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abuela nunca llegó a gustarle. «Existen otras formas más honradas de<br />
ganarse la vida, a ver qué va a pensar la nena».<br />
Cuando nos conocimos yo era más pequeña, pero por mi tamaño<br />
y mi carácter parecía mayor. Ella iba a tercero y yo debía entrar en primero,<br />
pero me adelantaron dos cursos gracias a las enseñanzas de<br />
Helena y así fue como coincidimos en el aula. Nos sentamos juntas<br />
desde el primer día. Éramos inseparables.<br />
Muchas veces se quedaba a dormir y nos daban las tantas despiertas.<br />
Compartíamos la afición por la guitarra, yo inventaba letras y ella<br />
ponía la música, luego ella hacía los solos y cantábamos juntas los estribillos.<br />
Le gustaba que le leyera textos en voz alta, yo disfrutaba recitando<br />
y así se nos pasaban las horas. Cuando mi madre me matriculaba en<br />
alguna actividad (se empeñaron en que lo probase todo) ella se apuntaba<br />
también. La Valtueña me consideraba una buena compañía y siempre le<br />
concedía todos los caprichos.<br />
Durante años fuimos una para otra como la hermana que nunca<br />
tuvimos: nos contagiamos juntas el sarampión y la varicela, cogíamos<br />
catarros a la vez, nos gustaban las mismas películas, los mismos cantantes,<br />
teníamos las mismas opiniones, nos enamorábamos de los mismos<br />
chicos.<br />
En realidad, tenían razón Margarita y Camelia, nuestras amigas de<br />
la infancia, cuando decían que abusábamos de ellas, que las liábamos.<br />
Imitando lo que leíamos en las novelas, hacia los diez años fundamos<br />
una asociación, el Club de la Malva Roja. Yo era la presidenta y tesorera,<br />
Perla la vicepresidenta y secretaria y ellas socias de base. La acumulación<br />
de cargos nos permitía expulsarlas cuando nos caían mal, por ejemplo si<br />
Camelia se negaba a invitarnos una vez más a la heladería de su padre:<br />
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