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Comadres - Telecable

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haber un asesino se deducía que tenía que ser amigo, conocido o familiar<br />

de la víctima. Nadie había visto ni oído nada, ninguna cerradura forzada,<br />

ningún cristal roto. Una foto del chalet desde fuera y punto. El<br />

columnista aprovechaba para hablar de la inseguridad ciudadana…<br />

Salí de la tienda dándole vueltas, pero pronto se me fue de la<br />

cabeza. Continuaba despejado y frío; eché de menos el calor de la biblioteca<br />

y decidí ir a ver a Marta, visitar a mis deudas, preguntarles acaso qué<br />

hacer, por dónde empezar. Estaba absorta en mis problemas, nada en<br />

aquella mañana clara y luminosa, con un sol recién estrenado, me<br />

lograba abstraer de ellos. No sospechaba que aquel asesinato tendría que<br />

ver conmigo, si no tal vez hubiera prestado más atención. Pero en aquel<br />

momento y pese a la insistencia con que se manifestaba, no le di mayor<br />

importancia.<br />

En el Ateneo tampoco se hablaba de otra cosa. Estuve a punto de<br />

pararme a informarles sobre el número de hoteles y amantes de la víctima,<br />

considerablemente inferior al que se manejaba en la tienda, pero<br />

seguí hacia la biblioteca. Se me ocurrió invitar a Marta a comer. Hasta<br />

entonces no habíamos tomado más que cafés en el propio recinto. Ya era<br />

hora de recuperar los viejos hábitos, las buenas costumbres. Tenía algo<br />

que pedirle, además: que me ayudara a buscar empleo, una ocupación<br />

remunerada. Y esas cosas siempre se trataron delante de un plato, con<br />

una botella de vino de reserva, crianza por lo menos. Estaba tontamente<br />

excitada ante tal perspectiva, era mi primer «acto social» desde la nochevieja.<br />

Marta aceptó encantada. «Llevaba tiempo esperando que tú lo dijeras,<br />

claro que me apetece, pero no me atrevía a proponerlo. Impones<br />

mucho, ¿sabes?». Me di cuenta de que, excepto mi obsesión por el<br />

pasado, no sabía nada de mí. Aún ahora me resulta difícil de creer que al<br />

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