Comadres - Telecable

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15.05.2013 Views

que se lo impidiera. Pensaba que de alguna manera me culpabilizaba y se lo reproché hasta su muerte… para, a continuación, hacer lo idéntico. Nadie que me conociera de pequeña o me conozca ahora lo encontraría verosímil, nadie me cree ni se imagina cómo llegué a ser durante ese paréntesis de veinte años en alta mar: seca, cortante, distante, parca, esquiva… y sin nadie que pudiera interpretarme, encima. Menos Erik, que, en honor a la verdad, fue el único capaz de leer mis pensamientos. ¡Qué paciencia tuvo con aquel saco de fango que era yo…! * * * Fue a partir del año 2000 cuando empecé a poder reírme de mí misma, algo saludable que siempre habíamos ejercitado en casa, pero que había olvidado, salvo esporádicas ocasiones, durante los años en la mar. El tiempo va pasando, amortiguando la intensidad de los recuerdos, borrando unos, archivando otros… y cuando se recuperan están dulcificados por la pátina de la distancia y son menos dolorosos, casi anecdóticos. El barco era un escondite perfecto; no obstante, aunque me ocultara de los ojos del mundo, seguía viéndome cada mañana la cara en el espejo. Y era distinta de la que veo ahora; puedes engañar a quien quieras, jamás a tu corazón. * * * Hablando de corazones y escondites, me viene La Roja a la memoria. Como era una de las casas más grandes del barrio solía estar siempre llena de gente. Las mellizas fueron desde jóvenes activas militantes, cada una en su especialidad, y no eran extrañas las reuniones de uno u otro signo. Pero también ocupaban su sitio las vecinas y estaba la puerta [51]

abierta a los indigentes. Por sus múltiples facetas, la Casa Roja podía ser considerada un lobby político, una factoría cultural o una obra pía. Allí nunca faltó un plato ni un colchón para el que lo necesitara. O un escondite. Oculto tras las baldas de la despensa había un zulo, un habitáculo diminuto, pero suficiente para albergar a una persona. Las mellizas lo utilizaban como refugio cuando eran pequeñas, pero en cuanto crecieron, como no cabían, se destinó a secadero de embutido. Era también donde Helena escondía su imprenta. La ingente cantidad de cosas que aquella alacena guardaba en las estanterías, junto con los objetos que se iban arrinconando por el suelo (sacos, bicicletas, zapatos, cajas de vino, radios viejas, herramientas, periódicos…) la hacían prácticamente inexpugnable y se hubiera necesitado traer un pelotón para acceder al fondo. Por lo menos a primera vista. Ellas tenían perfectamente estudiado el desalojo y tardaban el tiempo récord de tres minutos (cronometrados) en desobstruir el acceso al cubil y apenas dos en su remoción. En los meses previos a la guerra (porque hubo una guerra, en qué país, en qué época no hay guerras) el secadero fue utilizado asiduamente, aunque no siempre fueron de cerdo los embutidos. El primero fue un activista extranjero, al cual sacaron a los dos días con un embarazo gástrico de avanzada gestación. Aquel año hubo menos compango y la práctica Lola decidió que era mucho mejor guardar allí las mantas, y los chorizos en el armario, ante los tiempos que se avecinaban. Después de aquel hubo otros amenazados, otros perseguidos, pero sin duda fue Hilario el más rentable. Hilario era uno de sus mejores clientes. Se preciaba de saber elegir la mejor mercancía y de hacerlo él mismo. Y decían que era verdad, que [52]

abierta a los indigentes. Por sus múltiples facetas, la Casa Roja podía ser<br />

considerada un lobby político, una factoría cultural o una obra pía. Allí<br />

nunca faltó un plato ni un colchón para el que lo necesitara. O un escondite.<br />

Oculto tras las baldas de la despensa había un zulo, un habitáculo<br />

diminuto, pero suficiente para albergar a una persona. Las mellizas lo utilizaban<br />

como refugio cuando eran pequeñas, pero en cuanto crecieron,<br />

como no cabían, se destinó a secadero de embutido. Era también donde<br />

Helena escondía su imprenta. La ingente cantidad de cosas que aquella<br />

alacena guardaba en las estanterías, junto con los objetos que se iban<br />

arrinconando por el suelo (sacos, bicicletas, zapatos, cajas de vino, radios<br />

viejas, herramientas, periódicos…) la hacían prácticamente inexpugnable<br />

y se hubiera necesitado traer un pelotón para acceder al fondo. Por<br />

lo menos a primera vista. Ellas tenían perfectamente estudiado el desalojo<br />

y tardaban el tiempo récord de tres minutos (cronometrados) en<br />

desobstruir el acceso al cubil y apenas dos en su remoción.<br />

En los meses previos a la guerra (porque hubo una guerra, en qué<br />

país, en qué época no hay guerras) el secadero fue utilizado asiduamente,<br />

aunque no siempre fueron de cerdo los embutidos. El primero fue un<br />

activista extranjero, al cual sacaron a los dos días con un embarazo gástrico<br />

de avanzada gestación. Aquel año hubo menos compango y la<br />

práctica Lola decidió que era mucho mejor guardar allí las mantas, y los<br />

chorizos en el armario, ante los tiempos que se avecinaban. Después de<br />

aquel hubo otros amenazados, otros perseguidos, pero sin duda fue<br />

Hilario el más rentable.<br />

Hilario era uno de sus mejores clientes. Se preciaba de saber elegir<br />

la mejor mercancía y de hacerlo él mismo. Y decían que era verdad, que<br />

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