Comadres - Telecable

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15.05.2013 Views

utilizaba para tallar prodigios en madera. Aquellas manos callosas y endurecidas aferraban con pericia la navaja y el filo iba creando deliciosas miniaturas: caballos, osos, pingüinos, colibríes… Siempre llevaba algunas figuritas en el bolso, me regaló un cisne, aún lo conservo, está aquí delante, majestuosamente erguido sobre la impresora. Él y Manuel habían sido muy amigos y todavía siguió visitando «a las viudas» mucho tiempo, hasta que la relación se fue apagando. Tenía 36 nietos y recordaba los nombres de todos. Ahora vivía con una de ellas y echaba de menos Salitre. Lamentó la desgracia familiar, se había enterado por otra nieta en su día, hasta había pensado ir al funeral, pero estaba tan lejos… Se extrañó de mi profesión, pero no dijo nada cuando supo que no había vuelto a casa hacía años. No llegó a creerse, sin embargo, que no tuviera un hogar. Le vi tan preocupado por aquella huérfana desarraigada, aquella nieta de Manuel que podía ser suya, sola y errática, que le terminé diciendo que estaba exagerando, que en realidad sí había alguien que me esperaba, un hombre en Canales… Una sonrisa pícara iluminó su negra boca. Me preguntó en qué empleaba el tiempo libre en el barco… En el barco tenía mucho tiempo libre. El personal de máquinas descansaba los sábados por la tarde, domingos y festivos, pero también había muchas horas muertas entre guardia y guardia. Durante estos períodos de descanso, me encerraba en el camarote a fumar, beber y escribir. Pero en todos esos años fui incapaz de esbozar algo coherente, con un atisbo de perdurabilidad. Escribía por necesidad de evacuar, catálogos de negrura triturados por mis manos para que se mecieran en el viento y flotaran en el agua a merced de un voraz Leviatán. Un pacto con el diablo, una simbiosis perfecta. [127]

A veces escribía asociaciones ideológicas, palabras que tuvieran tal o cual letra, que rimaran en consonante o asonante; pergeñaba reglas e inventaba palabras. Pero sobre todo, escribía cartas. Epístolas largas e interminables, sin destino postal, rotas sólo para poder volver a ser escritas. A las muertas, a Perla… Acusaciones, explicaciones, adioses y despedidas, holas y hastaluegos que nunca llegué a decir; pero también historias, anécdotas, personajes que iba conociendo, casualidades y curiosidades que iban salpicando la monotonía. Me gustaba releerlas, antes de destruirlas. ¿Por qué nunca las envíe? Aún hoy Perla me lo sigue preguntando y no tengo más que vagas respuestas para darle. Supongo que el tiempo fue pasando, eran tantas cosas nuevas para mí y todo quedaba tan distante que cada vez resultaba más fácil justificar aquella espantada, la ausencia prolongada de noticias. Prefería pensar que había muerto con ellas, como si hubieran sido también para mí las flores y responsos que se sucedieron y aquella otra mujer, aquella loba marina, hubiera nacido de las algas y nada tuviera tras sí más que la estela de papel, tinta y letras que dejaba. * * * La idea de esta narración surgió precisamente de Perla, ofendida por no haber podido nunca leer tantas páginas dedicadas, por haberla privado de esas otras versiones de mí misma. Dice que se lo debo y es cierto, lo tiene merecido. Además, tal vez encuentre cosas aquí que no le dije nunca, yo misma me sorprendo al acordarme de tantas pequeñeces. Son las doce de la mañana. Dejaré de transcribir, voy a firmar las escrituras. Ese es mi regalo: en poco tiempo volveré a vivir en la casa que [128]

utilizaba para tallar prodigios en madera. Aquellas manos callosas y<br />

endurecidas aferraban con pericia la navaja y el filo iba creando deliciosas<br />

miniaturas: caballos, osos, pingüinos, colibríes… Siempre llevaba<br />

algunas figuritas en el bolso, me regaló un cisne, aún lo conservo, está<br />

aquí delante, majestuosamente erguido sobre la impresora.<br />

Él y Manuel habían sido muy amigos y todavía siguió visitando «a<br />

las viudas» mucho tiempo, hasta que la relación se fue apagando. Tenía<br />

36 nietos y recordaba los nombres de todos. Ahora vivía con una de ellas<br />

y echaba de menos Salitre. Lamentó la desgracia familiar, se había enterado<br />

por otra nieta en su día, hasta había pensado ir al funeral, pero<br />

estaba tan lejos… Se extrañó de mi profesión, pero no dijo nada cuando<br />

supo que no había vuelto a casa hacía años. No llegó a creerse, sin<br />

embargo, que no tuviera un hogar. Le vi tan preocupado por aquella<br />

huérfana desarraigada, aquella nieta de Manuel que podía ser suya, sola<br />

y errática, que le terminé diciendo que estaba exagerando, que en realidad<br />

sí había alguien que me esperaba, un hombre en Canales… Una<br />

sonrisa pícara iluminó su negra boca. Me preguntó en qué empleaba el<br />

tiempo libre en el barco…<br />

En el barco tenía mucho tiempo libre. El personal de máquinas descansaba<br />

los sábados por la tarde, domingos y festivos, pero también<br />

había muchas horas muertas entre guardia y guardia. Durante estos períodos<br />

de descanso, me encerraba en el camarote a fumar, beber y escribir.<br />

Pero en todos esos años fui incapaz de esbozar algo coherente, con<br />

un atisbo de perdurabilidad. Escribía por necesidad de evacuar, catálogos<br />

de negrura triturados por mis manos para que se mecieran en el<br />

viento y flotaran en el agua a merced de un voraz Leviatán. Un pacto con<br />

el diablo, una simbiosis perfecta.<br />

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