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Comadres - Telecable

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fue la parte que más me gustó siempre. En cierto modo, así transcurrió la<br />

primera parte de mi vida, en un reino de fantasía gobernado por mujeres.<br />

La quieta calle<br />

donde el eco dijo:<br />

tuya es su vida<br />

tuyo su querer,<br />

bajo el burlón<br />

mirar de las estrellas<br />

que con indiferencia<br />

hoy me ven volver.<br />

* * *<br />

Nací no muy lejos de aquí; nada más instalarme tras la vuelta fue<br />

lo primero que visité, la calle, la casa de mi niñez. Ni rastro de los vecinos<br />

de entonces. No quise preguntar por nadie; tampoco tenía a quién<br />

y lo último que deseaba era engrosar con más nombres la lista de mis<br />

muertos. Bastante había sido la sorpresa recibida con la nueva imagen<br />

de la ciudad, que casi no reconocía. Encontré la vivienda rehabilitada y<br />

convertida en sede de las oficinas de una prestigiosa empresa de cosméticos.<br />

Tardé incluso en recomponer la estructura primigenia de aquel<br />

maquillado hogar. Al jardinero le encantó ayudarme a recomponer el<br />

puzzle, aunque no tenía ni idea de lo que le estaba hablando.<br />

Era un chico joven, del país de los fiordos, pronunciaba con dificultad<br />

y agradeció encontrar alguien con quien expresarse en su idioma<br />

(¿dije ya de mi dominio de las lenguas?), así que me contó su vida<br />

durante el recorrido por la finca. Me enteré que se llamaba Harold y que<br />

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