Comadres - Telecable
Comadres - Telecable Comadres - Telecable
ya, agotada la consumición y realizada la transacción, pero me invitó a quedar a escuchar su actuación. Nunca digo que no a este tipo de ofrecimientos, así que acepté otra cerveza, intrigada por no ver instrumento ni escenario alguno. Era narrador, cuentacuentos, cuentista. Relataba a un entregado auditorio las refriegas que había presenciado, la estrategia militar seguida por los bandos, la dureza y la fatiga del frente, cómo se batían las guerrillas, quiénes las formaban, cómo eran los países que había visitado, antes y después de ser destruidos, ocupados, pasados por las armas sus habitantes. Exageraba como un cosaco, pero era aleccionador. Pacifista consumado, amante de la vida, sus descripciones de los bombardeos iluminadas por el humo de los cigarros eran conmovedoras y alguno salía estremecido todas las noches. Cuando le conocí tenía veintisiete años, él se acercaba a los cuarenta. Había visto mucho dolor y percibió enseguida que tras mi apabullante apariencia se escondía un terrible desarraigo. Y me dejó echar raíces en su lancha. Por lo menos una o dos veces al año iba a verlo y siempre quedaba en Canales más de lo previsto, pero nunca llegué a dejar el cepillo de dientes o unas zapatillas. Tras varios meses en alta mar, a secano, la soledad en tierra es mala compañera. Por eso es bueno dejar amigos atrás, tenerlos enfrente, llevarlos al lado. Y que haya siempre una taberna, una fonda, donde recalar y dejar tu nombre escrito en el vaho del espejo: Aquí estuvo la Reyna de los Mares… Erik había colgado una placa de barro con ese texto en la pared del local. La frase se acodaba en la cola de una sirena que, todo hay que decirlo, se parecía a mí. Cuando le preguntaban hablaba (fantaseaba, supongo) sobre aquella mujer morena y fuerte, visiblemente vulnerada y difícilmente vulnerable, febril y taciturna, que imponía con [17]
su sola presencia en un reino de hombres y metal, de grasa y hierro; aquella sombra curtida y silenciosa, de ojos como tizones, capaz de arder de pasión, capaz de helar las pasiones más ígneas. Alguien que aparecía sin avisar con una botella de champán (del caro) y desaparecía de repente, dejando un libro dedicado (tenía una estantería entera). Ni una foto, ni una carta, ni un adiós hubo nunca entre nosotros. Por mi parte, palabras, más bien pocas, con las suyas había para ambos. ¡Quién lo diría ahora! Aunque rebajaba el ritmo de su intensa vida social cuando llegaba yo, seguía desplegando tanta actividad que me pasaba la mayor parte del tiempo sola, recostada y arropada sobre cojines en la cubierta, disfrutando del trajín fluvial, viendo sin ser vista, envuelta en el hálito frío y turbio del canal. Pasé con él algunas licencias, a veces varios meses, y hubiera tenido un hueco en su cama, incluso en su vida, si hubiera querido. Pero no podía permanecer allí para siempre. Aunque me lo pidió, éramos conscientes de nuestra limitación, de mi mutilación. La noche fue alucinante. Pese a la reticencia inicial, salí. En el fondo soy débil y todavía más en el fondo quería creer lo que me decía. Y tuvo su parte de razón, pero no obtuvo el resultado deseado: mi despedida no estaba incluida en su programa de actos. Se superaron todas las previsiones y la marea humana se desplazaba por las calles incontenible, febril, enloquecida, con las miradas vidriosas y el paso vacilante; era un maremágnum de gritos y empellones, de efusiones incontroladas, dormidos en las aceras, canciones desafinadas, atropellos, abusos, vomitadas, comas etílicos y quemaduras por petardos, cristales rotos, papeleras destrozadas y toneladas de residuos… Así sucedió en todas las partes del planeta, cubierto por un manto de [18]
- Page 2 and 3: Comadres
- Page 4 and 5: Pilar Sánchez Vicente Comadres Ovi
- Page 6 and 7: Yo adivino el parpadeo de las luces
- Page 8: Comadres
- Page 12: Soy la Reyna de los Mares… mares
- Page 15: más colorida de las capitales mar
- Page 19 and 20: me dio la primera cornada. Le murmu
- Page 21 and 22: el mundo los rodeaba complaciente.
- Page 23 and 24: tuviera una casa así, con cimiento
- Page 25 and 26: muy acogedora, muy bonita. Asentí.
- Page 27 and 28: Una pescadera me gritó algo que no
- Page 29 and 30: a la menor insinuación de ataque.
- Page 31 and 32: fue la parte que más me gustó sie
- Page 33 and 34: Desde la mar, Salitre parece un tor
- Page 35 and 36: (arriba vivían los dueños) había
- Page 37 and 38: an la casa, una vez muertos el señ
- Page 39 and 40: Helena citaba un repertorio de auto
- Page 41 and 42: estimaba que había sido injustamen
- Page 43 and 44: las tres, novio de dos, el marido d
- Page 45 and 46: por ganarse la vida, pues sin ofici
- Page 47 and 48: suerte de infusiones y bebedizos mi
- Page 49 and 50: Era maestro y estaba fascinado por
- Page 51 and 52: abierta a los indigentes. Por sus m
- Page 53 and 54: par de veces en la casa, por denunc
- Page 55 and 56: mejor lo que invirtieron en mi cria
- Page 57 and 58: Dijo la zorra al busto después de
- Page 59 and 60: nizaba talleres, comedores comunale
- Page 61 and 62: (Manola me puso de patitas en la ca
- Page 63 and 64: Están tan ilusionadas como yo con
- Page 65 and 66: En aquellos largos paseos que dába
su sola presencia en un reino de hombres y metal, de grasa y hierro;<br />
aquella sombra curtida y silenciosa, de ojos como tizones, capaz de<br />
arder de pasión, capaz de helar las pasiones más ígneas. Alguien que<br />
aparecía sin avisar con una botella de champán (del caro) y desaparecía<br />
de repente, dejando un libro dedicado (tenía una estantería entera). Ni<br />
una foto, ni una carta, ni un adiós hubo nunca entre nosotros. Por mi<br />
parte, palabras, más bien pocas, con las suyas había para ambos. ¡Quién<br />
lo diría ahora!<br />
Aunque rebajaba el ritmo de su intensa vida social cuando llegaba<br />
yo, seguía desplegando tanta actividad que me pasaba la mayor parte del<br />
tiempo sola, recostada y arropada sobre cojines en la cubierta, disfrutando<br />
del trajín fluvial, viendo sin ser vista, envuelta en el hálito frío y<br />
turbio del canal. Pasé con él algunas licencias, a veces varios meses, y<br />
hubiera tenido un hueco en su cama, incluso en su vida, si hubiera querido.<br />
Pero no podía permanecer allí para siempre. Aunque me lo pidió,<br />
éramos conscientes de nuestra limitación, de mi mutilación.<br />
La noche fue alucinante. Pese a la reticencia inicial, salí. En el fondo<br />
soy débil y todavía más en el fondo quería creer lo que me decía. Y tuvo<br />
su parte de razón, pero no obtuvo el resultado deseado: mi despedida<br />
no estaba incluida en su programa de actos.<br />
Se superaron todas las previsiones y la marea humana se desplazaba<br />
por las calles incontenible, febril, enloquecida, con las miradas<br />
vidriosas y el paso vacilante; era un maremágnum de gritos y empellones,<br />
de efusiones incontroladas, dormidos en las aceras, canciones desafinadas,<br />
atropellos, abusos, vomitadas, comas etílicos y quemaduras por<br />
petardos, cristales rotos, papeleras destrozadas y toneladas de residuos…<br />
Así sucedió en todas las partes del planeta, cubierto por un manto de<br />
[18]