Comadres - Telecable
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siete años en regresar. Le había propuesto a Perla irse con él, pero se conformó con que le entregara algún dinero. Se lo daría a fondo perdido pero acabaría devolviéndoselo. «¿No te fuiste con él?». Quería oírlo otra vez. «Tenía otros planes. No se lo dije, pero estaba embarazada». Perla permaneció callada tras esa confesión, clavando la vista en el mármol de la mesa, donde se iban diluyendo los aros concéntricos que dejaban las botellas al exudar. Levantó la vista para hincarla en mi atrofiada expresión: «Tengo una hija, tiene catorce años. Se llama Reyna, como tú. Creí que nunca ibas a volver…». Su puchero me desconcertó. El círculo en torno al cual girábamos se iba cerrando, pero mi pensamiento era unidireccional. «¿Quién es el padre? ¿Manfredo?», pregunté sin responder a la alusión. Un rayo invisible le cruzó la cara, enervó los hombros y alzó la barbilla mientras sus ojos despedían chispas. «Es hija de soltera. No tiene padre. O su padre murió, como prefieras». Dio un trago y siguió hablando. Pedí otra ronda un poco avergonzada. No me atreví a interrumpirla más. «Después de tantos años de espera me lo planteé. Yo soy mayor que tú, ya tenía 27, no quería dilatarlo más. Mamá también me apremiaba, se iba haciendo vieja, o quizá, aunque no lo era tanto, adivinó que se le acercaba el fin. Así que elegí un hombre, el que me pareció entonces más adecuado. Cada día que mantuvimos relaciones estaba prefijado por el calendario. Fue rápido. Él nunca supo que había prestado su semilla, ni que era su padre. Por mi parte corté la relación en cuanto logré mi objetivo. Necesitaba a alguien que llenara el vacío que dejaste en mi vida. Además siempre quise tener una niña, como es costumbre entre las Valtueña y ya se me iba pasando la hora. Tuve un embarazo increíblemente bueno, me pusieron la epidural, parí sin dolor. Ahora es [159]
gratuita en la sanidad pública, pero entonces mamá tuvo que hacer valer sus influencias con un tocólogo cliente nuestro. Fue una experiencia alucinante, lo más grande que me pasó. Mamá me aconsejó que siguiera la tradición, que la inscribiera como madre soltera, padre desconocido. Vivimos en Valtueña las tres. Apenas fueron dos años, pero fueron los más felices, los mejores desde que te fuiste. Mamá estaba chocha con la pequeña. Reyna era preciosa, lo sigue siendo, está mal que lo diga, pero se parece a mí. Era un bebé despierto, feliz, inteligente, siempre estuvo sana…». Me imagino a Perla cambiando pañales, levantándose de noche, dándole el pecho, deshaciéndose en ternura. A Flora, ya mayor, malcriando a la nietecita, prodigándole interminables besos en los mofletes, achuchando entre sus carnes el blando cuerpecillo. Tuvo una muerte digna de su vida. Un infarto invasivo la sorprendió al cerrar el local una noche. Estaba con ella Perla, la pequeña dormía arriba. No sufrió nada, sencillamente dijo: «Haz tú la caja» y se fue al suelo. Falleció en el acto. Lo primero que hizo en cuanto heredó fue abandonar el barrio con la niña. Viva la abuela hubiera sido imposible, jamás habrían salido de Valtueña, además no tenía capital suficiente para comprar, era ridículo alquilar teniendo ya casa. Y habría sido impensable separarse. Pero la matriarca ya no estaba y el dinero de la herencia se lo permitía, así que compró un piso confortable y amplio para las dos en una urbanización nueva. Quería darle a Reyna una vida normal, o quizá mejor formal, en lo tocante a guardar las formas, porque las Valtueñas hacía mucho que habían sido incorporadas a la norma: Perla declaraba a Hacienda, sus empleadas cotizaban a la Seguridad Social, la actividad se hallaba regulada por Salud Laboral… y en cualquier caso siempre fueron una insti- [160]
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gratuita en la sanidad pública, pero entonces mamá tuvo que hacer valer<br />
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lo más grande que me pasó. Mamá me aconsejó que siguiera la<br />
tradición, que la inscribiera como madre soltera, padre desconocido.<br />
Vivimos en Valtueña las tres. Apenas fueron dos años, pero fueron los<br />
más felices, los mejores desde que te fuiste. Mamá estaba chocha con la<br />
pequeña. Reyna era preciosa, lo sigue siendo, está mal que lo diga, pero<br />
se parece a mí. Era un bebé despierto, feliz, inteligente, siempre estuvo<br />
sana…».<br />
Me imagino a Perla cambiando pañales, levantándose de noche,<br />
dándole el pecho, deshaciéndose en ternura. A Flora, ya mayor, malcriando<br />
a la nietecita, prodigándole interminables besos en los mofletes,<br />
achuchando entre sus carnes el blando cuerpecillo. Tuvo una muerte<br />
digna de su vida. Un infarto invasivo la sorprendió al cerrar el local una<br />
noche. Estaba con ella Perla, la pequeña dormía arriba. No sufrió nada,<br />
sencillamente dijo: «Haz tú la caja» y se fue al suelo. Falleció en el acto.<br />
Lo primero que hizo en cuanto heredó fue abandonar el barrio con<br />
la niña. Viva la abuela hubiera sido imposible, jamás habrían salido de<br />
Valtueña, además no tenía capital suficiente para comprar, era ridículo<br />
alquilar teniendo ya casa. Y habría sido impensable separarse. Pero la<br />
matriarca ya no estaba y el dinero de la herencia se lo permitía, así que<br />
compró un piso confortable y amplio para las dos en una urbanización<br />
nueva. Quería darle a Reyna una vida normal, o quizá mejor formal, en<br />
lo tocante a guardar las formas, porque las Valtueñas hacía mucho que<br />
habían sido incorporadas a la norma: Perla declaraba a Hacienda, sus<br />
empleadas cotizaban a la Seguridad Social, la actividad se hallaba regulada<br />
por Salud Laboral… y en cualquier caso siempre fueron una insti-<br />
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