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na<strong>de</strong>ría al enemigo que me impedía vivir, vivir. No<br />
obstante me las arreglaba para, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> realizar<br />
mi trabajo obligatorio, andar por las calles hasta<br />
altas horas <strong>de</strong> la noche, contemplando, ávido, la<br />
vida <strong>de</strong>l barrio bajo el manto <strong>de</strong> sombra. Recuerdo<br />
una noche, había cumplido apenas quince años; he<br />
olvidado <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> venía; eran tal vez más <strong>de</strong> las<br />
doce; abrí la puerta y entré en el silencio dormido<br />
<strong>de</strong> la casa. Mientras cerraba <strong>de</strong> nuevo, sentí una<br />
presencia triste, envuelta en la oscuridad a mis<br />
espaldas; estaba allí el olor a tabaco <strong>de</strong> mi padre;<br />
me di vuelta y era él, vi su escaso pelo blanco <strong>de</strong>sgreñado,<br />
vi su rostro plano <strong>de</strong> inmensa papada, vi<br />
la silueta <strong>de</strong> su larga nariz y sentí que su presencia<br />
le infundía al aire una tristeza más allá <strong>de</strong><br />
toda posible comprensión. “Se va a morir”, pensé, y<br />
continué con el ritual <strong>de</strong> acostarme. Más tar<strong>de</strong>,<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la cama, mi oído <strong>de</strong>scendía por las escaleras<br />
en penumbra y recorría el patio para entrar en la<br />
sala y sentirlo allí con los codos recostados contra<br />
el mostrador y el tabaco, apagado ya, entre los <strong>de</strong>dos.<br />
Mientras me envolvía en las cobijas y cerraba<br />
los ojos, alguna fuerza me obligaba a continuar en<br />
la venta junto a él, siguiendo el ritmo <strong>de</strong> su respiración<br />
asmática y buscando en su mirada lejana,<br />
perdida, la respuesta a una pregunta que todavía<br />
no sabía formularme con claridad: “¿qué voy a ser<br />
cuando él se muera, cuando ya no vea por mí?”.<br />
Des<strong>de</strong> esa noche, todas las noches me dormía<br />
tejiendo los mismos pensamientos, mientras con<br />
el oído recorría la casa en busca <strong>de</strong> su agonía. Nací<br />
cuando mi padre ya era un hombre viejo y nuestra<br />
comunicación siempre fue secreta, en gestos, en<br />
actos, en actitu<strong>de</strong>s y silencios, pero no en palabras.<br />
<strong>Los</strong> viejos compren<strong>de</strong>n las limitaciones <strong>de</strong> las palabras<br />
y las usan lo menos posible. En mis entra-<br />
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