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número elevado de voluntarias. Después de tantos años, y dado el volumen<br />
de gente comprometida, el esquema funcionaba sorprendentemente<br />
bien, vamos, que empezaba a ser modélico y a tener imitadores<br />
en otros ámbitos y lugares.<br />
Marta me introdujo de nuevo en aquel viejo círculo y pronto me<br />
sentí comprometida. Pero me decepcionaba todo aquel capital humano,<br />
tanto esfuerzo empeñado en la mera organización de un evento anual.<br />
Tenían un gran poder de convocatoria, pero raramente irrumpían en la<br />
vida pública con la contundencia del primer sábado de marzo. Era una<br />
pena. Estaba claro que se actuaba bien, que el engranaje funcionaba, pero<br />
como decía Manola, «¡si las mujeres mandasen, además de trabajar…!».<br />
Siempre había colaborado económicamente en la ayuda humanitaria,<br />
pero jamás me había involucrado en labores voluntarias. Recordé<br />
las experiencias comunales vividas de pequeña, todo lo que las abuelas<br />
contaban sobre la red de mujeres, embrión de una revolución que cambiaría<br />
el mundo. Y entonces lo pensé. Fui al Ateneo a concretar la vaga<br />
idea que me estaba surgiendo. Convocadas las abuelas, les expuse mis<br />
inquietudes, que eran las suyas. Sus espectros asintieron con unanimidad:<br />
era hora de moverse… Marta me ayudó a darle cuerpo con toda la<br />
documentación que sacamos de su biblioteca y llevamos el proyecto a<br />
la asamblea de <strong>Comadres</strong> de ese año. Se empeñaron en que tenía que ser<br />
yo la que hiciera de portavoz, ya que era mía la iniciativa. Al principio<br />
me tembló un poco la voz, pero fui creciéndome a medida que desarrollaba<br />
las ideas. Noté que las abuelas hablaban por mi boca insuflándome<br />
las palabras, que eran las autoras de aquella brillante oratoria, pero nadie<br />
más se dio cuenta. Expuse lo que las presentes deseaban oír con el discurso<br />
que todas llevamos dentro. Y así nació Avalón, una asociación<br />
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