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Tras el accidente y debido a un equívoco, Perla y yo rompimos<br />
nuestra relación, o más bien yo la destrocé, convencida de su engaño,<br />
perfidia y traición. Escapé de Salitre perseguida por los fantasmas y la<br />
mala conciencia, pero también por lo sucedido entre aquellos dos que<br />
yo consideraba mis amigos. Una tórrida escena entre Manfredo y Perla<br />
desencadenó el segundo acto de la tragedia. Les sorprendí en el tanatorio<br />
sin que ambos se percataran, era una representación sin público la<br />
suya, no contaban con que alguien estuviera observando entre bastidores.<br />
Cuando cayó el telón, un quinto ataúd reposaba en el escenario,<br />
contenía todos aquellos años de amistad con una farsante (tal cual la califiqué,<br />
así la consideraba) que juré por mis muertas no volver nunca a ver.<br />
Cerradas todas las puertas, solamente restaba una salida: embarcar<br />
hacia lo desconocido. Cuando estampé mi rúbrica en aquel primer contrato<br />
dije adiós a todo lo que había sido mi vida hasta entonces, pero no<br />
fui capaz de darme cuenta de la dimensión de la decisión que había<br />
tomado, de lo que sería realmente vivir en un barco. La vida a bordo es<br />
muy dura. Parece un tópico pero a veces una simple frase hecha vale más<br />
que mil palabras inventadas. Y aunque el hierro quita miedo, da seguridad,<br />
el tonelaje te convierte en miniatura, el continuo movimiento y el<br />
incesante ruido te dominan. Y las caras. Aunque es un cóctel de nacionalidades,<br />
una babel flotante, son días de 24 horas, meses sin fin, travesías<br />
eternas viendo las mismas caras, oyendo las mismas voces, las mis-<br />
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