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Rafael Ortega Dominguez Parte 1 - Fiestabrava

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Apuntes biográficos y profesionales - I<br />

aquella afición capitalina y la máxima estimación<br />

de todos los aficionados, especialmente<br />

de los que tuvimos la inmensa<br />

suerte de presenciar alguna de sus memorables<br />

actuaciones en la Plaza Real de El<br />

Puerto de Santa María, al que siempre<br />

recordaremos sus conocimientos en el arte<br />

de torear, esgrimiendo a la perfección todos<br />

sus principios fundamentales, el dominio de<br />

los terrenos del toro y el suyo propio en cada<br />

toro, lo que le permitió el «cite de largo sin<br />

citar» y con la muleta en la izquierda, dentro<br />

de una característica muy suya y, sobre todo,<br />

propinando aquellas incomparables estocadas<br />

a volapié, o, preferentemente, en la<br />

suerte de recibir, con las que coronaba sus<br />

exitosas actuaciones.<br />

Para Néstor Luján, el gaditano fue un<br />

diestro «valiente y desgraciado en la plaza,<br />

con sorda vibración de torero antiguo.» Y algo<br />

hay de exacto en la definición, pues su carrera<br />

hubo de ser una constante lucha contra el<br />

dolor físico de las cornadas, soportadas con<br />

la bizarría de los más gallardos toreros de<br />

antaño, y contra los prejuicios que le relegaron<br />

a posiciones secundarias en la Fiesta de su<br />

tiempo. Así, José María de Cossío –que,<br />

extrañamente, calificaba de «basto» su toreoreconoce<br />

que «el mérito principal de este<br />

matador de toros ha sido haber permanecido<br />

en la brecha de la profesión sin desmayos ni<br />

concesiones, sin haber variado el estilo<br />

valeroso de su toreo ni rectificado sus<br />

procedimientos de la mejor ley en la suerte<br />

de matar.» Pero en ese comprensivo<br />

reconocimiento se encerraba también el gran<br />

estereotipo que ocultó, más que cualquier otra<br />

circunstancia, la dimensión torera, la hombría<br />

de <strong>Rafael</strong> <strong>Ortega</strong>: su maestría en la suerte<br />

suprema.<br />

La propaganda de su tiempo le<br />

presentaba como «el rey de espadas» porque<br />

ejecutaba el volapié «con la perfección y la<br />

eficacia que los maestros del estoque de<br />

cualquier época hayan podido tener.» <strong>Ortega</strong><br />

se recreaba en el cite, marcaba con lentitud<br />

soberana los tres tiempos y salía gallar-<br />

20<br />

<strong>Rafael</strong> <strong>Ortega</strong> Domínguez<br />

damente del embroque después de haber<br />

hecho humillar al toro con la muleta en las<br />

pezuñas. Fue todo un estilista de la estocada<br />

y como tal, en premio de conso-lación, se<br />

colocó un sello de especialista que dejó en<br />

un segundo plano entre sus muchas virtudes<br />

su excepcional toreo con capa y muleta. Tal<br />

es así, que esa sola fue la coartada perfecta<br />

para justificar su injusto lugar en el toreo, tal<br />

y como se desprende de nuevo de las<br />

palabras de Cossío: «Es cierto que el público<br />

agradece, aplaude la práctica clásica y<br />

honrada de la suerte suprema pero no es ella<br />

fuente de popularidad ni de con-tratos.»<br />

Durante toda su trayectoria taurina el<br />

Maestro dejó constancia de su toreo de corte<br />

clásico, rondeño, puro y neto como una fuente<br />

limpia y clara, impulsado por una patente<br />

virilidad que nada tiene que ver con algunas<br />

de las «extrañas» poses de figuritas de<br />

nuestros días.<br />

El mérito principal de este matador de<br />

toros fue la de haber permanecido en la<br />

brecha de su profesión sin presentar, pese a<br />

los múltiples percances que recibió, desmayo<br />

ni concesiones, sin haber variado un ápice<br />

su estilo valeroso de su toreo ni rectificado la<br />

ortodoxia de sus procedimientos de la mejor<br />

ley en la suerte suprema de matar, con una<br />

personalidad propia difícilmente igualada. Y<br />

toreó muchas veces bien, y siempre con<br />

decoro y con el más alto nivel artístico, con<br />

gran eficacia, dominio y sabiendo el momento<br />

exacto para el adorno.<br />

Debemos reseñar, en cuanto a su<br />

tradicional eficacia a la hora de pasaportar los<br />

toros, que la realizó en una época muy poco<br />

propicia para la estimación de esta suerte<br />

como esta de estilismos toreros en que<br />

apareció <strong>Rafael</strong> <strong>Ortega</strong> logró consideración<br />

excepcional y sostuvo su cartel con tan<br />

arriesgado e injustamente poco estimado<br />

recurso, que en él fue una sobresaliente<br />

habilidad. Aunque, en honor a la verdad, el<br />

público agradecía y aplaudía la práctica<br />

clásica y honrada de la suprema suerte que<br />

ejecutaba a la perfección, pero, desgra-<br />

El PUERTO de SANTA MARÍA

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