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Tengo miedo del encuentro<br />
con el pasado que vuelve<br />
a enfrentarse con mi vida…<br />
Nada más ser atendidas y quitar los abrigos Perla empezó a disparar<br />
preguntas, tantas como tenía acumuladas, pero yo estaba desacostumbrada<br />
a su fogosidad y era especialista en monosílabos. Desde luego<br />
no derroché locuacidad en tan inesperado (y deseado) encuentro. «¿Qué<br />
haces en Salitre?». «Ya ves». «¿Dónde estuviste?». «Por ahí». «¿Cuándo<br />
llegaste?». «Hace poco». «¡Estás viva! Te creía muerta, arrojada a la mar<br />
o enterrada en algún lugar ignoto. ¿Cómo pudiste no mandar ni una postal<br />
en veinte años?». «Estuve embarcada». «Ya lo sé, hija, ya lo sé. Pero<br />
eso no es explicación. En algún momento bajarías del barco. Ni estás<br />
muerta ni pasaste veinte años en una bodega, no mientas. No diste señales<br />
de vida porque no quisiste». Mi silencio lo confirmaba, su voz se<br />
heló. «Y no quisiste por mí, ¿verdad?». De pronto estaba muy dolida.<br />
«No estás muerta… pero fingiste estarlo para mí, ¿no es cierto? Marchaste<br />
de Salitre para huir de mi lado, ¿es así? ¿Qué pasó, Reyna, qué<br />
fue lo que pasó entre nosotras, lo que te pasó conmigo, por qué marchaste<br />
sin decir palabra ni despedirte, por la puerta falsa, como si yo no<br />
existiera, como si nunca hubiera existido, como si no nos conociéramos<br />
de nada? Tú te cruzaste conmigo por algo. ¿Qué te hice yo Reyna? ¿Qué<br />
hice mal? Si éramos amigas desde la niñez, si no me separé de ti un<br />
momento en aquellos malditos días…».<br />
Cierto. Cuando me dieron la noticia del siniestro yo estaba con ella,<br />
ella había estado conmigo todo el tiempo. Fue ella la que condujo mi coche<br />
hasta el lugar del accidente, sus suelas quedaron tan empapadas de<br />
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