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Continuando el relato de aquellos días, Perla me dijo que por más<br />
que lo intentó, nunca encontró explicación plausible para mi comportamiento,<br />
pero al cabo de los años, el tiempo todo lo cura, decidió olvidar.<br />
«Te guardé ausencia cinco años enteros, un lustro nada menos. Durante<br />
ese tiempo todos los días esperé una llamada tuya, que el teléfono sonara<br />
y ese intervalo de nuestras vidas se borrara, como un mal sueño al despertar.<br />
Mamá insistía en que estabas muerta, si no era imposible que no<br />
te pusieras en contacto. Seríamos poco, pero no te quedaba nadie más<br />
en el mundo. Al final me convencí de que nunca volvería a escuchar tu<br />
voz, nunca volvería a verte. Después pasaron otras cosas y rehice mi<br />
vida, pero jamás encontré una persona como tú». «¿Y Manfredo?», pregunté<br />
conteniendo la respiración. «Seguimos viéndonos, pero poco. Ya<br />
sabes cómo era Manfredo, iba a lo suyo». Siempre estuve convencida,<br />
tras entrever fugaz pero imborrablemente aquel beso pasional, que al<br />
desaparecer de su vida había contribuido a estrechar los lazos entre Perla<br />
y Manfredo. Incluso pensaba que mi amiga se habría casado con él,<br />
renunciando a su estirpe. Me sorprendió aquella noche al hablar de él<br />
con distancia, con frialdad. En ningún momento mencionó un asomo de<br />
compromiso o convivencia, lo que yo más temía. No inquirí nada más,<br />
sentía la lengua embreada (todavía estaba celosa, es increíble lo que perdura<br />
ese patético e insalubre sentimiento).<br />
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