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Comadres - Telecable

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final se apaciguó y entramos con él sin más problemas al chamizo. A las<br />

diez de la noche, cuando estábamos cenando, picaron a la puerta y preguntaron<br />

por mí. Tuve claro que la habíamos pifiado.<br />

Al guardia le sobró tiempo para atar cabos y localizar a Camelia,<br />

que estaba detrás con su padre. El señor Tuttifruti echaba maldiciones<br />

contra mí y daba collejas a su hija alternativamente. En el patio aguardaban<br />

dos descargadores y un marinero, profiriendo en una lengua desconocida<br />

lo que semejaban terribles juramentos. Llevaban escopeta, lazo<br />

y jaula. Nosotras llorábamos sin parar, Lola intentaba templar gaitas,<br />

Manola pretendía echarles a todos con cajas destempladas, Helena reía<br />

como una posesa y mi madre me tiraba de los pelos en silencio, que no<br />

lo rompió ni por esas.<br />

Pero en el pecado llevamos la penitencia: el oso estaba sarnoso y<br />

durante más de un mes estuvimos las cuatro atacadas de picores, vejigas<br />

y pústulas. Aquello cerró el club definitivamente.<br />

Cuando la pubertad nos desbordó, fue Perla la que me inició en los<br />

secretos del sexo; ella, con la sabiduría heredada a lo largo de generaciones;<br />

ella, la que habitaba en un mundo prohibido, mal visto, criticado,<br />

vituperado; ella, la transgresión en sí misma. Perla era consciente de su<br />

particular situación familiar y no estaba en absoluto en desacuerdo con<br />

ella. A mí, viniendo de ella, nada me parecía mal ni me sorprendía. Por<br />

ejemplo, que espiara a las parejas de la alcoba verde (cada pieza era de<br />

un color) desde la habitación contigua, la violeta, a través de un agujero<br />

que había hecho con un berbiquí en la pared. Desde luego, era más<br />

variado y se veía mejor que en casa de la Guerrita, pero precisamente por<br />

aquel suceso nunca estaba del todo tranquila. Allí, en la Maison Platée,<br />

que ese era el nombre del afamado prostíbulo, estudiamos el comporta-<br />

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