Comadres - Telecable
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que fue el telón para mí. Con tu ayuda hubiera sobrevivido al resto. Sin ellas y sin ti la vida, Salitre, se convertieron en un infierno. La única solución posible era la huida, no me diste más alternativas. ¿Por qué lo hiciste? ¿Qué había entre vosotros?». Las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas, lenta, cadenciosamente. «Pobre» musitaba acariciándome, «pobre, así que era eso» y estrechaba con fuerza mi mano entre las suyas. Sí, pobre y confundida Reyna. Su relación se remontaba al instituto, nunca hubo nada consolidado, ninguna pretensión de formalidad o estabilidad. Un polvo de vez en cuando, alguna salida, una escapada de fin de semana. A veces me lo ocultaba porque le parecía que no me gustaba, no decía nada pero me enfadaba por cualquier otra razón cuando me contaba que habían estado juntos. Sería verdad. Tras el curso que siguieron los acontecimientos se sintió obligada a explicarle lo que había entre nosotras. «¿Qué crees, que no sentía eterno el amor que te juré en la Violeta? Precisamente por eso no pude esperar más a decírselo y al entrar en el tanatorio le cité. Al quedar sola tú, pensaba ir a vivir contigo, eso le dije a Manfredo. Y que si algo había entre él y yo se había terminado para siempre. Le pedí discreción en el momento, pero era nuestro amigo y había sido mi amante, debía saberlo el primero. Creo que no se sorprendió, dijo que no le extrañaba y me dio la enhorabuena. Pero me pidió un beso de despedida y eso fue lo que tu viste. ¿Cómo iba a negárselo? Sólo era un beso… ¡Oh, Reyna, cómo pudiste estar tan equivocada! ¡Cómo pudiste pensar tal barbaridad de mí!». Nos enjugábamos la cara la una a la otra. «Pero tú le seguiste viendo, Reyna es hija suya». Sonrió con dificultad. «Al fin y al cabo era el hombre con quien más trato había tenido, nos vimos algunas veces más, pero a mí me resultaba muy difícil, tu imagen se inter- [237]
ponía siempre entre nosotros. A él no le extrañó que le dejara, ni que volviera tiempo después. Hice que fuera un encuentro casual. Para mis propósitos, me vino de perlas que se marchara más tarde, me pareció menos frío que con un desconocido, además sabes que no suelo acostarme con los clientes. Y Manfredo era muy guapo, no dejarás de reconocerlo, y sano, eso también lo tuve en cuenta. Nadie podía prever el giro que darían las cosas. De hecho, para distanciarle, pensaba haberme ido yo de Salitre, lo tenía arreglado con mamá para estar fuera un año o así, y después volvería con la niña. Pero él se adelantó y vi el cielo abierto. Durante el tiempo que estuvo fuera me escribió algunas veces, postales por navidad y eso, pero no solía poner remite y yo no tenía interés en corresponderle. Cuando volvió me negué discretamente a que conociera a Reyna y no le había vuelto a ver, salvo alguna ocasión por el local. En estos casos él siempre iba acompañado e intercambiábamos los saludos de rigor, nada más. Yo no quería que se relacionase con ella, ni siquiera que la viera, era demasiado peligroso, podía sacarle algún parecido, la sangre tira… ya ves hasta qué punto». Aún le hice más preguntas, todas las que llevaba veinte años formulando al viento. Ninguna quedó sin respuesta, Perla jamás me había traicionado. Si alguien tenía algo que enmendar era yo. En mi descarga alegué locura transitoria. «Estaba loca por ti». Estábamos sentadas en esta misma habitación y pensé que me gustaría tenerla a mi lado para siempre. «Y lo sigo estando». Al fin lo había dicho. ¿Sería suficiente para justificar mi desconfianza, los enfermizos celos que me habían consumido? ¿Excusaría esa declaración veinte años de silencio? «Me hiciste mucho daño, Reyna. Dudaste y lo diste por cierto, no se te ocurrió ni preguntarme. Podría decir que arruinaste mi vida por una tontería, por tu mala [238]
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ponía siempre entre nosotros. A él no le extrañó que le dejara, ni que volviera<br />
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me vino de perlas que se marchara más tarde, me pareció menos<br />
frío que con un desconocido, además sabes que no suelo acostarme con<br />
los clientes. Y Manfredo era muy guapo, no dejarás de reconocerlo, y<br />
sano, eso también lo tuve en cuenta. Nadie podía prever el giro que<br />
darían las cosas. De hecho, para distanciarle, pensaba haberme ido yo de<br />
Salitre, lo tenía arreglado con mamá para estar fuera un año o así, y después<br />
volvería con la niña. Pero él se adelantó y vi el cielo abierto.<br />
Durante el tiempo que estuvo fuera me escribió algunas veces, postales<br />
por navidad y eso, pero no solía poner remite y yo no tenía interés en<br />
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a Reyna y no le había vuelto a ver, salvo alguna ocasión por el local. En<br />
estos casos él siempre iba acompañado e intercambiábamos los saludos<br />
de rigor, nada más. Yo no quería que se relacionase con ella, ni siquiera<br />
que la viera, era demasiado peligroso, podía sacarle algún parecido, la<br />
sangre tira… ya ves hasta qué punto».<br />
Aún le hice más preguntas, todas las que llevaba veinte años formulando<br />
al viento. Ninguna quedó sin respuesta, Perla jamás me había<br />
traicionado. Si alguien tenía algo que enmendar era yo. En mi descarga<br />
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misma habitación y pensé que me gustaría tenerla a mi lado para siempre.<br />
«Y lo sigo estando». Al fin lo había dicho. ¿Sería suficiente para justificar<br />
mi desconfianza, los enfermizos celos que me habían consumido?<br />
¿Excusaría esa declaración veinte años de silencio? «Me hiciste mucho<br />
daño, Reyna. Dudaste y lo diste por cierto, no se te ocurrió ni preguntarme.<br />
Podría decir que arruinaste mi vida por una tontería, por tu mala<br />
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