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a la menor insinuación de ataque. Por otra parte, una vez acostumbrada<br />
a la fauna abisal, la vida en la mar me permitió tener que elegir lo menos<br />
posible. Prefiero, prefería entonces, ir dejando la vida pasar, fluir un día<br />
tras otro: amanece, oscurece, sale el sol, se oculta, cuarto menguante,<br />
luna nueva, cuarto creciente, luna llena… respirar sin pensar. Pero hubo<br />
un día en el que la que llamaba a los océanos y mares por su nombre a<br />
falta de una patria que sentir, comprendió que no era tritón, ni náyade,<br />
y quizá vivir sí merecía la pena.<br />
Aquella espesa mañana de enero del año 2000, pese al aturdimiento,<br />
tuve clara cuál era mi decisión y elegí para recalar esta ensenada,<br />
este trozo de mar, si es que pudiera fraccionarse, si es que fuera aprehensible<br />
ese confín lejano, ora plomo, ora azul, que asoma a mi ventana<br />
entre las grúas y el humo del cigarro, como entonces. No hubiera podido<br />
embarrancar en otro lado mi nave rota, las velas hecha jirones, los restos<br />
de aquella fuga sin final, de aquella huida hacia la nada. El canto de las<br />
sirenas me atrajo en la distancia. Existen, aunque sólo sean las de la rula<br />
que anunciaron mi vuelta.<br />
Han pasado más de diez años desde entonces y las oigo sonar<br />
ahora que vuelvo otra vez sobre mis pasos, como si también estuviera<br />
escrito que lo hicieran en este momento precisamente, a las cinco de la<br />
mañana (cada vez duermo menos) del veinte de octubre del año dos mil<br />
diez, o lo que es lo mismo, 20-10-2010, no sé si se dan cuenta. Yo nací<br />
el 20-10-1960 y si suman o restan verán que hoy es mi cumpleaños, 50<br />
años, medio siglo, varios capítulos de la historia contemporánea, unas<br />
cuantas páginas en los libros de texto. Siempre me pareció destacable esa<br />
coincidencia, la interpreté desde que fui consciente, como un presagio,<br />
un indicio favorable (y lo era claramente, nunca estuve mejor que ahora).<br />
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