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el día que se murió descansé, no sabes cuánto, hija, no sabes cuánto, que<br />
las mujeres somos bobas y si yo hubiera sabido cuando me casé lo que<br />
sé ahora, ¡qué iba a pasar lo que pasó! Pero mi madre me enseñó a aguantar<br />
y bien que aprendí, ¡lo que yo le aguanté a aquel hombre!, mira lo que<br />
digo, hija, ni descendencia me dio, no valía ni para eso, sólo palizas, y no<br />
soy rencorosa, que en paz descanse aunque no me dejara vivir en paz, el<br />
muerto al hoyo y el vivo al bollo. Por lo menos me quedó la tienda. Su<br />
madre, que era una santa, murió pensando la pobre que también iba a<br />
bebérsela aquel mal hijo, y encima único, qué desgracia, casi lo funde<br />
todo, gracias que fundió él antes, Dios aunque aprieta no ahoga…».<br />
Sólo había que sacarle un tema a colación y el soliloquio empezaba,<br />
salpicado de refranes y preguntas. Parecía que no escuchaba, pero<br />
debía ser que sus oídos funcionaban de forma autónoma porque era<br />
capaz de procesar hasta los monosílabos del interlocutor sin dejar por<br />
ello de seguir hablando. Podías interrogarla sobre obras, compraventas,<br />
nacimientos, defunciones, enfermedades —detección precoz de síntomas<br />
y diagnóstico— … para todo tenía respuesta. La mayoría de las<br />
veces sólo eran cotilleos y rumores pero cuando estás sola agradeces<br />
poder hablar con alguien, aunque sepas que a cambio hablarán de ti…<br />
Con el tiempo llegamos a cogernos mucho aprecio. Cuando cerró<br />
me regaló un medidor de aceite antiquísimo que había pertenecido a los<br />
abuelos del cabrón (ella lo llamaba así). Lo tenía de exposición siempre<br />
pulido y brillante, y me había llamado la atención desde el primer<br />
momento en que crucé el umbral. Marta lo puso en el salón, le encantan<br />
las antigüedades, ya le prometí que la decoración de La Roja correría de<br />
su cuenta. ¡Y buena la hice! Se pasa las horas regateando con los anticuarios<br />
y volviendo loco al director del museo etnográfico. No sólo a mí<br />
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