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y mujeres. Aquellas muchachas que aparecían en las revistas con él. Pero<br />
llegó Internet. El salto amplió los horizontes del mafioso inversor, el<br />
negocio del vídeo se quedaba pequeño para las ganancias que se aproximaban.<br />
Empezaron a exigirle más producción, más variada. Necesitaba<br />
ampliar la gama de productos. Y una tapadera. La fundación municipal<br />
le garantizó las dos cosas. Después vendrían las discotecas, donde indiscretas<br />
cámaras ocultas en los servicios permitían a los internautas espiar<br />
en tiempo real a sus ocupantes desde el hogar o la oficina, cómodamente<br />
sentados. Voyeurismo pero sin riesgos. Las suscripciones a la página se<br />
multiplicaron y sus ingresos también. Lo había conseguido.<br />
Manfredo, bajo el alias de papapitufo, trabajaba para una red dedicada<br />
a la distribución de pornografía a través de Internet. Desde la dirección<br />
de Salitre se remitían las imágenes al servidor, que estaba en Cale-<br />
tres, y de allí a más de 60 servidores en otros 40 países. La estrella era la<br />
pornografía infantil, ofrecían imágenes de niños inducidos a prácticas<br />
sexuales, pero también webcam en directo y la compraventa de jóvenes<br />
vía catálogos web. La calidad digital era impecable. La organización se<br />
anunciaba en el teletexto de una conocida cadena privada de televisión<br />
y recibía los pedidos a través de una dirección de correo electrónico. Por<br />
el mismo medio, a través de una lista de distribución, se alertaba a los<br />
suscriptores de las novedades. Al catálogo se accedía mediante una clave<br />
que se podía obtener en ese mismo correo. Los menores allí expuestos<br />
eran de diferentes nacionalidades, pero en su mayoría de raza blanca. Y<br />
algunos de Salitre.<br />
Aunque sean iguales los niños negros o indios que los blancos, se<br />
pagan mucho mejor estos últimos, tan finos, tan rubios, tan escasos. Sus<br />
congéneres del tercer y cuarto mundo nacen ya vendidos masivamente al<br />
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