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Comadres - Telecable

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intentó llevársela a la cama de nuevo, reanudar aquella antigua relación<br />

del instituto (¿sólo del instituto?, no me creía nada). Pero Perla arguyó<br />

que era madre, las cosas habían cambiado. Había emprendido una nueva<br />

vida, le había dado un giro al negocio. Tenía bastante. Quiso saber si la<br />

niña era suya, al principio estaba convencido de ello (como yo en aquel<br />

momento, por algo sería), pero Perla mantuvo silencio al respecto (también<br />

entonces ante mí). Por no dar no le dio ni su nueva dirección. Aparentemente<br />

ofendido, él le devolvió el dinero prestado a través de un<br />

ingreso. No volvieron a hablar de temas personales.<br />

Manfredo se construyó un chalet, empezó a jugar al golf, a rodearse<br />

de importantes personajes, a alternar con banqueros, con políticos…<br />

Perla seguía su pista porque frecuentaba la Maison con aquellas compañías,<br />

aunque no era extraño: hacía muchos años que el «todo» Salitre<br />

(masculino, of course) cerraba sus negocios allí. Por pequeños indicios<br />

intuyó que se trataba de blanqueo de dinero y, en cierto modo, se tranquilizó.<br />

Una o dos veces al año desaparecía durante un mes. Centrada<br />

en el crecimiento de la niña y en su floreciente empresa, nunca le preguntó<br />

más. Sus conversaciones eran cada vez más breves y corteses, últimamente<br />

más bien frías y distantes. Él nunca desembuchó nada sobre el<br />

origen de tanta opulencia, pero por una casualidad, a causa de una maldita<br />

carambola, Perla finalmente lo había averiguado. Apenas dos días<br />

antes de encontrarla yo.<br />

Meneó la cabeza mirando el fondo de la copa. «Unos vienen y<br />

otros van». Apuró la bebida «Y yo me tengo que ir». No parecía dispuesta<br />

a seguir hablando «Pero, ¿a qué se dedica, cuál es el misterio que<br />

oculta?». Sentía curiosidad, pero aquella primera noche aún no la vería<br />

saciada, fue bastante escueta. «No es dinero limpio. No es oro todo lo<br />

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