Eduardo Chillida Belzunce - Galería Arteko

Eduardo Chillida Belzunce

La casa del enigma

Eduardo Chillida Belzunce
La casa del enigma
Julio 2008
Edita:
Galería Arteko
Fotos de la obra:
Enrique Pérez-Seoane
Fotos del artista:
Susana Alvarez San Martín
Texto:
Eduardo Iglesias
Traducciones:
Ainhoa Kortajarena
Conor Mac Carthy
Maquetación:
txomingraphiste@neuf.fr
Impresión:
Zyma Servicios Gráficos
Depósito legal:
XXXXXXXX

Llegada a la casa del enigma
Emerjo de lo profundo, al límite de
la respiración. Desde la atalaya de
la cresta de una ola, observo la costa
de acantilados y montañas que
sorprendente se pinta ante mis ojos.
Estratos pétreos que surgen de los
montes y que en pendiente se
hunden, pincelada a pincelada, en
el azul cobalto del mar.
Yo, el náufrago, nado y nado sin
descanso, brazada a brazada,
blancos y azules, hasta vislumbrar
dos entradas entre montañas. Estoy
cansado, muy cansado, pero la luz
que arroja una playa en lontananza
me anima a seguir en el esfuerzo.
Por fin, llego a un entrante de mar
entre un monte y el otro que se me
antoja una isla. Atravieso la barra
descubriendo los bajíos que
dificultan la navegación. A mi
izquierda entreveo un embarcadero,
pero nada me detiene en mi anhelo
de alcanzar la arena. Una ciudad
abigarrada y recóndita se despliega
en torno a la bahía que recorro. Y
sigo nadando. El espacio luminoso,
al cabo, me acoge. El ocre de una
playa vacía. Allí en la orilla, yo, el
náufrago, quedo tendido, solo.
La ciudad desde Intz-enea
107 x 82 x 36 cm. Silicatos
sobre piedra caliza, pintada
por ambas caras, 2007

Transcurre el tiempo. Despierto en
una terraza que da entrada a un
lugar. Me encuentro desorientado,
no recuerdo cómo he llegado o si
alguien me ha depositado aquí.
Nadie que me reciba. Yo, el hombre
harapiento, me levanto, me apoyo
en una mesa y vierto agua de una
jarra de loza blanca en un vaso.
Hay más objetos blancos dispuestos
sobre la mesa blanca, una botella
hecha a pinceladas de sombras.
Estoy sediento y bebo. Luego,
contemplo el lugar. Enfrente, una
mesa redonda de piedra se sitúa
delante de un árbol de ramas
tortuosas; podría ser un olivo al
que un muro rojizo ampara. Al
fondo, un paisaje de colinas
amarillentas, ocres junto a un
verde poco intenso. El otoño del
náufrago.
Jardín en Remelluri (díptico) 100 x 162 cm. Oleo sobre lienzo, 1998-2005
Por el suelo movedizo y lechoso
me aproximo hacia el arco que
se pinta a mi derecha sobre una
fachada de piedra. Algo
misterioso me arrastra. El edificio
me espera, es posible que lleve
tiempo esperándome para
ofrecerme su hospitalidad.

Asomo con cautela la cabeza por debajo del arco hacia el interior. La luminosidad me ciega en un primer instante. Encorvo algo más mi
cuerpo y voy adaptando mi mirada al suelo. Es un patio de adoquines. Rosas, grises, azules, blancos. Elevo mis ojos para ver lo que se halla
enfrente. Una casa. Observo inquieto el edificio de desiguales y numerosos volúmenes cúbicos, como una arquitectura fragmentaria, con
techumbres en ligera pendiente cubiertas de tejas variopintas. Efecto poliédrico. Las paredes dibujan ventanas cerradas. Efecto deshabitado.
Pero pronto me apercibo que la única puerta que veo se encuentra entreabierta. ¿Significa esa abertura una invitación para entrar?
Quatre Vents 81 x 100 cm. Oleo sobre lienzo, 1999

Avanzo, entonces, despacio, precavido, rodeo el lugar y descubro
que la casa tiene otra entrada amplia también abierta.
Permanezco quieto, expectante, durante largo rato. Ningún
sonido. Arcos, terrazas vacías, oquedades conforman la estructura.
Reparo ahora en que algunas contraventanas están parcialmente
abiertas. Todavía el silencio. La luz blanca y el color gris claro
de las fachadas contrastan con el rojizo de la mayoría de las
tejas. ¿Una casa espectral como un buque fantasma a la deriva?
Vista de Quatre Vents (tríptico) 55 x 138 cm. Oleo sobre lienzo, 1999

El influjo que ejerce la casa me
atrae. Una rara potencia interior
absorbe mi cuerpo y enseguida me
encuentro dentro. Empiezo a subir
unas escaleras que forman una
pequeña curva a la vez que las
paredes como yunques perforan y
horadan el espacio. La oscuridad
de un sinuoso pasillo contrasta con
la luz del fondo que va corriendo
a ras de suelo cual caudal de agua
blanquecina.
Escalera 100 x 81 cm. Oleo sobre lienzo, 1992
Intz-enea 162 x 97 cm. Oleo sobre lienzo, 1995
Ando despacio, desposeído, por el
laberinto que trae a mi memoria
las calles de una supuesta medina.

Y siempre el misterio de más allá,
del fondo, de esa luz infinita,
inagotable, arrastrándome.
Atravieso más lugares y espacios;
unos más espectrales que otros
donde, imprevistamente, voy
encontrando paletas de pintor,
tubos de pintura y objetos aislados
que parecen intocables o que por
lo menos yo no me atrevo a palpar.
¿Dónde estará el pintor?
Quatre Vents y el horizonte 195 x 130 cm. Oleo sobre lienzo, 2006
Paisaje brumoso 65 x 34 cm. Oleo sobre lienzo, 1994
De pronto, vislumbro al acercarme a
una estancia un ventanal desde el que
se aprecia el azul del mar y la ciudad
abigarrada y recóndita que logré ver
cuando nadaba hacia la orilla. Entro
en la habitación. Toda ella se encuentra
ocupada por una gran mesa llena de
utensilios para pintar. La paleta con
los colores brillantes como si hubiese
sido preparada o utilizada hace poco
tiempo. No sé qué pensar; me hallo
sumergido en un mundo fantasmal.
Hay calma, silencio, no se ve a nadie
que habite la casa pero todo lo que se
respira anima a suponer que el
ocupante u ocupantes desaparecen a
mi llegada. Ahora, empiezo a darme
cuenta de que el olor que invade cada
rincón, cada esquina, es el olor
penetrante de la pintura.
Y ese aroma me sigue llevando, me
conduce por la casa como un
vagabundo, un hombre harapiento
que vaga ensimismado por ese
universo inquietante de luces y
sombras.

En un pasillo vuelvo a encontrarme una
pequeña mesa con una paleta llena de
colores, un trapo, un bote de agua
descolorida y un tarro con pinceles. Se
diría que quien acaba de estar pintando
ha desaparecido rápidamente. Debe
haber algún secreto que nadie quiere
desvelar. ¿Quién vive aquí?
Pasillo en Quatre Vents 200 x 160 cm. Oleo sobre lienzo, 2003
Hago acopio de valor para seguir avanzando, siguiendo la
huella de la pintura. Paso por un salón donde el hogar con
troncos y el olor a leña me aplacan un poco. La memoria se
aviva. Un lugar de reunión para ver el fuego. Me llama también
la atención un gran ventanal al exterior y otra puerta entreabierta
que me invita a seguir la marcha y no parar a descansar.
Los Robles II 73 x 92 cm. Oleo sobre lienzo, 2001

Seguidamente, entro en una habitación donde todo es vacío: la chimenea limpia sin leña, el suelo,
blanco por una parte y rojo por otra, limpio, una silla vacía, una mesa vacía. Sólo el gran enigma de
la casa: la paleta con sus colores brillantes dispuesta para pintar la estancia. He entrado ya en un
estado de estupor y las luces y sombras que me sensibilizan me arrastran hacia un destino desconocido.
Salón en La Toscana
(díptico) 60 x 40 cm.
Oleo sobre lienzo, 2008

Al torcer una esquina de la tortuosa arquitectura interior desemboco en un cuarto en el que el olor que lo inunda y las
dos mesas con toda clase de adminículos para pintar son muestra inequívoca de que este sí es el estudio del pintor.
Observo dos ventanales desde los cuales se aprecia la ciudad, la espuma de las olas lamiendo la orilla ocrácea de la playa
que conforma una bahía que define sin titubeos el perímetro de sus edificaciones. La pulcritud de esa visión me emociona.
Mi estudio (díptico) 195 x 390 cm. Oleo sobre lienzo, 2000

Luego, veo cuadros apoyados en el
suelo representando lo mismo que
estoy viendo. Otra vez el enigma. Y
la obsesión. La ciudad, el mar, la
bahía, la playa, la casa, los objetos
en el alféizar y en los rincones del
suelo. Y el ensimismamiento.
Yo, el náufrago, me siento absorbido
por una corriente interna, creada
por la casa, por el influjo de su
propia abstracción.
La casa son los cuadros y los cuadros
son la casa. Los cuadros son el
paisaje y el paisaje son los cuadros.
Cosas en la ventana 130 x 97 cm. Oleo sobre lienzo, 2008
Madrid en blanco y negro 55 x 46 cm. Oleo sobre lienzo, 2007
Al fin, como si alguien me hubiese
sacado de aquel lugar me en-
cuentro otra vez acercándome a
una estancia de la que surge una
potente luz blanca. Camino llevado
por los chorros de luz del suelo. No
soy dueño de mi voluntad. No elijo.
Soy yo el elegido. Me siento vencido
a mi suerte, al azar que me depara
este laberinto donde lo profundo
es la luz. La luz infinita.

Otro cuarto me absorbe. Luces y
sombras se imponen en el mirar.
Dos ventanales en arco desde
donde ver el mar y la ciudad. Paisaje
que entra dentro. Otra paleta con
pintura. Otra mesa con objetos. Y
la jarra que se repite para dar de
beber al sediento. La cojo con ansia
y apuro hasta la última gota.
A mi derecha, cuadros en el suelo
que representan otra vez lo que ya
estoy mirando con mis propios ojos,
¿o son los de otro?
Mi antiguo estudio
81 x 100 cm.
Oleo sobre lienzo, 2008

Hacia el fondo más ventanales en
arco. El estudio parece prolongarse,
inacabable.
Ventanas en perspectiva 162 x 130 cm. Oleo sobre lienzo, 2008
Alféizar y paisaje
33 x 24 cm.
Oleo sobre lienzo, 2008
Pequeño bodegón
22 x 16,5 cm.
Oleo sobre lienzo, 2008
Dibujado en rojo
27 x 22 cm.
Oleo sobre lienzo, 2008
Cada alféizar con sus tarros,
pinceles, cuencos y más jarras. De
ellas sigo bebiendo como si se
tratase de un elixir que subyuga.
El elixir para un náufrago, para el
que busca y vaga.

En mi indagación delirante por
encontrar a alguien a quien poder
ver y contar atisbo una pequeña
escultura representando a varias
personas abrazadas, amigos
charlando.
Sigo el avance. Misterio y calma.
Escultura en la ventana 38 x 27,5 cm. Oleo sobre grabado, 2008
Color en la ciudad 38 x 57 cm. Oleo sobre grabado, 2008
En otro ventanal veo otra vez la isla y las montañas, y
la ciudad abigarrada y recóndita; pero siento que las
estoy viendo en otro orden, alteradas sus ubicaciones.
¿Será una pócima extravagante el líquido de la jarra?
¿El embrujo que la pintura y su artista logran? ¿La
posibilidad de ver las cosas de otra forma?
Continúo hacia el fondo donde el espacio realiza un
quiebro a la derecha. Tuerzo en la esquina, y en un
súbito contraste, por fin el enigma se desvela.

Susana tumbada 56 x 38 cm. Oleo sobre grabado, 2008
Entre la luz y la sombra, una mujer
en el suelo boca arriba con las
piernas encogidas hacia un lado
resguardan-do su intimidad, las
manos en la nuca con los brazos
abiertos sin proteger su pecho, mira
a un costado, hacia una pared lisa,
oscurecida, abstraída en sus
pensamientos.
-¿Quién eres?- pregunta ella sin
variar su posición ni su mirada,
como si esperase mi llegada de
antemano.
-Soy un náufrago.
-¿Qué has visto?
-Azules, grises, ocres, rojos,
blancos…Sombras y luz.
-Ya. El mundo.
-¿Eres tú la autora?
-Yo soy la musa.
-¿Y dónde está él, el pintor?
-Unas veces se muestra y otras no.
Yo no sé sus razones.
El náufrago, semidesnudo, la miró;
después, se dio la vuelta y dejó la
casa en silencio, la casa sosegada.
Eduardo Iglesias
Julio 2008

LLegada a la casa del enigma
Emerjo de lo profundo, al límite de la
respiración. Desde la atalaya de la cresta
de una ola, observo la costa de
acantilados y montañas que sorprendente
se pinta ante mis ojos. Estratos pétreos
que surgen de los montes y que en
pendiente se hunden, pincelada a
pincelada, en el azul cobalto del mar.
Yo, el náufrago, nado y nado sin descanso,
brazada a brazada, blancos y azules,
hasta vislumbrar dos entradas entre
montañas. Estoy cansado, muy cansado,
pero la luz que arroja una playa en
lontananza me anima a seguir en el
esfuerzo.
Por fin, llego a un entrante de mar entre
un monte y el otro que se me antoja una
isla. Atravieso la barra descubriendo los
bajíos que dificultan la navegación. A mi
izquierda entreveo un embarcadero, pero
nada me detiene en mi anhelo de alcanzar
la arena. Una ciudad abigarrada y
recóndita se despliega en torno a la bahía
que recorro. Y sigo nadando. El espacio
luminoso, al cabo, me acoge. El ocre de
una playa vacía. Allí en la orilla, yo, el
náufrago, quedo tendido, solo.
Transcurre el tiempo. Despierto en una
terraza que da entrada a un lugar. Me
encuentro desorientado, no recuerdo
cómo he llegado o si alguien me ha
depositado aquí. Nadie que me reciba.
Yo, el hombre harapiento, me levanto,
me apoyo en una mesa y vierto agua de
una jarra de loza blanca en un vaso. Hay
más objetos blancos dispuestos sobre la
mesa blanca, una botella hecha a
pinceladas de sombras. Estoy sediento
y bebo. Luego, contemplo el lugar.
Enfrente, una mesa redonda de piedra
se sitúa delante de un árbol de ramas
tortuosas; podría ser un olivo al que un
muro rojizo ampara. Al fondo, un paisaje
de colinas amarillentas, ocres junto a un
verde poco intenso. El otoño del náufrago.
Por el suelo movedizo y lechoso me
aproximo hacia el arco que se pinta a mi
derecha sobre una fachada de piedra.
Algo misterioso me arrastra. El edificio
me espera, es posible que lleve tiempo
esperándome para ofrecerme su
hospitalidad.
Asomo con cautela la cabeza por debajo
del arco hacia el interior. La luminosidad
me ciega en un primer instante. Encorvo
algo más mi cuerpo y voy adaptando mi
mirada al suelo. Es un patio de adoquines.
Rosas, grises, azules, blancos. Elevo mis
ojos para ver lo que se halla enfrente.
Una casa. Observo inquieto el edificio
de desiguales y numerosos volúmenes
cúbicos, como una arquitectura
fragmentaria, con techumbres en ligera
pendiente cubiertas de tejas variopintas.
Efecto poliédrico. Las paredes dibujan
ventanas cerradas. Efecto deshabitado.
Pero pronto me apercibo que la única
puerta que veo se encuentra entreabierta.
¿Significa esa abertura una invitación
para entrar?
Avanzo, entonces, despacio, precavido,
rodeo el lugar y descubro que la casa
tiene otra entrada amplia también abierta.
Permanezco quieto, expectante, durante
largo rato. Ningún sonido. Arcos, terrazas
vacías, oquedades conforman la
estructura. Reparo ahora en que algunas
contraventanas están parcialmente
abiertas. Todavía el silencio. La luz blanca
y el color gris claro de las fachadas
contrastan con el rojizo de la mayoría de
las tejas. ¿Una casa espectral como un
buque fantasma a la deriva?
El influjo que ejerce la casa me atrae.
Una rara potencia interior absorbe mi
cuerpo y enseguida me encuentro dentro.
Empiezo a subir unas escaleras que
forman una pequeña curva a la vez que
las paredes como yunques perforan y
horadan el espacio. La oscuridad de un
sinuoso pasillo contrasta con la luz del
fondo que va corriendo a ras de suelo
cual caudal de agua blanquecina. Ando
despacio, desposeído, por el laberinto
que trae a mi memoria las calles de una
supuesta medina. Y siempre el misterio
de más allá, del fondo, de esa luz infinita,
inagotable, arrastrándome. Atravieso más
lugares y espacios; unos más espectrales
que otros donde, imprevistamente, voy
encontrando paletas de pintor, tubos de
pintura y objetos aislados que parecen
intocables o que por lo menos yo no me
atrevo a palpar. ¿Dónde estará el pintor?
De pronto, vislumbro al acercarme a una
estancia un ventanal desde el que se
aprecia el azul del mar y la ciudad
abigarrada y recóndita que logré ver
cuando nadaba hacia la orilla. Entro en
la habitación. Toda ella se encuentra
ocupada por una gran mesa llena de
utensilios para pintar. La paleta con los
colores brillantes como si hubiese sido
preparada o utilizada hace poco tiempo.
No sé qué pensar; me hallo sumergido
en un mundo fantasmal. Hay calma,
silencio, no se ve a nadie que habite la
casa pero todo lo que se respira anima
a suponer que el ocupante u ocupantes
desaparecen a mi llegada. Ahora, empiezo
a darme cuenta de que el olor que invade
cada rincón, cada esquina, es el olor
penetrante de la pintura y el aguarrás.
Y ese aroma me sigue llevando, me
conduce por la casa como un vagabundo,
un hombre harapiento que vaga
ensimismado por ese universo inquietante
de luces y sombras.
En un pasillo vuelvo a encontrarme una
pequeña mesa con una paleta llena de
colores, un trapo, un bote de agua
descolorida y un tarro con pinceles. Se
diría que quien acaba de estar pintando
ha desaparecido rápidamente. Debe haber
algún secreto que nadie quiere desvelar.
¿Quién vive aquí?
Hago acopio de valor para seguir
avanzando, siguiendo la huella de la
pintura. Paso por un salón donde el hogar
con troncos y el olor a leña me aplacan
un poco. La memoria se aviva. Un lugar
de reunión para ver el fuego. Me llama
también la atención un gran ventanal al
exterior y otra puerta entreabierta que
me invita a seguir la marcha y no parar
a descansar.
Seguidamente, entro en una habitación
donde todo es vacío: la chimenea limpia
sin leña, el suelo, blanco por una parte
y rojo por otra, limpio, una silla vacía,
una mesa vacía. Sólo el gran enigma de
la casa: la paleta con sus colores brillantes
dispuesta para pintar la estancia. He
entrado ya en un estado de estupor y las
luces y sombras que me sensibilizan me
arrastran hacia un destino desconocido.
Al torcer una esquina de la tortuosa
arquitectura interior desemboco en un
cuarto en el que el olor que lo inunda y
las dos mesas con toda clase de
adminículos para pintar son muestra
inequívoca de que este sí es el estudio
del pintor. Observo dos ventanales desde
los cuales se aprecia la ciudad, la espuma
de las olas lamiendo la orilla ocrácea de
la playa que conforma una bahía que
define sin titubeos el perímetro de sus
edificaciones. La pulcritud de esa visión
me emociona. Luego, veo cuadros
apoyados en el suelo representando lo
mismo que estoy viendo. Otra vez el
enigma. Y la obsesión. La ciudad, el mar,
la bahía, la playa, la casa, los objetos en
el alféizar y en los rincones del suelo. Y
el ensimismamiento.
Yo, el náufrago, me siento absorbido por
una corriente interna, creada por la casa,
por el influjo de su propia abstracción.
La casa son los cuadros y los cuadros
son la casa. Los cuadros son el paisaje
y el paisaje son los cuadros.
Al fin, como si alguien me hubiese sacado
de aquel lugar me encuentro otra vez
acercándome a una estancia de la que
surge una potente luz blanca. Camino
llevado por los chorros de luz del suelo.
No soy dueño de mi voluntad. No elijo.
Soy yo el elegido. Me siento vencido a
mi suerte, al azar que me depara este
laberinto donde lo profundo es la luz. La
luz infinita.
Otro cuarto me absorbe. Luces y sombras
se imponen en el mirar. Dos ventanales
en arco desde donde ver el mar y la
ciudad. Paisaje que entra dentro. Otra
paleta con pintura. Otra mesa con objetos.
Y la jarra que se repite para dar de beber
al sediento. La cojo con ansia y apuro
hasta la última gota.
A mi derecha, cuadros en el suelo que
representan otra vez lo que ya estoy
mirando con mis propios ojos, ¿o son los
de otro?
Hacia el fondo más ventanales en arco.
El estudio parece prolongarse, inacabable.
Cada alféizar con sus tarros, pinceles,
cuencos y más jarras. De ellas sigo
bebiendo como si se tratase de un elixir
que subyuga. El elixir para un náufrago,
para el que busca y vaga. En mi
indagación delirante por encontrar a
alguien a quien poder ver y contar atisbo
una pequeña escultura representando a
varias personas abrazadas, amigos
charlando.
Sigo el avance. Misterio y calma. En otro
ventanal veo otra vez la isla y las
montañas, y la ciudad abigarrada y
recóndita; pero siento que las estoy viendo
en otro orden, alteradas sus ubicaciones.
¿Será una pócima extravagante el líquido
de la jarra? ¿El embrujo que la pintura
y su artista logran? ¿La posibilidad de
ver las cosas de otra forma?
Continúo hacia el fondo donde el espacio
realiza un quiebro a la derecha. Tuerzo
en la esquina, y en un súbito contraste,
por fin el enigma se desvela. Entre la luz
y la sombra, una mujer en el suelo boca
arriba con las piernas encogidas hacia
un lado resguardando su intimidad, las
manos en la nuca con los brazos abiertos
sin proteger su pecho, mira a un costado,
hacia una pared lisa, oscurecida,
abstraída en sus pensamientos.
-¿Quién eres?-pregunta ella sin variar su
posición ni su mirada, como si esperase
mi llegada de antemano.
-Soy un náufrago.
-¿Qué has visto?
-Azules, grises, ocres, rojos,
blancos…Sombras y luz.
-Ya. El mundo.
-¿Eres tú la autora?
-Yo soy la musa.
-¿Y dónde está él, el pintor?
-Unas veces se muestra y otras no. Yo
no sé sus razones.
El náufrago, semidesnudo, la miró;
después, se dio la vuelta y dejó la casa
en silencio, la casa sosegada.
Eduardo Iglesias Julio 2008

Enigmaren etxean
Sakonetik azaleratu naiz, arnasaren
mugan. Olatu gaineko talaiatik, begien
aurrean agertzen zaizkidan mendi eta
itsaslabarrak begiratzen ditut.
Mendietatik sortzen diren harri geruzak
maldan behera amiltzen dira, marraz
marra, itsasoaren kobalto urdinera.
Nik, itsasoan galdurik, igeriaren igeriaz,
besaldiz besaldi, atsedenik hartu gabe,
zuri-urdinak egiten ditut, mendien arteko
bi sartune antzeman arte. Akituta nago,
nekatuta oso, baina urruneko hondartza
haren argitasunak ahaleginean
jarraitzeko indarra ematen dit.
Azkenik, mendien arteko sartunera iritsi
naiz, uharte antzeko batera. Barran
barrena abiatu naiz, azpiko hondar-pilak
hondar-pilak
zeharkaldia eragozten didan arren. Nire
ezkerretara kaia ikusi dut; hondarretara
iristeko irrika handiegia da, ordea. Badia
zeharkatu ahala, hiri ezkutu eta nabarra
zabaltzen da. Eta igerian jarraitzen dut.
Azkenik, gune argitsuak inguratu nau.
Hutsik dagoen hondartza okrea. Ur-
ertzean ni, itsasoan galdutakoa, etzanda
gelditu naiz, bakarrik.
Denborak aurrera egin du. Toki baten
sarrerako zabaltzan esnatu naiz. Ez dakit
non nagoen, ez dut gogoratzen nola iritsi
naizen, edo norbaitek hemen utzi nauen.
Ez dit inork harrerarik egin. Ni, gizon
zarpaila, zutik jarri, mahai baten kontra
jarri eta edalontzi batean ura bota dut
loza zuriko pitxer batetik. Mahai zurian
gauza zuri gehiago daude, botila batean
itzal-zertzeladak ageri dira. Egarriz nago
eta edan egin dut. Gero, inguruari begira
jarri naiz. Parez pare, harrizko mahai
borobila dago adar korapilotsuko zuhaitz
baten aurrean. Olibondoa izan liteke,
horma gorrixka baten babespean.
Urrutian, muino horixka, okre eta berde
ahulek osatutako paisaia. Itsasoan
galdutakoaren udazkena.
Zoru labainkor eta esnetsuan aurrera
egin dut, nire eskuinean dagoen harrizko
aurrealdean ageri den arku baterantz.
Ezkutuko zerbaitek tira egiten dit.
Eraikina nire zain dago, agian luzaroan
itxoin du bere abegikortasuna
eskaintzeko.
Arkuaren azpitik burua sartu dut
barrualdera, zuhur. Argitasunak itsutu
egin nau bat-batean. Gorputza are
gehiago makurtu, eta begirada zorura
egokitzen dut. Galtzada-harriz egindako
patioa da. Arrosak, grisak, urdinak,
zuriak. Gora begiratu dut, aurrean
dudana ikusteko. Etxe bat. Kubo itxurako
bolumen ugari eta ezberdinek osatutako
etxeari begiratzen diot, urduri;
arkitektura zatikatua du, teilatuak apur
bat beherantz, koloretako teilek estaliak.
Poliedro itxura hartzen du. Hormek leiho
itxiak dirudite. Bizilagunik gabekoaren
itxura. Handik gutxira, ordea, ikusi
dudan ate bakarra erdi zabalik dagoela
ohartu naiz. Zabalgune hori sartzeko
gonbitea ote?
Orduan aurrera egin dut, poliki, zuhur,
lekua inguratu dut eta etxeak beste
sarrera handi bat duela ikusi dut, hura
ere zabalik. Geldirik nago, adi, tarte
luze batez. Soinurik ez. Arkuek, zabaltza
hutsek, zuloguneek osatzen dute egitura.
Une honetan jabetu naiz leiho-ohol
batzuk zati batean zabalik daudela.
Isiltasuna oraindik. Aurrealdeen argi
zuria eta kolore gris argia teila gehienen
kolore gorrixkatik nabarmen bereizten
dira.
Etxe espektrala, noraezean dabilen
itsasuntzi-mamuaren antzera?
Etxeak indarrez erakartzen nau.
Barrualdeko indar bitxi batek nire
gorputza xurgatu eta berehala nago
barruan. Bihurgunea osatzen duten
eskaileretan gora noa, ingude tankerako
hormek espazioa hondoratu eta zulatzen
duten bitartean. Korridore ilunean
barneratu naiz, eta bukaeran argi bat
abiatzen da lurraren paretik, ur
zurixkadun errekasto baten antzera.
Poliki nabil, asmorik gabe, ustezko
medina bat gogora ekarri didan laberinto
honetan barrena. Eta bukaeran beti
misterioa, beragana erakartzen nauen
argi amaigabe, mugagabe hori sakonean.
Leku eta gune gehiago zeharkatu ditut.
Batzuk besteak baino ilunagoak; horietan
pintore paletak, margo hodiak eta gauza
sakabanatuak. Ukiezinak dirudite, edo,
ni ez naiz ukitzera ausartzen, behintzat.
Non ote dago pintorea?
Bat-batean, gela batera hurbildu eta
bertako leihotik itsasoaren urdina
antzeman dut, baita hiri ezkutu eta
nabarra ere, itsasertzerantz igeri egiten
nuen bitartean ezin izan baitut ikusi.
Gelan sartu naiz. Gela osoa hartzen
duen mahai zabala dago, pintatzeko
tresnaz beteta. Paletan dauden koloreak
dirdiratsu agertzen dira, duela gutxi
prestatua edo erabilia izan balitz bezala.
Ez dakit zer pentsatu, mamu-inguruan
nago murgilduta. Dena lasai dago, isilik,
ez da etxeko biztanlerik ageri, baina
topatzen dudan guztiak aditzera ematen
dit ni iritsi ahala etxekoak desagertu
egiten direla. Orain zoko guztietara
zabaltzen den usainaz jabetu naiz,
pinturaren usain sarkorra da.
Eta lurrinak eraman egiten nau, etxean
zehar gidatzen nau, arlotea, zarpaila
banintz bezala, argi-itzalez osatutako
unibertsoan dabilen bakartia.
Korridore batean, mahai txiki baten
gainean, berriro kolorez betetako paleta
topatu dut, baita kolorea galdutako ur
ontzia eta pintzelak dituen potea ere.
Esan liteke norbait pintatzen aritu berria
dela, eta berehala alde egin duela. Inork
argitu nahi ez duen sekretua dago
seguruenik. Nor bizi ote da hemen?
Adorez bete eta aurrera egiten dut,
pinturaren aztarnari jarraituta. Egongela
batean dagoen sutondoak, bere enbor
eta egur usainak, lasaitu egin naute
pixka bat. Oroimena piztu da. Biltzeko
toki bat, sua ikusteko. Nire arreta
erakartzen du, halaber, halaber, kanpoaldera
ematen duen leiho zabal batek, eta erdi
irekita dagoen ate batek atsedenik hartu
gabe jarraitzeko gonbitea egiten dit.
Berehala, dena hutsik duen gela batean
sartu naiz: tximinia garbi dago, egurrik
gabe, zorua, kolore zurikoa alde batean
eta gorria bestean, garbia dago, aulki
bat hutsik, mahai bat hutsik. Igarri
gabeko asmakizuna besterik ez dago:
kolore dirdiratsuak dituen paleta, egoitza
pintatzeko prest. Txundituta nago
dagoeneko, eta ernegatzen nauten argi-
itzalek helmuga ezezagunerantz
erakartzen naute.
Arkitektura bihurriaren izkina batera
iritsita topatu dudan gelan usain sakonak
eta pintatzeko tramankulu mota guztiak
dituzten bi mahaiek argi erakutsi didate
pintorearen gela dela hau. Bi leihatetik
hiria ikus daiteke, olatuen aparrak
hondartzako itsasertz okrea nola
miazkatzen duten, badiak bertako
eraikinen perimetroa nola zehazten
duen. Ikuspegi horren garbitasunak
hunkitu egin nau. Ondoren, begiratzen
dudan huraxe ikusten dut margoturik
lurrean jarritako koadroetan. Berriro
enigma. Eta obsesioa. Hiria, itsasoa,
badia, etxea, leiho-hegian eta lur
zokoetan dauden gauzak. Eta ni nire
baitan sarturik.
Ni, itsasoan galdutakoa, etxeak, bere
abstrakzioaren eraginak sortutako barne
korronte batek xurgaturik nabil.
Etxea koadroak da, eta koadroak etxea
dira. Koadroak paisaia dira, eta paisaia
koadroak.
Azkenean, norbaitek leku horretatik
atera banindu bezala, beste gela batean
agertu naiz, argi zuri indartsua duena.
Lurraren argi txorrotek bultzatzen naute.
Ezin dut neure burua menderatu. Ezin
dut aukeratu. Aukeratua naiz. Zortearen
esku nagoen irudipena dut, laberinto
honek ekarriko didan patuaren esku,
bere sakonaren argitan, argi
mugagabean.
Beste gela batek xurgatu nau.
Begiratzean argi-itzalak dira nagusi.
Arkua osatzen duten beste bi leihate,
zeinetatik itsasoa eta hiria ikusten diren.
Paisaia barrurantz sartzen da. Pintura
duen beste paleta bat. Beste mahai bat,
gauzez betea. Eta beste pitxer bat,
egarriz dagoena asetzeko. Irrikaz hartu
eta azken tanta ere edan dut.
Nire eskuinean, koadroak lurrean, berriro
nire begiek ikusten duten huraxe
margoturik dutena. Edo beste baten
begiak ote?
Amaieran arku formako leihate gehiago.
Gela luzatzen dela dirudi, amaigabe.
Leiho-hegi guztietan ontziak, pintzelak,
kaikuak eta pitxerrak. Horietatik edaten
jarraitzen dut, liluratu egiten duen
edabea bailitzan. Itsasoan
galdutakoarentzako edabea, noraezean
eta bila dabilenarentzat. Miaketa eroan
jarraitzen dut, norbait ikusi eta kontatu
nahian eta, halako batean, solasean ari
diren eta elkar besarkatzen duten
hainbat lagunen eskultura txikia
antzeman dut.
Aurrera jarraitzen dut. Misterioa eta
lasaitasuna. Beste leihate batean berriro
ere uhartea eta mendiak ikusi ditut, eta
hiri nabar eta ezkutua. Baina oraingoan
tokiz aldatuta ikusten ditut, beste ordena
batean. Pitxerreko likidoa edabe berezia
ote? Pinturak eta artistak lortzen duten
sorginkeria? Gauzak bestela ikusteko
aukera?
Hondorantz abiatu naiz, eta han
eskuinera jotzen duen bihurgunea dago.
Izkinara iritsi, eta, bat-batean, enigma
azaleratu da. Argia eta itzalaren artean,
emakume bat dago lurrean etzanda,
buruz gora, hankak alde batera tolestuta
bere intimitatea babesteko, eskuak
garondoan eta besoak zabalik, bularra
estali gabe; alde batera begira dago,
horma leun, ilun bati begira, bere
baitarako gogoetan.
-Nor zara zu?-galdetu du emakumeak
bere jarrera eta begirada aldatu gabe,
aldez aurretik nire etorreraren berri izan
balu bezala.
-Itsasoan galdutakoa naiz.
-Zer ikusi duzu?
-Urdinak, grisak, okreak, gorriak, zuriak...
itzalak eta argia.
- Mundua, alegia.
-Zu al zara egilea?
-Ni musa naiz.
-Eta pintorea non dago?
-Batzuetan bere burua agertzen du,
beste batzuetan ez. Nik ez dakit zergatik.
Itsasoan galdutakoak, erdi biluzik,
begiratu egin zion. Ondoren, buelta
eman eta alde egin zuen, etxea isilik
eta bare utzita.
Eduardo Iglesias, 2008ko uztaila

Arriving at the house of enigma
I emerge from the depths, on the verge
of breathlessness. From the vantage
point of the crest of a wave, I behold
the cliffed coast-line and mountains
which unfold before my eyes. Stone-
like stratus, which arise from the
mountains and cave in at a slant, brush-
stroke by brush-stroke, into the cobalt-
blue sea.
I, the cast-away, swim and swim
unrelentlessly, stroke after stroke, whites
and blues, until I view two openings
between mountains. I am tired, so tired,
but the Light beamed out by the far-
away beach heartens me to brave on.
Finally, I reach an inlet between a
mountain and another, which my fancy
takes to be an island. I cross the bar,
discovering the sand-bank that make
sailing difficult . To my left I catch sight
of a pier, but nothing shall stop me in
my yearning to reach the sand. A hidden,
multi-coloured city stretches out along
the bay. I swim on. The bright space
finally welcoming me. The ochre of an
empty beach. There, on the shore, I,
the cast-away, lie, sprawled out, alone.
Time goes by. I awake in a terrace which
opens into a place. I am confused; I
don´t remember how I arrived or if
someone left me here. There is no one
to receive me. I, the ragged-man get
up, lean on a table and pour water from
a white earthen-ware jug into a glass.
There are more objects laid out on the
white table, a bottle made of shaded
brush-strokes. I thirst and drink. Then
I ponder the place. In front, a round,
stone table situated in front of a tree
with agonic branches. It may well be
an olive-tree which has found the shelter
of a reddish wall. In the background, a
landscape of yellowish hills, ochres
alongside a faint green. The autumn of
the cast-away.
Along the shifting, milky floor I move,
towards the arch to be found on my
right, above a stone facade. Something
mysterious draws me. The building
awaits me; it may be that it has been
waiting for some time to offer me its
hospitality.
I cautiously poke my head under the
arch towards the inside. The brightness
blinds me at first. I bend my body a
little more adapting my sight to the
floor. It is a tiled patio; reds, greys,
blues, whites. I raise my eyes to see
what lies before me. A house. I nervously
size up the building, of numerous
unequal cubic volume, a fragmented
architecture as it were, made with
roofing at a slight slant, covered with
an assortment of tiles. A poliedric effect
. The walls sketch closed Windows. An
uninhabited effect. Yet, suddenly, I
perceive that the only door that I can
see is ajar. Could this mean an invitation
to enter?.
I go forward, slowly, cautiously. I go
around the place and find that the house
has another entrance, wider and also
open. I stay still, expectant, for a long
time. Nothing to be heard. Arches,
empty terraces and hollows make up
the structure. I notice that some of the
shutters are partially open. Still no
sound. The white Light and the Light
grey colours of the facade clash with
the redness of the greater part of the
tiles. A ghost house; as if a ghost ship
adrift.
The influence of the house draws me.
An uncanny force absorbs my body
and, in no time, I am inside. I make
my way up stairs which form a slight
curve while the walls, like anvils
perforate the space. The silence of a
winding corridor contrasts with the light
at the end which runs at floor level as
if a white-water river. I walk slowly,
unattachedly, along the labyrinth, which
calls to my mind the streets of a would-
be medina. Yet still, the mystery of the
beyond, of the end, of this never-ending
infinite light drawing me further on. I
cross more places and spaces;some
more spectral than others, where,
unexpectedly, I come upon painters´
palettes, tubes of paint and seemingly
untouchable isolated objects, or which,
at least, I dare not touch. Where can
the painter be?.
Suddenly, on approaching a living-
quarter, I catch sight of a window from
which one may see the blue of the sea
and the hidden, multi-coloured city
which I had seen while swimming
towards the shore. I enter the room. It
is fully taken over by a big table, laden
with painting utensils. The palette with
the bright colours, as if it had been
prepared or used only a short time ago.
I don´t know what to think. I find myself
submerged in a spectral World. No one
is to be seen but there is an air that
leads me to believe that the occupant
or occupants disappear on my arrival.
I begin to realise that the smell that
invades, pervades, every nook and
cranny is the penetrating small of
turpentine.
And this aroma leads me on through
the house as if a wanderer, a ragged-
man who drifts aimlessly, lost in himself,
along the unsettling universe of light
and shade.
In a corridor I come across a small table
with a palette full of colours, a cloth, a
jar of stained water and a recipient with
paint-brushes. One would say that he
who had been painting had vanished.
There must be some secret that no one
wishes to reveal. Who lives here.?
I muster up all the courage I can and
press on, following the trail of the paint.
I come upon a living-room where the
log fire-place and smell of burnt wood
reassures me a little. Memories are
stirred. A meeting place to watch the
fire. I am drawn by a large window and
another door, ajar, which beckons me
to go on and not stop to rest.
Almost immediately, I enter another
room where all is emptiness.The Hearth
clean; the floor, white on one side and
red on the other, clean; an empty chair,
an empty table. Just the enigma of the
house; the palette with its bright colours
prepared for the painting of the room.
I am now in a state of stupor, and the
light and shade draw me towards an
unknown fate.
On turning a corner of this winding
architecture I come out into a room
where, the smell in which it is steeped
and the two tables decked with all
manner of painting gear, make it clear
that this is a Painter´s Studio. There
are two Windows from which the city
can be seen, the foam of the waves
caressing the ochre shore of the beach
which makes up the bay that so clearly
defines the parametres of the buildings.
The exquisiteness of the scene stirs me.
Then I see paintings laid out on the
floor, portraying what I see. Once again,
the enigma. The obsessión. The city,
the sea, the bay, the objects on the
Window-sill, the corners of the floor.
The engrossment.
I, the cast-away, feel absorbed by an
internal current created by the house
and by the influence of its very
abstraction.
The house is the paintings and the
paintings are the house. The paintings
the landscape and the landscape the
paintings.
Finally, as if someone had removed me
from that place I find myself once again
approaching a room from which emerges
a powerful light. I am transported by
the streaks of Light of the floor. I am
no longer master of my own will. I do
not choose. I am the chosen. I feel
victim to my fate, to the fate this
labyrinth holds in store for me; Where
the profound is Light. Light infinite.
Yet another room absorbs me. Light and
shade all imposing. Two arched Windows
from which to see the sea and the city.A
landscape which enters within. Another
palette with paint. Another table with
objects. And once again, the jug to
quench the thirst of the thirster.I grab
it anxiously and drink to the last drop.
To my right, paintings on the floor depict
once again that which I am seeing with
my own eyes. Or are they another´s?.
Towards the back, more arched
Windows. The Studio seems to grow,
never-ending. Each window-sill with its
recipients, paint-brushes, bowls and
more jugs, from which I keep on drinking
as if it were some kind of elixir. The
elixir for a cast-away, for he who seeks
and wanders. In my delirious delving to
find someone to see and to tell about
a small sculpture of various people
hugging, friends having a chin wag.
I go forward. Mystery and calm. Through
yet another window I see the island and
the mountains, and the hidden, multi-
colour city; but I feel as if I were seeing
them in a different order, the
emplacement changed. Is the liquid of
the jug some strange potion.? Could it
be the spell cast by paint and painter.?
Could it be the possibility of seeing
things a different way.?
I continue to the end where the space
effects a swerve to the right. I turn the
corner and, in Stark contrast, at last,
the enigma is revealed. Between Light
and shade, a woman, lying on the floor
face up, her legs drawn in to one side
protecting her intimacy; her hands on
her neck and her arms open, making
no attempt to cover her breast, looking
to one side towards a smooth wall,
darkened, lost in her thoughts.
“Who are you,?” she asks, without
changing position or look, as if she had
been expecting my arrival.
“I am a cast-away”.
“What have you seen.?”
“Blues,greys, ochres, reds,
whites….shade and Light.”
“Ah, the World.”
“Are you the creator.?”
“I am the muse.”
“And where is he, the painter.?”
“Sometimes he shows himself,
sometimes he does not. I know not
why.”
The cast-away, half-naked, looked at
her; then, turned away and left the
house in silence. The peaceful house.
Eduardo Iglesias, July 2008

Eduardo Chillida Belzunce
San Sebastián, 1964
EXPOSICIONES INDIVIDUALES
2008 Galería Arteko, San Sebastián;
Galería Nieves Fernández, Madrid
2007 Galería Jordi Barnadas, Barcelona.
2005 “Etxean”. Museo de San Telmo, San Sebastián; “Etxetik”.
Galería Ekain, San Sebastián.
2004 Galería Jordi Barnadas, Barcelona; Galería Nieves Fernández,
Madrid.
2003 “Con las dos manos”. Museo de Adra, Almería, con la galería
Blanca Soto, Madrid; Caja de Granada, centro cultural de
Almería, con la galería Blanca Soto, Madrid; Caja de Granada
y Ayuntamiento de Motril, Casa de la Condesa de Torre Isabel,
con la galería Blanca Soto, Madrid; Caja de Granada y
Ayuntamiento de Ubeda, Hospital de Santiago, con la galería
Blanca Soto, Madrid; Caja de Granada y Ayuntamiento de
Baeza, antiguo Cuartel de Sementales, con la galería Blanca
Soto, Madrid; Galería Fernando Silió, Santander.
2001 Galería Nieves Fernández, Madrid.
2000 Galería Colón XVI, Bilbao.
1999 Galería Nieves Fernández, Madrid; Galería Dieciséis, San
Sebastián; Galería Jordi Barnadas, Barcelona; Bar Biarritz,
Hotel Niza, San Sebastián.
1998 Galería Colón XVI, Bilbao; Galería Fernando Silió, Santander.
1997 Galería Nieves Fernández, Madrid.
1996 Galería Colón XVI, Bilbao.
1994 Galería Antonia Puyó, Zaragoza; Galería Nieves Fernández,
Madrid.
1992 Galería Dieciséis, San Sebastián; Galería Nieves Fernández,
Madrid.
1991 Galería Fernando Silió, Santander.
1990 ARCO 90. Galería Dieciséis, San Sebastián.
1989 Galería Kaj Forsblom, Turku, Finlandia; Galería Fernando
Silió, Santander.
1988 Galería Dieciséis, San Sebastián.
EXPOSICIONES COLECTIVAS
2007 ARTE SANTANDER, 2007, con la Galería Blanca Soto;
“Figurative art from Spain”. Die Galerie, Frankfurt.
2006 ART MADRID 2006, con la Galería Nieves Fernández; ARTE
SANTANDER 2006, con la Galería Blanca Soto; ART
COLOGNE 2006, con la Galería Nieves Fernández.
2005 ART CHICAGO 2005, con la galería Nieves Fernández; ART
COLOGNE 2005, con la Galería Nieves Fernández.
2004 ARCO 2004 , con la Galería Fernando Silió; ART CHICAGO
2004 , con la Galería Nieves Fernández. MIART 2004 (Feria
De Milán) con la Galería Jordi Barnadas
2003 “Mareas blancas” exposición itinerante por España y Europa;
“Fashion art” con diseños de Manu Fernández.
Exposición itinerante por todo el mundo.
2002 ARCO 2002 ,Galería Colón XVI, Bilbao; “Otras Meninas”.
Proyecto de Together Woman. Exposición itinerante por todo
el mundo hasta el 2005; Galería Jordi Barnadas, Barcelona;
ESTAMPA 2002 , Galería Blanca Soto, Madrid; Galería Ekain,
San Sebastián.
2001 ARCO 2001, Galería Colón XVI, Bilbao; ART CHICAGO,
EEUU. Con la Galería Nieves Fernández; “Relevos”, Junto
a Eduardo Chillida, Torre Caja Madrid, Madrid; Mensajeros
de la paz, en la sede de la Organización de Estados Americanos
en Washington, EEUU; Galería Arteko, San Sebastián; Galería
Ekain, San Sebastián; ESTAMPA 2001, Galería Arteko.
2000 1990-2000 ESTAMPA. Artistas premiados en España.
Itinerancia por América del Sur; Galería Ekain, San Sebastián;
Galería Arteko, San Sebastián; Aquarium 2000, San Sebastián;
Círculo de Bellas Artes, Madrid. Homenaje a Fernando
Múgica.
1999 ARCO 99 Galería Colón XVI, Bilbao; Galería Italarte, Roma;
Galería Arteko, San Sebastián; Galería Ekain, San Sebastián;
ESTAMPA 99, Galería Arteko, San Sebastián; Bar Biarritz,
Hotel Niza, San Sebastián, junto a Andrés Nagel.
1998 ARCO 98 Galería Colón XVI, Bilbao; “Homenaje a José
Beulas, "Los seis Chillida". Diputación Provincial de Huesca;
"Arte en la Catedral" Conmemoración del centenario del
Athletic Club de Fútbol. Sala Rekalde, Bilbao; Exposición
pro- Medicus Mundi. Sala de exposiciones de la Kutxa, San
Sebastián; II Trienal del Grabado. Palacio de Revillagigedo,
Gijón; “Ciento y... postalicas a : Federico García Lorca”.
Exposición homenaje a Federico García Lorca en el centenario
de su nacimiento. Fábrica Nacional de la Moneda y Timbre,
Madrid; Galería Marlborough, Madrid.
1997 ARCO 97. Galería Colón XVI, Bilbao; Exposición Cruz Roja,
Hotel de Londres, San Sebastián. Galería Art & Co, San
Sebastián; “Árboles por la paz”, homenaje a Fernando
Múgica, Barcelona; ESTAMPA 97. Galería Nieves Fernández.
1996 ARCO 96. Galería Gimpel fils, Londres y Nieves Fernández,
Madrid; Galería Art&Co, San Sebastián; Exposición Pro-Zaire,
C.A.T. San Sebastián; ESTAMPA 96. Galería Nieves Fernández.
1995 ARCO 95. Galería Gimpel fils, Londres, y Nieves Fernández,
Madrid; I Trienal de Arte Gráfico, Palacio de Revillagigedo, Gijón;
Galería Bar Biarritz, San Sebastián.
1994 Galería Dieciséis, San Sebastián; ESTAMPA 94. Galería Nieves
Fernández, Madrid; III Feria de ARTE SANTANDER, Galería 16,
San Sebastián; Sala Parés, Barcelona; Galería Bar Biarritz, San
Sebastián.
1993 Galería Nieves Fernández, Madrid; ESTAMPA 93. Galería Nieves
Fernández, Madrid.
1992 Galería Dieciséis, San Sebastián.
1990 Sanz-Enea, Zarauz, junto a Koldobika Jauregi
1989 Galería Dieciséis, San Sebastián.
COLECCIONES, MUSEOS Y OBRAS PUBLICAS
Museo Artium de Vitoria.
Colección Maeda, Japón.
Colección Cano, Méjico.
Colección Ramón Suárez de Zuloaga, España.
Grupo PRISA.
Colección INDRA.
Ministerio de Asuntos Exteriores.
Diputación Provincial de Huesca
Caja Rural de Huesca
Norbolsa
Gres de Valls. Grupo Uralita
Museo de Adra, Almería
UEE, Unión española de explosivos
2004 Colocación del mural de terracota “Beste aldean” en la plaza
de Ignacio Zuloaga en San Sebastián.
2006 Colocación mural “Homenaje al Señor” en el altar Mayor de la
Parroquia San Sebastián Mártir, San Sebastián. Fundación
Fashion Art, España y Panamá.

S/T 28,5 x 46 cm. Litografía, 2006 S/T 28,5 x 46 cm. Litografía, 2006

ARTEKO GALERIA DE ARTE
Iparraguirre, 4
20001 Donostia - San Sebastián
tel.: +34 943 29 75 45
e-mail: arteko@artekogaleria.com
www.artekogaleria.com