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jamás quedó sola, nunca le faltó nada (incluso tendría de todo en exceso,<br />
conociendo a mi amiga).<br />
Con Reynita, Perla volvió a ser niña, volvió a descubrir la naturaleza,<br />
a ponerse nerviosa la noche de Reyes, a inventar el lenguaje, a<br />
aprender los números, a distinguir los sabores, los colores, los olores, las<br />
materias… La hija heredó el gusto por los modelitos de su madre, con<br />
seis años ya escogía su propia ropa y disfrutaban las dos buscando luego<br />
por los rastrillos complementos para el pelo, pendientes, anillos y pulseras.<br />
Era muy coqueta (lo llevan también en los genes), pero además<br />
salió buena estudiante (al contrario que su madre, que siempre andaba<br />
con alguna asignatura colgando) y eso llenaba de orgullo a mi amiga.<br />
Lista, buena, guapa, cariñosa… Por primera vez una Valtueña se planteó<br />
romper la tradición. Perla empezó a tejer sueños para su hija, grandes planes<br />
que se proyectaban más allá de Salitre, sería la primera de la familia<br />
que estudiara, quizá llegara lejos, si no, siempre tendría donde volver.<br />
Preparándose para una buena carrera, a los doce años decidieron cambiar<br />
de colegio. Buscaron el mejor, uno que estaba cerca de Salitre, en el<br />
entorno rural, a unos quince kilómetros. Tenían canchas y polideportivo,<br />
caballos y una enorme extensión de finca con árboles frutales, huerto<br />
propio y amplia gama de oferta extraescolar e idiomas. A las dos les pareció<br />
perfecto. Las primeras evaluaciones obtuvo unas calificaciones excelentes.<br />
Las profesoras la felicitaron.<br />
Y de repente, el prometedor árbol se torció. Perla echaba la culpa<br />
al cambio de colegio; a nuevas amistades, desconocidas e incontroladas;<br />
al cambio de costumbres, ahora se salía toda la noche, había locales<br />
abiertos noche y día, llenos de jóvenes a rabiar… a todo menos a la propia<br />
hija. Supongo que con las personas amadas te engañas hasta que es<br />
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