Comadres - Telecable
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pero además nos estamos cargando a Gaia, el planeta y sus recursos. Estamos envenenando la fuente de la vida. Ni te imaginas la basura que se vierte al fondo del mar o la que gira sobre nuestras cabezas. Si la sumas a la que acumulamos en tierra firme, vivimos en un vertedero. Si hubieras visto lo que yo, pensarías lo mismo. Me hice socia de tantas ONG porque no me podía quedar indiferente, pero eso fue al principio. Ahora sigo colaborando, pero es como ponerle una tirita en el cuello a un decapitado. Soy absolutamente escéptica: me lo creo todo y no creo nada», recuerdo que le dije, y sentí pánico ante el temor reflejado en sus ojos verdes, laguna sin fondo, abiertos y sorprendidos ante tanta crispación. ¿Quién eres? ¿En qué te has convertido?, preguntaba sin voz la ninfa de las aguas. Hasta los treinta y siete años el mundo me quedaba pequeño. Yo era cada vez más grande, más fuerte, me sentía excepcional, invencible, sobre todo tras la muerte de Marcial. «Pero hace tres años la balanza se desequilibró». Un virus tropical. Estuve seis meses en un hospital, adelgacé catorce quilos. No sabían qué tenía, ni cómo remediarlo. Fiebre, sudores, dolores, vómitos, diarrea, picores, pústulas… Horroroso. Estaba sola, desahuciada, y ya no era la Reyna de los Mares, solamente una mujer al borde de la cuarentena que nadie iba a visitar, por la que nadie se interesaba. Al séptimo mes el virus se fue por donde había venido. Sencillamente, desaparecieron los síntomas. Pero yo ya estaba muy mermada. Dejaron de interesarme los destinos exóticos, me recluí en los hoteles, en la bebida. Seguí trabajando porque no sabía hacer otra cosa. Después vino lo de Alora, otra vez al hospital, aunque menos tiempo, la angustia repetida. En realidad la decisión de volver se llevaba fraguando mucho antes de la nochevieja, desde el verano del 97, para ser más exac- [179]
tos. Nunca olvidaré ese año, aquella sala verde, aquella botella de suero que me perseguía a todas partes, las horas que no terminaban de pasar, el asfixiante calor de la canícula, el olor nauseabundo, condensado, de aquel maldito hospital en Caribia… «Volví a Salitre porque me dio miedo la vejez, la enfermedad, la soledad, la muerte. Acabar como Marcial, sin nadie que velara mis restos, que recogiera mis cosas. Nunca me separé del quiquilimón, ¿recuerdas?». Cómo no iba a acordarse de aquella caja de hojalata, ella tenía una igual, era donde guardábamos los tesoros: el billete del tren de la primera excursión, la moneda de la suerte, conchas, fotos, un mechón de pelo, el ojo de cristal de nuestra muñeca favorita, una vela, una flor seca, aquella postal… Fue lo único que llevé conmigo, ni una foto de ellas, ni nuestra, ni un objeto, nada más. Ahora descansa dentro de un baúl, un mundo como lo llamaban las abuelas. Fue una ganga, lo compré años ha en Canales, en un anticuario que le debía un favor a Erik. Ese cofre fue mi único equipaje durante muchos años, está hecho de cuero, es grande y con doble fondo, me sobraba para guardar mis posesiones, nunca lo deshacía, solamente sacaba la ropa. Alguien más pequeño que yo también hubiera podido esconderse en él en caso de apuro. En su interior iba guardando recuerdos de todos los países que visitaba; coleccionaba postales y encontré miles cuando lo vacié. Marta organizó la colección, siempre fui un desastre para eso. Le confesé a Perla el miedo que tenía a la Parca. Sólo en aquella casa flotante, con Erik, me había sentido a salvo de su guadaña. Pero las turbulencias de la mente son incógnitas e impredecibles y una mañana helada eché de menos un hogar, el hogar que no tenía pero que en algún [180]
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pero además nos estamos cargando a Gaia, el planeta y sus recursos.<br />
Estamos envenenando la fuente de la vida. Ni te imaginas la basura que<br />
se vierte al fondo del mar o la que gira sobre nuestras cabezas. Si la<br />
sumas a la que acumulamos en tierra firme, vivimos en un vertedero. Si<br />
hubieras visto lo que yo, pensarías lo mismo. Me hice socia de tantas<br />
ONG porque no me podía quedar indiferente, pero eso fue al principio.<br />
Ahora sigo colaborando, pero es como ponerle una tirita en el cuello a<br />
un decapitado. Soy absolutamente escéptica: me lo creo todo y no creo<br />
nada», recuerdo que le dije, y sentí pánico ante el temor reflejado en sus<br />
ojos verdes, laguna sin fondo, abiertos y sorprendidos ante tanta crispación.<br />
¿Quién eres? ¿En qué te has convertido?, preguntaba sin voz la<br />
ninfa de las aguas.<br />
Hasta los treinta y siete años el mundo me quedaba pequeño. Yo<br />
era cada vez más grande, más fuerte, me sentía excepcional, invencible,<br />
sobre todo tras la muerte de Marcial. «Pero hace tres años la balanza se<br />
desequilibró». Un virus tropical. Estuve seis meses en un hospital, adelgacé<br />
catorce quilos. No sabían qué tenía, ni cómo remediarlo. Fiebre,<br />
sudores, dolores, vómitos, diarrea, picores, pústulas… Horroroso. Estaba<br />
sola, desahuciada, y ya no era la Reyna de los Mares, solamente una<br />
mujer al borde de la cuarentena que nadie iba a visitar, por la que nadie<br />
se interesaba. Al séptimo mes el virus se fue por donde había venido.<br />
Sencillamente, desaparecieron los síntomas. Pero yo ya estaba muy mermada.<br />
Dejaron de interesarme los destinos exóticos, me recluí en los<br />
hoteles, en la bebida. Seguí trabajando porque no sabía hacer otra cosa.<br />
Después vino lo de Alora, otra vez al hospital, aunque menos tiempo, la<br />
angustia repetida. En realidad la decisión de volver se llevaba fraguando<br />
mucho antes de la nochevieja, desde el verano del 97, para ser más exac-<br />
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