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Comadres - Telecable

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Venían del Rural, habían ido a ver a unas amigas, me habían preguntado<br />

si las llevaba, pasaríamos la tarde juntas. Llevaban insistiendo una<br />

semana en hacer ese viaje, debían de querer hablar conmigo con calma,<br />

nunca estaba en casa últimamente. Pero yo les di largas y terminaron<br />

yendo solas. Había estado todo el día con Perla, en la Maison, allí me localizó<br />

una vecina, por teléfono. Era requerida por la Guardia Civil, había<br />

habido un accidente. Me dieron la localización, estaba cerca, Perla fue conmigo.<br />

Apenas les faltaban tres kilómetros para llegar a casa…<br />

Regresaban cargadas, como siempre. Tardaron horas en desguazar<br />

el automóvil y allí permanecí firmemente, allí resistimos, de pie bajo la<br />

incesante lluvia que iba dispersando los restos de la leche, las manzanas,<br />

la miel, los huevos, las lechugas sobre el asfalto… Entre los despojos, la<br />

mano de Helena, que no volvería a escribir. Mamá con su chaqueta<br />

nueva. Los zapatos de Lola. El bolso de Manola. Sus carnes abiertas,<br />

tumefactas, sus ojos fuera de las órbitas, con la inverosímil postura de<br />

los desnucados, con el susto aún pintado en sus bocas, el grito que no<br />

llegó a salir en sus gargantas.<br />

No sé por qué, me fijé en todos los detalles, tal vez para no olvidarlos<br />

nunca. Algunas veces, me basta ver un tarro o una bolsa rotos<br />

para transportarme de nuevo a la cuneta, cegada por las luces, aturdida<br />

por las sirenas, rodeada de uniformes y batas blancas, y sentir la sangre<br />

en mis manos, las suelas empapadas, el sudor frío que me recorría el<br />

cuerpo. Yo tenía que estar entre ese amasijo. Si yo hubiera conducido no<br />

hubiera pasado.<br />

Vendí mi coche en menos de dos días (nunca he vuelto a conducir)<br />

y de La Roja me deshice en una semana, lo que tardé en entender que<br />

no podría vivir nunca más entre aquellas paredes, con aquellas ausen-<br />

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