Comadres - Telecable
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lla casa, sin dinero, se fue deteriorando, como el señorío, y así, en una de esas chapuzas, un día de tormenta, Rosendo se murió al caer del tejado mientras intentaba arreglar las múltiples goteras. Eso fue cuando Carola apenas tenía diez años. Mi bisabuela empezó a trabajar al poco tiempo. Muerto su padre y con el amo inútil de nacimiento, no tenían casi ni para lo más necesario. La niña no quiso quedar de criada sin sueldo, esclava de una huerta y un corral cada vez más esquilmados. Para atender al señorito (así le llamaba todo el mundo, nunca conocí otro nombre) bastaba una y si alguien tenía paciencia con él en este mundo era su madre, ella no le soportaba ¡Que trabajase como los demás! A Carola le quemaba ser servil, pero su madre le tenía prohibido expresarse así. Conocedora del genio de su hija y para evitar conflictos, Rosaura le busco colocación fuera y entró con una modista como recadera: ir a comprar hilo y botones, llevar trajes a hacer pruebas, recoger encargos… Las motilas conocían la vida de todo el mundo; pasaban la vida en las puertas de servicio hablando con las criadas, las ricas no solían desplazarse hasta el taller. Con los años fue ascendiendo, primero aprendiza, después costurera. Pero estar todo el día doblada y acabar con joroba, como todas las modistas, no constituía su objetivo, así que fue ahorrando y ahorrando sin tener muy clara la intención. Celesto, mi bisabuelo, había emigrado a lejanas tierras de joven y vuelto a Salitre con cincuenta y cuatro años. Traía un pequeño capital en el bolsillo, y en la cabeza la idea de casarse pronto y fundar una familia. Era amigo del señorito y lo primero que hizo fue visitarlo. Carola le abrió la puerta y no tardarían ni tres meses en casarse. Pese a la diferencia de edad, dicen que fue amor a primera vista. Ellos serían los que reforma- [37]
an la casa, una vez muertos el señorito y su madre, que se fueron con poca diferencia, y los que compraron uno de los mejores y mayores puestos del mercado. Ese fue el legado que llegó hasta mí. Las hijas de Carola y Celesto fueron trillizas, se llamaban Manola, Lola y Helena. Lola, la madre de mi madre, quedó viuda muy pronto, y las otras dos siguieron solteras toda la vida. Sus parientes, primos y tíos habían muerto hacía tiempo. Mi madre, hija única, fue fruto del amor y obra de una ideología: se llamaba Libertad. A la casa la llamaban La Roja (el color blanco no le favorece nada, la uniforma al resto, pasteliza la imagen, distorsiona la luz), porque ese fue el color primigenio que le dio mi bisabuelo cuando pasó a ser de la familia, y gran trabajo costaba mantenerlo. La verdad es que destacaba en el entorno, incluso en todo Salitre había pocas pintadas así. En la costa es difícil conseguir que las pinturas de las fachadas duren más de una temporada, pero Lola conseguía pintura para barcos en el mercado negro y primero su marido, después su hija, se encargaron hasta el final de darle una mano anual. La casa sólo permaneció varios años sin pintar cuando murió mi abuelo y cuando nací yo. La recuerdo de un color intenso, salvaje, como el casco de un bonitero lustroso o de un quimiquero recién bautizado. Aún en las noches de invierno, aquella película plástica y resistente al agua le daba un brillo especial. Todavía veo a mi madre subida a un ingenio diseñado por mi abuelo, mitad escalera mitad andamio, que se desplazaba sobre unas ruedas con freno accionable desde lo alto y que subía y bajaba mediante poleas. Permitía acoplar los útiles en espacios destinados para ello a lo largo del eje transversal y a mí me parecía un gigantesco pajarraco armado. En vez de brocha utilizaban otro invento propio, precursor de [38]
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an la casa, una vez muertos el señorito y su madre, que se fueron con<br />
poca diferencia, y los que compraron uno de los mejores y mayores<br />
puestos del mercado. Ese fue el legado que llegó hasta mí.<br />
Las hijas de Carola y Celesto fueron trillizas, se llamaban Manola,<br />
Lola y Helena. Lola, la madre de mi madre, quedó viuda muy pronto, y<br />
las otras dos siguieron solteras toda la vida. Sus parientes, primos y tíos<br />
habían muerto hacía tiempo. Mi madre, hija única, fue fruto del amor y<br />
obra de una ideología: se llamaba Libertad.<br />
A la casa la llamaban La Roja (el color blanco no le favorece nada,<br />
la uniforma al resto, pasteliza la imagen, distorsiona la luz), porque ese<br />
fue el color primigenio que le dio mi bisabuelo cuando pasó a ser de la<br />
familia, y gran trabajo costaba mantenerlo. La verdad es que destacaba<br />
en el entorno, incluso en todo Salitre había pocas pintadas así. En la costa<br />
es difícil conseguir que las pinturas de las fachadas duren más de una<br />
temporada, pero Lola conseguía pintura para barcos en el mercado negro<br />
y primero su marido, después su hija, se encargaron hasta el final de<br />
darle una mano anual. La casa sólo permaneció varios años sin pintar<br />
cuando murió mi abuelo y cuando nací yo.<br />
La recuerdo de un color intenso, salvaje, como el casco de un bonitero<br />
lustroso o de un quimiquero recién bautizado. Aún en las noches de<br />
invierno, aquella película plástica y resistente al agua le daba un brillo<br />
especial. Todavía veo a mi madre subida a un ingenio diseñado por mi<br />
abuelo, mitad escalera mitad andamio, que se desplazaba sobre unas ruedas<br />
con freno accionable desde lo alto y que subía y bajaba mediante<br />
poleas. Permitía acoplar los útiles en espacios destinados para ello a lo<br />
largo del eje transversal y a mí me parecía un gigantesco pajarraco<br />
armado. En vez de brocha utilizaban otro invento propio, precursor de<br />
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