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ojas, verdes— que junto con las gafas doradas le daban cierto aire a mister<br />
Smee. Parecía frágil y delicado, siempre tan atildado, tan limpio, a<br />
pesar de trabajar en la cocina y cortar el pelo a la tripulación (por libre;<br />
tenía un maletín de peluquero que ya hubieran envidiado muchos médicos).<br />
A Cocó, sin duda, le gustaban los peter panes… pero tal pareciera<br />
que a nadie le importara mucho, más allá de algún chiste subido de tono.<br />
Sin duda, la frecuente cercanía de la tijera sobre sus orejas o la cuchilla<br />
en la yugular, les hacía retraerse de hacerle burlas, por lo menos de frente<br />
(y puedo atestiguar que por detrás tampoco eran muchas). Con una<br />
excepción: Marcial.<br />
Si conmigo el odio se le manifestaba en su más pura esencia, con<br />
Cocó se permitía ser más sutil, esto es, solía provocar la hilaridad colectiva<br />
durante su presencia rozando continuamente el insulto. Sin duda él lo<br />
consideraba gracioso de verdad; los demás reían porque es más fácil<br />
meterse con el débil que plantarle cara al fuerte. Así que no se veían<br />
mucho. No lo supe nunca de una forma certera, pero hubiera jurado que<br />
existían antecedentes en su relación. Ya me había percatado de que Cocó<br />
le esquivaba tanto o más que yo, sólo que con mayor naturalidad y menos<br />
paranoia. Pensaba aquella noche en el camarote, antes de salir, que así tendría<br />
que hacerlo yo también con el tiempo, pero no hubo un después.<br />
Debía de estar tan fuera de sí, tan cegado en golpearme con<br />
esmero, con saña, que no oyó nada. No sé si Cocó me había oído o le<br />
venía siguiendo o tenía un sexto sentido, nunca lo sabré, nunca hablamos<br />
de ello, nunca le pregunté nada, ni siquiera cuando le encontré<br />
tiempo después en Canales. Cocó sí tenía una barra de hierro, tampoco<br />
sé si la cogió sobre la marcha o iba armado, si le mató por defenderme<br />
o, harto de sus chanzas, asediado por el ridículo y el miedo, había deci-<br />
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