócesis –dijo
el diácono– su marido la trataba mal y yo un tanto diabólico le aconsejé…
¡qué lo engañase con otro hombre!
Rebeca no podía encontrar la salida, Isaac quizás ya no la quería o
nunca la quiso.
La enfermera subalterna tuvo que hacer un gran esfuerzo para superar
las situaciones que vivían en aquel sótano, dónde después de mirar todo el día
esa cosa repugnante que eran los sexos de hombres muertos tuviesen ganas
de acostarse con alguno.
Ambas se tomaron las manos con fuerza, la subalterna tomó la decisión,
se encaminaron hacia su casa, se sentían temblar como presas de fi ebre. La
enfermera mayor pensó –“tengo un miedo pavoroso de arrepentirme, a avergonzarme,
a tener remordimientos, Dios mío –.
De pronto… en este momento de la historia a mi abuelo lo noté turbado,
nervioso, ansioso ¿por qué?… apareció en escena frente a las enfermeras alguien
con pasos horriblemente seguros y les dijo: Sólo Uds. pueden ayudarme
–suplicó– en la morgue está mi mujer, digo, el cuerpo de mi mujer, a la que
yo mismo maté de una puñalada en el pecho… ¡Quiero verla por última vez!
Isaac la besó con pasión salvaje pero se presentía un desenlace fatal…
¡Igual a las demás! ¡Igual a las demás! Te entregas en las calles como todas
las demás ¿creías que yo era otro hombre no?… la clave fueron palabras que
por imprudencia, por goce, Rebeca dijo.