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como ayudante, pero pronto me gané el puesto de primer maquinista,<br />
cómo no, era la que más trabajaba, continuamente tenía que demostrarlo,<br />
la grasa que me cubría no era un maquillaje, conmigo brillaban los motores.<br />
Fueron los años más duros, pocos afortunadamente. Al llegar a jefa<br />
de máquinas, la vida cambió. Seguía abajo, en las tripas de la ballena, al<br />
lado del motor, pero en un cómodo despacho, ante los paneles de control,<br />
con mi nevera y mis libros. Di la vuelta al mundo varias veces, los<br />
seis aretes en mi oreja izquierda son el testimonio de que crucé el Ecuador,<br />
doblé los tres cabos más extremos que limitan la tierra al mediodía<br />
y alcancé los dos polos (son los ochomiles de los marinos). ¿En fuga más<br />
que por vocación? ¿Por obligación, más que por devoción? No sabría<br />
decirlo.<br />
Amo del mar las noches calmas, luminosas de estrellas, soleadas de<br />
luna, frías. Pero amo también las tormentas, el viento que azota, la sal<br />
que quema, el rayo que destroza, el trueno que intimida. He podido permanecer<br />
horas buscando el olvido en la estela de popa y he sido mascarón<br />
de proa huyendo de la oscuridad, luchando por alcanzar la luz del<br />
día que pusiera fin a la ansiedad, a la angustia que atenaza la razón, que<br />
impide el sueño.<br />
Tengo miedo de las noches<br />
que pobladas de recuerdos<br />
encadenan mi soñar…<br />
Saciada mi curiosidad de ver mundo y escarmentada tras unas fiebres<br />
tropicales, durante los últimos tres años los descansos (tres meses<br />
por cada seis trabajados, cuatro por cada ocho, salvo imprevistos) los<br />
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