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Los relatos de La Milagrosa

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escuela y, al entrar en la cuadra <strong>de</strong>l granero <strong>de</strong><br />

doña Sofía, alcancé a la mujer <strong>de</strong> trapos. Llevaba<br />

la cabeza y el rostro cubiertos con una pañueleta<br />

ver<strong>de</strong>, amarrada bajo el mentón. Enmarcado por la<br />

pañueleta, su rostro parecía la cara <strong>de</strong> una muñeca<br />

<strong>de</strong> artesanía, con los pómulos rosados y los ojos<br />

diminutos <strong>de</strong> mirada limpia, aunque completamente<br />

enajenada. Llevaba un vestido largo <strong>de</strong> medioluto,<br />

cuyos bor<strong>de</strong>s se arrastraban al caminar; sobre<br />

este vestido tenía otro más corto, cubierto por un<br />

<strong>de</strong>lantal, un saco ancho y un chal morado sobre el<br />

saco. Al caminar, balanceaba el cuerpo como si<br />

trazara un círculo en el aire, tomando el tronco<br />

como eje y la cabeza como la punta <strong>de</strong>l compás.<br />

Mientras tanto, iba diciendo un monólogo que a<br />

veces se volvía diálogo porque se preguntaba y se<br />

respondía:<br />

—<strong>La</strong> Virgen me dijo: “Si Abigaíl se sienta en un<br />

rincón y no hace daños, me la llevo <strong>de</strong>rechito para<br />

el cielo”. El Señor me dijo: “Abigaíl está llorando<br />

porque está triste”. ¿Por qué estás triste, Abigaíl?,<br />

estoy triste porque no le pu<strong>de</strong> besar la mano a <strong>La</strong><br />

Virgen, cuando se paró a mi lado con su vestidito<br />

azul y blanco. El Señor me dijo: “No llore, Abigaíl”.<br />

<strong>La</strong> Virgen me dijo: “Abigaíl viene <strong>de</strong>rechito para el<br />

cielo”. Abigaíl está muy triste, ay... ay... ay...<br />

Y lloraba. Un llanto hondo. Un gemido que se<br />

hacía largo. Yo me le a<strong>de</strong>lanté, acaso para no escuchar<br />

ese gemido. Llegué hasta la ventana <strong>de</strong> doña<br />

Sofía. Llamé con un grito y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el fondo <strong>de</strong> la<br />

casa oscura, vi aparecer su pelo blanco, su rostro<br />

amable.<br />

—Venga por la puerta —me dijo.<br />

Abrió la puerta <strong>de</strong> la casa y entré. <strong>La</strong>s baldosas<br />

eran opacas, rojas y ver<strong>de</strong>s como un tablero <strong>de</strong> ajedrez.<br />

El aire interior <strong>de</strong> la casa parecía intocado o<br />

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