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no repatrían sus cadáveres, empiezan a tener un sitio en el cementerio,<br />
plagado de extraños apellidos, filiaciones de pronunciación imposible<br />
detrás de televisivos nombres, las segundas y terceras generaciones de la<br />
gran marea.<br />
Salitre tiene también su barrio chino, que aquí se llama Valtueña,<br />
apellido de una familia de putas que hinca sus raíces en el medievo.<br />
Desde el siglo XIV, cada Valtueña tenía una hija de soltera y en tiempos<br />
de crisis dos o tres, por si se moría alguna asegurar la permanencia del<br />
negocio familiar. Desconozco la programación genética que les impedía<br />
parir niños o qué hicieron con ellos dado el caso, pero lo cierto es que la<br />
tradición pervive hasta nuestros días y que se sepa nunca faltó una generación<br />
de recambio. O por lo menos, tal es del dominio público y puedo<br />
dar fe de ello.<br />
La Valtueña era amiga de Manola. Se llamaba Flora, como la diosa<br />
de las flores, que en vida había sido la meretriz más famosa de Roma.<br />
Tanto, que a su muerte donó las millonarias ganancias obtenidas con su<br />
cuerpo a la ciudad, para sufragar unas fiestas en su honor que perpetuaran<br />
su recuerdo (las floralias). Fue esta diosa la que interfirió con el culto<br />
a Puta, la diosa de la poda (de ahí amputación), a la que acabaría asimilándose<br />
la mala reputación de la primera. Seguramente la deidad resultante<br />
de la fusión entre Flora y Puta no alcanzó nunca la categoría de<br />
Capitolina, sin embargo sus adeptos se mantendrían por los siglos. En el<br />
clan ancestral de las Valtueña hubo muchas que se llamaron igual,<br />
supongo que en ofrenda y encomienda a su patrona. Su hija, Perla, estudió<br />
conmigo en el colegio. La tutora se volvía loca cuando aseguraba que<br />
ella sería puta, como su madre. Siempre fue la que más claro tuvo el porvenir<br />
de todas nosotras. En casa siempre nos reíamos con eso, pero a la<br />
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