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Comadres - Telecable

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nizaba talleres, comedores comunales, se ocupaba del trabajo y la educación<br />

de las mujeres, de la salud de los niños, de que fueran al colegio…<br />

Recuerdo uno, Joaquín, de mi edad, era hijo de madre soltera, cinco<br />

hermanos de diferentes padres desconocidos. Mi abuela estaba convencida<br />

de que el chico tenía talento, que debía estudiar, que merecía una<br />

oportunidad. Consiguió que los curas le admitieran con cinco años en el<br />

seminario, pero no llegó a realizar los votos.<br />

Había estado fuera de Toro terminando su formación eclesiástica y<br />

al volver a casa para despedirse, la semana antes de su definitiva consagración,<br />

le apeteció dar una vuelta por Salitre, recorrer la ciudad, despedirse<br />

del mundanal ruido. Fue a alquilar una bicicleta… y encontró el<br />

amor de su vida. La dependienta le ofreció una percha en la que colgar<br />

los hábitos y no lo dudó, pese a que con ello arruinaba su carrera y su<br />

futuro. Cuando marché de Salitre, alimentaban ya dos bocas y él sobrevivía<br />

trabajando en el horno de una panadería, un verdadero infierno.<br />

Pero eran felices.<br />

Sin embargo, la historia no acaba aquí. Volví a verlo hace dos años,<br />

las bocas ya eran cuatro, pero algún sedimento le había quedado porque<br />

siguió estudiando por su cuenta, libre y a distancia, en horas robadas al<br />

sueño e inmoladas a la familia, y lo había conseguido: con 46 años había<br />

terminado la carrera de Derecho, y acababa de superar una oposición a<br />

funcionario del Estado. ¡Estaba tan orgulloso de sí mismo!<br />

Recordaba a Lola con nitidez y agradecimiento: «Ella siempre repetía<br />

aquella frase del Libro Rojo: Luchar. Volver a luchar si se pierde. Seguir<br />

luchando aunque sólo sea previsible la derrota. Luchar una y otra vez hasta conseguir<br />

la victoria. Me la había regalado enmarcada y, no te lo creerás, pero<br />

todavía la tengo colgando en la cabecera de la cama».<br />

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