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Comadres - Telecable

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«Llevas una vida monacal —comentó al notar la ausencia de decoración—<br />

pero la casa tiene posibles. Y el edificio tiene personalidad, no<br />

es como un piso, donde tienes la impresión de vivir en una conejera». Le<br />

di la razón, ambas estábamos acostumbradas a caserones. Y en cuanto<br />

al interior, bien es cierto que solamente había comprado lo necesario,<br />

pero ya fue bastante. No se me ocurrió nada para llenar las paredes, así<br />

que sólo tenía un mapamundi con banderitas en el salón. La invité a<br />

desayunar, María había preparado un bizcocho. Tomó la prueba con un<br />

café y salimos sin tardanza. Nadie nos esperaba, pero debajo del mismo<br />

techo y a solas se mascaba cierta incomodidad, se notaba que teníamos<br />

más en el buche que digerido (y no era el bizcocho, que quedó entero).<br />

Ya en la calle, tras despedirnos de María, que estaba «casualmente»<br />

a la puerta, Perla empezó a contarme las novedades habidas en Salitre<br />

durante mi prolongada ausencia. Margarita se había separado y vivía con<br />

un chico doce años más joven; Camelia tenía tres niñas, la mayor ya iba<br />

a la universidad; habían tirado el colegio donde estudiamos; habían<br />

ampliado el aeropuerto y construido una nueva autopista; en el solar de<br />

las chabolas se levantaba un parque; el número de habitantes había crecido…<br />

Estaba claro que hablar le aliviaba la tensión. Yo la escuchaba,<br />

pero estaba en otra parte, o, mejor dicho, estaba allí, en mi sitio, donde<br />

quería estar: caminando con ella entre aquella riada de mujeres que ocupaban<br />

las calles, en mi ciudad. Por fin había encontrado un lugar bajo el<br />

sol, sólo me quedaba por aclarar el asunto de Manfredo, pero cada vez<br />

me daba más pereza sacarlo a colación, tenía miedo de que se rompiera<br />

el encanto.<br />

Ese año no participamos en el desfile, lo vimos desde la acera.<br />

Había mejorado considerablemente. Se mantenía la agrupación gremial,<br />

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