Comadres - Telecable
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defraudé nunca su interés. Es el día de hoy que nos sentamos a charlar (me imagino cuando estemos en el porche de La Roja) y escucha absorto mis historias, le encanta ser mi paladín y me hace sentir como una verdadera reina. Él también insistió en que tenía que escribir, no sé por qué se empeñan en que tengo mucho que contar. Me hubiera gustado hacerlo de la forma tradicional, emborronando folios, pero no tendría paciencia. Y para eso están las tecnologías, ya lo dice Perla, cada vez más fanática de las comunicaciones. Además no tengo que preocuparme de corregir después el texto, para algo está Paula. Está todo el mundo en el complot, esta vez espero darles una satisfacción… * * * Aquel día volví a comer con Marta para celebrar el acuerdo y darle las gracias. «No creas que lo voy a convertir en una costumbre, pero te lo mereces. Parece que me trajiste la suerte». «Tú echaste las cartas cuando viniste a Salitre, esta vez te irá bien, ya verás. Además, no me creerás pero cada día estás más guapa, de ayer a hoy tienes mejor cara, te lo juro, será lo de estar parada que envilece». Le di la razón, que también tenía su parte, y empecé a sonsacarla sin tapujos sobre Manfredo y Perla. Marta no me falló. Ella no los conocía personalmente, pero sabía muchas cosas. Efectivamente, Manfredo tenía fama de traficante y mafioso, pero que ella supiera nunca había estado detenido ni implicado en delito conocido. De hecho colaboraba en todo tipo de proyectos sociales, especialmente los dedicados a la infancia y la juventud, económica y activamente. Un benefactor, vamos. Si blanqueaba dinero lo dejaba impoluto. Lo sabía por el alcalde, que era miembro del Ateneo, y desde luego no [171]
parecía estar muy interesado en conocer ni en denunciar la procedencia del dinero que le llenaba las arcas municipales. Tampoco veía impedimento alguno en que el propietario de una cadena de discotecas y salas de juego fuera el que más aportara a la Fundación de Bienestar Social, incluso se les veía mucho juntos. Era un poco contradictorio todo ello. Supongo que el alcalde también llenaba en parte sus bolsillos, o por lo menos recibiría apoyo económico en la campaña. De todos modos, algo no encajaba. Manfredo siempre había pasado de política y además nunca le habían gustado los niños, le parecían seres monstruosos, egoístas, abusadores, crueles… nos reíamos mucho con eso ¿Quería lavarse la cara, cubrirse las espaldas? ¿Financiaba ilegalmente algún partido? ¿Era una tapadera? ¿Hacía donaciones para desgravar? ¿O actuaba por enaltecerse? Hubiera jurado que de aquella tenía conciencia, pero uno sólo puede enriquecerse así de rápido sin ella. Marta seguía hablando. Se rumoreaba que la policía había descubierto algo gordo, en lo que el difunto estaba implicado «Tengo miedo que tenga cadáveres en el jardín», me dijo. Le pregunté intrigada por las amantes. No creía que tuviera todas las que decían. Leía todos los periódicos y revistas de la biblioteca y le había visto muchas veces en ellas. «Siempre aparecía en las fotos rodeado de chicas guapas, es verdad, pero con aspecto de modelos, ¿sabes? O conejitas del Play Boy, no sé, bellezas de pago, tú me entiendes. Yo creo que formaban parte de sus negocios, pero no me extrañaría que fuera un asesino en serie, o un pedófilo». Pobre Manfredo. En los dos últimos días había recibido tal cúmulo de epítetos que si estuviera vivo le habrían abrasado las orejas. Intenté rastrear en la memoria alguna señal de sus inclinaciones. La imagen noble y dicharachera que conservaba de él se transformaba acelerada- [172]
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defraudé nunca su interés. Es el día de hoy que nos sentamos a charlar<br />
(me imagino cuando estemos en el porche de La Roja) y escucha absorto<br />
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se empeñan en que tengo mucho que contar. Me hubiera gustado<br />
hacerlo de la forma tradicional, emborronando folios, pero no tendría<br />
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Lo sabía por el alcalde, que era miembro del Ateneo, y desde luego no<br />
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