Comadres - Telecable

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15.05.2013 Views

las pistolas, que consistía en una especie de regadera a pedal. Parece fantástico al pensarlo ahora, incluso tengo dificultad para reproducir su funcionamiento, para describir su apariencia. Era todo tan familiar que resultaba hasta normal, aunque habitual no era, desde luego. Pero la casa emanaba también una luz interior. Sus ocupantes eran cigarras y hormigas; trabajadoras y voraces consumidoras del ocio; disciplinadas, pero a la vez alejadas de la rutina; serias aunque capaces de llorar de risa; prácticas, pero se la jugaban a diario por sus convicciones. Eran, éramos, además uña y carne, agua y sed; una magnífica escala de elementos distintos, pero complementarios, células que constituían un único organismo. «La unión hace la fuerza», repetíamos, y nos apoyábamos unas en otras para disimular las cojeras. Frente a las inclemencias externas (las meteorológicas y las políticas) habían construido un palco resguardado, un paraguas polícromo bajo el que crecí, convencida de que todo era posible, de que todo era válido, que cualquier objetivo era alcanzable, incluso, sobre todo, para una mujer. Su obsesión era formarse, informarse, conocer, saber, entender el sentido profundo, descubrir la cara oculta de la luna. «Que no nos den gato por liebre, que nos llevan engañando toda la vida, Reyna. Hay otra Historia con mayúsculas, la que hacemos pero no escribimos las mujeres, porque la oficial se escribe desde el poder y el poder es masculino». Estaban convencidas de estar viviendo un tiempo revolucionario para las féminas, que durante siglos no habían tenido derecho a la educación, ni al voto, ni a beneficiarse del progreso o de los rendimientos del trabajo. Y en una centuria se habían dado pasos decisivos, veían el futuro prometedor… [39]

Helena citaba un repertorio de autoras cuyo único delito para ser excluidas de los libros y obras de referencia era ser del sexo femenino; a mí se me antojaba una conjura universal. «Es increíble lo que desconocemos, hasta dónde nos dejamos manipular, ya es hora de que se oiga nuestra voz, tú serás escritora Reyna, hablarás por nosotras, por todas, contarás nuestra historia». ¡Que responsabilidad! Aquí estoy, saldando deudas… Lola, mi abuela, era cristiana pero sólo ocasionalmente pisaba la iglesia: decía que los curas eran confidentes de la policía y enemigos de los pobres. Consideraba que los ilustres dignatarios de la ciudad-estado, no representaban a Dios en la tierra, sino a sus propios intereses gregarios y que desconocían cuál era la cruda realidad de la mayoría de los fieles. Hubiera sido una perfecta misionera, pero dudo que nadie la pusiera de rodillas. Pertenecía a varias sociedades de socorro y ayuda mutua e incluso durante la Era Gris, cuando las asociaciones eran ilícitas, ella organizó varios grupos de resistencia y asistencia, cuyas reuniones tenían lugar en la casa. Era la intendente del grupo. Llevaba sobre sus hombros el peso de la economía familiar y administraba tan bien los recursos que incluso en épocas de escasez daba la impresión de que nada nos faltaba. Estaba orgullosa por no haber pasado hambre durante los años de racionamiento; de hecho, los frutos de la tierra y la mar les permitían incluso alimentar bocas ajenas. Era una mujer seria, concienciada, preocupada, con una gran fuerza de voluntad que la salvó de quemarse en las muchas hogueras a las que echó leña. Siempre estuvo en la primera fila de todas las contiendas. Mi madre nunca lo expresó, pero creo que se sintió un poco abandonada. Menos mal que allí estaban sus dos tías. [40]

Helena citaba un repertorio de autoras cuyo único delito para ser<br />

excluidas de los libros y obras de referencia era ser del sexo femenino; a<br />

mí se me antojaba una conjura universal. «Es increíble lo que desconocemos,<br />

hasta dónde nos dejamos manipular, ya es hora de que se oiga<br />

nuestra voz, tú serás escritora Reyna, hablarás por nosotras, por todas,<br />

contarás nuestra historia».<br />

¡Que responsabilidad! Aquí estoy, saldando deudas…<br />

Lola, mi abuela, era cristiana pero sólo ocasionalmente pisaba la<br />

iglesia: decía que los curas eran confidentes de la policía y enemigos de<br />

los pobres. Consideraba que los ilustres dignatarios de la ciudad-estado,<br />

no representaban a Dios en la tierra, sino a sus propios intereses gregarios<br />

y que desconocían cuál era la cruda realidad de la mayoría de los fieles.<br />

Hubiera sido una perfecta misionera, pero dudo que nadie la pusiera<br />

de rodillas. Pertenecía a varias sociedades de socorro y ayuda mutua e<br />

incluso durante la Era Gris, cuando las asociaciones eran ilícitas, ella<br />

organizó varios grupos de resistencia y asistencia, cuyas reuniones tenían<br />

lugar en la casa. Era la intendente del grupo. Llevaba sobre sus hombros<br />

el peso de la economía familiar y administraba tan bien los recursos que<br />

incluso en épocas de escasez daba la impresión de que nada nos faltaba.<br />

Estaba orgullosa por no haber pasado hambre durante los años de racionamiento;<br />

de hecho, los frutos de la tierra y la mar les permitían incluso<br />

alimentar bocas ajenas.<br />

Era una mujer seria, concienciada, preocupada, con una gran fuerza<br />

de voluntad que la salvó de quemarse en las muchas hogueras a las que<br />

echó leña. Siempre estuvo en la primera fila de todas las contiendas. Mi<br />

madre nunca lo expresó, pero creo que se sintió un poco abandonada.<br />

Menos mal que allí estaban sus dos tías.<br />

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