Comadres - Telecable

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15.05.2013 Views

Los signos externos mostraban la calidad económica del difunto. Lo corriente era un cura y una pareja de caballos. Según el número de caballos, cuatro o seis, con el número equivalente de curas era ya un «entierro de campanillas», porque también aumentaba el acompañamiento de monagos repicantes. A los pobres se les ponía traje de pino pintado o forrado de negro, a tenor de los dineros. Las coronas de flores colgadas de la carroza también cumplían su papel de ostentación. Lo mismo ocurría con el número de responsos, cuanto más encumbrado había estado en vida el personaje más veces paraba la compaña. Y si era un masón o un militante de izquierdas, las paradas solían ser delante de la catedral y del convento, para proferir consignas antirreligiosas. Pero había otra cosa más, que sólo se podían permitir algunos, y era el acompañamiento de sendas hileras de hombres portando cirios encendidos a cada lado del coche fúnebre. Estos acompañantes cobraban dos pesetas por su actuación y provenían en general del asilo de los pobres o eran gente mayor y sin trabajo. A Manuel le llamaban siempre, porque, aunque era inventor y pescador, sus ocupaciones le resultaban más bien ruinosas. Manuel había estudiado para cura, pero su carrera se truncó el día que en el seminario le adscribieron a la cocina, para que practicara la humildad. Cuando, como buen aprendiz, le tocó ir de compras y pisó por primera vez el mercado, las abuelas (aquellas mozas lozanas y gallardas, las reinas del tendido) no pudieron evitar propinarle indecentes piropos, al verle tan despistado en su alzacuello, tan joven y tan guapo. Fue su risa la revelación. Hacía tanto que no se reía en el convento, donde estaba prácticamente prohibido sonreír y vetado ser feliz, que abandonó los hábitos aquel mismo mes y se hizo marinero por ellas y [45]

por ganarse la vida, pues sin oficio ni beneficio no podía pretender acercarse a aquellas tres hermanas, casi como gotas de agua, que hicieron temblar los cimientos de su fe y le llenaron el corazón de gozo con aquella vitalidad, aquella espontaneidad y frescura, aquellas ganas de vivir que se asemejaban a lo que nunca había conocido, pero siempre había idealizado, lo que buscaba en el claustro, pero pese a los nombres (padre, hermano) nada tenía que ver con la familia que soñara. A partir del momento en que les hizo manifiesta esa renuncia, ellas le adoptaron a perpetuidad y aunque empezó durmiendo en el chamizo y haciendo chapuzas en la casa en sus ratos libres, acabaría ocupando la única cama matrimonial, meses después. Al poco de frecuentarlas él se hizo novio de Helena, siempre propensa al enamoramiento, pero no tardaría en manifestar su verdadero amor por Lola. A Helena no pareció importarle mucho, de aquella empezaba a interesarle Valerio, un poeta del pueblo, como decía ella, que murió en la cárcel de una neumonía, como una rata, durante la Gran Represión. Pero nadie puede predecir el futuro y Manuel se casó con Lola mientras Helena y su amante intercambiaban versos, ajenos al amargo destino que truncaría aquella literaria pasión pocos años después. La relación con Valerio, el poeta que sustituyó en su corazón al cuñado, marcó la época de poesía intimista de mi tía, pero su muerte la inclinó más hacia la denuncia y la poesía social, aunque nunca dejó de llorar ante los amores infortunados. Era una adicta de los dramas, creo que le servían de catarsis. ¡El suyo sí que había sido un amor de novela! Las guerras son malas para la lírica y las victorias sólo permiten loas a los vencedores… ¡Lástima de Fierabrás, que murió de viejo sin que nadie le diera su merecido! [46]

por ganarse la vida, pues sin oficio ni beneficio no podía pretender acercarse<br />

a aquellas tres hermanas, casi como gotas de agua, que hicieron<br />

temblar los cimientos de su fe y le llenaron el corazón de gozo con aquella<br />

vitalidad, aquella espontaneidad y frescura, aquellas ganas de vivir<br />

que se asemejaban a lo que nunca había conocido, pero siempre había<br />

idealizado, lo que buscaba en el claustro, pero pese a los nombres (padre,<br />

hermano) nada tenía que ver con la familia que soñara. A partir del<br />

momento en que les hizo manifiesta esa renuncia, ellas le adoptaron a<br />

perpetuidad y aunque empezó durmiendo en el chamizo y haciendo<br />

chapuzas en la casa en sus ratos libres, acabaría ocupando la única cama<br />

matrimonial, meses después.<br />

Al poco de frecuentarlas él se hizo novio de Helena, siempre propensa<br />

al enamoramiento, pero no tardaría en manifestar su verdadero<br />

amor por Lola. A Helena no pareció importarle mucho, de aquella empezaba<br />

a interesarle Valerio, un poeta del pueblo, como decía ella, que<br />

murió en la cárcel de una neumonía, como una rata, durante la Gran<br />

Represión. Pero nadie puede predecir el futuro y Manuel se casó con<br />

Lola mientras Helena y su amante intercambiaban versos, ajenos al<br />

amargo destino que truncaría aquella literaria pasión pocos años después.<br />

La relación con Valerio, el poeta que sustituyó en su corazón al<br />

cuñado, marcó la época de poesía intimista de mi tía, pero su muerte la<br />

inclinó más hacia la denuncia y la poesía social, aunque nunca dejó de<br />

llorar ante los amores infortunados. Era una adicta de los dramas, creo<br />

que le servían de catarsis. ¡El suyo sí que había sido un amor de novela!<br />

Las guerras son malas para la lírica y las victorias sólo permiten loas a los<br />

vencedores… ¡Lástima de Fierabrás, que murió de viejo sin que nadie le<br />

diera su merecido!<br />

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