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Comadres - Telecable

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no hubiera causado mayores estragos en mi existencia. Era el fin y como<br />

tal lo interpreté. Me invadió una negrura capital, la oclusión de los sentidos.<br />

Todavía no había aprendido a odiar, eso vendría más tarde, era<br />

pura desolación lo que me embargaba. Ya no había tierra bajo mis pies,<br />

flores en la sala, gente en los sofás. Y eso que por allí pasó todo Salitre:<br />

la Bailona al completo, autoridades, intelectuales, artistas, sindicalistas,<br />

los miembros del Ateneo, pobres, ricos, hombres, mujeres, niños, ancianos,<br />

las prostitutas de Valtueña, el deán de la catedral, las pescaderas, las<br />

cigarreras, las tabaqueras… ni un alma dejó de acudir a la última reunión,<br />

las floristerías hicieron su agosto. Ahora lo sé, Perla me enseño todas las<br />

tarjetas de visita que se depositaron en la urna, ella las tenía guardadas<br />

desde entonces. Fue ella también la que se encargó de los recordatorios<br />

y los agradecimientos, estuvo semanas escribiendo. No recuerdo nada de<br />

todo eso. Aquella visión habría de atormentarme sin piedad, estuvo siempre<br />

en el fondo de todos los desvelos, asaltando sin tregua el endeble castillo<br />

del sueño; un castillo vencido, cuyos muros sólo pudieron levantarse<br />

meses más tarde a fuerza de pastillas, argamasadas con puro agotamiento.<br />

Había una explicación para esa escena, pero yo tardaría veinte<br />

años en saberla y no sería aquella primera noche. Ellos nunca supieron<br />

que habían sido contemplados y por tanto nada pudieron imaginar ni<br />

argüir en su defensa. No les di esa oportunidad: les declaré culpables y<br />

envíe a Perla a la guillotina. Ejecuté la sentencia al pie de sus tumbas.<br />

«No sé lo que te pasó por la cabeza, qué cable se te cruzó ni por<br />

qué, pero cuando echaron la última palada de tierra te transformaste,<br />

viniste hacía mí convertida en un monstruo y me dijiste aquellos horrores,<br />

¿te acuerdas?». No dije nada. Perla, mi buena amiga, había achacado<br />

aquella furia rabiosa a un arrebato de ira, la descarga de tanta emoción,<br />

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