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“El brote maligno de esa brutalidad inaudita que lindaba con la cobardía le revolvió la sangre a doña Manuela Escate y pegó un brinco de mujer enrazada y le paró los machos en seco al arrogante prefecto. Lo agarró del pecho, diantre, lo estrujo como a un estropajo mientras le decía su vida y milagros, demonio, lo zamaqueó para que le asentara la conciencia y no fuera a creer luego que se trataba de un mal sueño, y entonces lo mechoneó, lo cacheteó, le reventó la boca de un sopapo igual que un borracho con diablos azules que necesitaba controlar su locura. Ahí fue cuando comenzó la balacera” (p. 116).
“El brote maligno de esa brutalidad inaudita que lindaba con la cobardía le revolvió la sangre a doña Manuela Escate y pegó un brinco de mujer enrazada y le paró los machos en seco al arrogante prefecto. Lo agarró del pecho, diantre, lo estrujo como a un estropajo mientras le decía su vida y milagros, demonio, lo zamaqueó para que le asentara la conciencia y no fuera a creer luego que se trataba de un mal sueño, y entonces lo mechoneó, lo cacheteó, le reventó la boca de un sopapo igual que un borracho con diablos azules que necesitaba controlar su locura. Ahí fue cuando comenzó la balacera” (p. 116).
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“El brote maligno de <strong>es</strong>a brutalidad inaudita que lindaba con <strong>la</strong> cobardía le<br />
revolvió <strong>la</strong> sangre a doña Manue<strong>la</strong> Escate y pegó un brinco de mujer <strong>en</strong>razada y<br />
le paró los machos <strong>en</strong> seco al arrogante prefecto. Lo agarró <strong>del</strong> pecho, diantre, lo<br />
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su locura. Ahí fue cuando com<strong>en</strong>zó <strong>la</strong> ba<strong>la</strong>cera” (p. 116).